Mirando al sur: Renovación urbana y construcción de atractivos turísticos en el barrio de La Boca

Autora: Gómez  Mariana Soledad

Área de Estudios Urbanos, Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales,  Universidad de  Buenos Aires.  Becaria, CONICET, bajo la dirección de la Dra Hilda Herzer.

El presente trabajo tiene como objetivo principal describir nuevos atractivos ritualizados que se plasman en un área delimitada de la Ciudad de Buenos Aires -el barrio de La Boca- y que se vinculan con la rehabilitación de algunos sectores del mismo y los usos orientados al turismo. Nos interesa analizar en términos generales, la configuración turística del barrio y de qué forma los mapas turísticos denotan los espacios y delimitan los recorridos que deben realizar los turistas locales y extranjeros. 

 La boca. Vista panorámica de la renovación de la ribera desde la calle Pedro de Mendoza.

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 Fuente: Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2006.

“El hombre moderno está condenado a buscar en otro sitio, en todas partes, su autenticidad, a intentar captar un reflejo de esta en la simplicidad, la pobreza, la castidad o la pureza de otros”.

 

Dean Mc Cannell[1]

 

 Resumen
La puesta en valor de algunas zonas degradadas y obsoletas, la recuperación de muesos y casonas como galerías de arte y la generación de una nueva área comercial sobre la Vuelta de Rocha destinada al consumo turístico, etc, generan una fisonomía diferenciada del barrio. Viejos lugares tienen ahora un modo renovado de definir ese uso típico que siempre fue el turismo en La Boca. En efecto, buena parte de esos nuevos usos no están destinados a los habitantes locales del barrio e introducen nuevos actores y lógicas de actuación en este escenario.

 

Si bien este trabajo se inscribe en el marco de un proyecto mayor[2] , aquí se estudian sólo algunos de los atractivos que aparecen en los mapas de recorridos turísticos: que en materia de promoción turística están siendo implementados en el barrio por el gobierno local. Cabe destacar que las fuentes de información secundarias utilizadas para este análisis son los documentos de políticas públicas vinculadas con la promoción turística en la zona sur elaborados por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y los mapas de recorridos turísticos[3], confeccionados por la Subsecretaría de Turismo dependiente del mismo.

 

 También se utiliza la página de Internet que el GCBA ofrece desde su nuevo portal dedicado exclusivamente al turismo en la ciudad; “una herramienta de calidad para promocionar la Ciudad”, tal como lo define el mismo.

 

 
El barrio sobre el cual se investiga, fue seleccionado a los fines de este trabajo, debido a su relación con los procesos de renovación específicos que sobre todo en la década de los noventa, fueron motorizados por iniciativa del poder local y de actores privados. En ese sentido, La Boca, fue objeto de procesos de reconversión. En las imágenes visuales, se advierte cómo el auge cultural y el consecuente proceso de transformación urbana de los años noventa imprimieron un nuevo aspecto estético a este emblemático barrio sureño.

 

Nos detendremos entonces a examinar el proceso de renovación urbana en el barrio ya que aporta elementos para la comprensión de la dinámica específica que adquiere hoy el turismo en él. Por otra parte, el fomento del turismo que se viene desarrollando actualmente en Buenos Aires, conforma un plan más amplio pensado para el mediano o largo plazo que tiende a promover el desarrollo económico de la ciudad en su totalidad.

 

En el caso de La Boca, la industria del turismo desempeña un papel central. Sin embargo, la Boca presenta dos caras. Una, es la tradicional recreada por los nuevos usos -nostálgica, mítica, colorida, pintoresca-, terciarizada y accesible (protegida, segura)- que se quiere resaltar y viabilizar a través de las políticas de promoción turística pensadas en clave comercial. La otra, es la que nos muestra sus inquilinatos, hoteles, pensiones y viviendas degradadas; lo cual da cuenta del carácter dual y contradictorio de las políticas en cuestión y de las estrategias de desarrollo llevadas a cabo por el gobierno local. Se trata entonces de una “modernización de lo arcaico”, que rearticula los rasgos tradicionales del barrio con las nuevas lógicas del mercado turístico.

 

Cabe señalar que el trabajo consta de una introducción que presenta el contexto general del proceso estudiado; luego se pasa a la descripción del proceso de cambio del consumo turístico a lo lago del tiempo, y a continuación se presenta un análisis de algunos de los atractivos turísticos y de sus características principales, centrándonos en el conventillo como nuevo atractivo cultural. Por último, se presentan las conclusiones.

 

 1- Introducción.

 

1.1. Contexto social y transformación urbana en la Ciudad de Buenos Aires

 

La ciudad de Buenos Aires presenta un mapa socioeconómico diversificado y heterogéneo, fragmentado y desigual. Este mapa, se inserta en un contexto de transformación urbana más amplio que conlleva la desindustrialización de las áreas centrales, el desplazamiento de numerosas actividades industriales a los suburbios y la concentración en la ciudad de las actividades terciarias. Dentro de los cambios recientes que inciden en la configuración de la nueva ciudad se destacan la aplicación de políticas públicas destinadas a fomentar el turismo y el patrimonio histórico cultural.

