3. Los barrios con candado en el jardin de Epicuro

por María Carman 

INTRODUCCIÓN

En este trabajo interesa analizar el fenómeno urbano de los barrios cerrados, teniendo en cuenta las transformaciones que implica desde el punto de vista de las dimensiones de lo público y lo privado. Por otra parte, mi intención consiste en formular cierta teoría implícita en el ejercicio de mudarse, vivir u ofrecer a otros las bondades de los barrios cerrados; afines a los postulados de Epicuro (341-270 A.C.). Procuro realizar una lectura de este proceso de segregación espacial desde los postulados del filósofo griego respecto al dolor, el placer, la felicidad y la vida política.

El trabajo preliminar que se condensa aquí se apoya en algunas obervaciones de campo y entrevistas informales, el análisis de material periodístico y en una indagación sobre los barrios cerrados -que dista de ser exhaustiva porque la bibliografía es vasta y sigo recopilándola- en torno a la teoría del placer de Epicuro. Este constituye, pues, mi primer acercamiento a una problemática urbana que se abre, infinita, hacia diversos horizontes, susceptible de múltiples lecturas.

Posteriormente me interesaría abordar la temática de los barrios con candado desde algún estudio sistemático en diversos escenarios, incluyendo entre ellos aquel donde desarrollo mi actual investigación: el barrio del Abasto. Si bien dicha investigación gira en torno a otro fenómeno urbano en apariencia antagónica al de los barrios con candado -las ocupaciones de casas tomadas y específicamente, la construcción de identidades de sus habitantes-, las profundas transformaciones que están sucediendo actualmente en el mercado de Abasto y sus alrededores entrecruzan ambas modalidades de hábitat.

En efecto, el mercado se está convirtiendo en shopping y a fuego lento, las casas tomadas que lo rodean son desalojadas en pos de la construcción de la expresión comprimida de los barrios cerrados en la ciudad: las torres country. Se trata de una suerte de monoblocks con glamour que intentan dejar el dolor fuera de sus murallas, aunque los obreros mueren en sus alturas. Los ocupantes se extinguen y son sustituidos en el espacio barrial por los flamantes dueños de los departamentos de las torres country.

Pero volvamos a lo nuestro. Ahora los invito a cruzar el espacio -la General Paz hacia cualquiera de los puntos cardinales- en busca de los barrios cerrados. Y a cruzar, también, las fronteras del tiempo, en busca de los pocos rollos sobrevivientes de Epicuro, ya que la mayoría de su obra se ha extraviado. Y, como decía Foucault, veamos qué podemos hacer con estos fragmentos...

La metamorfosis del espacio, o la supresión del agora.

 "El mundo está verdaderamente constituido cuando se forma alrededor de él una envoltura delgada, hecha con una redecilla de átomos que lo separa del espacio circundante. Si llega a romperse (...), el mundo que protegía se disgrega y sus átomos se dispersan en el vacío infinito..."(Fragmento de la concepción cosmogónica de Epicuro).

 

La expresión barrio con candado se utiliza para designar al fenómeno actual de acelerada expansión de barrios privados. Este "boom" está vinculado a la consolidación de los countries, que han triplicado su población permanente desde 1992. Los barrios privados son la versión "ajustada" del country: se paga sólo por la seguridad y el mantenimiento de los parques externos.

Los barrios amurallados  -también denominados clubes privados- constituyen un fenómeno en ciudades como San Pablo y México. En las zonas privilegiadas de las afueras de las grandes ciudades latinoamericanas, se cierran las calles de uso público para exclusivo disfrute de los habitantes del sector, quienes pagan un vigilante a la entrada, construyen una muralla al ingreso e imponen que sólo previa identificación alguien pueda ingresar al predio protegido, que adquiere la forma de un verdadero laberinto de características restrictivas.

