3. La producción social del hábitat: ¿opción marginal o estrategia transformadora?

Enrique Ortiz Flores *

Hace algunos años, tras la caída del muro de Berlín, en una reunión convocada por el Banco Mundial en Washington para dialogar sobre políticas sociales con representantes de organismos civiles de América Latina, se nos dieron a conocer sin ambages las nuevas reglas para jugar al desarrollo.

 

Uno de los vicepresidentes del Banco, en su alocución inaugural, se dirigió a nosotros en forma terminante para hacernos saber –esto de acuerdo a la síntesis que fui construyendo al escuchar sus palabras- que había dos sopas, que una de ellas se había terminado y que la que quedaba se comería de acuerdo a su receta, o no habría sopa.

 

Mientras el solemne funcionario internacional llegaba a esta tajante conclusión yo iba cavilando también mi reclamo basado en la vasta experiencia social latinoamericana -representada en esa reunión por muchos compañeros de larga trayectoria- que nos permitía afirmar que tal conclusión era falsa, que los caminos de la gente son muy diversos y que es posible construir un mundo en el que quepamos todos a partir de esta riqueza. Pensaba que la sopa que se nos ofrecía, además de insulsa y hastiante, por ser la única, seguramente nos haría daño, con lo que quedaríamos sin duda a merced de su medicina única: los ajustes estructurales y de cinturón.

 

Todo esto me movía a reaccionar de inmediato, pero no alcancé a pedir la palabra. El señor vicepresidente del Banco había hablado, había dicho la verdad única e inmutable que regiría a partir de esos momentos nuestros debates y seguramente nuestras vidas; había terminado su discurso y se marchaba soberbio y satisfecho, sin escuchar a nadie.

 

Así en forma autoritaria y con total desprecio de la gente parece imponerse hoy el modelo triunfante, el de la acumulación infinita, del pensamiento único, de la competencia feroz, del libre mercado sin cortapisas, de la globalización financiera y productiva, de las ciudades negocio, del hábitat-mercancía. La del supuesto fin de la historia y la anunciada muerte de las ideologías.

 

Sufrimos hoy nuevas formas de dominación más abstractas y lejanas a nuestro control, que expropian los activos y los saberes populares y que arrebatan o cancelan la capacidad productiva autónoma de grandes sectores sociales. La lógica misma del sistema triunfante lo conduce a crecer a costa de la depredación de la naturaleza y de la explotación, la desposesión y la exclusión de grandes mayorías. Para evitar su alzamiento y su protesta se desarticulan los colectivos y se individualizan los problemas y las soluciones. Se debilitan los Estados y se da el papel protagónico a las ciudades, que compiten entre sí para captar los favores de los inversionistas sin patria, subsidiándolos con los dineros del pueblo.

 

Se reduce la realidad para controlarla; se persigue con ayuda de los medios de comunicación la homogeneización de las culturas, las mentes, los productos e incluso de los seres vivos, desconociendo y aplastando los cada vez más reducidos espacios autónomos de producción cultural y de gestión social.

 

Se ignora, se persigue e incluso se extermina a los diferentes, a los que disienten, a las minorías. La mano invisible del mercado no funciona, como diría Thomas Friedman, sin un puño invisible. Hoy, proliferan las guerras focalizadas, la violencia y los actos represivos contra los opositores al modelo; el puño se hace cada día más visible y su utilización más cínica.

 

En el campo de las políticas sociales se pasa aceleradamente del Estado proveedor al facilitador que abandona viejas responsabilidades en favor del libre juego del mercado. Así en el campo del hábitat, los conceptos de necesidad, demanda solvente y oferta mercantil de soluciones habitacionales sustituyen a los ya considerados obsoletos de provisión estatal de bienes y servicios, sin considerar siquiera los que pudieran ser planteamientos incluyentes de avanzada, basados en el derecho inalienable de todos a un lugar digno y seguro donde habitar y en principios fundamentales como la libre determinación y la acción corresponsable de los ciudadanos.

