CONSTRUIR Y HABITAR. Experiencias en el mejoramiento de viviendas en Buenos Aires.
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- Categoría: Número 50
- Publicado el Jueves, 26 Abril 2018 10:39
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Autoras:
Rosa, Paula Cecilia
Investigadora Adjunta del CEUR-CONICET.
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Toscani, María de la Paz
Becaria doctoral del CEUR-CONICET
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Resumen
La ponencia pretende centrarse en el vínculo entre el hábitat y la economía social a través de reflexionar sobre la noción de “habitar” entendida como “condición esencial del hombre” que lo vincula con el territorio (Márquez, 2013) y la de “construir”. Esta vinculación es postulada siguiendo a Heidegger (1954) quien señala que existe una relación entre habitar y construir, al punto que no podría existir una sin la otra ya que construir no es sólo medio y camino para el habitar, el construir es en sí mismo ya el habitar.
Existen diversas experiencias que desde el campo de la economía social imbrican el “habitar” y el “construir” como parte de un mismo proceso. Son experiencias que tienen por protagonistas a quienes construyen los lugares que habitan. Estas experiencias surgen como alternativas a la falta opciones brindadas desde el Estado o desde el Mercado que privilegia a los sectores de mayores recursos económicos.
En esta propuesta se pretende ahondar en una experiencia particular como es el mejoramiento de viviendas por parte de las propias familias que junto a organizaciones sociales emprenden el camino hacia la “construcción del hábitat”. Desde la mirada asumida aquí estas experiencias dan cuenta del vínculo entre “construir” y “habitar” resaltando el carácter integral y multidimensional de la noción del hábitat.
Palabras clave:
Habitar, construir, mejoramiento de viviendas, organizaciones sociales, territorio.
Abstract
The paper intends to focus on the link between habitat and solidarity economics by reflecting on the notion of "inhabiting" understood as an "essential condition of man" that attaches him/her with the territory (Márquez, 2013) and "building". This linkage is postulated following Heidegger (1954) who points out that there is a relationship between inhabiting and building, to the point that one could not exist without the other. Building is not only a means and a way to inhabit, building is inhabiting.
There is a number of different experiences that, from the field of solidarity economics, relate "inhabiting" to "bulding" as part of the same process. These are experiences that have those who build the places they inhabit as protagonists. They arise as an alternative to the lack of options offered by the state or the market, that favors the sectors with greater economic resources.
This proposal seeks to focus on a particular experience: the improvement of housing by the families themselves who, along with social organizations, embark on the road towards "the building of their own habitat." From the point of view we adopt, these experiences give account of the relationship between "building" and "inhabiting", highlighting the integral and multidimensional nature of the notion of habitat.
Keyswords:
Inhabiting, building, housing improvement, social organizations, territory
Introducción
En una conferencia realizada en 1951, Martin Heidegger señala la existencia de una relación entre el habitar y el construir. Desde su mirada no puede existir una sin la otra ya que “al habitar llegamos, así parece, solamente por medio del construir. Éste, el construir, tiene a aquél, el habitar, como meta”. Aclara, además, que el construir no es sólo medio y camino para el habitar, el construir es en sí mismo ya el habitar. Esto deviene en que la palabra del alemán antiguo correspondiente a construir, buan, significa habitar. El significado propio del verbo bauen (construir), es decir, habitar, lo hemos perdido. La antigua palabra bauen remite a que el hombre es en la medida en que habita significa al mismo tiempo: abrigar y cuidar. De este modo resume: “Construir es propiamente habitar; El habitar es la manera como los mortales son en la tierra; El construir como habitar se despliega en el construir que cuida, es decir, que cuida el crecimiento y en el construir que levanta edificios”. Sumado a lo anterior señala que “no habitamos porque hemos construido, sino que construimos y hemos construido en la medida en que habitamos, es decir, en cuanto que somos los que habitan […] El rasgo fundamental del habitar es este cuidar (mirar por)”. En esa línea sostiene que el cuidar implica proteger, “poner al resguardo”. Como vemos Heidegger da cuenta de lo significativo del vínculo entre el habitar y el construir como parte de un mismo proceso pues “construir es propiamente habitar”. Estas reflexiones son introducidas por el autor a partir de la problemática que representó la escasez de vivienda en Alemania tras las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. En este contexto, la construcción masiva de viviendas formaba parte del centro del debate junto al desarrollo de la industria y el negocio de la construcción.
