Pobreza urbana o negación de la ciudad. Reflexiones a partir de grupos de desocupados porteños.*

 Mariano Daniel Perelman.

 ICA/UBA; Buenos Aires, Argentina. Becario de programa CLACSO-CROP

Resumen
La creciente urbanización de la pobreza en Latinoamérica y más específicamente en la Ciudad de Buenos, sus formas de expresión y las diferentes acciones colectivas que de ella han derivado, han producido en los últimos años un debate en torno a este fenómeno que para algunos aparece con sus propias características y particularidades, más aun en una ciudad que por su histórica configuración social, política y simbólica ha sido pensada como una ciudad homogénea donde el pobre fue considerado un otro casi sin derecho a ella.

En este artículo se exponen algunos resultados parciales de una investigación que venimos realizando desde hace algunos años en torno a sujetos en situación de pobreza en la ciudad de Buenos Aires, más específicamente con cirujas e integrantes de un Movimiento de Trabajadores Desocupados. A partir del trabajo de campo, entrevistas en profundidad, utilización de fuentes históricas, nos interesa desentrañar cómo estos sujetos disputan la utilización de la ciudad, en particular ciertas zonas (como por ejemplo San Telmo) dónde las transformaciones ocurridas en los últimos años (nuevas centralidades, procesos de inversión económica, turismo, etc.) han influido para que ciertos grupos sociales intenten ser borrados de ellas.

Sin embargo, ni las intervenciones estatales directas como las omisiones, liberando algunas soluciones al mercado (la vivienda por ejemplo) producen efectos directos en los otros, sino que se generan toda una serie de prácticas en las cuales lo económico, lo político, lo social, lo simbólico entran en juego. 

Introducción 

Los últimos años han puesto en evidencia transformaciones sociales, políticas, culturales y espaciales en Argentina que remiten a procesos tanto globales como locales, produciendo efectos específicos en cada región. La ciudad de Buenos Aires no fue la excepción a la creciente urbanización de la pobreza (Ziccardi, 2006) pero por el espacio en el que se constituye adquiere algunas características específicas. Tampoco fue inmune a toda una serie de ideas de Ciudad que se combinaron con la concepción propia que históricamente se había forjado sobre la capital argentina.

En este artículo se exponen algunos resultados parciales de una investigación que venimos realizando desde hace algunos años en torno a sujetos en situación de pobreza en la ciudad de Buenos Aires, más específicamente con integrantes de un Movimiento de Trabajadores Desocupados. A partir del trabajo de campo, entrevistas en profundidad, utilización de fuentes históricas, nos interesa desentrañar la disputa que existe a la hora de la utilización de la ciudad, en particular ciertas zonas (como por ejemplo San Telmo) dónde las transformaciones ocurridas en los últimos años (nuevas centralidades, nuevas políticas de lugares, procesos de inversión económica, turismo, etc.) han influido para que ciertos grupos sociales intenten ser borrados de ellas.

Partimos de entender que los nuevos discursos en torno a la ciudad y ciertas áreas específicas funcionan como una de las formas en las que se expresa el proceso de exclusión social. La patrimonialización, la estetización de los barrios, se constituyen como discursos y prácticas legimitadoras de la intervención sobre la pobreza.

Sin embargo, ni las intervenciones estatales directas como las omisiones, liberando algunas soluciones al mercado (la vivienda por ejemplo) producen efectos directos en los otros, sino que se generan toda una serie de prácticas en las cuales lo económico, lo político, lo social, lo simbólico entran en juego.

En un contexto de cambios estructurales y estructurantes que producen cambios en las subjetividades, en las identidades y en las prácticas sociales (Battistini, 2004) los que se encuentran en una nueva situación- la de la pobreza y desocupación- se constituyen e intervienen en el espacio de diferentes maneras, a partir de las trayectorias, las posibilidades brindadas por el medio, las posiciones político-ideológicas presentes, las redes sociales, etc.

En una ciudad que fue concebida como de elite en la cual se debía merecer vivir, los pobres, los desocupados parecen no tener un lugar. Sin embargo resisten.   

La porteñidad conspirando contra los porteños. 

Históricamente la ciudad ha sido un lugar de disputa de diferentes proyectos de vida. Desde su nacimiento como ciudad capital de la República Argentina, durante el último cuarto del siglo XIX Buenos Aires ha sido pensada como una ciudad de elite. En ella debía confluir sólo todo lo bueno que nuestra nación tenía, visión que se ha resignificado a lo largo de la historia. Como contraparte, lo no deseado no tiene derecho a vivir en ella. Durante el gobierno militar está idea fue llevada hasta extremos antes insospechados.