Pero cerrar un barrio no consiste solamente en levantar un muro o colocar un alambrado; no se trata de una cuestión estética ante eventuales vistas panorámicas con poco glamour . Sofisticados dispositivos de seguridad proporcionan la "libertad" del barrio cerrado y garantizan su tan mentada "calma chicha": alarmas, garitas, cámaras, patrullajes, rejas, tarjetas de acceso, custodias... Y aquí reside toda la paradoja de las murallas: la distancia física entre ricos y pobres es menor, aunque instaurada con mecanismos más complejos.De este modo el mundo privado se enfatiza, se acentúa en diversos signos -visibles o no - de atrincheramiento, hasta volverse redundante.

En este contexto y al menos para estos habitantes, lo privado se encuentra separado de lo público, de tal modo que lo absorbe y reduce su extensión. Podríamos admitir incluso que el crecimiento vertiginoso de los barrios con candado supone una inversión de los términos de lo público y lo privado: en el mismo gesto en que se pretende que lo privado sea visto como público -se lo vende como lo abierto, lo libre, lo natural- lo público es tratado como un residuo, considerado irrelevante. En efecto, fuera de los barrios con candado permanecen aquellos que nunca podrán encontrar la llave para entrar.

En el mismo sentido, Silva designa este proceso como una deformación del espacio público de la ciudad que, lejos de rechazarse y condenarse, "...contagia sus resultados y hoy distintos barrios en estas ciudades siguen erigiéndose como castillos aislados del resto del mundo". Y concluye: "...la ciudad, en tan neurótica dimensión, se parece más a la guarida asediada que al espacio del beneficio colectivo".

Se trata de un mundo acotado, previsible, mientras que lo público da cuenta de un suceder, de encuentros, de posibilidades infinitas. Del otro lado de las murallas existe un mundo que se intenta dejar fuera: el del pequeño almacén, el baldío, el mendigo, el ocupante ilegal, el villero... El de un peligro anónimo pero posible que se evita de un modo pragmático: auto-excluyéndose de él. Los barrios privados, pues, se vinculan con la supresión del ágora.

¿Y qué es lo que queda dentro? Gente de una misma clase social aunque heterogénea, viviendo en un espacio común, unidos aparentemente en torno a un mismo destino; lo cual tiende a reforzar la idea de que ése es el mundo "lógico" y esperable. Los enclaves garantizan que mundos sociales diferentes se encuentren lo menos posible en el espacio urbano; es decir que pertenezcan a espacios distintos o separados. Cerrar el barrio implica también cerrar el azar y la diferencia.

Detrás de esta "elección de vida" en apariencia sencilla, casi automática se despliega una teoría del placer: aquella que enunciara Epicuro -otro pragmático- para enseñar a los hombres un camino a la felicidad.

 

"Vive oculto"

La doctrina del filósofo griego Epicuro tiene un objeto exclusivamente práctico: está destinada a procurar la vida feliz a una minoría, aislada del resto del mundo. Epicuro consideraba el placer como la felicidad. Esta felicidad era esencialmente una evasión o liberación del sufrimiento, un estado interior de ignorancia del dolor y del temor.

Se trataba, pues, de vivir experimentando el menor dolor posible, a la vez que el máximo placer. Todos deseamos el placer -sostiene Epicuro-; todo ser viviente se esfuerza por huir del dolor. La presencia del dolor nos hace desgraciados. Previamente a todo placer positivo, necesitamos liberarnos del dolor.

El estado de perfecta ausencia de inquietud, la ausencia de toda clase de temor es considerado por Epicuro y sus seguidores como cumplimiento supremo de la vida humana. El epicureísmo, lejos de cualquier ostentación de virtud, era un sistema centrado sobre el propio individuo; una ética de la pura felicidad subjetiva  cuyo surgimiento se vincula con el quiebre del marco de la ciudad, que constituía el punto de referencia para el griego.