Para Echeverría Ramírez (2003) es necesario trascender la noción que muchas veces se tiene del hábitat como construcción, estructura o como sitio en donde se desenvuelve la vida humana como techo, paredes, calle, iglesia, parques, centros comunitarios, valles, barrio, etc. para ampliarla a la “configuración y establecimiento de diversos órdenes de existencia, en el plano tangible tanto como en el legal, social, económico y cultural” (2003:21). De este modo afirma que “se habita desde nuestra condición de seres en busca de la realización de nuestros sentidos profundos esenciales; desde nuestra condición fisiológica dotada de corporeidad en busca de la continuación de la fuerza vital […] se habita desde lo simbólico, expresando y dejando huella de nuestras formas particulares de entender nuestros sentidos de la vida: estéticos, sociales y funcionales, en medio de las condiciones que nos establece el medio que habitamos” (2003:17). En el habitar se amalgama tanto lo material como lo simbólico y social atravesado por las condiciones que establece el medio para desarrollar ese hábitat.
Tomando estas ideas como punto de partida en esta ponencia se manifiesta que la vinculación entre habitar y construir puede resultar valiosa especialmente cuando se analizan experiencias que tienen como protagonistas a los mismos actores que habitan y que construyen/mejoran sus propias viviendas y entornos. Es decir, que a través de sus propias acciones logran mejorar el lugar en el que habitan junto a sus familias, su comunidad e incluso en vinculación con organizaciones sociales. De este modo, los participantes no son objetos externos a la vivienda (como puede suceder con otras modalidades desarrolladas por el sector público o privado).Por el contrario, son parte constitutiva y central del proceso en el cual se mejora la vivienda pero también por medio del cual se transforma su realidad. Por ello es que partimos desde el vínculo entre habitar y construir para superar el sentido funcional y material atribuido a la vivienda -generalmente como mercancía- y valorizar la función social de la misma, para de esta manera, comprender y buscar la complejidad que implica el habitar.
Hábitat y Economía Social
Este tipo de reflexiones forman parte de las cuestiones analizadas en el campo de estudio de la economía social[1]. Este campo, que como definen quienes lo conceptualizanse encuentra “en construcción”, tiene mucho para aportar en relación a una mirada más amplia del habitar. Desde esta perspectiva, el hábitat es “un complejo de relaciones entre el hombre en sociedad y la naturaleza en innumerables redes de producción y reproducción, mediatizadas por el trabajo humano” (Arroyo, 2007: 70).Como se puede observar, desde esta perspectiva el hábitat es mucho más que la vivienda o el territorio en el cual se reside. El hábitat puede ser entendido como el territorio donde se localiza el ser humano tanto de manera material como social. En este sentido, desde el plano social puede constituirse en un lugar de “reconocimiento e identidad tanto individual como colectivo, y en consecuencia, como espacio de significación y sentido” (Correal Espina,2006 en Arroyo y Mutuberría Lazarini, 2007) y desde “el plano material el hábitat urbano alude a un conjunto amplio de satisfactores que incluyen, suelo urbano, vivienda, servicios de infraestructura urbana, equipamientos comunitarios, espacios públicos, accesibilidad a los equipamientos y lugares de empleo” (Arroyo, 2007:72). Ambos planos, como se señaló previamente, están condicionados por el medio en el que se desarrollan. Con esto hacemos referencia a que cada territorio está atravesado por determinadas condiciones “sistémicas” como es la dotación de tierra y agua, condiciones medio ambientales, infraestructura y servicios públicos y sociales básicos disponibles (Caracciolo y Foti, 2010). Asimismo, se ve influenciado por una particular trama institucional y de poder (Estado-sociedad) en la que se desenvuelve (Caracciolo y Foti, 2010). En este sentido, está constituido por múltiples actores que poseen orientaciones y objetivos diversos (sociales, políticos y económicos) y hasta contradictorios o superpuestos. Entre ellos se puede mencionar al: “sector popular, distintas instancias gubernamentales, empresas estatales, empresas privadas capitalistas-, con lógicas distintas de reproducción (Arroyo y Mutuberría Lazarini,2007), como así también forman parte las organizaciones sociales que poseen presencia e influencia en los territorios. Esta diversidad de actores y sus múltiples intereses dotan al territorio de diversidad de sentidos. En resumen, hacemos referencia al hábitat desde una mirada compleja, dinámica y multidimensional que no se circunscribe solamente a la vivienda o los servicios básicos sino que también incorpora cuestiones simbólicas y sociales condicionadas por un espacio y por un momento histórico particular (Rosa, 2015). De este modo, en esta propuesta comprendemos que “el hábitat es una confluencia de lo tangible y de lo intangible en un sinfín de idas y vueltas” (Rosa, 2015:255)
En esta ponencia interesa introducir la mirada desde la economía social pues desde esta perspectiva se sostiene que la dificultad en el acceso a un hábitat digno para los sectores de menores recursos económicos está vinculada a procesos más amplios de “exclusión económica y social derivados del funcionamiento de la economía capitalista y de la orientación de las políticas públicas dominantes”(Arroyo, 2010:67).Por lo tanto, el acceso a una vivienda y un hábitat digno no se encuentra garantizado para todos los habitantes de igual manera, sino que se rige principalmente por la dinámica del mercado y por la capacidad adquisitiva de la población.Como consecuencia de ello, “más de un tercio de la población no ha logrado insertarse en los sistemas formales de la economía y el trabajo generados en la ciudad quedando librada a resolver sus necesidades de habitación y de vida urbana por su propio esfuerzo” (Rodulfo, 2008:17).
Dada esta situación[1], surgen como alternativa de acceso al hábitat diversidad de iniciativas[2] en las que participan familias, comunidades, organizaciones sociales y diversos grupos asociativos. Estas experiencias apelan a la resolución conjunta de necesidades para el mejoramiento de la calidad de vida de la población, y su lógica no está basada en la acumulación de la ganancia sino en la reproducción de la vida. Dichas experiencias, se han tornado preponderantes al punto que “más de la mitad del patrimonio de viviendas existentes ha sido construido por los propios ocupantes, principalmente en el sector de ingresos más bajos siendo una de las modalidades de acceso fundamental en el acceso a la vivienda (Rodulfo 2008:18). Vinculado a lo anterior, Ortiz Flores (2007) advierte que “en los países del Sur entre un 50 y un 75% de las viviendas y muchos de los componentes del hábitat son producidos y distribuidos al margen de los sistemas de mercado y de los programas financieros estatales” (2007:32). Esto sucede ya que se reconoce que las modalidades formales para el acceso a la vivienda no han resuelto con eficacia y completamente el déficit cuantitativo y cualitativo de viviendas para la totalidad de la población. Estos procesos “desde abajo” acercan a la población participante a recursos urbanos que les son difíciles de acceder a través de la lógica mercantil. En tal sentido, como señala Pírez (2013) “los procesos de urbanización popular tienen una significación desmercantilizadora de los bienes urbanos, permitiendo su acceso sin la necesidad de contar con los recursos monetarios que exige el mercado formal” (2013: 50).