“No puede vivir cualquiera en ella. Hay que hacer un esfuerzo efectivo para mejorar el hábitat, las condiciones de salubridad e higiene. Concretamente, vivir en Buenos Aires no es para cualquiera sino para el que lo merezca, para el que acepte la pauta de una vida comunitaria agradable y eficiente. Debemos tener una ciudad mejor para la mejor gente”   decía el Dr. Del Cioppo. ex titular de la comisión municipal de la vivienda y luego intendente de la Capital (citado en  Oszlak, 1991: 78). Esto se llevó a cabo a partir de una serie de políticas como matando y haciendo “desaparecer” gente.

Con el tiempo, estas prácticas de negación fueron dando lugar a otras. De todas formas muchas de ellas encuentran su anclaje en el período 1976-1983 y se van combinando con los procesos que le siguieron.

La intervención del espacio debe ser siempre pensada dentro de un contexto político-económico que estructura formas de simbolizarlo, de imaginarlo, de recordarlo, y, por ende, de vivirlo (Gupta y Ferguson, 1992)  y es en este sentido que estas acciones, que fueron parte de un intento de modificación total de la ciudad por parte del Gobierno militar (1976-1983), en el cual el uso del suelo y del espacio urbano ocupó un lugar central, (Oszlak, 1991; Topalov, 1979; Kowaric, 1996) adquieren centralidad.

Caber recordar, como plantea Balandier que “la topografía simbólica de una gran ciudad es una topografía social y política” (Balandier 1994: 26) que tiene la propiedad de ser duradera en el tiempo, y como ha demostrado Foucault (2003) centrales a la hora del control social.

Como desarrollamos en otro lugar fueron varios los procesos que dan cuenta de las continuas reformulaciones de la negación de la ciudad. (Cf. Perelman, 2006)

Es cierto que las formas ahora no son las mismas que las del proceso militar, sin embargo el sentido de las prácticas parecen no haberse quebrado. Ahora son otras las formas en que la ciudad es negada. Para Lacarrieu (2005) una de las formas que adquiere la negación de la ciudad, o su merecimiento, es desde el acceso a la estetización, “el derecho a la belleza”, generando a partir de una nueva dicotomización naturaleza/ cultura una nueva “estrategia de ilusión” llevando a la disputa, la apropiación y la gestión de la ciudad a nuevas reglas.  Según la autora “Son procesos que especulan con la integración social desde la promoción de la diversidad cultural, pero que sin embargo, terminan generando desde sí mismos, una mayor desintegración y severos procesos segregatorios que sólo integran a algunos y excluyen a los “otros”.” (Lacarrieu, 2005: 375) 

 

Es por ello que nos centramos en esta ponencia en la reconstrucción a partir del discurso de la cultura, lo simbólico y lo “histórico” del barrio de San Telmo (y otras partes de la ciudad), en el marco de discursos globales y de procesos locales entre los que se destacan la gran especulación inmobiliaria y el creciente número de turistas que comenzaron a recorrer algunos barrios, transformando de a poco su fisonomía.

Para comprender los procesos de transformación debemos tener en consideración algunas cuestiones. En primer lugar que, como parte del proceso autoritario de intentar hacer una ciudad merecida, durante el último gobierno militar, a partir de una ordenanza de 1978, se decretó por primera vez al barrio como centro histórico de la ciudad, estableciendo sus límites y parámetros para su conservación. Lacarrieu (2005)  plantea que éste es “un hecho concebible como parte del proceso de “nacionalización” de la ciudad, la cual a través de su sitio fundacional permitiría retroceder a la matriz colonial, a la consagración de sus hitos históricos y ha constituirlo más allá de la cotidianeidad, por ende como lugar expulsor de aquéllos visualizados como “marginales” de la historia “oficial”. El patrimonio funcionó como otro de los recursos que estratégicamente utilizaron para ejercer control social. “Inventar patrimonio/monumentalismo” fue indisociable de la idea de fortalecer la visión de centralidad bajo los parámetros de la comunidad nacional.” (Lacarrieu, 2005: 373).  

 

“Inventar patrimonio/ monumentalismo”, debe considerarse dentro de relaciones de poder, de construcción de sentidos. Dónde y cómo se interviene pueden comprenderse en el marco de un “encuadramiento de la memoria” dónde el pasado se resignifica. (Pollack,  1989). Este (re) encuadramiento es parte constitutiva del proceso de construcción del patrimonio. En este sentido nos recuerda Prats (2000) que las cosas no emanan naturalmente nada que las constituya en patrimonio: todo objeto adquiere valor mediante un proceso socialmente construido y disputado. De esta forma asocia “los procesos de invención con la capacidad de generar discursos sobre la realidad con visos de adquirir cartas de la naturaleza, por lo tanto, con el poder” (Prats, 2000: 116). O decirlo de otro modo, sin poder “no existe patrimonio.” (Prats 1997:35). Según el mismo autor existen tres criterios que constituyen los lados de un triangulo dentro del cual se inscriben todos los elementos potencialmente patrimonializables: la historia,  la  naturaleza y la genialidad.[1] Para el caso de San Telmo es este primer criterio el que va a ser activado y con ello algunos sujetos van a ser negados. Como plantea Thomasz (2005) la construcción del patrimonio es una operación dinámica enraizada en el presente a partir de la cual se reconstruye y selecciona el pasado, la memoria, como mecanismo selectivo que implica tanto recuerdo como olvido. Estos “olvidos” implican en nuestro caso sujetos sociales.