Siguiendo a Long, podemos afirmar que Epicuro nunca insinúa que el interés de los demás haya de ser preferido o valorado independientemente del interés del sujeto. Citamos al autor: "En una época de inestabilidad política y de desilusión privada, Epicuro vio que la gente, como los átomos, son individuos, y que muchos de ellos andan vagando en el vacío".  Los seres humanos, según Epicuro -en su concepción hedonista, fuertemente antiplatónica y antiaristotélica- no poseen tendencias "naturales" hacia la vida comunitaria. De hecho, su concepto de justicia -basado en una especie de pacto de no dañar ni ser dañado- no presenta obligaciones morales ni sociales. La justicia de Epicuro nos requiere a que respetemos los "derechos" de otros sólo si resulta ventajoso para todas las partes afectadas. Vale decir que la base de este reconocimiento sigue siendo el cálculo hedonista, el propio interés que mencionábamos anteriormente.

Los seguidores de Epicuro fueron conocidos como los "filósofos del jardín" ya que vivían en jardines de los cuales, según la leyenda, colgaba una inscripción con las palabras: "Forastero, aquí estarás bien. Aquí el placer es el bien primero". Los refugios epicúreos se asemejaban al encierro monástico pero sin su componente fundamental: la mística, la caridad o la preocupación por el otro. Los adeptos buscaban a su lado el olvido de las preocupaciones de la vida cotidiana, un retiro seguro para huir de las desdichas de la existencia, ante cuyos límites se detenían los males del exterior.

Albert Rivaud le objeta a la filosofía de Epicuro su falta de altruismo y el hecho de que "empobrezca" las almas "...para no conservar en ellas sino lo placentero y agradable"; calmando "...su angustia mediante el rechazo de todo compromiso radical". Y concluye, enfático: "El epicureísmo (...) amputa deliberadamente de su vida todo lo que podría ser prueba o catástrofe. (...) Hay algo artificioso en esa alegría voluntaria y en esa mediocridad sabiamente cultivada" . Otro crítico como Jacques Maritain argumentaba que "...la perfecta indiferencia [de los epicúreos] concluía en un sueño evasivo de las profundas realidades de la vida...".

 

¿El temor lo justifica todo?

 "Suave cosa es contemplar aquellos males de que tu careces. Dulce, también, mirar grandes contiendas de guerra desplegadas por la campiña, sin peligro alguno de tu parte..."  (Lucrecio, gran discípulo y admirador de Epicuro). 

Ahora bien ¿en qué sentido es posible referir la experiencia colectiva de progresivo poblamientos de barrios privados como un fenómeno ligado a los preceptos epicúreos? En primer lugar, partimos de la hipótesis de que dicha elección comporta un componente egoísta: se parte del propio beneficio, del placer, de ahuyentar el dolor social. El temor sienta las bases del cerramiento: el temor a la violencia pero también, en un sentido más amplio, a los demás hombres; e incluso al dolor y a la muerte.

Podemos acaso interpretarlo como un gesto desesperanzado de "abolir" la desigualdad; aunque en rigor, estos modos de segregación urbana no hacen sino volver la desigualdad más explícita. Los barrios cerrados patentizan un gesto de ignorar la desigualdad y el dolor ajeno, el dolor sino personal, al menos el producido socialmente como resultado de una sociedad cada vez más desigual.

Como los desesperanzados seguidores de Epicuro, se trata de buscar cierta "salida" individual a un malestar fundado en el temor y encontrar un jardín fuera de las miradas ásperas de los otros.

¿No hay en el propio origen de estos barrios cerrados un temor, una oscuridad indecible, vinculada al poder sufrir una herida por alguien que a su vez sufre? ¿Y al hecho de saber que ese sufrimiento del otro no es ajeno al propio bienestar?

Porque lo que se quiere evitar, presumo, es el ser mirado por otros que devuelven -con su propia mirada y con sus cuerpos más gastados y sus manos más ajadas ya sea por el hambre o por un duro trabajo físico- el problema de la existencia de las desigualdades sociales: éstas se tornan demasiado visibles y resultan obscenas; se trata de un problema de reconocimiento social.