A partir de lo expuesto, podemos distinguir diferentes formas de producción de la vivienda y las ciudades, la mercantil, la social y la estatal, cada una de ellas se rige, respectivamente, con una lógica específica de funcionamiento: “i) la lógica de la ganancia – donde la ciudad es objeto y soporte de negocios; ii) la lógica de la necesidad –impulsada por aquellos grupos y sectores sociales que no logran procurar sus condiciones de reproducción social en el ámbito de la dinámica mercantil-, y iii) la lógica de lo público, donde el Estado actúa, a través de regulaciones y políticas, proveyendo, de variadas maneras, el sustento para el despliegue de las otras lógicas” (Herzer et al., 1994, citado en Rodríguez et al. 2007: 12).A partir de la interacción y la puja entre las diferentes lógicas y los actores que las representan se irá consolidando una forma específica de hábitat y de posibilidades de acceder al mismo. A continuación, nos adentraremos en la Producción Social del Hábitat y la centralidad que esta tiene para la población de bajos recursos económicos en la construcción de un hábitat digno.
[1]Según Rodulfo y Boselli (2015) “Argentina se caracteriza por presentar un déficit habitacional cercano a los 3 Millones de hogares que se proyecta sin cambios significativos, tanto en lo que hace a la cantidad de unidades habitacionales faltantes, como a la calidad de vida que ofrecen buena parte de las existentes (precariedad, hacinamiento o tenencia segura). Los indicadores que lo definen configuran una dimensión concreta de la brecha de desigualdad en el ejercicio de derechos básicos de la población exhibiendo la vulnerabilidad estructural que presentan regiones y ciudades” (2015:31).
[2]Hacemos referencia a cooperativas de viviendas; cooperativas de provisión de servicios públicos; experiencias colectivas con el objetivo de mejorar los espacios públicos y/o la infraestructura barrial (plazas, accesos como rutas o caminos, instituciones sociales como la iglesia, la escuela, organizaciones, etc.); mejoramiento de viviendas; construcción de viviendas con materiales ecológicos (adobe, arcilla, etc.), entre otras.
[1]Se trata de economías asociadas a formas no capitalistas de producción y comercialización(Caracciolo y Foti, 2010), fuertemente vinculadas a la preservación y mejoramiento del hábitat en el cual se habita, se produce y se comercializa.
Producción Social del Hábitat
A partir de lo expuesto cabe señalar que la PSH se encuentra en estrecha relación con la economía social. Como advierten Rodríguez et al. (2007), el desarrollo de la PSH“implica la racionalización de procesos económicos que, a través de la organización colectiva (sostenida y fomentada por políticas), pueden potenciar la dinámica de los procesos de acumulación ampliada de la vida, fortaleciendo los circuitos de la denominada “economía popular”” (2007: 23). Asimismo, podemos señalar que la PSH contribuye al fortalecimiento de los lazos solidarios dentro de la propia comunidad.Este resulta un componente diferenciador de las experiencias asociativas propias del campo de la economía social.
Rol de las organizaciones sociales en los procesos de PSH
En los procesos de producción social del hábitat no solo son protagonistas las personas y familias que se encuentran en una situación vulnerable en relación a la vivienda (por carencia o por necesidad de mejoras) sino que también tienen un rol relevante las organizaciones sociales. En este sentido, se observa que “desde mediados de la década de 1990, en el área metropolitana de Buenos Aires un importante número de organizaciones sociales comienza a involucrarse en la producción social del hábitat a través de su participación en programas sociales orientados al hábitat popular” (Di Virgilio, 2012: s/n). Estas experiencias se orientan hacia la construcción de vivienda, al reordenamiento de villas, a la provisión de lotes con servicio, a la construcción de redes de agua y cloacas, a la capacitación y el asesoramiento constructivo, a la regularización dominial, etc. (Di Virgilio, 2012). La particularidad es que las organizaciones sociales se tornan ámbitos a través de los cuales es posible acceder a los beneficios de estos programas y, a su vez, incorporan a las redes de acceso a recursos de las familias de menores ingresos (Di Virgilio, 2012). Según Ortiz Flores (2007) la participación de las organizaciones se puede ejercer a través de diferentes modalidades. Pueden ser parte de la organización de la demanda, de la supervisión de obra y en el proceso de adjudicación de la vivienda en el caso de promotores públicos y hasta pueden tornarse promotores de proyectos habitacionales. Del mismo modo, pueden ejercer actividades de asistencia técnica, organizativa y administrativa en programas de apoyo a la autoproducción individual de sectores de bajo ingreso. En este sentido, también pueden ejercer un rol preponderante a partir del otorgamiento de microcréditos para el mejoramiento de viviendas.