En este mismo contexto entran también en juego aquellos falsos presupuestos:  el que el Estado debía dar lugar al mercado dejando a este último la libertad para disponer de los espacios ociosos; las nuevas formas de hacer ciudad a partir de alianzas públicas-privadas; y las nuevas políticas de lugares, buscando hacer “competitivas” las ciudades.

Este punto ha sido desarrollado por diferentes trabajos quienes enfatizan la necesidad de las ciudades de construirse a partir el concepto de city marketing (Cfr. García Canclini, 1999; Fiori Arantes, 2000; Torres Ribeiro y Sanchez García, 1996; Carman, 2006).[2]

En este sentido como plantea Fiori Arantes (2000: 18 en Carman, 2006: 136) que se trata de “…proyectos de ciudad definidos por un plan estratégico que abarca un poco de todo, desde las gentrificaciones habituales en los casos de rehabilitación urbana por medio de la atracción especulativa de inversores y habitantes solventes (el eufemismo dice todo respecto de quienes salieron de escena), hasta las exhortaciones cívicas de los llamados actores urbanos que, de recalcitrantes, se volverían cada vez más cooperativos en torno de los objetivos comunes de city marketing.[3]

 

Con esto queremos decir que lo que para muchos es considerado el uso económico de la cultura, no es el único proceso de que esta jugando, sino que forma parte de este discurso segregador que se enmascara, toma forma en el de la belleza, de lo histórico, de lo legítimo.  Y, en este proceso toda una porción de la ciudad es reformulada a partir de algunos elementos que le permiten constituirse como “especiales”.

Uno de los elementos centrales, para el caso de San Telmo es el de la memoria “oficial” en tanto es considerado, como vimos, el centro histórico de la ciudad. Se reconfigura su historia, y se demarcan sujetos deseables. Es importante marcar que los discursos sobre el barrio, en tanto histórico, antiguo no sólo proviene del discurso oficial sino que está arraigado en la población del mismo y que los diferentes actores ponen el acento en diferentes “antigüedades” (Cfr. Zunino Singh, 2004). Según Rodríguez y Devalle (2000 en Zunino Singh, 2004: 4) por ejemplo, “en el caso de las instituciones ligadas en forma directa con la actividad económica del turismo, el tratamiento mítico de la historia, refuerza su transformación de cara al desarrollo de esta actividad, de esta manera, el valor simbólico de un “nosotros” barrial aparece tamizado por la lógica del mercado y la ganancia prevista, en función del embellecimiento y el reciclaje. Como una suerte de plusvalor, lo histórico es antes que nada la garantía de una vidriera cultural, y la posibilidad de conjugar en apenas una decena de cuadras “la esencia” de Buenos Aires”. 

 

Todo este proceso ha influido en la nueva intervención estético- escenográfica  del barrio (Amándola, 2000) recreando los sentidos, en el marco de un proceso de gentrificación. Al igual que lo hace Girola (2005), pensamos al proceso de gentrificación en un sentido amplio, “como sinónimo de reestructuración de fragmentos urbanos con efectos de atracción sobre grupos sociales de recursos económicos-culturales medios y superiores que allí establecen residencia o comercio” (2005: 890)[4] en el cual la “estetización de la diversidad y del miedo” en el marco de operaciones urbanas en espacios de la ciudad en fuerte proceso de gentrificación en el marco de la nueva política de lugares y de la memoria producida por grupos públicos y privados que detentan poder material y simbólico, y que contribuyen con la misma a la instauración de una red desde la cual se visibilizan e invisibilizan recorridos y grupos sociales cumple un lugar central.  (Lacarrieu, 2005). 

Desocupados, inmerecidos: ¿Nuevos procesos de negación? Reflexiones a partir del análisis de un MTD.