 

 El sector industrial pierde su capacidad de absorción de capital y frente a los cambios ocurridos en la economía –merced a las transformaciones en los procesos de producción y de consumo, y a la desindustrialización- obliga a los sucesivos gobiernos locales a plantear respuestas ante la crisis; tales como la renovación urbana y la rehabilitación de entornos degradados. En ese sentido, el desplazamiento general de las personas y sus actividades no sólo son propiciados y modelados por el mercado sino que también son promovidos y monitoreados por los gobiernos locales que asumen la función de asegurar y gestionar la fractura de la ciudad en función de usos territoriales diversos (Marcuse, 1986).

 

 Ahora bien, el reemplazo de una economía apoyada en la producción industrial tradicional por otra orientada a los servicios avanzados (Sassen, 1991, Cicollela, 1999), produce sin lugar a dudas reestructuraciones territoriales en las ciudades en general y en las áreas centrales en particular. Surgen así nuevos espacios de consumo y recreación que ejercerán presión sobre el mercado del suelo.

 

 En el caso de Buenos Aires, la renovación urbana de ciertos barrios o zonas de la ciudad puede pensarse como un mecanismo o un medio para revitalizar la ciudad, eliminar las viviendas en malas condiciones y utilizar el suelo para proyectos más rentables[4]. El gobierno local encuentra en la reactivación de las zonas centrales de la gran urbe, un medio posible para aumentar sus ingresos fiscales y mejorar la prestación de servicios. En este sentido, las estrategias de renovación urbana, desde el punto de vista del embellecimiento estético suelen despertar consenso entre los sectores acomodados que habitan la gran urbe. Estos grupos, por lo general rechazan lo que consideran obsoleto de los barrios degradados, perdiendo de vista las consecuencias deseadas o no que los procesos de marras traen aparejados para los sectores de menores ingresos. En los estudios urbanos, éstos procesos han sido denominados de gentryfication.

 

 De lo dicho hasta aquí, se desprende que las ciudades viven actualmente un auge en términos de la renovación de sus centros o áreas históricas. En algunos casos, las políticas urbanas y culturales se dirigen a la recuperación y puesta en valor del patrimonio urbano (tangible e intangible). Particularmente, la ciudad de Buenos Aires, en el contexto macroeconómico de la postdevaluación, vive un “boom” turístico-cultural[5] acompañado por un proceso de renovación comercial dirigido fundamentalmente al ocio y al entretenimiento. A su vez, juegan en esto un papel central las políticas de revalorización del patrimonio urbano anteriormente mencionadas.

 

 Este “boom cultural”, como bien señala Gorelik (2006), trata de explotar una imagen estereotipada del sur de la ciudad a partir de aquellos íconos simbólicos identificados con el origen de los barrios que la componen; resaltando expresiones culturales como el fútbol, el conventillo, las casas de color en La Boca, el Tango en San Telmo y Barracas, el gaucho, las artes plásticas, el casco histórico, etcétera. Siempre en la perspectiva de resaltar una imagen turística particular de Buenos Aires y precisando un perfil específico de la ciudad.

 

 Las actuales políticas de fomento al turismo en el marco de la renovación se han convertido entonces en nuevas dinamizadoras de áreas degradadas o abandonadas. Es en este contexto, el gobierno local desarrolla sus estrategias rescatando el patrimoniohistórico-cultural e incorporándolo a los nuevos circuitos turísticos. Es así como algunos fragmentos del área sur, se convierten en recursos económicos y, especialmente, en recursos turísticos, ocupando en consecuencia un lugar importante en la gestión urbana de los gobiernos municipales (Ballart Hernández y Tresserras 2001; Cortés Puya 2005; Mazón, 2001; Ballart, 2002; Santana Talavera, 1997, 2003; Prats, 1997 2003; Ballart 2002;).

 

2. Turismo cultural y el patrimonio urbano como recurso turístico

 

Durante el siglo XIX la elite europea impulsó la conservación del patrimonio cultural registrado hasta ese entonces. Sin embargo, será en el siglo XX con la aparición del turismo como práctica social masiva que se sumará el interés en obtener una clara rentabilidad a través de la mercantilización de lo histórico-cultural. Tras la Segunda Guerra mundial, esta tendencia se irá incrementando privilegiándose los recursos culturales.

 

Junto a la tentativa de los organismos como la UNESCO en 1960 y las Naciones Unidas (ONU), y otras agencias internacionales en los ‘70’s y ‘80’s como la OMT[6], el Banco Mundial y el PNUMA[7], se empieza a incorporar el llamado turismo cultural a los programas del turismo en general. En consecuencia, se promueve realizar el tratamiento del mismo en diversos foros internacionales sobre el tema. En esa línea, cada país irá encarando la cuestión del turismo cultural de acuerdo a sus circunstancias y a los contextos locales.

 

En 1980, la Asamblea General de las Naciones Unidas remarcó la importancia del turismo mundial y solicitó su desarrollo como medio para alcanzar un nuevo orden económico internacional que pudiese permitir el achicamiento de las gigantescas desigualdades sociales entre los países subdesarrollados y los más industrializados.