 

El Estado de la era globalizadora busca descentralizarse depositando sus antiguas responsabilidades en uno solo de los potenciales actores sociales, el sector privado. Se privilegia al capital financiero y a las grandes corporaciones y se cancela todo apoyo y reconocimiento a los productores sociales, esto cuando en la mayor parte de nuestros países, y como consecuencia de estos hechos, siguen siendo ellos los principales constructores de ciudad y de vivienda.

 

La satisfacción del derecho humano a la vivienda, cuya definición, reconocimiento y defensa ha conjuntado grandes esfuerzos de diversas instancias de Naciones Unidas y de un sinnúmero de organismos civiles y pobladores organizados de todo el mundo, se entiende hoy limitada a la producción y venta masiva de espacios habitables (aunque no lo sean tanto). La abundancia de viviendas vendibles estaría dentro de esta concepción, dando satisfacción a ese derecho, al igual que la abundancia de comestibles y medicinas en los anaqueles de los supermercados y las farmacias pretende dar por cumplidos, desde el lado de la oferta, los derechos a la alimentación y a la salud.

 

No importa que esa profusión de objetos habitables en venta sea inalcanzable para grandes sectores sociales y que en su concepción se ignoren formas de vida, gustos y sueños de la gente; no interesa que se dé la espalda a las ciudades en que se ubican, destruyendo todo concepto urbano de encuentro y convivencia, e imponiendo su monótono sembrado de viviendas y edificios repetidos hasta el aburrimiento.

 

No importa, en tanto haya quien pueda comprar los productos ofertados. Mientras haya negocio, crezcan las estadísticas abstractas y se fortalezcan los indicadores macroeconómicos todo irá bien para el modelo y quienes lo controlan.

 

Se diseñan políticas parciales y contradictorias que por una parte conciben la vivienda como factor macroeconómico estratégico, motor del desarrollo económico e importante activador del capital financiero, y por otra limitan su impacto social al mejoramiento de la calidad de vida y a la construcción del patrimonio privativo de la familia. Políticas que, por un lado, recetan libre mercado y fomento de la industria habitacional y de los promotores privados para producir y ofrecer en venta objetos habitables a sujetos de crédito cuidadosamente seleccionados y que, por otro, focalizan la intervención del Estado en los sectores excluidos del modelo mediante programas compensatorios que distribuyen, como ayuda social paternalista, migajas en un mar de excluidos sociales.

 

Se imponen políticas propietaristas e individualizantes que minimizan y tienden a cancelar el cooperativismo de vivienda y otras formas organizadas de producción, gestión y tenencia del hábitat popular.

 

Se trata de políticas centradas en intereses y factores económico-financieros que ignoran y pretenden cancelar el potencial macrosocial y microecnómico de otras conceptualizaciones que, como la producción social del hábitat, se centran en el ser humano, tanto en su dimensión personal como colectiva.

 

Se pierde con ellas la posibilidad de concebir la producción habitacional como generadora, no sólo de paredes y techos sino de ciudadanía consciente, productiva y responsable, y a la vez como proceso potenciador de la economía popular.

 

La producción social del hábitat, principalmente aquella que se apoya en procesos autogestionarios colectivos, por implicar capacitación, participación responsable, organización y la solidaridad activa de los pobladores, contribuye a fortalecer las prácticas comunitarias, el ejercicio directo de la democracia, la autoestima de los participantes y una convivencia social más vigorosa. Al acrecentar la capacidad de gestión de los pobladores organizados y su control sobre los procesos productivos del hábitat; al derramar los recursos provenientes del ahorro, el crédito y los subsidios en la comunidad en que se desarrollan las acciones; al fortalecer así los circuitos populares de mercado, contribuye a potenciar la economía de los participantes, de la comunidad barrial en que se ubican y de los sectores populares en su conjunto. Al poner al ser humano, individual y colectivo, al centro de sus estrategias, su método de trabajo y sus acciones, pone en marcha procesos innovadores de profundo contenido e impacto transformador.

 

Centrar las políticas de hábitat y los procesos de planeación, diseño y producción habitacional en la gente y no en el dinero contiene el potencial de hacer de la vivienda y de los barrios populares productos sociales que reconocen la diversidad y la riqueza creativa y de vida de las comunidades; de construir sobre las trazas históricas, formas de vida, aspiraciones y sueños de los grupos sociales implicados.