Parte de los sujetos que no tienen más lugar en el barrio son los integrantes de un Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) que se formó en el barrio y que paulatinamente se va alejando de sus lugares más significativos (plaza Dorrego, por ejemplo). Una breve descripción de la historia habitacional del local del movimiento y de sus integrantes servirán a modo dar carne a las prácticas antes descritas.[5]

El movimiento de Trabajadores Desocupados se formó cuando los integrantes de la comisión de trabajo de la asamblea de Plaza Dorrego decidieron separarse por considerar que sus intereses no eran representados por ésta. Esta génesis del MTD se dio por enero de 2002[6], cuando comenzaron a reunirse como parte de la Asamblea de Plaza Dorrego, en el Barrio de San Telmo. Alquilaron un local chico perteneciente de un vecino, que según cuentan “nos dejó entrar sin contrato, sin garantía sin nada.” En ese lugar funcionaba un comedor, un merendero, cocinaban para vender en las ferias, fraccionaban detergente para la venta. Estela recuerda “empezamos a crecer ahí, San Telmo era un localcito muy, muy chiquitito, estábamos todos apiñados. Teníamos ya, bueno (refuerzo) escolar, merendero, comedor, los grupos productivo teníamos un grupo que hacía licores, teníamos una feria (…) hasta que empezó a venir más turismo y se empezó a poner más interesante, empezaron todos a quejarse, empezaron a sacar a todos los vendedores que había, se armó quilombo y al final nos sacaron.”

Las ferias, los locales, la venta ambulante adquiere hoy en día un nuevo cariz. Ya no son más los sujetos de bajos ingresos vendiendo empanadas, ropa usada. Son ahora artistas, actores, diseñadores los que invaden las calles de San Telmo.[7]  

Más tarde, y con ayuda de la Coordinadora Aníbal Verón consiguieron alquilar, a unas cinco cuadras del viejo, el local donde desarrollaron sus actividades en el barrio de Constitución hasta fines de 2006, cuando ante la negativa del propietario del local de renovarles el contrato alquilaron otro a dos cuadras de aquel. 

Ubicado a dos cuadras de la estación de tren de Constitución, funciona un comedor para los integrantes[8]; se hacen reuniones de los diferentes plenarios del movimiento, se desarrollan algunos proyectos productivos, se utiliza como punto de reunión para ir a las marchas, se llevan adelante talleres de formación, se confeccionan los formularios para pedir planes sociales, etc. Así, los locales ocupan un lugar central en la vida cotidiana de los integrantes.

El local estaba alquilado de manera legal. De todas formas siempre tuvieron una serie de problemas (entre otros) referentes a los servicios públicos (privatizados). Durante el año 2005 estuvieron sin luz durante varias semanas y lograron que se les reestableciera el servicio mediante la negociación y la presión (ellos consideran ambos procesos como parte de lo mismo). Por un lado, gestionaron luz para un espacio donde funciona un comedor comunitario; por el otro y mientras tanto, realizaron escarches a la empresa logrando el reestablecimiento del suministro eléctrico. No cuentan con gas y cocinan con garrafas proporcionadas por el MTD[9]. 

Hasta hace seis meses y durante más de tres años, el movimiento contaba con una casa tomada, en pleno barrio de San Telmo y a unas pocas cuadras de la Plaza Dorrego, donde varios de los integrantes vivían. En ese lugar, ubicado a cinco cuadras del local había también una guardería donde eran cuidados los chicos que todavía no tenían edad para ir a la escuela. También se les proporcionaba el desayuno y la merienda. La guardería no funcionaba todos los días ya que las dos personas (dos mujeres de veinte años) que se encargaban de pasar a buscar a los chicos por el local y cuidarlos durante el día estudiaban y se dedicaban a otras tareas personales (“trabajaban”) que no les permitía dedicarse exclusivamente a esta tarea.[10]

En la casa de dos pisos vivían  seis familias.[11] Cada  una de ellas contaba con un cuarto, sin importar la cantidad de personas que la conformara. Dos baños compartidos, una cocina, colgados de la luz y sin gas. Desmejorada por la falta de arreglos, vidrios rotos, sin puertas, sin privacidad, era sin embargo un espacio codiciado por los integrantes del movimiento.

Esto se debe, en parte, a las otras opciones con las que cuentan los integrantes. Como dice uno de ellos para mucho es “vivir en la calle o en una toma”.

Las pensiones de la zona cuestan alrededor de cuatrocientos pesos mensuales el cuarto. En general éstas tienen un baño y una cocina compartida para todos los que allí viven.

Pero el precio hace que esta opción se torne casi inaccesible. Los que viven en pensiones deben contar con la ayuda del grupo doméstico completo para afrontar los gastos. Es el caso de Tino, un matricero que hoy en día, además de militar[12] en el movimiento y cobrar un plan social de 150 pesos, se dedica “cuando lo llaman” a la seguridad en boliches de noche. Su hijo mayor cuenta con una beca (pasantía) de trabajo otorgada por el gobierno de la ciudad para realizar actividades durante seis meses en una fábrica y una de sus hijas trabaja en un local de comidas rápidas. La menor de 17 años está en el último año de la secundaria.