 

Posteriormente, se fueron incrementando las relaciones entre los países más industrializados y en vías de desarrollo. El turismo fue cobrando mayor relevancia y a medida que las grandes potencias probaron el éxito económico del nuevo recurso, muchos países subdesarrollados volvieron los ojos hacia él con la finalidad de reducir problemas de desempleo, desindustrialización, limitaciones del producto bruto interno, etc.

 

Es en este marco, que la ciudad de Buenos Aires destaca la importancia que otorga al turismo cultural, en el sentido de fomentar el desarrollo de las zonas más postergadas de la ciudad, rescatando su patrimonio histórico-cultural e incorporándolas a nuevos circuitos turístico-comerciales.

 

En la actualidad, las activaciones patrimoniales han ido adquiriendo nuevas dimensiones con el desarrollo del ocio y el turismo, penetrando directamente en el mercado y pasando a ser evaluadas en términos de consumo.

 

Generalmente a los destinos turísticos se les suele asignar un valor patrimonial, relacionado a un bien local. Es por ello, que se enfatiza la singularidad, la identidad y la autenticad de los bienes que conforman estos nuevos atractivos turístico-patrimoniales; donde la cultura local es el recurso al cual se recurre para promocionar determinados lugares. Lo interesante aquí, es que estos rasgos de singularidad que se construyen en torno a un atractivo en particular, son los que lo dotan de un valor a partir del cual logran ser vendidos en el mercado global frente a la aparición de un nuevo modelo de consumo. Éste, converge con la emergencia de un nuevo tipo de turismo que pone el acento en la cultura local, su identidad, sus costumbres, etcétera; así como también en otras formas alternativas de recreación y esparcimiento.

 

Este tipo de turismo, que se nutre de lo patrimonial y que encuentra en ello una de sus condiciones de posibilidad resulta una actividad cada vez más importante y característica de las sociedades post-industriales. Ahora bien, no siempre la vuelta al pasado o la apelación a la ciudad vieja como fuerza de lo singular, la identidad y la autenticidad conduce a una heterogeneización de los atractivos o a una diversificación de la oferta; ya que las tendencias a los regresos son también globales. La impronta de lo diferente se conduce en la misma línea de lo global, simulando una distintividad cultural aparente que no es más que la otra cara de la realidad global; ya que si no hubiese homogeneización con la heterogeneización de los productos culturales quizás no habría nicho de consumo para ser vendido al mercado global (Prats, 2004).

 

Kevin Gotham (2005) señala que el turismo es un fenómeno complejo y contradictorio, porque es un campo que anuda la relación siempre tensa entre lo local y lo global. En el mismo sentido que el geógrafo americano, David Harvey, afirma que mientras lo global representa una fuerza homogeneizante de la industria del turismo, lo local es el portador de la diversidad y la singularidad que hace "atractivo" a un determinado lugar. Ambos autores, acuerdan que el lugar o el suelo urbano es una mercancía particular, porque a diferencia de otras mercancías ésta no circula, es fija. En el caso del destino turístico como mercancía, éste, está espacialmente anclado en un territorio donde el turista lo consume en su lugar de producción, que es lo local; a diferencia de otras mercancías que se consumen en el ámbito de la circulación. En este sentido, la producción de la diferencia acentuando la singularidad de una determinada ciudad, se realiza a través de la revalorización de su patrimonio urbano y cultural, ligándose su dimensión tangible e intangible del patrimonio: “El descubrimiento de nuevos destinos turísticos no es un fenómeno que esté ligado a unos lugares concretos, tal y como sucedía tiempo atrás con el turismo de masas, sino que todos los espacios, actividades sociales y acontecimientos históricos y culturales pueden ser objetivo de la insaciable mirada turística” (Mazón, 2002: 230).

 

En las últimas décadas se observó un agotamiento de los destinos tradicionales de sol y playa que caracterizó al turismo social y familiar surgido con los Estados de Bienestar. Ello no quiere decir que estén desapareciendo pero si que han cambiado los consumos. Ya hacia fines de los años setenta, el turismo de masas- que buscaba principalmente el sol y la playa- empezó a mostrar sus limitaciones y trajo consigo problemas sociales y ambiéntales. A partir de la década del ‘80 se comienzan a implementar nuevas modalidades de turismo que tuvieran en cuenta la motivación del turista y la capacidad de relacionarla con la posibilidad de vivir una “experiencia cara a cara”. Este tipo de turismo, se caracterizará por ser un no masivo y por contar como principal elemento diferenciador con la “visita” a la comunidad local. La diferencia entre el turismo masivo y el cultural, al menos en el plano discursivo, es que el turista masivo es sólo un “espectador” pasivo de la realidad que le toca conocer. El turismo masivo, se desarrollaba generalmente en ambientes naturales como la montaña y la playa, mientras que el turismo cultural se desarrolla en los espacios urbanos, las ciudades y sus barrios, etcétera[8].

 

Este tipo de turismo es muy visible actualmente en los nuevos viajes culturales a destinos denominados desde occidente como “exóticos”. En él, se incluye un tipo de turista itinerante que busca, ante todo, un cambio cultural y social aparente. Este turista, pertenece a clases medias acomodadas de rentas elevadas, o bien economiza para viajar. La principal motivación de su viaje es lo cultural. La fotografía, es para él la evidencia empírica irrefutable de que el viaje ha sido realizado. Así certifican las clases medias la experiencia turística. (Mc Cannell, 2003, Sontag, 1973).