En este punto nos interesa hacer mención a la experiencia de la Asociación Civil Madre Tierra[1]que desde la década de 1980 promueve y desarrolla en el AMBA el otorgamiento de microcréditos –y la posterior constitución de fondos rotativos-a personas y familias para lograr el mejoramiento de sus viviendas según sus propias necesidades y posibilidades. Esto supone dentro del barrio el comienzo de un proceso organizativo en el cual quienes participan acceden a un recurso financiero que trasciende a la obtención de un subsidio y que será sostenido en tanto se fomente el componente solidario dentro de la comunidad, debido a que se amplía y reproduce en tanto sus participantes sostienen la devolución de los fondos para que otros puedan acceder al mismo. De esta manera, el otorgamiento de pequeños créditos a familias de sectores de menores ingresos “constituyen una herramienta financiera, a través de la cual se canalizan fondos públicos, privados o mixtos hacia la demanda, aplicados en forma descentralizada con participación de diferentes organizaciones de la sociedad civil”(Almansi, 2005:7). Su rol es relevante en este tipo de fondos[2] dado que facilita el acceso al crédito a sectores sociales que son excluidos generalmente del mercado de créditos formales y cuyo nivel de ingresos, en algunos casos, no es suficiente como para garantizar el ahorro necesario para efectuar algún tipo de mejoramiento en la vivienda. Para Almansi (2005), estas experiencias al proponer el acercamiento de los servicios financieros a la población, abren el camino para una mayor incidencia de las organizaciones sociales en el desarrollo urbano local.La relevancia de estas experiencias se basa en que estos fondos -que se va alimentando del ahorro propio, los subsidios y los créditos de la comunidad-se vuelven centrales para la economía local y cotidiana del barrio porquele permite a las personas aumentar su capacidad de gestionar y controlar el proceso de producción del hábitat (Ortiz Flores, 2007). A partir de estas acciones se “contribuye a potenciar la economía de los participantes, de la comunidad barrial en que se ubican y de los sectores populares en su conjunto” (Ortiz Flores, 2007:32).Finalmente, podemos señalar que la inserción de la población en un proceso en que deben organizarse con otros para tomar decisiones de administración de recursos, la planificación en la forma de ejecución y la decisión respecto de cómo quieren realizarlo tienen efectos que van más allá del plano material (como puede ser lograr una vivienda o mejorarla), sino que también es posible observar efectos en los planos sociales y simbólicos de los sujetos participantes.
