ESPACIOS COMUNES HACIA LA CONSTRUCCIÓN DE UTOPÍAS URBANO HABITACIONALES. Buenos Aires y el urbanismo popular

 

Autor:

Mg. Arq. Víctor FRANCO LÓPEZ FADU-UBA / FAPyD-UNR

 

CHI.IEHu-UBA / CIPPS-UNR / CECUR-UNR

 

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Resumen

Frente a la crisis urbana global actual, potenciar las inteligencias colectivas instaladas en los territorios y recuperar el sentido político de la vivienda como hacedora de ciudad podría darnos claves para repensar el habitar contemporáneo.  El análisis del hábitat popular se plantea como opción para estudiar nuevas formas de  eficiencia económica, ambiental y social basadas en el paradigma emergente del procomún o la potenciación de la gestión comunitaria como forma de organización.
 
Para ello, en el presente texto se plantea que los espacios comunes generados a partir del hábitat popular pueden potenciar la micro-política y representar los gérmenes de posibles tejidos urbanos más sustentables.
 
Con Buenos Aires como escenario,se elige el barrio de Palermo para iniciar el análisis con los denominados departamentos de pasillo y los pasajes tan característicos como populares. El objetivo de este tipo de análisis  se evidencia la potencialidad relacional de estos espacios comunes para un nuevo paradigma económico-político que pueda hacerle frente al neoliberalismo instalado en las ciudades y que pueda servir como base para el fomento de nuevas utopías hacia alternativas urbano-habitacionales con densidad de escala humana, espacialmente más justas y económicamente colaborativas.

 

Palabras claves: inteligencias colectivas – hábitat popular – comunidad – espacios comunes – sustentabilidad – micro-política – departamentos de pasillo – pasajes


Abstract

Faced with the current global urban crisis, enhancing the collective intelligences installed in the territories and recovering the political sense of housing as a city maker could give us keys to rethink the contemporary dwelling. The analysis of the popular habitat is proposed as an option to study new forms of economic, environmental and social efficiency based on the emergent paradigm of the community or the empowerment of community management as a form of organization.

To this end, the present text proposes that the common spaces generated from the popular habitat can enhance the micro-politics and represent the germs of possible more sustainable urban fabrics. With Buenos Aires as a stage, the neighborhood of Palermoischosentobegintheanalysiswiththeso-calledcorridordepartmentsand the passages as characteristic as they arepopular.

Theobjectiveofthistypeofanalysisistohighlighttherelationalpotentialityofthese common spaces for a new economic-political paradigm that can deal with the neoliberalism installed in the cities and that can serve as a basis for the promotion of new utopias towards urban-housing alternatives with human scale density, spatially more just and economicallycollaborative.

 

Key words: collective intelligences - popular habitat - community - commonspaces

 - sustainability – micro-politics - corridor departments - passages

 

 

1.   CRISIS GLOBAL, DERECHO A LA CIUDAD Y LA VIVIENDA EN EL FOCO DE LAS LUCHAS SOCIALES

La propia estructura del sistema económico-político actual, basado en el crecimiento ilimitado, lleva asociada la sobreexplotación de los recursos del planeta de manera desequilibrada y la afectación, cada vez mayor, sobre la conquista del territorio. Las herramientas de expansión que el sistema utiliza, a través de la construcción de infraestructuras y la urbanización, comportan una implicación directa en la arquitectura, la ingeniería y el urbanismo contemporáneos. A esta situación insostenible para el planeta y que influye en la vida de sus habitantes a varios niveles, se le añade el problema proveniente de la “urbanización especulativa”, puesto que “la urbanización […] ha desempeñado un papel crucial en la absorción de los excedentes de capital, siempre a una escala geográfica cada vez mayor, pero al precio de un proceso impresionante de destrucción creativa que ha desposeído a las masas de todo derecho a la ciudad” (Harvey, 2008: 36). Asimismo, los procesos de especulación llevan intrínsecos, en su propia concepción, el problema de la desigualdad. De aquí surge el efecto devastador del “planeta de ciudades miseria”, evidenciándose la polarización de nuestro planeta y sus sociedades, puesto que sólo el 10% de la población mundial tiene acceso al 90% de los recursos del planeta y el otro 90% de habitantes se debe conformar con el restante 10% de los recursos y las infraestructuras.

Cabe destacar que los asentamientos humanos, especialmente en las ciudades, son factores claves en las complejas ecuaciones cuyas premisas son el crecimiento y el desarrollo, los problemas ambientales, los derechos humanos y la erradicación de la pobreza, y deberían ser estudiados a partir de nuevas concepciones revolucionarias en busca de un urbanismo más humano (Harvey, 1977: 330).