 

Al imponerse, contrariamente, políticas habitacionales que pretenden ignorar a las ciudades y a los ciudadanos se han generado fuertes contradicciones: producción masiva de viviendas–mercancía inaccesibles a grandes masas de población que se ven obligadas a autoproducir, sin apoyos, sus barrios y su vivienda; creciente segregación social y urbana, ciudadanos sin ciudad y ciudades sin ciudadanos; desalojos masivos de población pobre a favor de macroinversiones justificadas en conceptos de utilidad pública, progreso y competitividad global de la ciudad, supuestamente en beneficio de sus habitantes; ciudad en suma dual, la de los excluidos y mal alojados que buscan integrarse y la de los amos de la ciudad encerrados en guetos bien servidos, controlados y cercados.

 

Estas contradicciones nos penetran y sin mayor sentido crítico aceptamos las formulaciones que expresan esta dualidad: ciudad formal e informal, vivienda normal y subnormal, enclave global y barrio marginal.

 

¿Dónde queda en todo esto el derecho de todos a la ciudad? ¿Dónde el derecho humano, universal e intransferible, a un lugar y a una vivienda? ¿Cómo explicar la mutación de los derechos humanos en mercancías? ¿Cómo la subordinación de los derechos sociales a los derechos mercantiles de las grandes corporaciones? ¿Cómo la postergación de los derechos de las mayorías para satisfacer los intereses de unos cuantos?

 

Las contradicciones crecientes no pueden traer nada bueno para la convivencia humana. La destrucción del tejido social que estos hechos generan tiene graves consecuencias para el conjunto de la sociedad: violencia, inseguridad, ingobernabilidad, polarización social; privatización y con ella la supresión misma de los espacios públicos; rechazo a toda iniciativa que pretenda resolver problemas de otros en nuestros barrios, hasta el extremo de oponernos a toda obra colectiva.

 

Se niega con ello el sentido de la ciudad como espacio de socialización y convivencia, como teatro de la política y contexto de vida humana civilizada. O la ciudad es para todos o no lo será para nadie. Es éste un tema que unifica luchas, procesos, pensamientos y proyectos en el momento actual latinoamericano.

 

La lucha histórica de quienes participamos en este escrito colectivo se ha enfocado, y hoy más que nunca lo hace, en el apoyo de iniciativas tendientes a fortalecer la autonomía y la libre determinación de los sectores sociales que asumen consciente y responsablemente la construcción de ciudad y de ciudadanía a partir de esfuerzos concretos, muchas veces heroicos, por producir y gestionar su hábitat y por transformar las políticas y estructuras de poder que les impiden u obstaculizan el hacerlo.

 

Este esfuerzo a contracorriente, ¿representa al inicio del siglo XXI sólo una opción marginal, un instrumento de sobrevivencia destinado al fracaso?, ¿nostalgia socializante sin esperanza en tiempos de feroz individualismo?, ¿lucha anacrónica por defender territorios y lugares de la gente cuando parece imponerse el no lugar, el espacio de los flujos que corren por las redes virtuales de la telemática, la sociedad concebida como sola comunicación?

 

O por lo contrario, esta lucha obstinada por impulsar procesos transformadores desde los lugares y la gente ¿puede considerarse como parte de un proceso estratégico global que ensaye nuevos caminos en busca de otro mundo posible centrado en el respeto a la naturaleza, la vida y los seres humanos?

 

Frente al avasallamiento brutal que hoy nos impone el poder económico transnacionalizado y el de sus aliados locales, cada vez más subordinados, obedientes y ambiciosos, la lucha por defender y ampliar los espacios autónomos de producción, gestión y creación cultural, son para muchos un esfuerzo irrisorio, marginal y sin futuro.

