3. Relaciones entre modernidad, espacio y vida social en Buenos Aires

Desde fines del Siglo XIX hasta mediados del Siglo XX.

Por Victoria Mazzeo. Dirección General de Estadística y Censos – GCBA e Investigadora del Instituto Germani – Facultad de Ciencias Sociales –UBA.


 
Lic. Victoria Mazzeo *

Introducción

La sociología describe el advenimiento de la sociedad moderna como el resultado de un conjunto de cambios[1] que varían considerablemente de país en país y en circunstancias históricas diferentes. En este sentido “ninguna modernidad es modelo para las otras, ya que la modernidad no es un fenómeno que se desarrolla por imitación: se trata de un conjunto de cambios internos en las historias específicas de cada país”[2].
Las sociedades pasadas, llamadas “tradicionales”, se perciben como segmentadas y menos móviles, en las cuales cada una de las partes tiene su propia vida. Con la modernidad surge un nuevo tipo de formación social que se asocia a la racionalización de la sociedad en sus diversos niveles: económico, político y cultural, privilegiando cualidades como: funcionalidad, movilidad, racionalidad, sistema y desempeño.

El espacio y el tiempo de la modernidad son específicos, no se refieren al universo ideológico sino a la propia organización de la sociedad. Este es el tema que pretendo presentar, analizando los cambios experimentados en la ciudad de Buenos Aires en su paso de sociedad “tradicional” a sociedad “moderna” desde finales del Siglo XIX hasta mediados del Siglo XX.


Con el objeto de investigar cuáles han sido esos cambios se han seleccionado una serie de indicadores[3] para cada año censal del período 1855-1960  que sirven de apoyo para elaborar este primer acercamiento al tema de modernidad, espacio y vida social en Buenos Aires.

En primer lugar se presenta el tema “modernidad y población” por considerarse fundamental para la comprensión de los cambios en el espacio y la vida social de la ciudad en su transición a la modernidad.