En realidad, aunque hoy en día ya la inmensa mayoría de la humanidad da por obvio y se legitima el derecho a la vivienda como un derecho humano, la vivienda sigue siendo más un privilegio que un derecho propiamente dicho. A pesar de las diferentes declaraciones de Naciones Unidas al respecto, la proclamación y su defensa en múltiples foros, asambleas y a través de organizaciones sociales, incluso su aparición en algunas Constituciones de países de América y Europa, parece no bastar para refrendarlo, puesto que“[…] las leyes las prácticas jurídicas y las políticas públicas no consideran este derecho como ejercitable, no se reglamentan, se mantiene intocable el código de derecho civil, no se aplica ni se exige a jueces y a gobernantes aunque lo consideren un derecho. Es lo que se denomina “derecho programático”, para que sea real depende de las políticas públicas y del mercado y solo tiene acceso a materializar este derecho o si tienen una demanda solvente o forman parte de una clientela política” (Borja,2015).

En este sentido, y especialmente porque el “derecho humano” es un calificativo que refuerza el mismo sentido del derecho puesto que comporta una exigencia moral ubicándolo en un ámbito basado en los valores más allá de las ideologías políticas y de los intereses económicos, debería priorizarse el valor de uso por encima del valor de mercado, donde las administraciones públicas y los promotores privados dialogaran con la población reconociendo sus derechos. Pero, en realidad, “la noción de vivienda como un derecho humano se contrapone a la visión de la vivienda como mercancía y como un activo financiero y se afirma con la idea de la vivienda como una política social” (AA. VV., 2001: 42).

La lucha de los movimientos por el acceso a la tierra y la vivienda, por una vivienda digna, por el fin de los desahucios, etc. alrededor del mundo evidencian la urgencia de entender y promover de una vez por todas que la vivienda es un derecho humano de vital importancia para la supervivencia de las ciudades contemporáneas, donde los habitantes deben estar en el centro del debate y deben formar parte activa de las posibles soluciones al respecto. El concepto de “vivienda adecuada” promovido por Raquel Rolnik como relatora para el Derecho a la Vivienda Adecuada del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas durante el período 2008-2015 intenta ir un poco más allá y aporta una idea interesante e importante en estos tiempos, donde “los Estados tienen la responsabilidad de proteger y promover la vivienda adecuada progresivamente” (AA. VV., 2001: 41). Esta idea rompe con un concepto fijo y universal de vivienda digna y obliga a ser actualizado constantemente según las necesidades históricas y contextuales.

2.       LA VIVIENDA POPULAR FRENTE AL PENSAMIENTO ÚNICO Y LA BÚSQUEDA DE UNA ESPECIE LATINOAMERICANA

Frente a esta crisis urbana global, la revalorización de las arquitecturas populares como una fuente de inspiración y de enseñanza se hace realmente importante y debería introducirse de manera urgente en el aprendizaje formal de las facultades de arquitectura. Se hace referencia aquí a un tipo de hacer arquitectura que se propone en minúscula y plural, que abarca aquellas arquitecturas cotidianas, tradicionales y artesanales, donde gracias a la experiencia y observación históricas se puede dar respuesta a la complejidad intrínseca al hecho de construir en el aquí y el ahora sin dejar de lado la riqueza cultural de un territorio y sociedad determinado.

Con la instauración de la hegemonía económico-política de los países del “norte”, y como efecto de la globalización que lo acompaña y expande, se ha estandarizado la arquitectura hasta constituir una especie de modelo a seguir. La instauración del denominado “pensamiento único” en todas las latitudes, que lo que hace “no es plantear soluciones para problemas (o mejor dicho, situaciones) existentes, sino plantear problemas a los que hay que buscarle solución” (Asensio, 2007), se ha conseguido universalizar la doctrina de forma vertical y unidireccional desde la prepotencia de Europa y Estados Unidos como proveedores del saber. Este hecho ha provocado la pérdida de la sabiduría tradicional de la mayoría del planeta, la incorporación de estándares descontextualizados y la dependencia de los países dominantes.

El territorio latinoamericano no quedó afuera de estos caducos y atrofiados paradigmas urbanos internacionales resultantes del proceso de mundialización y “menos aún encontramos esfuerzos de adaptación, apropiación o siquiera ejemplificación en nuestros territorios, relegados a la condición de objetos expectantes de alcanzar las complejidades centrales en una suerte de renovada confianza en el mito del progreso lineal e indefectible.” (Fernández Castro, 2007). Así, en contra de la transformación de la ciudad que plantea el modelo económico neoliberal en las ciudades, como son la verticalización y la suburbanización como formas del habitar contemporáneo en América Latina, cabe preguntarse cuáles son las tipologías capaces de responder a la demanda de una ciudad sostenible, que facilite el desarrollo de lazos sociales, que permitan la implantación de una actividad económica más horizontal y equitativa y que, a la vez, definan un marco de vida de calidad.