 

De hecho son frecuentes los casos de intelectuales y de organizaciones sociales y civiles que han abandonado estos caminos para subirse al carro de la rentabilidad económica o política: ONG reconvertidas en empresas privadas o que han dejado atrás su trabajo comunitario para hacerse gestoras de sus agendas políticas y para posicionar a sus dirigentes como funcionarios o como “interlocutores” del Estado a tiempo completo; organizaciones sociales, que se dicen revolucionarias, convertidas en gestoras de vivienda o en organizadoras de la demanda en apoyo de negocios inmobiliarios privados; intelectuales “orgánicos” hoy convertidos en expertos y consultores al servicio del mejor postor; movimientos sociales descabezados por la fuga de sus dirigentes para ocupar cargos en los partidos o en el sector público.

 

Siendo esto un hecho, no representa, ni con mucho, el único camino. Hoy se ensayan nuevas estrategias, se abren nuevos procesos y se multiplican, sobre todo entre las mujeres y los jóvenes, nuevos espacios en búsqueda. También avanzan, profundizan su experiencia y replantean sus estrategias y métodos viejas organizaciones que, pese a los obstáculos y limitaciones que les imponen las tendencias actuales, se mantienen abiertas y en búsqueda continua y consistente con su compromiso y su trabajo histórico.

 

Recientemente y como respuesta a algunas de las recomendaciones de la Asamblea Mundial de Pobladores, llevada a cabo en México en octubre de 2000, realizamos un sondeo para identificar y documentar casos complejos de producción y gestión social del hábitat en América Latina. Con apoyo de las redes de la Coalición Internacional para el Hábitat-América Latina (HIC-AL) y la Secretaría Latinoamericana para la Vivienda Popular (SELVIP) se integró una muestra de 45 casos de 13 países que representan un amplio abanico de experiencias enfocadas a hacer efectivos los derechos de los pobladores a la ciudad y la vivienda.

 

La mayor parte de ellas son experiencias de gran vitalidad en las que se ensayan y desarrollan caminos innovadores que muestran la capacidad de las organizaciones sociales de administrar y conducir procesos complejos que superan con mucho la visión sectorizada de los gobiernos, el reduccionismo homogeneizador impuesto por los mercados transnacionalizados y la especialización fragmentaria de los expertos.

 

Se trata de programas o proyectos que integran diversos componentes y procesos más allá de la construcción de viviendas y de las actividades de capacitación y fortalecimiento organizativo que caracterizan a la producción social del hábitat. Los casos registrados incluyen varios de los siguientes componentes y procesos: actividades generadoras de ingreso u orientadas al fortalecimiento de la economía popular; uso de ecotécnicas, educación ambiental y gestión de proyectos ecológicos; acciones encaminadas a mejorar la salud, el consumo o la seguridad; atención de grupos especiales (niños, jóvenes, ancianos); promoción de la equidad de género a lo interno del propio colectivo; fomento de la cultura y el deporte; participación activa en la negociación de políticas públicas, el fortalecimiento de las luchas democráticas o el desarrollo del poder local.

 

Constituyen experiencias que, desde el nivel micro, construyen soberanía popular y nueva cultura centradas en las prácticas colectivas y en estrategias basadas en la capacitación, el manejo de información, la participación en las decisiones, la socialización de responsabilidades y la autogestión de los propios saberes, activos y recursos. Independientemente de quien las haya originado, las experiencias más avanzadas se centran en la comunidad e implican el trabajo articulado e interdisciplinario de técnicos y profesionales que apoyan sus procesos productivos y autogestionarios.

 

Estas experiencias, que constituyen sólo una muestra del trabajo que desarrollan, entre muchas otras, las organizaciones desde las que actúan los autores de este libro, se suman a las que se realizan en muchos otros campos. Gracias a los medios electrónicos, se aceleran los contactos y las solidaridades entre ellas y se convocan encuentros y acciones conjuntas que van tejiendo y articulando procesos a diferentes escalas -local, nacional, regional, global- en forma simultánea y progresiva, sin seguir patrones preestablecidos ni modelos mecánicos.

 

Surgen nuevas formas de organización y acción que concitan voluntades y construyen sinergias en la defensa global de los derechos humanos, la naturaleza y el hábitat humano; la diversidad cultural y biológica; de los indígenas, los trabajadores, los desplazados, los refugiados, los migrantes, las víctimas de las guerras y catástrofes; de los que sufren hambre, enfermedades o carecen de techo.