 

Para este nuevo turista, el eje de su visita está determinado por participar en nuevas experiencias culturales y por experimentar la “cultura” en el sentido de una forma distintiva de vida (Hughes, 1996, en Santana, 2002:7). Fundamentalmente, su demanda se centra en lo que las personas del lugar a visitar realizan o se supone han realizado en el pasado. Éstos, son los consumidores del nuevo “patrimonio cultural”.

 

En este sentido, el estilo de vida, el consumo y la desigualdad social también pueden verse reflejados en el consumo de la cultura y en el uso que la actividad turística hace de ella. En palabras del sociólogo francés Alaine Touraine (1969: 222) se produce una “estratificación social” del ocio; ya que a diferencia de años anteriores, los años ‘90 dieron lugar a nuevas formas más sofisticadas y elitistas del turismo.

 

Por otro parte, afirma Veblen, el ocio es un elemento simbólico, un atributo de clase, que siempre ha servido para que la elite demuestre su poder social. Hebert Marcuse, en El Hombre Unidimensional también sostuvo que eso sigue sucediendo en la actualidad y, si retomamos los trabajos de Bourdieu y Giddens entre otros, observamos que ellos también hacen referencia a las relaciones de consumo, a las pautas de conducta y a los estilos de vida entendidos como prácticas de distinción social. Es por ello, que ser turista en una sociedad de consumo, es apropiarse de la cultura como recurso de diferenciación. El uso que el turismo hace del recurso cultural que hoy conocemos como patrimonio se caracteriza, señala Santana, (2002:10) por la elección y la combinación de elementos de un amplio stock de atractivos que son fáciles de colocar en el mercado.

 

2.1. Turismo y patrimonio en el marco de la renovación

 

 Según Llorenc Prats (1997,1998), existe una tendencia contemporánea a la patromonialización. “El pasado ha pasado a ser para nosotros una verdadera necesidad,... esta palabra aparece con tanta frecuencia en el discurso oficial actual que todo cuanto nos rodea, desde lo individual a lo colectivo, y de lo concreto a lo intangible, puede convertirse de pronto en patrimonio ” (pág. 7).

 

Prats (1997) afirma que una de las características excluyente del patrimonio es su capacidad para representar simbólicamente una identidad. Sin embargo, el concepto de identidad se encuentra estrechamente ligado al de memoria, y en las definiciones sobre el patrimonio ambos términos aparecen mezclados. Así, la Dirección de Patrimonio del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires define al mismo como “el conjunto de bienes culturales que nos pertenecen a todos como parte de una sociedad y constituyen el legado y sustento de la memoria histórica y de nuestra identidad cultural como Nación” (www.dgpatrimonio.buenosaires.gov.ar.)

 

 Este modo de concebir el patrimonio como un relicto del pasado y como un legado o depósito de la memoria histórica, se reconduce a la época en que se constituye el Estado–Nación moderno; en la que el patrimonio se conformó a imagen y semejanza del mismo. Sin embargo, como sostiene Rosa Mantecón, en la actualidad, ha empezado a asumirse que el patrimonio no es algo dado, natural, o la riqueza de un pueblo o una nación como plantean los agentes oficiales; sino una construcción social que surge de un proceso activo y selectivo elaborado en el presente. En palabras de la autora: “ la construcción del patrimonio histórico cultural es una operación dinámica, enraizada en el presente, a partir de la cual se reconstruye, selecciona e interpreta el pasado. No se trata de un homenaje a un pasado inmóvil, sino de la invención de la continuidad social” (Mantecón, 1998: 5).

 

 La historia, o el “trabajo de encuadramiento” de la memoria (Pollack, 1989), como mecanismo selectivo que implica tanto recuerdo como olvido, juega un importante rol en el proceso de reconstrucción e interpretación del pasado. Para Pollack (1989: 9), el trabajo de encuadramiento de la memoria se alimenta del material ofrecido por el pasado y la historia pero reinterpretándolo en función de los combates y las necesidades del presente y del futuro.

 

 Por otro lado, sostiene Pollack que una “memoria encuadrada” puede ser considerada como un instrumento de reconstrucción de identidad, y que en ocasiones, los rastros de dicho trabajo son objetos materiales. La memoria así guardada y solidificada, se expresa en los monumentos, las estatuas, etcétera.

 

 No obstante esto, aunque el trabajo de encuadramiento de la memoria es inherente al proceso de construcción del patrimonio, no basta con el mismo para que un bien constituya un patrimonio. Debe haber intervenciones que seleccionen, construyan y activen los productos del trabajo de encuadramiento de la memoria. Y esta es una tarea por sobre todas las cosas política, hegemonizada por el poder constituído. Como sostiene Prats, el Estado es el principal agente de activación turístico patrimonial. El patrimonio da prestigio y dinero a las naciones, es un valor socialmente reconocido. Es través de activaciones patrimoniales como el turismo que se recompone la economía. En este sentido, el autor español afirma que no activa quien quiere, sino quien puede: sin poder, “no existe patrimonio”, (Prats, 1997: 35).