Frente la incapacidad del urbanismo convencional de dar respuestas en este sentido, se hacen necesarios nuevos abordajes, instrumentos conceptuales renovados y posturas metodológicas capaces de hacer frente a las nuevas y complejas realidades en constitución (Fernández Castro, 2007). Para ello, se propone la revalorización de las arquitecturas tradicionales y de las inteligencias colectivas ya instaladas en los territorios. A modo de síntesis genérica al respecto, se utilizará el adjetivo “popular” para denominar a este tipo de arquitecturas, puesto que responde, tal como explica Priscilla Connolly, a un constructo latinoamericano que interesa poner en valor y que encierra una complejidad muy propia de la región (Connolly, 2012). Y siguiendo a la misma autora, cabe destacar que “a pesar de que los aportes teóricos latinoamericanos relativos al fenómenos del hábitat popular han sido transcendentales, […] han quedado un tanto “marginalizados” por los debates al nivel internacional en los últimos tiempos” (Connolly, 2012: 31), cosa que hace más valioso todavía aportes en este sentido que evidencien, valoricen y difundan teorías propias de la región latinoamericana partiendo desde sus propios hábitats populares.

Con la idea de poner en valor y potenciar las inteligencias colectivas ya producidas, es preciso compartir y difundir los ejemplos de tejido urbano cuyas ideas están basadas en la cooperación, en la dependencia y en la solidaridad, puesto que “[…] los barrios populares no son consecuencia de procesos inmobiliarios o de las instituciones, sino de la acción social y la economía de medios. Este hecho acaba configurando un hábitat con valores rescatables para el urbanismo contemporáneo, como el papel de la vivienda como célula de ciudad, la conservación de la escala humana en el espacio urbano, la mezcla de escalas y usos o la definición de la calle como espacio social” (Sáez; García; Roch, 2010). Así pues, la reivindicación de las arquitecturas tradicionales o populares se debe también como reacción al mencionado modelo hegemónico y universalizador instaurado en la enseñanza de la arquitectura formal, que posterga este saber popular a la mera curiosidad, a lo pintoresco, eludiéndola como ciencia, banalizando sus experiencias y relacionándolas con la pobreza, la escasez y el “subdesarrollo”. Estar formados sólo para dar respuestas a un reducido porcentaje de la población que posee los recursos suficientes para hacer frente a un modelo de construcción íntimamente insostenible pone en cuestión la formación del arquitecto y sus prácticas, además de dejar de lado la realidad imperante, comprometiendo al territorio y sus habitantes.

3.   SUSTENTABILIDAD, TERRITORIO Y EL HÁBITAT CONTEMPORÁNEO

Focalizar la mirada en la ciudad existente con el objetivo de encontrar claves propias capaces de evolucionar en el tiempo es algo que el ser humano siempre hizo a la hora de transformar sus propios hábitats. Recuperar el papel de la vivienda en la ciudad puede proporcionar nuevos enfoques en la reflexión acerca de un urbanismo más sostenible, puesto que la vivienda popular, como ejemplo de producción social del hábitat, “nos permite evaluar la relación entre las formas de habitar y la sociedad contemporánea, así como estudiar nuevas formas de eficiencia económica, ambiental y social” (Sáez; García; Roch, 2010).

En este sentido, el concepto de sustentabilidad urbana que interesa para seguir adelante con el análisis es el denominado de “sostenibilidad fuerte” por José Manuel Naredo (1996). Así, la sostenibilidad fuerte presupone la equidad entre los miembros de la especie y, en consecuencia, no sólo asegura la viabilidad ecológica y física, sino que también sienta las bases, al menos las necesarias, para una convivencia pacífica y justa con nuestros semejantes. Y para dar respuesta a estos preceptos se cree necesario un planteamiento del conflicto urbano a cuatro escalas de manera transversal: la territorial, la urbana, la barrial y la de la vivienda.

Por un lado, el primer desequilibrio de las ciudades se genera a nivel territorial, con una concentración de población en un punto desproporcionada con respecto al resto del territorio. La gran ciudad es en sí una aberración. En parte, un modelo económico que permitiera la existencia de una red de ciudades medianas distribuidas por el territorio permitiría solucionar gran parte de los problemas actuales.