Según las estimaciones realizadas por el MTD los ingresos mensuales promedio de una familia son de cuatrocientos pesos[13]/[14]. Éste fue calculado a partir del cobro del Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupado y las changas que los integrantes puedan realizar.

El subsidio habitacional del gobierno (válido por seis meses) es otra estrategia utilizada por los integrantes. Si bien para muchos es una realidad, la mayoría no está conforme ya que es una condición de incertidumbre constante.

Algunos otros han entrado en cooperativas de vivienda y están a la espera de los créditos del Banco Ciudad para poder llevar adelante el proyecto (en general son de autoconstrucción).

El alquiler de un departamento aparece como una opción lejana. Los altos precios, las exigencias para poder acceder a un alquiler y la falta de previsión de ingresos y proyectos a futuro (generalmente los contratos son a dos años) hacen que el alquiler no sea considerada una opción.

Un grupo de integrantes, en general los de mayor edad, viven desde hace varios años en el mismo lugar: en general conventillos y los edificios monoblock del  barrio de la Boca.

Ahora bien, con el desalojo de la casa tomada, las familias quedaron en la calle. La “solución” vino de la mano del alquiler de un nuevo local, un galpón ubicado en las adyacencias de las vías del tren Roca, sobre la calle Gonçalvez  Días a cuadras del Riachuelo. Las familias viven ahora más lejos del centro de la ciudad casi en los límites de la capital.

En él están funcionando dos proyectos productivos: un taller de costura donde se fabrican sábanas, ropa de trabajo (delantales, mamelucos, etc.) y toallas para la venta; y una herrería. Las familias desalojadas hoy están viviendo en este lugar.

Este espacio funciona como centro del barrio de Barracas. Al igual que en el local de Constitución se realizan una serie de actividades que hacen a la cotidianeidad del movimiento.  

Negar la vivienda, negar el barrio. ¿Negar la vida?

Tanto la reciente mudanza del local a dos cuadras del anterior como las cotidianas dificultades que tienen los integrantes para poder conseguir una vivienda un poco más estable pueden comprenderse en el marco de las transformaciones porteñas. Por un lado, a partir de un proceso urbano “general”; por el otro a partir de las acciones específicas ocurridas en el barrio.

El costo de vivir en la ciudad se ha incrementado (alquileres, la inversión privada, la privatización de servicios públicos, la devaluación y la especulación inmobiliaria) en algunos espacios de la ciudad, mientras otros quedan relegados (cfr. Cuenya, 2004; Cravino et. all, 2002).

Pero las negaciones que sufren los integrantes del MTD en la zona “más antigua de la ciudad” no pueden entenderse sólo como parte de la especulación económica. El caso de San Telmo se encuadra en el proceso de renovación antes descrito. Ya no es una zona dónde los pobres puedan vivir, o al menos no estos pobres: los piqueteros.

Si bien la zona sur de la ciudad es la más pobre, los barrios de San Telmo, la Boca y Barracas están siendo parte de una fuerte ola de inversiones y de resignificación simbólica. El primero como parte de la revitalización del casco histórico, que, junto con el segundo forma parte del circuito turístico de la ciudad. De hecho, como establecimos, son las tierras antes relegadas, y muchas veces ocupadas por los sectores populares las que son ahora lugar de disputa entre éstos y grandes capitales concentrados.[15]  

Es cierto que existen diferentes formas de negar el uso del suelo urbano, de negar la ciudad. Recordemos que la Ciudad de Buenos Aires “ha sido constituida y forjada en los imaginarios sociales –tanto hacia el seno de su propia población como en relación a la nación- como una ciudad homogénea e integrada que, en buena medida ha permitido gestar un distanciamiento del resto de las ciudades de América Latina. Esa homogeneidad ha permitido metaforizarla como atenuada en sus desequilibrios sociales y simplificarla en torno de “una imagen”, la de la ciudad-capital”. (Lacarrieu, 2005: 369)  

 

Esta imagen, en la que la ciudad fue creada (no sin conflicto) y bajo el lema civilizatorio, dio lugar a una urbe fundada en el progreso y la civilización. Dio lugar a una ciudad moderna con efectos sobre la misma urbanización en un país que se iba modernizando. Las clases populares fueron objeto de intervención en el marco de esta ciudad civilizada y elitista, teniendo que convivir con múltiples formas de integración y de rechazo, que varían de forma.

La persecución policial, por ejemplo, es una clara marca de la estigmatización de ciertos sectores populares y es una de las formas en la que este merecimiento (negación) se exterioriza.

Pero, es cierto que históricamente rechazados, las clases populares también resisten y generan diferentes formas de habitarla que a la vez que las utiliza y convive con ellas impugna las políticas hegemónicas.