 

 En resumen, podríamos decir que un patrimonio es una memoria encuadrada (o una memorización), que encuentra un soporte material que vehiculiza o representa identidades, y que tiene un Estado detrás; que la selecciona, construye, activa y preserva. La construcción y activación del patrimonio trata entonces de una distinción política resultante de procesos socio-históricos concretos; ya que no hay nada que permita definir a priori qué es un patrimonio, más allá de su activación por el poder político. Como sostiene Prats, (1997:23) las fuentes de autoridad sobre las que se construye el patrimonio y lo que a la vez lo legitima, son la historia, la inspiración o el genio creativo y la naturaleza. En ese sentido, lo que se considera creativo, histórico o parte de la naturaleza, será fruto de decisiones arbitrarias y dependerá de cuestiones culturales, políticas y socio- históricas.

 

 De esta manera, consideramos a la construcción turístico cultural realizada por la Subsecretaría de Turismo y Patrimonio del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en los mapas de recorridos del barrio de La Boca, en oposición con otras memorias que carecen de representación oficial. En ese sentido, pensamos al pasado histórico del barrio en torno del cual se seleccionan y construyen determinados atractivos mientras se invisibilizan otros; a la vez que determinadas versiones del pasado que niegan otras y las silencian.

 

Actualmente, comienza a imponerse gradualmente la dimensión estética y cultural, es decir, mercantil del patrimonio; como se señalará en el apartado siguiente, las zonas en las que se escenifica la historia oficial son sólo un aspecto de la misma. En otras palabras, el patrimonio se utiliza no con el simple propósito de narrar la historia, sino como recurso para hacer más “atractivo” un barrio, fomentar el consumo visual del mismo y embellecerlo; en la perspectiva de generar renta económica por medio de la atracción que ofrece el turismo y de los beneficios derivados del entretenimiento y el esparcimiento.

 

 3. Los mapas

 

 Los mapas de recorridos, junto con las fotos, guías visuales y de audio instauran, organizan y construyen ciertos atractivos. Junto a los folletos, las guías y otros materiales publicitarios, los mapas desplegables de la Subsecretaría de Turismo y la Dirección General de Patrimonio difunden sitios e imágenes con el objeto de fomentar el consumo de ciertos atractivos.

 

 Según el organismo citado, los mapas de recorridos del barrio de La Boca se elaboran con el fin de que los turistas o la población en general, valorice y preserve el patrimonio a través de las visitas turísticas. En este sentido, el mapa incluye imágenes y fotografías de los sitios e instituciones del barrio considerados significativos y de valor turístico-patrimonial a los que caracteriza como sus “hitos”. Además contienen un plano del barrio en el que se encuentra detallado el “recorrido barrial”. De este modo, lo que se propone a los individuos a través del mapa que se les proporciona y del recorrido señalado allí, es que realicen una suerte de visita guiada por el barrio, en la que por medio de ese implemento visual se les dice qué mirar, y cómo, además de qué tiene “valor” y que no.

 

 Es a través de los mapas, que se contribuye a la construcción de un relato que legitima un tema, exaltando algunos circuitos y atractivos. Este relato, debe ser perseguido por los turistas como guiones. Existe a su vez un temario que hace legible el guión, y el guión realiza una descripción puntual de las atracciones.

 

 
Los efectos de construcción social de la realidad derivados de tal estrategia son bastante elocuente. Antropólogos, geógrafos, sociólogos, historiadores y otros cientistas sociales coinciden en señalar que la construcción de un mapa no es un acto neutral, y que los mismos no son instrumentos meramente técnicos que muestran una realidad objetiva. Tampoco son sistemas de símbolos que se limitan a representar una parte de la realidad, sino que contribuyen a construirla y a estructurarla. Pero si el trazado de un mapa no es una acto neutral, menos lo será la articulación de un recorrido o trayecto dentro de un contexto urbano determinado. En este sentido, nos interesa desarrollar la idea de marcadores estructurada por Mc Cannell.

 

 Este autor, ha adaptado la palabra “marcador”[9] a la información provista de una visita especifica. Esta información, provista por el marcador, intenta ir más allá que el nombre de la vista, su imagen o mapa de ella. En concreto, el significado de marcador en contextos turísticos tiende a estar relacionado con la información que se refiere a una vista[10].

 

 Los turistas no ven la Boca en ningún sentido empírico: Ven Vuelta de Rocha, Caminito, El viejo y nuevo Puente Trasbordador, los Conventillos, La Ribera, El Estadio de Boca Júniors, etcétera. Los turistas ven un conjunto de elementos denominado La Boca, cada uno de estos elementos constituye un marcador simbólico. Particularmente, cada elemento es una vista que requiere un marcador propio. Es decir, que la vista que el turista viene a contemplar es la pintura y los colores de Caminito y el marcador es la información; “esta, es una pintura con los colores originales de las casas”. En algunos casos, la información-marcador puede ser incorrecta.

 

 Hoy en día se cree que los colores de Caminito preservan los originales,[11] mientras que para algunos esa información es poco creíble[12]. Sin embargo, la transformación del marcador en vista transforma el museo Caminito en una exhibición todavía más importante, ya que el atractivo turístico adquiere vida a raíz de la nueva información resignificada. Así era la vida en el barrio!!!!”. A medida que el marcador se vuelve en la vista, ésta se convierte en marcador y la estética de la producción se transforma en estética del consumo y de la atracción ( Mc Cannell,2003, 159).