Por otro lado, a nivel urbano se observa una distribución desigual de la actividad económica y de los servicios, generando zonas de trabajo alejadas de los lugares donde se vive. Los problemas derivados del tiempo diario invertido en los desplazamientos del lugar de residencia al lugar de trabajo o tiempo de commuting, que influye notoriamente en los patrones de vida de los trabajadores, mejorarían si fuera más fácil vivir cerca del lugar donde se trabaja, además de disminuir la congestión de los sistemas de movilidad.

A nivel de los barrios, cabe señalar que las condiciones de calidad de vida se mejoran cuando el tejido social está estructurado y se fortalecen los lazos entre vecinos. La cooperación, la solidaridad y el apoyo mutuo contribuyen significativamente en el marco de vida que se genera. Para ello, es necesario que exista un espacio de socialización donde los lazos entre vecinos se puedan desarrollar: espacios comunes, espacios públicos, equipamientos…

En cuanto al tema de la vivienda en particular, a la hora de repensar el habitar contemporáneo, es importante el hecho de plantearse el sentido político que tiene la arquitectura de la vivienda como hacedora de ciudad y como espacio de convivencia y crecimiento personal. Ella debe responder a la diversidad de la sociedad, contribuir a mejorar la calidad de la ciudad y el territorio, hacer un uso razonable y responsable de las tecnologías disponibles y responder a unos objetivos sostenibilistas, además de potenciar la diversidad, la heterogeneidad y la flexibilidad, al mismo tiempo que permite las funciones de producción y reproducción en su propia estructura y la variación y evolución espacial en el tiempo (Muxí, 2010).

Sin duda, lo que se viene imponiendo es la idea de transformación radical de nuestras insostenibles ciudades modernas y nuestras formas de vivirlas. Parece que una de las claves de los enfoques territoriales acerca de la construcción de una ciudad sostenible sería la del reciclaje de las mismas ciudades, sin necesidad de construir otras nuevas o, por lo menos, el análisis y reinterpretación del tejido urbano existente en ellas.

 

4.             COMUNIDADES, REDES DE COOPERACIÓN Y ECONOMÍAS COLABORATIVAS

Con la instauración del derecho a la ciudad se experimenta una relación completamente nueva con lo político. Para ello, la creación de una cultura democrática local, pero sobre todo la movilización y el empoderamiento ciudadano, son necesarios para dicho cambio. El barrio o los círculos más próximos de convivencia parecerían ser los espacios más apropiados para la participación ciudadana y la construcción del sentimiento de pertenencia que empieza a gestar la idea de ciudadanía. Este modelo de ciudad resultante de estos procesos de empoderamiento ciudadano estaría garantizando un derecho que como pobladores urbanos estamos construyendo y donde el hábitat se coloca en el centro del debate. En este sentido, como dice el arquitecto peruano Sharif S. Kahatt (2013): “si la arquitectura aspira a recobrar un rol importante en el desarrollo de las ciudades y el paisaje construido, tiene que desarrollar la capacidad de operar en las redes económicas y políticas de la sociedad actual”.

Para transformar el cambio social y político que perseguimos para nuestras ciudades es necesario enfrentarse a la hegemonía ideológica del neoliberalismo con una nueva imaginación política que la cuestione. Se hace urgente “transformar el terreno de lo político, rechazar la reducción de lo económico a un asunto técnico, reivindicar que lo económico es absolutamente político y que en lo político hay siempre alternativas y esperanzas” (Massey, 2012: 12). La idea es poder interpretar el estado procesual de la construcción de ciudad mediante modos alternativos de evolución siempre dimensionando la existencia del “otro” en el espacio. El respeto y la tolerancia parecen ser los retos que plantea esta dimensión espacial con sentido político y económico que debe primar en nuestras ciudades como forma de convivencia. Para ello, una economía basada en valores éticos que puedan hacer frente al egoísmo financiero debe ser la clave en busca de justicia espacial, a través de la cooperación y la solidaridad de las comunidades.

Estas comunidades o redes, que representan a un grupo de personas que comparten recursos comunes de tipo tangible, intangible, privados, comunes, públicos, abiertos o cerrados, se caracterizan por “hacer más con menos”. De la combinación de recursos y de la capacidad para reinventarlos y combinarlos entre sí va a depender la estructura de la red, así como sus posibilidad de crecer y evolucionar en el tiempo. Así, ciertos desafíos en la creación y gestión de un sistema colaborativo de tipo comunal residen en identificar estos recursos, gestionar correctamente tanto su creación y combinación como su uso y cuidado colectivo (Tamayo, 2016).

Para la conformación y el correcto funcionamiento de estas comunidades cabe destacar la importancia de los “bienes relacionales”, cuyo universo cede el espacio a lo colaborativo. Estos bienes intangibles como la confianza, la reciprocidad o la amistad, “son co-consumidos y co-producidos al mismo tiempo por los sujetos involucrados en ellos” (Gutiérrez, 2016) y están profundamente relacionados a los espacios compartidos. Este modelo de “ciudad relacional”1 estaría tejido mediante capas de afectos y lazos intersubjetivos, cosa que podría permitir formas de seguridad y control basadas en el encuentro, la relación de vecindad y el diálogo.