Es por ello que volvemos a destacar que en este trabajo focalizamos nuestra atención en uno de esos procesos: la negación de la vivienda.

De esta forma, los movimientos tienen problemas para conseguir espacios dónde funcionar y poder llevar acabo sus actividades en lo cotidiano, entre ellas mantener el comedor que cumple un rol central, llevar adelante los proyectos productivos, proporcionar un techo a los que no lo tienen, organizar las marchas, confeccionar las planillas de los planes sociales, etc.

Por las características que adquiere la intervención del Gobierno de la Ciudad, los comedores populares deben enmarcarse dentro de cierto marco legal, parte del cual es que éstos deben funcionar en espacios “legales”, por ejemplo, un local alquilado.

Por las formas que adquiere el contrato de alquiler en la ciudad existen fuertes dificultades para poder hacerlo.

La toma de un local, como vimos, aparece como una posibilidad. Pero en realidad, tengo la impresión que esta opción se presenta como una postura relacionada con el coraje, el valor que se le asigna a las tomas pero no tanto como una elección. Uno de los integrantes dice que “si tuviéramos una toma sería más fácil, sería un gasto menos. Hay veces que no llegamos para pagar el alquiler [pero no lo hacen] porque es muy difícil conseguir locales para tomar y porque no nos respalda nadie. Además queremos vivir por derecha”. Esta visión tiene además como base la cantidad de desalojos que ha habido en los últimos meses en la zona (uno de ellos fue a la casa que tenían).

Para los integrantes, el desalojo forma parte de una política de especulación inmobiliaria privada, avalada por el Gobierno de la Ciudad. Así, terrenos que han adquirido valor en los últimos años, transformando todas las casas vacías en un negocio del gobierno18. Si bien la mayoría de los sujetos que integran los movimientos siempre han tenido problemas para acceder a la vivienda, en este contexto tanto los movimientos como sus integrantes encuentran una dificultad aún mayor. Pero este proceso no se produce en la resignación y hoy los movimientos son espacios de colectivización de los problemas habitacionales. 

A la vez, los integrantes cada vez encuentran mayor dificultad para vivir cerca de los lugares de trabajo (el local, las ferias del barrio de Barracas o San Telmo, algunos negocios que los “emplean” de vez en cuando). En especial los que viven en Barracas, San Telmo y Constitución (como vimos la revitalización del casco histórico de la ciudad, el precio de la propiedad se ha encarecido a la vez que parte de este proyecto de embellecimiento es la eliminación de ciertos sujetos sociales que aparecen como peligrosos y feos- los que viven en casas tomadas, hacinados, en propiedades en situación de precariedad habitacional, etc).

También son los mismos vecinos los que comienzan a ver con malos ojos estos sujetos, generando una situación de estigmatización de los pobres. La apuesta al turismo, por ejemplo, ha contribuido al intento de eliminación de estos sujetos. Si como dicen “vienen con euros y se compran todo, el cambio les conviene”, se ha configurado todo un mercado dirigido a este público (casas de arte argentino, marroquinerías, cafeterías, ferias “fashion”19, etc.)  donde ellos no cuadran. Si como escribe Lacarrieu (2005) “Es posible volverse “merecedor de la ciudad”, siempre y cuando la posición social que se ocupa, aún cuando sea indeseable, pueda negociarse y acabar asimilándose a las estrategias utilizadas en los nuevos procesos urbanos –por ej., los inmigrantes pueden ser al mismo tiempo exóticos y mostrables en itinerarios de la ciudad marcados y legitimados para ellos, pero también expulsables y encerrables en zonas desde las cuales sean invisibilizados por atribuírseles rasgos de delincuentes y criminales-” (376) 

 

La pobreza no forma parte de ese patrimonio construido, y cuando no es explícitamente “desalojada” actúan otros mecanismos de expulsión negando la posibilidad de reproducción social.

La imposibilidad de configurarse como otros “merecedores” les impide poder conseguir tanto espacios de trabajo como lugares para circular.

La dificultad de conseguir un local dónde realizar sus actividades hace que la reproducción misma de los grupos se ponga en riesgo.

En este sentido la vivienda forma parte del derecho al trabajo. Recordemos que las actividades que desarrollan dentro de los locales de los MTDs son sus formas de trabajo (Perelman, 2007) y que además muchos realizan trabajos en sus casas (por ejemplo tejen, arreglan o cocinan). A éstas debemos arreglar las “changas” que pueden desarrollar, las ferias en las que participan, etc. Recordemos que “la reproducción de las familias depende de la venta de la fuerza de trabajo de sus integrantes en el mercado de trabajo aun estando por fuera del marco legal”. (Grassi, 1991: 70) .