Otra subjetividad posible
El habitar que implica y que se constituye como construir resulta un gran desafío para las personas y familias que por sus propios medios, y junto a organizaciones sociales, se lanzan a una experiencia de tipo asociativa que implica participar, debatir, tomar decisiones, proponer resoluciones colectivas de las diferentes demandas, sostener en el tiempo las iniciativas, atravesar diferentes problemáticas, etc. Estas acciones implican un proceso de aprendizaje y construcción complejo que solo se logra a través del tiempo, la participación y a partir de la transformación de la subjetividad. Según MutuberríaLazarini (2010) “otra subjetividad emerge cuando se prioriza el trabajo asociativo para la resolución colectiva de más y más necesidades, con o sin la mediación del mercado, recentrando la economía en el trabajo humano de calidad y en la reproducción de la vida, planteando formas alternativas de organizar la producción, la distribución y el consumo (2010:89)”.La transformación de la subjetividad es posible cuando se desarrollan experiencias que poseen un significado más amplio que el de la satisfacción de una necesidad puntual, en tanto contribuyen a la obtención de otros recursos como son los sociales, simbólicos y culturales. En tal sentido:“en su hacer colectivo “construyen” un hábitat pues entablan relaciones con otros y con el entorno más allá de la obtención de un producto determinado -e.g. vivienda- sino que entablan relaciones dinámicas que permiten la articulación entre un adentro-doméstico (vivienda) y un afuera-público (entorno, barrio, instituciones sociales, naturaleza, espacio público, etc.) sumado al plano simbólico(centrado en los afectos, las relaciones interpersonales, en la subjetividad) etc.”(Rosa, 2015:254-255).
A partir de la experiencia de trabajo de la Asociación Civil Madre Tierra[1]se puede advertir que este proceso si bien tiene por objetivo inmediato el disminuir el déficit cualitativo de vivienda a través de los mejoramientos, a largo plazo, a través de la ejecución e implementación de microcréditos en el territorio, se arriba a un objetivo mayor que es consolidar un grupo, el hábito de la práctica colectiva y acompañar el proceso a la construcción de una nueva subjetividad. De esta manera,como señala Ortíz Flores(2007):“la producción social del hábitat, principalmente aquella que se apoya en procesos autogestionarios colectivos, por implicar capacitación, participación responsable, organización y la solidaridad activa de los pobladores, contribuye a fortalecer las prácticas comunitarias, el ejercicio directo de la democracia, la autoestima de los participantes y una convivencia social más vigorosa” (Ortiz Flores, 2007:32). Específicamente, podemos señalar algunos de los logros que se obtienen a partir del trabajo conjunto entre la población y la organización social: La consolidación de un grupo promotor en el territorio integrado por quienes viven allí. Esto supone, por un lado un conocimiento de las características del lugar, y de las necesidades de cada participante por las propias personas que implementan los microcréditos y que desarrollan fondos rotatorios con las devoluciones que realizan los participantes. En tal sentido, son ellos, los participantes, quienes deciden quiénes van a ejecutar los fondos y de qué manera se devuelven. Establecen a sí mismo, las prioridades de quien comience con los microcréditos, dependiendo de las necesidades específicas de cada hogar. Este grupo promotor es quien luego del proceso queda con la “capacidadinstalada” para seguir operando el fondo rotatorio sin necesidad de depender de la organización social y con relativa autonomía monetaria.· En tal sentido se puede señalar un fortalecimiento de la capacidad de ahorro de las personas y dentro del barrio, en el cual el retorno del microcrédito no es ajeno al barrio, sino que es parte del proceso y a diferencia de las tasas usureras que imponen entidades de créditos formales y oficiales. Ese porcentaje de interés que se le coloca al “recupero” sirve para que otros grupos familiares puedas ser tomadores de un nuevo microcrédito. ·
Relacionado con lo anterior, se puede señalar que la organización social muchas veces actúa como amortiguador de contexto. Dado que quienes participan de los fondos rotatorios poseen el grupo de referencia que les brinda contención ante cualquier adversidad que puedan tener y a su vez, están incluidos dentro de un paraguas más general que es la organización social, la cual actuaría de alguna manera disminuyendo los efectos negativos que puedan tener ciertas políticas macro económicas en los sectores de menores recursos.