Creo que el hecho de vivir en barrios con candado va construyendo invisiblemente determinados habitus, representaciones del mundo "legítimo" que desalienta un involucramiento o compromiso con los "otros", con aquellos que nunca podrían vivir en un barrio privado. Vimos cómo los epicúreos se esforzaban por expulsar el temor, y la felicidad se basaba en su anulación. Creo que esta supuesta anulación del temor le otorgaba, en rigor, un papel fundamental al propio temor. Algo similar podríamos sostener respecto a los moradores de los barrios con candado: el aislarse de los peligros de lo público no hace sino reforzar el miedo inicial y la visión de los "otros" como extraños y enemigos. ¿No son ahora doblemente extraños?

Este gesto de repliegue expresa, pues, la ilusión de "irse del mundo", de no formar parte del mundo de allá afuera, el de los noticieros o los diarios, del mundo público violento. Pero no existe tal posibilidad de no formar parte y esta es la gran contradicción de las clases medias y altas que como expresa Teresa Pires, "...arman su sueño de independencia y libertad en base a los servicios prestados por los trabajadores pobres" . Toda una legión de guardias de seguridad, empleadas domésticas, baby-sitters, jardineros, pileteros por lo general -como afirma Pires- mal pagos, y que muchas veces viven en las villas continuas al barrio cerrado.

Por más que los moradores de barrios cerrados reproduzcan su existencia en infinidad de circuitos cerrados -actividades sociales y colegios dentro del propio barrio, shoppings o Disneyworld- el "otro" irrumpirá de un modo u otro. De hecho ya irrumpe en un lugar curioso: al interior del propio barrio, como un caballo de Troya. Citamos otra vez a la autora: "En un contexto de miedo creciente al crimen, en que los pobres son asociados a la criminalidad, las clases medias y altas temen el contacto y la contaminación, pero continúan dependiendo de sus empleados (...) [manteniendo con ellos] relaciones tan ambiguas de dependencia y evitación, intimidad y desconfianza".  De esta paradoja ya hablaba Hegel en su maravillosa dialéctica del señor y el siervo: los señores anhelan un mundo de iguales pero dependen del trabajo del otro y en este sentido fracasan en su intento de alcanzar la libertad.

 

¿Un placer inmutable?

Podemos establecer un cierto paralelo entre la elegante simplicidad de la ética de Epicuro y aquella indolente de las publicidades de los barrios privados y aun de los discursos de sus moradores "famosos", tal como son presentados por esos mismos suplementos desbordados de anunciantes. A tono con la filosofía epicúrea, las publicidades cultivan el ideal del placer estable:

"¡Sus fines de semana ahora son de siete días!"

"La felicidad permanente para niños, adolescentes y adultos".

"Vivir aquí será su inmenso placer de cada día".

Para Epicuro la muerte no nos concierne pues mientras existimos, ella no está presente. Emuladores de Epicuro, estos anuncios enfatizan la belleza y esconden la decadencia que ya trabaja en cada célula de nuestro cuerpo, desde que nacemos, encaminándonos hacia la muerte, lo único seguro en nuestras vidas. A tono con la confianza epicúrea en el placer, las publicidades no aluden a los ancianos como posibles moradores: todas las fotografías y los slogans representan a familias jóvenes, con hijos, lanzados a un cúmulo de deportes. El "para toda la vida" de los avisos de los barrios cerrados no parece incluir la vejez ni ningún tipo de deterioro, como el jardín siempre verde de Epicuro.

Se sustituye así el temor por un placer crónico: un placer -una supresión del dolor- que se mantiene inalterable, igual a sí misma: "...el placer ocupa todo el lugar del deseo que lo ha precedido (...), para sustituirse enteramente a él (...) El vacío desaparece instantáneamente y sin restos, el placer es puro, sin merma, durable. Hay sucesión y jamás contemporaneidad entre los dos estados".