Conclusiones

Los sectores populares históricamente han sido estigmatizados en la Ciudad de Buenos Aires. Se les ha negado formas de estar, hacer, de ser. Estas maneras en que la negación se constituye van cambiando, son más fuertes en algunos momentos que en otros, se van resignificando. No todos los sujetos además están expuestos a las mismas prácticas: no son iguales los discursos para con los villeros, que para con los ocupantes ilegales en barrios de cemento.

Para el  caso del MTD de los Barrios de San Telmo, Barracas y La Boca, hemos hecho hincapié en un doble proceso. Por un lado, en el que “afecta” a toda la ciudad. Por el otro, y como parte de éste, el que viven ellos más directamente en función de su localización.

En el marco de una nueva forma de entender la ciudad, de una política de lugares y de memoria, el barrio sufre un proceso de fuertes transformaciones en el cual los pobres no tienen lugar. La estatización del espacio a partir de la reinvención del pasado y con ella de la caracterización de los sujetos “aceptados” ha dejado fuera a los integrantes: aumento en los alquileres de los locales, desalojos de casas, no les permiten ni desarrollar sus actividades como grupo ni estar cerca de los lugar de trabajo.

También es preciso recordar como estos procesos de entrecruzan con otros. La política alimenticia, por ejemplo, no suele verse en relación a la negación del espacio urbano. Sin embargo, están estrechamente ligadas: el MTD necesita del comedor ya que sus integrantes, desocupados, necesitan alimentarse. También sirve como vidriera para que nuevos posibles integrantes se acerquen. A su vez, este local es el centro de la vida social del movimiento. Allí se llevan a cabo toda una serie de tareas tan diversas como el “apoyo escolar”, la confección de las listas para los planes, un taller de costura, es un espacio de almacenamiento de mercadería y es el lugar de las reuniones. Este lugar debe estar legalmente constituido ya que sino no será habilitado por el Gobierno de la Ciudad para que le “bajen alimentos”. De esta forma, la necesidad de constituirse legalmente se conforma como un mecanismo de control basado en lo que ambos movimientos consideran una de las tareas primordiales: el de la alimentación. Negarles un espacio como comedor es negar la existencia misma de los sujetos. Así, la legalidad habitacional (no implica que estos lugares dejen de ser precarios) funciona como una condición casi sinequanon para la vida del movimiento. Al mismo tiempo, con los bajos ingresos monetarios y la dificultad para movilizarse a grandes distancias existe la necesidad de vivir cerca del local del movimiento/lugar de trabajo. Pero ante el crecimiento de emprendimientos como parte de la gentrificación del barrio, los locales son cada vez más escasos. También se van rompiendo ciertas lealtades y simpatías hacia esta población que ya no encuentra en sus vecinos aquel reconocimiento como sujetos válidos en el barrio.

De esta forma, si antes esta precariedad habitacional y laboral los hacía rotar por distintas casas, inquilinatos, hoteles del barrio, hoy esto parece cada vez más difícil. El proceso de reconversión del barrio tiende a expulsarlos de la zona a lugares cada vez más lejos (uno de los nuevos locales está a dos cuadras del Riachuelo).

Kowarick (1991, en Carman, 2003: 121) “las frecuentes mudanzas tienden a desenraizar a estas personas, y tal vez hasta a dificultar una consolidación más efectiva y afectiva de los lazos (...), elemento básico para enfrentar el cotidiano expoliativo de nuestras ciudades”. (Carman, 2003: 121), es por ello que los sentidos, los efectos de esta negación son mucho más profundos que una mudanza.

Queremos concluir esta ponencia remarcando- por más de que no haya sido objeto de este trabajo- que más allá de este intento de negación del barrio, los sujetos resisten, resignifican la intervención del Estado y la interpelan de diversas formas. La ciudad sigue estando en constante disputa entre distintos actores que la utilizan de maneras diferentes, que actúan de diferente forma. Así los integrantes del MDT construyen una serie de estrategias para poder seguir viviendo en el lugar que ellos piensan que tienen derecho a hacerlo.  

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* Una primera versión de este trabajo fue presentado en la VII Reunión de Antropologia del Mercosur.

[1] La legitimación  de unos referentes simbólicos a partir de una fuente de autoridad esencial, extracultural le da ese carácter inmutable. Cuando confluyen estas fuentes de autoridad en elementos culturales asociados a una determinada identidad y a ciertas ideas y valores, éstos asociados a elementos culturales que la representan, agregado al discurso que la suma del conjunto que estos elementos genera, adquieren este carácter sacralizado, que aparecen de forma aparente como inmutables y esenciales. La base de estos elementos deben enmarcarse dentro de este triangulo: esta fuerza que detentan la naturaleza, la historia y la genialidad se debe a que “están mas allá del orden social y de sus leyes”; la naturaleza por no poder ser controlada por el hombre; la historia, tampoco puede ser controlada por ser tiempo fuera del tiempo; la genialidad, por último, es la excepción cultural. Los límites del triangulo mantienen en medio el pool virtual de referentes simbólicos patrimoniales, que deben ser activados. Acá entra en juego la negociación y las relaciones de poder y, es en donde influye, la legitimación y sacralización que anteriormente mencionaba. Los bienes patrimoniables deben tener cierta eficacia simbólica, es decir, la capacidad de transformar las concepciones y creencias en emociones, de encarnarse y de condensarlas (deben tener la capacidad de evocación y condensación). (Cf. Prats, 1999)