Esto nuevo ecosistema de bienes, relaciones y reciprocidades interdependientes tiene al “compartir” como su ADN y a la vivienda colectiva como su representación simbólica como el espacio de escala de mayor proximidad. La acción de compartir se presenta con potencial para generar nuevas oportunidades económicas capaces de hacerle frente al modelo capitalista imperante recuperando conceptos como confianza o vecindad, bajo nuevos paradigmas como la “economía compartida”2, la “economía por el bien común”3 o el “procomún colaborativo”4 que vienen transformando las relaciones urbanas.

 

1. El concepto de ciudad relacional que se sigue es el propuesto por la jurista María Naredo (Fernández-Savater, 2013).

2 Según explican desde Destiempo urbano en el blog de Ciudad Viva, “las economías compartidas, heredadas de antiguas maneras de gestión y remezcladas con las tecnologías de hoy en día, suponen un cambio económico, social y cultural que las políticas locales deben fomentar y potenciar en sus agendas urbanas. Requieren una gran creencia en los bienes comunes (commons), como el espacio público, la educación o la sanidad así como las infraestructuras que dan servicio a la sociedad y deben conseguir, por ello, su espacio en el diseño de las políticas urbanas. Estas iniciativas están consolidándose como una alternativa real, flexible y variable más allá de un antídoto al materialismo y el sobreconsumo de un período de crisis. Muestran la capacidad de ofrecer beneficios sociales y medioambientales, a partir del uso eficiente de los recursos existentes y además el estudio de métricas de este tipo de proyectos demuestra que están generando un beneficio económico de fácil reinversión en la comunidad local”, disponible en: https://www.diagonalperiodico.net/saberes/31116-habitar-ciudades-democraticas.html (consultado el 05.05.16).

 

Frente a los grandes cambios sociales que venimos experimentando, las reiteradas crisis económicas, financieras y políticas, es necesario transformar las políticas públicas en general y las locales en particular. En este sentido, “podemos afirmar que el bienestar hoy va pasando de ser una reivindicación global para convertirse cada vez más en una demanda personal y comunitaria, articulada alrededor de la vida cotidiana y en los espacios de proximidad” (Subirats; Montaner, 2012), donde la vivienda colectiva y, en especial, el hábitat popular y sus espacios comunes podrían tener un papel fundamental a la hora de repensar el habitar contemporáneo y sus relaciones políticas y económicas.

  

5.    LOS ESPACIOS COMUNES Y LOS TEJIDOS URBANO-HABITACIONALES DE ESCALA HUMANA

La primera escala de relaciones sociales es aquella que se da en las viviendas colectivas, convirtiendo a sus espacios comunes como los espacios donde se ejerce la micro-política, hacedora de ciudad y ciudadanía. Estos espacios como bienes relacionales se producen a través de las interacciones entre los miembros de la comunidad que los use, donde “el espacio es un producto social. Tanto el espacio, digamos, material, como el espacio implícito en nuestros discursos e imaginaciones. Y, si es un producto social, entonces ha de ser también una responsabilidad política. Si es algo que producimos entonces importa cómo lo producimos” (Massey, 2012: 9).

 

3 Concepto acuñado y postulado por el economista austríaco Christian Felber. Más información en la entrevista realizada por Javier Ramajo, disponible en: http://www.eldiario.es/andalucia/Christian- Ferbel_0_558544326.html (consultado el 08.10.16).

4 Según Jeremy Rifkin, “en la escena mundial está apareciendo un sistema económico nuevo: el procomún colaborativo. Es el primer paradigma económico que ha arraigado desde la llegada del capitalismo y el socialismo a principios del siglo XIX. El procomún colaborativo está transformando nuestra manera de organizar la vida económica y ofrece la posibilidad de reducir las diferencias en ingresos, de democratizar la economía mundial y de crear una sociedad más sostenible desde el punto de vista ecológico” (Rifkin, 2014: 11).

 

Si entendemos entonces que el espacio se construye a través de relaciones sociales, podemos reconocer la construcción relacional de nuestras identidades personales. Se vuelve imprescindible el encuentro con otros sujetos, puesto que somos, esencialmente, seres sociales en permanente interacción.

Estos espacios de intimidad representan la dimensión de lo múltiple de la vida cotidiana, al mismo tiempo que influyen en nuestros imaginarios y nuestras actitudes políticas. Por este motivo, el estudio de estos “espacios comunes” parece significativo desde el punto de vista de la escala de proximidad, donde se gesta lo personal y lo comunitario.