Modernidad y población.
Un comienzo apropiado para este punto es la conocida afirmación de Paul Demeny “En las sociedades tradicionales la fecundidad y la mortalidad son altas. En las sociedades modernas la fecundidad y la mortalidad son bajas. En el medio se da una transición demográfica”[4].
Según el modelo de la “transición demográfica”, la sociedad tradicional se caracteriza por la llamada “alta potencialidad demográfica” es decir alta natalidad y mortalidad, hay luego una fase de transición en la que disminuyen primero las tasas de mortalidad y luego, con un retraso variable, empieza a disminuir la natalidad; por último, en la etapa muy avanzada, la natalidad tiende a estabilizarse mientras la mortalidad disminuye, aunque a un ritmo menor. Esta última fase ha sido denominada de “baja potencialidad demográfica”.
Como es sabido, esta transición se halla estrechamente vinculada a la extensión y mejoras del método y conocimientos sanitarios, del mejoramiento general del nivel de vida que reduce la mortalidad, especialmente la mortalidad infantil y prolonga la esperanza de vida al nacer, y a la generalización en la esfera de la vida familiar de la acción electiva, a través de la reducción y planificación de los nacimientos.
De acuerdo con el modelo teórico de la “transición demográfica” Buenos Aires, en el lapso que va desde mediados hasta fines de la década de los 80 del Siglo XIX , se ubica en su período pre-transicional caracterizado por una tendencia decreciente y luego creciente de la tasa bruta de natalidad entre 1860 y 1880 y con oscilaciones en la tasa bruta de mortalidad, fuertemente influida por las numerosas epidemias que se registraron en el mismo[5]. En ese momento la ciudad tenía un alto potencial de crecimiento futuro.
A partir de 1890 el balance entre nacimientos y defunciones fue holgadamente positivo. La mortalidad descendió antes y más rápidamente que la natalidad, lo que hizo que éste fuera el período de mayor crecimiento vegetativo de la ciudad. Ese alto crecimiento “actual” es el reflejo del inicio del proceso “transicional” que se desarrolló hasta inicios de la década de los 60, momento a partir del cual el crecimiento vegetativo de la población inicia nuevamente una tendencia decreciente. El potencial de crecimiento futuro es bajo porque son escasas las posibilidades de una reversión de las tendencias observadas en la natalidad y la mortalidad. Puede afirmarse que la tercera etapa, completada la transición, se inicia a partir de la década de los 60 del Siglo XX.
Para el análisis del comportamiento de la natalidad se ha seleccionado la tasa global de fecundidad, que ha descendido paulatinamente desde fines del Siglo XIX (1895=5 hijos por mujer) llegando a 1,7 hijos por mujer a fines del período analizado, es decir que se encontraba ya en 1960 por debajo del nivel de reemplazo generacional.
Para examinar la evolución de la mortalidad se han seleccionado dos indicadores, la esperanza de vida al nacer y la tasa de mortalidad infantil ya que los mismos permiten describir el efecto de la mortalidad en la estructura por edades de la población. En Buenos Aires la esperanza de vida al nacer se ha incrementado en 39 años entre 1887 y 1960, destacándose que la mortalidad ha sido diferencial por sexo: mientras que las mujeres han aumentado su esperanza de vida en 40 años, los varones lo han hecho en 37 años, por el efecto de la sobremortalidad masculina. El nivel de la mortalidad infantil, en el mismo período, ha descendido el 79 por ciento. La tasa de mortalidad infantil presentó sus valores máximos a fines del Siglo XIX y a partir de allí inicia su tendencia descendente.
El efecto combinado de los factores recién descriptos se refleja en la evolución de la estructura de la población por grandes grupos de edad. Los cambios más significativos han sido la disminución de la participación de los niños (0-14 años) y el aumento paulatino del peso relativo de los ancianos (65 años y más). En el mismo sentido, el crecimiento diferencial de los grupos de edad se refleja en algunas relaciones que suelen establecerse entre ellos: el índice de dependencia potencial y la edad mediana de la población, que se incrementa un 46% entre los años 1855 y 1960 (1855=24.8 años y 1960=36.1 años).
Los cambios en la estructura demográfica de la ciudad no podrían ser comprendidos sin incluir un análisis detenido de la inmigración masiva por hallarse asociada, como parte integrante, al proceso que transformó desde mediados del Siglo XIX la sociedad de Buenos Aires, dotada de una estructura vinculada todavía a las formas tradicionales, en una sociedad moderna. La intensidad y el volumen de la inmigración, en relación con la población nativa, fue tal, que podría hablarse de una renovación sustancial de su población. Los migrantes representaban en 1895 el 52 por ciento de la población, pero a partir de la época de la Primera Guerra Mundial, si bien los migrantes continúan aumentando su volumen, su participación se reduce a valores comparativamente menores hasta llegar a representar en el año 1960 el 23 por ciento del total.
El peso de los varones en la migración de principios del Siglo XIX se refleja en el índice de masculinidad de la población extranjera (222 varones por cada 100 mujeres) claramente superior al de los argentinos (67 por cada 100). A causa de su alta masculinidad los extranjeros se mezclaron, por el camino del matrimonio, con los argentinas. La vía de los matrimonios mixtos ha sido una de las más importantes en el proceso de asimilación de la población extranjera a las condiciones socio-culturales de la ciudad y en la aparición de la nueva estructura social que emerge desde la época de la inmigración masiva.
Por otro lado, después de los años treinta y especialmente a partir de mediados del siglo pasado, adquieren importancia dos hechos fundamentales relacionados con los cambios operados en las costumbres matrimoniales: se pospone la edad al matrimonio (especialmente entre las mujeres) y aumentan las uniones de hecho.
En resumen, a partir de mediados de la década de los 30 la ciudad se caracteriza en términos demográficos por tener una población que crece ya moderadamente[6], llegando a fines del período analizado a convertirse en una ciudad de población envejecida, proceso que se refleja en el aumento que ha adquirido a lo largo del tiempo la participación del grupo de personas de 65 años y más en la población total (1947=5.1% y 1960=9.0%). Es decir que ha completado su transición demográfica, indicador de modernidad relacionado con la estructura de la población.
Modernidad, espacio y vida social.