El emprendimiento comercial de los barrios cerrados intenta capitalizar un malestar latente, ambiguo respecto a la vida en la ciudad y su condición demasiado "pública" en un sentido peyorativo; que cobra diversas formas según los actores sociales involucrados. Y proporciona una respuesta categórica: el mundo de la naturaleza y la seguridad -aunque esta dupla suene irónica- donde ya no hay qué temer, y donde uno puede protegerse de la mirada de los demás.

El peligro sólo es aludido indirectamente en ciertos giros que tácitamente suponen a un otro considerado enemigo. Si bien la mención a la seguridad nunca está ausente en las publicidades de los barrios cerrados, existe cierta pretensión de sublimarla. En primer lugar porque ya está sobreentendida en la propia noción de barrio cerrado y en segundo lugar, porque las disputas por la clasificación entre los barrios cerrados se desplazan a la "arena" más legítima de la naturaleza, que funciona como un criterio de distinción o como diría Bourdieu, de lucha por la última diferencia legítima. Las publicidades resaltan aquellos barrios que tiene las "arboledas añosas", la mayor variedad o cantidad de especies, o más historia, incluyendo historias "inventadas" con magias y leyendas. La historia -simbolizada en sus árboles o en sus antiguos moradores, como en el caso de algunos barrios cerrados asentados sobre antiguos cascos de estancias- es una marca de prestigio que contribuye a inscribir  -como diría Ricoeur- los flamantes barrios cerrados en un continuum, a procurarles un anclaje en algún sitio, aunque más no sea en las propias raíces de su vegetación. Incluso algunos folletos de barrios cerrados -como el caso de las Acacias Blancas- "dibujan" los árboles allí donde no existen todavía, desafiando las leyes del tiempo, como si ya fuesen ejemplares adultos; mientras que, tan sólo meses atrás, la vacas pastaban en ese mismo predio: una gran llano desprovisto de árboles.

La distinción también puede trasladarse al reino animal -una publicidad menciona en un lugar destacado la presencia de "centenares de ciervos axis" o a los deportes más exóticos pero no por eso menos naturales: aéreos, marinos, hípicos, etc. Se trata de una "guerra" sutil, sumamente interesante para el análisis pero que excede los límites de este trabajo.

 

A modo de conclusión.

Asi como los discípulos de Epicuro buscaban en su filosofía un abrigo contra las desdichas de la vida, los habitantes de los barrios cerrados -que se multiplican actualmente como florecían, en aquella época, los jardines de Epicuro- buscan un abrigo contra los peligros foráneos. Los barrios privados -en su "...atmósfera igual y sonriente de medio cerrado"- son la metáfora de un mundo que no quiere contactarse con el dolor que hay detrás de la belleza. Empalman con otras tendencias contemporáneas de privatización de la vida, de desaliento de solidaridades.

Mi último pensamiento se dirige a las nuevas generaciones de los barrio cerrados: ¿Qué ha de suceder con aquellos que están naciendo y criándose dentro de los barrios cerrados y sus cajitas chinas: el colegio, el club house y todo el mundo aparte que se pretende armar intramuros?

Recuerdo una película de un famoso director que retrataba la leyenda de Siddharta. En el film, el príncipe ha sido criado en un ambiente alejado de cualquier signo de tristeza o decrepitud. Un día pasea en un carro y detrás de sus siervos ve fugazmente la figura de un anciano enfermo. Le pregunta a su padre por él, ya que no conocía el significado de las palabras pobreza, enfermedad ni vejez; y luego sale al mundo a encontrarse con las experiencias nombradas por esas palabras ignoradas.

¿Saldrán ellos también al mundo extramuros de ágoras, diferencias y desigualdades?

 

Bibliografía

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Sissa, G. (1998); El placer y el mal. Buenos Aires. Ediciones Manantial.

Valls Plana, R. (1979): Del yo al nosotros. Barcelona. Laia.

 

INDICE

Introducción 2

La metamorfosis del espacio, o la supresión del ágora 3

"Vive oculto" 6

¿El temor lo justifica todo? 8

¿Un placer inmutable? 11

A modo de conclusión 13

Bibliografía 14

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