 

 En esta línea de pensamiento, sostenemos que los mapas intentan legitimar un área turístico-patrimonial basada en una “identidad” que remite al arte, la historia, la cultura y por sobre todo al color. El color juega un papel importante en la construcción de algunas zonas del barrio como atractivo. Entre los mapas analizados una de las características comunes que encontramos fue que en ellos opera una sobrevaloración del color, como algo singular y especial del lugar que lo transforma en único en comparación con otros espacios de la ciudad (Carman, 2005). La ausencia de color en el recorrido indica el final de la eficacia “mágica”, en donde la calle o manzana donde se ubican los conventillos no reconvertidos en atractivos turísticos no han de obtener un plusvalor folklórico tornándose en consecuencia comparables a los de cualquier otro barrio de la ciudad (Carman, 2005).

 

 Estos mapas[13], funcionan como símbolos que legitiman atractivos procesos por los cuales se crean paisajes a partir de la revalorización turística del patrimonio. Para el caso de la Boca; el recorrido pictórico que propone la calle museo al aire libre Caminito y la calle de los artistas Magallanes, se centra fundamentalmente en el color. El color opera como un límite en los recorridos; vale decir que delimita todo aquello que es merecedor de ser visitado. Su ausencia, delinea todo aquello que dejó de ser interesante para transformarse en peligroso, como la calle Necochea, ex circuito de cantinas y bares hoy abandonada por el proceso de renovación.

 

 Al mismo tiempo resulta central destacar que los límites entre lo recuperado por el color, lo mostrable, y lo marginal-olvidado se vuelven evidentes. No se promociona entonces desde las agencias oficiales un programa que incluya al barrio en su conjunto, sino que se fomenta el consumo de recorridos puntuales y espacialmente localizados.

 

 
Finalmente el mapa llama a conocer el conventillo presentado como lugar temático; como forma de hábitat popular y como elemento de curiosidad folklórica. Es el caso de los conventillos reconvertidos que combinan la curiosidad por las formas características del hábitat local con los supuestos intereses de consumo de los turistas.

 

 3.1. El conventillo como atractivo turístico

 

 En este apartado se describe uno de los atractivos más fomentados en los mapas de recorridos.

 

Actualmente se piensa que los paisajes más sugerentes ya no son los ressort separados del resto de la realidad social, sino que la realidad misma se vuelve un atractivo en si misma (Capanegra, 2005). Esto implica un proceso de construcción social de los atractivos que incluye algunos aspectos y deja de lado otros. La construcción de un atractivo toma en cuenta sólo una parte del paisaje a ser mostrada, sólo aquella que responde a determinados objetivos y pautas culturales, y que es puesta en valor a partir de un constructo basado en imágenes (Bertoncello, Zusman y Castro, 2003: 15). En gran medida, la valorización turística-patrimonial de un lugar remite a criterios subjetivos externos a la población local, que objetivan al mismo en imágenes idealizadas propicias para el consumo turístico.

 

 La boca hoy: frente de conventillos reciclados.

Fuente: Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. 2006.

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Para ello utilizamos la definición de atractivo turístico (“atractividad”) desarrollada por Bertoncello, Zusman y Castro, (2003:285). Los autores, sostienen que las prácticas turísticas se organizan con relación a atractivos (históricos, culturales y naturales) que pueden no ser atributos del lugar “per se”, sino que son el resultado de un proceso social de construcción de “atractividad”.

 

En conexión con lo anterior, nos preguntamos por qué se activa[14] el conventillo cómo atractivo, ya que los conventillos que hoy se ofrecen para ser visitados, han pasado a constituir uno de los ejes turísticos más importantes que ofrece el barrio al turismo. En el marco de la renovación, el Gobierno de la Ciudad ha impulsado a algunos de los conventillos como “verdaderos” iconos del barrio y como referentes a través de los cuales se teje el vínculo con la historia barrial.

 

 El conventillo ha sido históricamente una de las tipologías de las viviendas propias del barrio de La Boca. Sin embargo, los que no viven en él y tienen una aproximación de experiencia de autenticidad escenificada (Mc Cannell, 2003) lo evocan disociándolo de las precariedades actuales asociadas a las vidas de sus habitantes.

 

En el contexto actual descripto, el conventillo aparece como un atractivo desde su dimensión simbólica, ligado a lo autentico; y es instrumentado como elemento de validación identitaria barrial. Aparece así como un producto que puede consumirse culturalmente, y como visita obligada de un recorrido en el que el turista puede reencontrarse con lo “pintoresco” del barrio; soslayándose que el conventillo es aún un sombrío presente.

 

  La boca. Frente de un conventillo tradicional no incluido en los mapas de recorridos.

 

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Fuente: Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.2006

 

De este modo, el conventillo convertido en atractivo, muestra de manera paradigmática la operación ideológica de sustitución simbólica a través de la cual se introducen nuevos usos a viejos lugares renovados.