Durante las últimas décadas, pero sobre todo de forma más acelerada en los últimos años, la incidencia cada vez mayor de los postulados de Jan Gehl (2014) y su equipo sobre la escala humana poniendo el foco de las decisiones en las personas y no desde una mesa técnica ajena a la realidad o la apuesta por ciudades más amables que fomenten la cohesión social, la protección comunitaria y los cuidados (Gutiérrez Valdivia, 2016) van potenciando la mirada hacia tipologías habitacionales y espacios urbanos capaces de dar respuesta a una relación más estrecha entre espacio físico y vida social; es decir, entre tejido urbano-habitacional y estructura organizacional.

Lo comunitario, dentro del paradigma de “lo común”5, tiene mucho que ver con esta relación de la que se habla, donde el estudio de los espacios comunes parecerían podernos dar ciertas claves del camino a seguir. Estos espacios comunes, como espacios intermedios, serían aquellos capaces de poner en relación la escala de lo íntimo con la de lo comunitario y lo urbano, entre el mundo interior y la vida exterior, permitiendo diferentes gradientes de transición. Estos pueden ser de carácter exclusivamente privado hasta los más públicos, pasando por posibilidades intermedias de semipúblicos o semiprivados. Además, pueden permitir diferentes usos comunitarios, áreas de reunión, de esparcimiento, etc. fomentando el encuentro, la puesta en común y las decisiones colectivas; en definitiva, potenciando la micro-política, como ese eslabón primero de involucración político- social, mostrando la superación de la voluntad individual frente al consenso en las divergencias

  

5 Según Christian Laval y Pierre Dardot, “el término “común” designa, no el resurgimiento de una idea comunista eterna, sino la emergencia de una forma nueva de oponerse al capitalismo, incluso de considerar su superación. Se trata igualmente de un modo de volver la espalda definitivamente al comunismo estatal” (Laval; Dardot, 2014 [2015: 21]).

 

Esta primera instancia más íntima y de escala reducida es, sin duda, un caldo de cultivo para la politización de la sociedad hacia la construcción de las denominadas “ciudades comunes” y quizás uno de los motivos por los que fueron relegadas estas tipologías urbano-habitacionales, junto a la especulación inmobiliaria y otros intereses y efectos posibles, como la gentrificación o la turistificación.En definitiva, estos espacios comunes pueden servir como estructuradores de un tejido urbano-habitacional de escala más humana, cosa que “favorece sentimientos de pertenencia e identidad de la población, aportan una mayor calidad y cualidad espacial, favorecen la relación entre la arquitectura y la ciudad, proponen formas de agregación de la vivienda más eficientes y ofrecen una forma gradual de ocupación del espacio urbano. Son espacios flexibles que acaban asumiendo funciones no planificadas y que aseguran mejores condiciones de reproducción social” (Sáez; García; Roch, 2010: 109). Así pues, el estudio de tipologías donde estos espacios intermedios ya vienen funcionando como base del sistema relacional entre unidades habitacionales podría ser de gran ayuda a la hora de repensar el hábitat contemporáneo, revelándose como una interesante herramienta operativa a incorporar para el proyecto de barrio y de ciudad. 

 6.      TIPOLOGÍA DE HÁBITAT POPULAR COLECTIVO EN PALERMO: LOS “DEPARTAMENTOS DE PASILLO” Y LOS “PASAJES”

La evolución del tejido urbano de Buenos Aires, según nos explica Jorge Ramos (1998), consistió a finales del siglo XIX y principios del XX, con la llegada masiva de inmigrantes procedentes de diversos puntos del continente europeo, en un proceso de densificación “en horizontal” del tejido edificado. Esta acción, producida por la subdivisión de las parcelas y el surgimiento de versiones reducidas de los tipos edificatorios tradicionales de la casa de patios, fue generando un tejido cada vez más denso y compacto.

Siguiendo a Fernando Diez (2011), durante esa época de gran ebullición y con un fuerte impulso marcado por la necesidad, se fueron ensayando cambios tipológicos acuciados por la presión demográfica, cosa que provocó la reducción progresiva de la parcela típica. Esta reducción del ancho de las parcelas tuvo su límite mínimo en 8,66m. (o 10 varas), medida resultante de la subdivisión de las varas de las manzanas originales y tiene a la “casa chorizo” o “casa de medio patio”6 como tipología habitacional representativa (ver figura 1).

Figura 1. Imágenes aéreas con foco en Palermo Hollywood y Palermo Soho, evidenciando la compacidad y densidad del tejido existente. Fuente: GoogleMaps.