 

Se intercambian experiencias, testimonios y reflexiones sobre procesos innovadores en campos tan diversos como la agricultura orgánica, el comercio justo, el trueque tecnificado, la medicina alternativa, la educación transformadora, el hábitat popular autogestionario. Se articulan acciones contra la globalización excluyente de los poderosos, el narcotráfico, el armamentismo, los impactos sociales y ambientales de los macroproyectos.

 

Se gesta en diversos frentes, lugares y escalas el otro mundo posible que anima los sueños, encuentros y debates que integran el Foro Social Mundial y otros espacios que imaginan y construyen, paso a paso, la otra globalización, la que concibe al mundo como el espacio y patrimonio de todos. Ese otro mundo posible no surgirá ciertamente de las instituciones, demasiado encerradas en su vieja racionalidad reduccionista, separadora y fragmentaria, y entrampadas en sus rutinas e impedimentos burocráticos. Ese otro mundo, por lo contrario, palpita ya vitalmente en incontables, tal vez en millones, de pequeñas experiencias conducidas por comunidades, grupos solidarios y redes sociales que, a todo lo ancho del planeta, se resisten al avasallamiento de su autonomía y luchan por su dignidad y sobrevivencia interactuando colectivamente y aprendiendo a gestionar procesos y proyectos cada vez más complejos e integrales.

 

Frente a los hombres grises, acumuladores de tiempo, de poder y de dinero, se van gestando nuevas formas de convivencia que nos acercan a la práctica de edificar y de habitar -de acuerdo al decir zapatista- un mundo en el que quepan todos los mundos.

 

Pero casi 40 años de trabajo realizado en los márgenes del sistema nos impiden ser ingenuos. Sabemos que nuestras mejores experiencias, muchas de ellas reconocidas y premiadas como “mejores prácticas”, no son sino flores singulares crecidas entre piedras.

 

Que si bien lo alcanzado y lo que hoy se sigue sembrando en múltiples frentes nos alienta a seguir adelante y nos inspira para inventar y abrir nuevos caminos, lo hacemos de cara al enorme poderío económico y político concentrado en las grandes corporaciones que lo quieren todo y que cuentan para lograrlo con el apoyo de sus operadores en los gobiernos, los organismos internacionales, los medios de comunicación masiva y las fuerzas armadas.

 

¿Cómo ubicar nuestro quehacer actual ante tales hechos? ¿Qué tanto debemos dedicar nuestras débiles fuerzas a enfrentar en sus terrenos al mounstruo, que en su largo agonizar arrasa con todo lo que se le oponga? ¿Qué tanto a esparcir semillas de lo nuevo en los campos más fértiles y modestos de la gente que lucha por su dignidad y su sobrevivencia? ¿No es acaso la multiplicación, intensificación y articulación de estas experiencias y procesos gestados a contracorriente la tarea a realizar en el umbral de una nueva era civilizatoria?

 

La respuesta a estas cuestiones no la encontraremos en nuevos “modelos” o en utopías cerradas que den certeza a nuestros pasos. La única certidumbre con la que contamos es la de saber que ésta, la certidumbre, no existe. Que tanto la ciencia como la historia contemporáneas nos muestran que el universo y nuestro mundo constituyen un sistema dinámico, indeterminado, imprevisible, profunda y crecientemente complejo y que todo lo que pasa en la escala más pequeña de la materia y del acontecer social incide de alguna forma en lo que sucede a escala planetaria y en los confines del universo.

 

Son precisamente estas constataciones las que afirman nuestra esperanza y nos motivan a seguir adelante, aunque tengamos que hacerlo desde los resquicios que nos abren las grandes contradicciones de nuestro tiempo y desde la realidad caótica, aleatoria e impredecible en la que se gestan hoy los procesos sociales que habrán de transformarla.

 

*a Enrique Ortiz Flores, arquitecto, coordinador de la oficina regional para América Latina de la Coalición Internacional para el Hábitat; profesor titular de la Cátedra Sergio Chiappa en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco; miembro del Consejo Nacional de Vivienda, México.

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