La organización social también funciona acompañando las dificultades que puedan surgir al interior del grupo en su proceso de consolidación como colectivo (moras en el pago, selección de nuevo participantes, ampliar las acciones al entorno barrial, liderazgos, etc.), en tal sentido “se gestionan los conflictos y las tensiones que origina el mismo proceso de participación” (Di Virgilio, 2012: s/n)·
Estas experiencias también contribuyen a un fortalecimiento de los roles al interior de las familias y el grupo. En este sentido se pudo advertir un rol preponderante de las mujeres, integrando a los grupos promotores de cada barrio. Esto, se trasladaba a un cambio dentro de la dinámica al interior de la familia: “acceden a conocimientos de albañilería, en algunos casos logran decidir qué mejoras realizar o movilizar a sus compañeros en la construcción de la vivienda, incorporar capacidad de gestión para negociar con los corralones proveedores de materiales o con quienes llevan adelante la mano de obra si es contratada, así como también participar en espacios de reflexión y acción más allá del ámbito privado” (Rizzo,2013: 9)·
Se advierte un conocimiento de la realidad local a partir de la cual se alcanza una adaptación del dispositivo de los microcréditos a las particularidades del grupo que se conforma, tanto en lo que hace al monto que se otorga, la forma de devolución y asimismo el tipo de mejoramiento que se realiza. En tal sentido, se da una articulación entre la mirada técnica de la organización y las necesidades y las formas en que prefieren las familias que se realicen los mejoramientos. En muchos casos, los participantes también trabajan en el rubro de la construcción, por lo tanto, ya poseen algunos de los conocimientos necesarios para realizar los mejoramientos.
Los diferentes “alcances” que señalamos se encuentran dentro de un proceso que no está exento de contradicciones, conflictos, dificultades organizativas y también de carencia de mayores recursos económicos. Sin embargo, más allá de esos vaivenes podemos señalar que el rol de la organización social en la vinculación de los usuarios con las políticas públicas y con la ejecución de fondos es muy valioso para fortalecer la unidad en el proceso. Asimismo, la vinculación de los participantes con una organización social (que a suvez integra un colectivo mayor, como en el caso de la Asociación Madre Tierra, con FOTIVBA[1]) los ubica en un universo más amplio, que trasciende el mejoramiento individual de la vivienda ya que apunta a generar un proceso mayor en donde se dispute otra forma de habitar y construir.
Reflexiones finales
Frente a un escenario social en el cual las dificultades para el acceso a un hábitat digno –sea por carencia o precariedad de la vivienda- son cada vez mayores, las experiencias que convocan a diferentes actores sociales para la producción social del hábitat cobran significativa relevancia para ser conocidas, reproducidas y ampliadas. Esto se debe principalmente porque en su andar logran amalgamar los diferentes planos del habitar, hacemos referencia a lo material pero también lo simbólico y social como parte de un mismo recorrido en el cual los participantes junto a las organizaciones sociales logran transformar su realidad y dejar las bases para mayores cambios. Al tener en cuenta ambos planos es que estas experiencias resultan exitosas pues no solo alcanzan, en muchos casos, una vivienda o su mejoramiento sino que también, logran trascender lo material para contribuir al fortalecimiento del lazo social y de la propia subjetividad de los participantes.Como se señaló en la ponencia, el proceso conducido por la Asociación Civil Madre Tierra da cuenta de este proceso, que aunque está plagado de desafíos y dificultades, logra potenciar lo colectivo. Todo esto teniendo en cuenta que el “acto de habitar” –que implica construir, cuidar y proteger, como señala Heidegger (1951)- se lleva a cabo en un determinado tiempo y espacio, es decir, que estos procesos habitacionales no son universales ni homogéneos, sino que están plagados de particularismos que son propios del territorio en cual se desarrollan. Por esta razón, las organizaciones sociales, que trabajan junto a los participantes en un determinado territorio, resultan actores claves a la hora de implementar este tipo de acciones. Logran aunar esfuerzos, construir y expandir conocimientos, adaptarse a los cambios y también logran ser impulsoras de procesos de transformación más amplios ya que el centro no se coloca en la vivienda como una mercancía sino que tienen una concepción de la vivienda más abarcativa es decir, como refugio, como productora de identidad, como reconocimiento a las propias capacidades y como posibilidad para fomentar lo colectivo y lo solidario.
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