 

Departamentos de pasillo

A partir del descrito proceso de densificación en horizontal y como derivación de la denominada “casa chorizo” como medida de ancho de lote y tipología habitacional, surgen los llamados “departamentos de pasillo”, hoy también denominados como “departamentos tipo casa” o más coloquialmente simplemente como “PH”. Esta tipología habitacional, fruto de la especulación urbana, representó un mecanismo de densificación notable a principios de siglo XX y se masificó en la Buenos Aires de la época. Palermo fue uno de los barrios donde más predominó esta tipología y donde todavía se encuentran muchos de sus ejemplos, con o sin modificaciones a las estructuras originales.

6 La tipología de la “casa chorizo” se constituía por un patio lateral de 4m. junto a una habitación contigua también de 4m. Las medidas de estos ambientes fueron resultante de la división mínima de las manzanas tradicionales a la que se llegó en la época y junto con el espesor de los muros se estipuló en 8,66m. coincidiendo con la medida de 10 varas, según la que estaba constituida la manzana porteña. Provienen de la división a la mitad de la“casa de patio”;por este motivo,también se la denomina a esta tipología como “casa de medio patio”. 

 

Estos conjuntos habitacionales modificaron la estructura original de la casa chorizo, de carácter individual, a viviendas colectivas, cuyas unidades habitacionales se relacionaban mediante un pasillo que funcionaba de estructurador del tejido hacia el interior de la manzana de forma horizontal. Esto permitía el aprovechamiento de la profundidad de los lotes muy angostos y profundos, conformando tejidos de muy alta ocupación del suelo. Los pasillos podían ser de tipo lateral o central. En el primero de los casos, la casa chorizo se situaba en la cabeza de la serie de unidades y tenía frente a la calle, dejando simplemente una puerta lateral de acceso al pasillo que permitía la distribución en profundidad a través del lote, dando paso a cada una de las unidades situadas en hilera. En el segundo caso, el pasillo conforma el eje de simetría del conjunto de forma espejada a los conjuntos de pasillo lateral. De esta manera, aunque a través de un proceso sin esa intención, se conseguía reconstituir la planta de la “domus” pompeyana de tipo patio, aunque de manera fraccionada. Además, el pasillo podía estar totalmente descubierto o cubierto en partes o en su totalidad y podía estar sólo en planta baja o en varios niveles como distribuidor internos de las unidades repartidas por el lote.

Por otro lado, cabe destacar que el proceso de densificación en horizontal también se construyó en altura, resultando ejemplos de un nivel, pero de dos o hasta incluso tres, generando tejidos muy densos y llegando a niveles de hacinamiento y falta de habitabilidad un tanto comprometidos, aunque cuyos límites están poco estudiados en profundidad (ver figuras 2 y3). Los departamentos de pasillo, a pesar de suponer mejoras en las instalaciones sanitarias y la aparición de espacios propios (y no sólo colectivos) para cocinar, es verdad que en ellos se perdió el carácter más comunal de espacio de convivencia que tenía el patio del conventillo (tipología porteña anterior y coetánea), para transformarse en una mera circulació peatonal(Ramos,1998).Pero,aunque estos espacios de pasillo tenían que ver más con una mera operación de circulación, jerarquización y buena apariencia del conjunto para su mejor locación y rentabilidad, con la intervención más consciente y proyectada de estos espacios intermedios también es cierto que en muchos casos representó mejoras en la calidad de los espacios comunes, resignificando su sentido respecto a lo común, hasta el momento casi de simple servidumbre (Cutruneo, 2015). En este sentido, acá se plantea esta tipología como una oportunidad a seguir explorando formal y simbólicamente a través de la caracterización del pasillo y sus espacios comunes, con el fin de potenciar su carácter comunal a través de modificaciones y resignificaciones para su uso como herramienta proyectual.

Figura 2. Mapa del tipo de viviendas en Palermo Hollywood. Los lotes pintados de gris oscuro representan la vivienda colectiva; los de color gris claro, la vivienda individual. Se evidencian los departamentos de pasillo y los pasajes identitarios del barrio. Elaboración propia a partir de la base de datos del mapa interactivo del GCBA.