[2] La idea de city marketing se encuadra en el contexto de pensamiento de las ciudades globales (Cf. Sassen, 1991)

[3] Este proceso se enmarca en un contexto de recualificación cultural inspirado en el caso de Barcelona. Según Carman “este modelo de recualificación cultural urbana sirvió de fórmula de exportación e inspiración para numerosas ciudades del mundo y particularmente de Latinoamérica, incluyendo a los funcionarios del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que lo han reivindicado en varias ocasiones como el espejo donde les gusta mirarse. Si bien, como señala Fiori Arantes (2000c: 18), no todos los planes de recualificación de las ciudades “aspirantes a protagonistas globales” derivan del paradigma Barcelona, alcanza con que se trate de promoción mediante comunicación de imagen –la denominada estategia de image-making- para que todos tengan el mismo aire de familia.” (Carman, 2006: 137)

[4] Girola nos recuerda que “con frecuencia se ha utilizado el concepto de gentrificación para aludir a la apropiación de áreas degradadas o marginales de la ciudad por parte de clases medias en ascenso. En su acepción original, la noción refería al reposicionamiento de la centralidad a partir de procesos de apropiación cultural dirigidos por el mercado (O’ Connor y Wynne, 1997). Tanto en Europa como en América Latina, el término se ha difundido, especulándose con la posibilidad de ampliar su significado hacia otros espacios de la ciudad, más concretamente hacia los procesos de expansión de la periferia como producto del desplazamiento de franjas igualmente acomodadas. (Girola, 2005: 890)

[5] Por no ser relevante preferimos mantener al Movimiento sin nombre para preservar a nuestros informantes.

[6] Recordamos que durante diciembre de 2001 y los meses siguientes se produjeron una serie de procesos. La caída del gobierno de Fernando De la Rúa, la devaluación de la moneda nacional, niveles de desocupación históricos, se generaron una serie de acciones colectivas como las asambleas barriales, los cacerolazos, piquetes, marchas de ahorristas, etc, escarches a bancos, empresas públicas privatizadas, etc

[7] Cabe destacar que los discurso de la antigüedad y de la legitimación de ciertos grupos sociales no es nuevo. Sin embargo, éstos no son rígidos. Muy por el contrario se resignifican constantemente a partir de una serie de procesos que hacen que se activen o dejen de funcionar.

[8] El comedor, además de intentar solucionar el problema alimentario de los integrantes sirve como mecanismo de cooptación para nuevos integrantes. Muchos se acercan buscando algo que comer. La respuesta suele ser “si quedate no hay problema, pero tenemos que charlar, así te contamos que es esto”.

[9] Varios MTDs forman una suerte de coordinadoras, que tienen personería legal y jurídica.

[10] No todos los integrantes de los MTDs son desocupados ni dedican todo su tiempo a las tareas del movimiento. En realidad los MTDs son grupos conformados de manera compleja y heterogénea.

[11] Cuando hablamos de familia no estamos necesariamente pensando en padre, madre e hijos. Existen además de la familia tipo, otras conformadas por madre solas (solteras, parejas presas, viudas  e hijos); familias extendidas y  también una familia inmigrante (ilegal).

[12] Denominamos militantes a los que tienen un rol activo en la participación cotidiana del movimiento.

[13] Hablamos ahora sólo de dinero, aunque sabemos que los ingresos familiares no deben medirse sólo en moneda.

[14] Alrededor de 130 dólares estadounidenses.

[15] Pero también se produjo un doble proceso que complica la situación aún más para los movimientos localizados en el ámbito de la Ciudad: por un lado, la devaluación implicó una pérdida más que significativa en el poder adquisitiva de los sujetos; por el otro, y como parte de este mismo proceso, las transformaciones en el mercado inmobiliario hace que la posibilidad de costear un terreno se haga cada vez más difícil. El mercado de alquileres ha sido un lugar de máxima especulación. Con la falta de créditos para la compra (la imposibilidad de acceder a uno); los cambios en la política - como vimos siguiendo a Cravino et. All (2002)- tendientes a la construcción de viviendas para los sectores de menores ingresos; una mayor demanda de alquileres; han hecho que en los últimos años la situación sea mucho más difícil.

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