 

 

 

Esta construcción, y su presentación como oferta cultural, como así también la peregrinación del turismo por dicho espacio –ahora de uso comercial-, que se nutre de un pasado “mítico” omite la vigencia presente de su uso habitacional ligado a una situación de pobreza y precariedad. En este sentido, un uso ha sido desplazado por otro y una narrativa posible de la historia y de la memoria ha sido omitida.

 

 Finalizando, analizaremos aplicada al conventillo la noción de autenticidad desarrollada por Mc Cannell; ya que anteriormente nos referimos a la cuestión de que en el marco actual de la renovación, este tipo de vivienda aparece como un atractivo caracterizado como “auténtico”.

 

 Según Mc Cannell (1988), una de las principales tendencias en la construcción de atractivos turísticos es fomentar la restauración, la conservación y la recreación ficticia de los atributos culturales de ciertos grupos sociales. Las identidades surgidas en respuesta son clasificadas por el antropólogo americano como “etnicidad reconstruida”, a la que define como “formas étnicas conservadas y mantenidas para la diversión de un grupo étnico distinto”. Para Mac Cannell, estas formas se dan en tanto “todos los grupos del mundo están situados en una red de interacciones global”. En ese sentido, estamos frente a una expresión simbólica orientada hacia un fin y (...) un valor de uso dentro”. La hipótesis de fondo de Mac Cannell es que lo que motiva al turista a desplazarse es el deseo de experimentar “interacciones auténticas” con otros, durante las cuales puede acceder a ver la vida cotidiana en un entorno diferente.

 

 Mc Cannell (2003) se pregunta qué es lo que convierte un atractivo en autentico, cuál es el proceso por el cual se crea la visita turística. En esa línea, se responde que la visita turística es ante todo un ritual moderno que sirve para explicar el uso del concepto de autenticidad.

 

En su análisis, trabaja con las nociones de “back” y “front” de Erving Goffman. Este último concepto hace referencia a lo que se muestra de un atractivo a los visitantes. En el caso de las comunidades locales, ese espacio es donde se toma contacto con el turista. Por lo general, esto se reduce a áreas de servicios como hoteles o lugares donde se sirve comida o se venden diferentes productos. El “back”, por su parte, refiere a las zonas privadas de la vida de los “nativos”, que por lo común se dejan lejos de la vista de los visitantes. Al igual que en la vida cotidiana de cualquiera de nosotros, la hipótesis que sustenta la división entre “back” y “front” es que nos comportamos de manera diferente en cada ambiente, según lo consideremos público o privado.

 

 Según Mc Cannell, el turista desea acceder a esa vida “autentica” del nativo, pero jamás consigue ese objetivo; ya que ese entorno sólo se da en el “back”, lejos de la mirada de los visitantes. Por lo tanto, los turistas sólo tendrán acceso a una experiencia desprovista de autenticidad, que se encuentra armada con fines comerciales. “La autenticidad misma procede a habitar la mistificación" ( Mc Cannell, 2003: 123).

 

 Para nosotros, un ejemplo reciente de mistificación diseñada para generar sensación de realidad es la reactivación de algunos conventillos como atractivos como los que se muestran en las imágenes. En esta línea, lo que se toma por real, podría de hecho ser una apariencia basada en una estructura de realidad. Sin embargo, la división entre “back” y “front” de Goffman, según Mc Cannell, nos permite realizar distinciones reduccionistas entre meros actos y auténticas expresiones de características verdaderas; ya que en aquellos lugares que son visitados por los turistas, las cuestiones son más complejas. No todos los turistas se interesan por ver detrás de la escena “back” de los lugares que visitan. A veces, para algunos, las regiones traseras no resultan de su agrado, prefiriendo una autenticidad escenificada[15] en atractivos turísticos.

 

 En general, la visita al conventillo se caracteriza por una organización social preparada para revelar como era el lugar hace años atrás. En algunos casos, durante la visita, se le posibilita al turista una entrada más “profunda” al lugar. Es decir, que se confunde el frente con las regiones traseras, diferenciación que para ellos no resulta problemática porque tales procedimientos poseen una cierta escenificación que les otorga un rasgo de superficialidad.

 

 Este tipo de atractivos se construye cada vez más en nuestras sociedades. Pero lo que se muestra, subraya Mc Cannell, no es la parte trasera que Goffman trabaja en su análisis de la vida cotidiana; más bien se ofrece una región trasera escenificada[16], un museo viviente; el conventillo. El desarrollo actual de este tipo de atractivos turísticos se caracteriza por venderlos como ”únicos”, razón fundamental para ser visitados.

 

 “La cruda exhibición de las intimidades de la vida cotidiana y su puesta en escena, convierte el ideal de la vida en espectáculo” ( Mc Cannell, 2003: 225).

 

 Para Mc Cannell un atractivo cualquiera sea puede mistificarse, pero un atractivo turístico, por la sola razón de serlo, está siempre siendo mistificado. Es decir, que la mentira está contenida en la experiencia turística y se presenta a sí misma como una revelación verdadera ( op, cit, 136).

 

 Siguiendo a Goffman, sostenemos que el atractivo, para cobrar vida, necesita de otras regiones, y esa región fundamental es la exterior. Es en función de ese público exterior (turistas, viajeros, etc), que se ritualiza ese atractivo convirtiéndolo en algo “original”.