      Pasajes

Derivado del tipo anteriormente descrito, con el pasillo como eje estructurador de las unidades habitacionales y espacio común para los habitantes del conjunto,pero de circulación más amplia (entre tres y seis metros) y ahora transformado en calle peatonal con diseño de fachadas para la misma, se conformó la tipología del “pasaje”. Según Ramos(1998), este tipo de habitación colectiva, surgido a principios del siglo XX como parte de operaciones urbanísticas por englobamiento de lotes y particiones no convencionales de la manzana, acompañó el proceso de densificación urbana en horizontal y fue destinado a los sectores medios bajos. Fueron conjuntos llevados a cabo por compañías inmobiliarias, cooperativas o sociedades de beneficencia, cuyos ejes estructuradores, ahora pasajes como calles peatonales, se disponían según formas diversas:en“I”,en“L”,en“U”oen“O”,tipo “cul-de-sac” o con entrada y salida, de acceso libre o cerrados. Se dispusieron en uno o más niveles e incluso en algunos casos existía circulación vehicular interna. En el barrio de Palermo, más allá de la proliferación, como decíamos, de los departamentos de pasillo, también se conformaron varios pasajes, alterando el ritmo de la grilla regular y, al mismo tiempo, ofreciendo una calidad espacial y una relación con la buscada escala humana, “atributos sumamente valorados en la actualidad y han sido objeto de una normativa especial en el Código de Planeamiento Urbano (CPU)” (Vecslir; Kozak, 2013: 152). En este sentido, el trazado de la Villa Alvear (área que hoy se conoce más por Palermo Soho y que tiene su epicentro en la Plaza Cortázar,más conocida como Plaza Serrano) es paradigmático por la conformación de medias manzanas rectangulares (ver figura 3). Esta operación pudo ofrecer un mayor número de lotes de menor superficie, con la finalidad de poder ser más accesibles para las clases modestas que ahí se situaron. El carácter popular de esta zona contrasta con el cambio de perfil socio-económico de los cada vez más nuevos colonos, llegados en busca de dichas cualidades espaciales, sociales y culturales, destacando el valor agregado que pueden ofrecer este tipo de construcciones colectivas.

Figura 3. Mapa del tipo de viviendas en Palermo Soho (anterior Villa Alvear). Los lotes pintados de gris oscuro representan la vivienda colectiva; los de color gris claro, la vivienda individual. Se evidencian los departamentos de pasillo y los pasajes identitarios del barrio. Elaboración propia a partir de la base de datos del mapa interactivo del GCBA.

 

7. HACIA LA CONSTRUCCIÓN DE UTOPÍAS URBANO-HABITACIONALES

En busca de propuestas urbanas más sustentables, y con la incertidumbre de no saber muy bien hacia donde nos dirigimos como sociedad frente a la crisis económica global, parece que nos encontrarnos en un período histórico de necesidad de propuestas alternativas al sistema dominante .Esta urgencia desde el punto de vista ambiental, pero también social, político y económico, parece representar un caldo de cultivo perfecto para la creación de nuevos proyectos utópicos. Estas utopías arquitectónicas deberían servirnos como mecanismos de acercamiento a un futuro incierto, así como representar procesos creativos capaces de generar símbolos con el objetivo de mejorar la sociedad contemporánea y prepararnos para el cambio de época que transitamos. En este sentido, la arquitectura, que representa la expresión cultural de la interacción de voluntades intelectuales y circunstancias cotidianas, “tiene el potencial de ser una de las principales herramientas para crear posibilidades del destino que uno quiera construir” (Kahatt, 2013). Así, con el objetivo de encontrar ciertas características propias, y    a instaladas en los territorios, capaces de funcionar como gérmenes de posibles utopías urbano-habitacionales con la idea d eproponer mecanismos de densificación para la ciudad existente, poniéndola en valor, en el presente texto se comienzan a analizar ciertas tipologías de hábitat popular y colectivo en la ciudad de Buenos Aires.

En este sentido, el barrio de Palermo sirve como paradigma de los procesos de transformación que sufre la ciudad en la actualidad, siendo foco de atracción debido a su tejido homogéneo, horizontal y con cualidades espaciales y culturales rescatables para el urbanismo contemporáneo, en contradicción con la cada vez más acuciante especulación del suelo en la zona, debido justamente al polo de atracción de clases más pudientes que representa. A este análisis inicial de los departamentos de pasillo y pasajes en el barrio de Palermo se le pretenden sumar los conventillos de San Telmo y las viviendas autoconstruidas de Barrio 31, que darán forma a la investigación en curso de la tesisdoctoral.

En definitiva,lo que pretende ir construyendo la serie de investigaciones que inician con el presente texto es, en última instancia, la trascendencia de la vivienda a sus funciones meramente residenciales, para que pueda ser capaz de generar en su configuración espacios comunitarios y de albergar otro tipo de actividad que la meramente habitacional, puesto que es importante entender que ellas no pueden ser sólo piezas autónomas, sino que su óptimo funcionamiento se produce cuando son capaces de favorecer la creación de redes sociales y comunitarias,de potenciar la politización de sus moradores y de crear ciudad real sobre las bases de un buen proyecto urbano.

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