 

 4. Conclusiones

 

 Lo expuesto hasta aquí permite señalar el carácter naturalizado con que se tratan desde el poder oficial local los atractivos turísticos. Lo reseñado, muestra que la condición de atractivo es un constructo social, consecuencia de un proceso socio histórico mayor -en este caso la renovación urbana del área sur de la ciudad- y de un proceso de selección y jerarquización de ciertas propiedades culturales al tiempo que otras se dejan de lado o incluso se ocultan.

 

Como expresamos al comienzo, una característica esencial del proceso de renovación urbana en el barrio estudiado es la conformación de nuevos atractivos turísticos. En tanto que los atractivos están orientados hacia un fin y cuentan con un valor de uso dentro del sistema global, son reconstruidos y producidos con arreglo al turismo. Por otra parte, los atractivos no son una colección de representaciones escogidas al azar, sino que se relacionan con lugares históricos del barrio que reúnen ciertos elementos que sirven a la dinamización del mismo.

 

 De este modo, la irrupción del turismo por el cual aparecen “estratos espaciales de consumo” (Ortiz, 1996) implica un proceso que tiene lugar en el contexto de lógicas sociales más amplias, que le otorgan sentido y lo justifican a través de las acciones concretas de distintos actores ( Bertoncello, et al, 2003).

 

En ese sentido, los procesos de renovación y rehabilitación, además de las complejidades, opacidades y contradicciones que encierran en sí mismos, son más intrincados aún cuando se ponen al servicio del turismo y la preservación patrimonial; al punto de correr el riesgo de terminar siendo meros donantes de productos culturales para un mercado en donde a veces el Estado se termina olvidando de la relación existente entre estos procesos y los intereses de los residentes locales.

 

 En síntesis, no siempre la promoción o fomento al turismo implican necesariamente el desarrollo local de una población. Muchas veces, un medio utilizado para la obtención de un determinado fin puede transformarse en algo absolutamente contrario para lo que fue pensado en su origen.

 

 
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[1] El turista, una nueva teoría de la clase ociosa, Editorial Melusina, Barcelona, 2003.

 

[2] La política de fomento al turismo en la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires.

 

[3] La selección de los mapas como fuentes secundarias se justifica, ya que creemos conforman una -instancia de cristalización de determinadas renovaciones urbanas del área sur de la ciudad vinculada con el desarrollo del turismo y el patrimonio.

 

[4] En general la mayor parte de los nuevos usos están vinculados al consumo de servicios y al turismo.

 

[5] Concordamos con Gorelik (2006) en que Buenos Aires ha pasado de ser el escenario de la crisis nacional a convertirse en un boom inmobiliario y turístico. Gorelik, señala que en la actualidad, se da en la ciudad un boom cultural que conlleva a un boom turístico peculiar. Por ejemplo, se comienzan a llevar adelante entre otras cosas los pique-tours vendidos a Europa, basados en un turismo cultural y a la vez militante, que desea conocer lo exótico.

 

[6] Organización Mundial de Turismo.

 

[7] Programa de la Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

 

[8] Una encuesta realizada por la Secretaría de Turismo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en julio de 1999 revela las preferencias de los barrios o sitios históricos de la ciudad. Los lugares elegidos son; el barrio de La Boca, Puesto Madero, San Telmo, Recoleta, etc. Lo que la nota destaca es como los atractivos urbanos son tan importantes para los turistas como lo atractivos naturales, nota; ¿ Qué les gusta de Buenos Aires? Diario La Prensa, 1999.

 

[9] En inglés marker .

 

[10] Véase relación entre los marcadores y la vista Cáp, 6.

 

[11] Esto es armar como un polo turístico a fuerza de una lavada de cara, ni siquiera con los materiales originales” (Entrevista a artesana, 2003).

 

[12] Un marcador de la verdad turístico no necesita tener valor de verdad desde el punto de vista científico o histórico. Sin embargo consideramos que una tergiversación grave estaría sujeta a una corrección colectiva constante.

 

[13] Cabe destacar, que trabajamos con mapas marcados que fueron todos aquellos que incluyen sitios de interés histórico, comercial, artísticos, gastronómico, etc. Es decir, que no se usó planos lisos sino mapas que cuentan con una jerarquización del espacio que se plasma en los íconos que señalan los lugares relevantes del barrio.

 

[14] Activar un repertorio patrimonial significa escoger determinados referentes y exponerlos de alguna u otra forma. Ello equivale a articular un discurso que dependerá de los referentes escogidos, de los significados de estos referentes que se destaquen, de la importancia relativa que se les otorgue y del contexto. Ninguna activación turístico patrimonial es neutra o inocente, sena concientes o no de ello los correspondientes gestores del patrimonio (Prats, 1998).

[15] Es el caso de los conventillos transformados en espacios temáticos, galerías comerciales, etc y que combinan la curiosidad por las formas características de hábitat local con los supuestos intereses de consumo de los turistas.

 
 

[16] Los valores predominantes en esta región son muy diferentes, inclusos opuestos a los que existen en la región delantera. Allí hay un clima formal, aquí se produce la informalidad. Es por ello que para Mc Cannell el turismo toma mucho de esto. La zona privada está asociada a la espontaneidad y esa espontaneidad será considerada como parte del espectáculo mismo.

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