El ejido de la ciudad experimentó notorios incrementos desde su segunda fundación; en dicha época (1580) la ciudad tenía una superficie de 327 ha., en 1866 comprendía 3.936 ha. y en 1887 eran 18.141 ha. En palabras de un investigador de la época “Es Buenos Aires por su extensión territorial una de las más grandes capitales de la tierra. Ella es más grande que París (7.802 ha.), que Berlín (6.326 ha.), que Burdeos (3.343 ha.), que Glasgow (2.472 ha.), que Edimburgo (2.376 ha.), que Dublín (1.540 ha.) y que Hamburgo (1.146 ha.)”[7].
El núcleo de la ciudad fue creciendo en tres direcciones (noroeste, oeste y sur) que eran las que correspondían a los caminos que la vinculaban con el interior del territorio nacional. Sobre estas direcciones, confirmadas posteriormente por las líneas ferroviarias, se fueron estableciendo pequeños núcleos urbanos, originariamente parroquias, que paulatinamente se transformaron en barrios. Si bien no tenían fronteras definidas, su fisonomía fue claramente identificable por sus características ambientales y sociales.
A principios del Siglo XIX la vida de Buenos Aires era casi patriarcal: levantarse temprano, tomar mate, ir a misa, trabajar, almorzar, dormir una siesta y volver a las tareas. Esa vida era perturbada por la presencia de los vendedores ambulantes que eran atraídos hacia la ciudad por la ausencia de límites y la perspectiva de andar a caballo, la natural manera de desplazarse en tiempos sin alambrados ni vallados.
Los aguateros fueron vendedores populares en la ciudad y todavía por 1920 se los veía por algunos barrios ofreciendo agua, no ya del Río de la Plata sino proveniente de algunos depósitos. También en la costa del río se podía observar el ruidoso trabajo de las negras lavanderas. Ellas permanecieron todavía en el lugar durante más de medio siglo y así lo documentaron algunas fotografías del año 1875. Pero todo esto concluyó definitivamente en el año 1889 cuando el municipio prohibió el trabajo de lavado de ropa en la costa, la que en realidad se había alejado por la realización de las obras portuarias iniciadas en 1887.
Otros personajes característicos de mediados de siglo y que persistieran hasta 1880, aproximadamente, fueron el conductor del carromato que debía llevar los pasajeros hasta la ribera y el vendedor de pescado al que también se lo veía en la orilla procurando obtener sábalos, surubíes o bogas que luego ofrecía por las calles. Esta imagen tuvo larga persistencia y concluyó alrededor de 1930.
Todo parecía hacerse a caballo en aquellos tiempos y no faltaban los fruteros, carniceros, panaderos y naturalmente los lecheros. Estos últimos fueron cambiando sus sistemas: primero llevaron un par de vacas por las calles para ofrecer la leche realmente “al pie de la vaca”, luego los lecheros a pie o a caballo, llevando sus jarros, dejaron paso a los que utilizaban los carritos tirados por caballo que fueron vistos por las calles de la ciudad hasta la década de 1930.
El crecimiento y diversificación de las actividades urbanas y la llegada continua de nuevos habitantes no sólo impulsaron el crecimiento de la ciudad sino que modificaron el carácter de los barrios. Los sectores tradicionales y los populares casi nunca se mezclaron. La mayoría de los nuevos sectores populares (artesanos y pequeños comerciantes) se radicó en los suburbios urbanizados que todavía no estaban completamente edificados. Por otro lado, en las orillas, fue desarrollándose un sector marginal, entre criollo e inmigratorio.
Cada zona tuvo sus peculiaridades, ya sea por los diferentes servicios o la distinta calidad de la edificación. Los sectores tradicionales vivían en áreas con mejor equipamiento, disponían de más servicios e inclusive renovaron la edificación, mientras que las clases populares lo hacían en áreas más postergadas.
El transporte fue quizás el aspecto en que más avanzó la ciudad entre mediados del Siglo XIX y 1880, con la inauguración de los primeros ferrocarriles, ómnibus y tranvías a caballo. “Para el transporte urbano se habilitaron en 1853 diez líneas de ómnibus a caballo que partían de la plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo) en dirección de los tres rumbos principales de la ciudad. El primero de los ferrocarriles se inauguró en 1857, salía de la Plaza del Parque (hoy Lavalle) y luego de recorrer 10 Km. llegaba a Floresta. Los antiguos puntos de convergencia de carretas y ganado (Plaza Miserere, Constitución y Retiro) se convirtieron en las terminales ferroviarias que unían la ciudad con las zonas oeste, sur y norte. En 1868 se establecieron los tranvías a caballo que también unían las principales zonas de la ciudad”[8].
Estos recorridos tuvieron una importancia fundamental en el crecimiento de la ciudad y en la densidad de la población de las áreas que atravesaban; asimismo modificaron sustancialmente el valor de los terrenos y propiedades. Hacia 1880 estos servicios ya se habían convertido en una densa red con 149 Km. de vías, que cubrían el área central y las zonas del contorno[9] y en 1888 poseían 176 Km.  y habían contribuido a “transformar la ciudad, acortando las distancias, extendiendo la población, valorizando las propiedades y aumentando el bienestar común”[10].
La escasez de viviendas en relación con las demandas de los nuevos habitantes urbanos, el desarrollo de los transportes y la urgencia de la clase alta por abandonar la zona céntrica en la época de las grandes epidemias dieron impulso a zonas despobladas hasta entonces.
Si bien hasta ese momento no puede hablarse de barrios, existían estrechas relaciones entre los habitantes de cada zona, estimuladas por la cercanía y hasta cierta participación en los problemas comunes. Estos vínculos fueron definiendo paulatinamente esas áreas de existencia propia que serían más tarde los barrios.
Después de la epidemia de fiebre amarilla la clase alta se trasladó a nuevos barrios (parroquias de Catedral al Norte, la Merced, San Nicolás, del Socorro y del Pilar) que presentaban los mayores esfuerzos urbanísticos y que en las décadas posteriores se transformarían en el llamado “Barrio Norte” con características de “mundo cerrado y recinto de sociedad exclusiva”[11].
Los nacientes sectores medios (pequeños comerciantes, empleados, técnicos especializados en las nuevas maquinarias industriales, sastres y modistas y todo tipo de artesanos) se radicaron en lo que pronto serían los barrios de Montserrat, San Cristóbal, La Piedad y Balvanera y luego llegarían a Belgrano y Flores, transformando estas zonas, que antes se dedicaban a quintas de fin de semana o de paseo de la clase alta, en zonas residenciales. Estos sectores medios trataron de emular a los representantes de la clase alta, tanto en el estilo de la edificación de sus casas como en la búsqueda de la apariencia y la seguridad.
Las zonas de residencia de las clases obreras, que se incrementaron notablemente después de la inmigración masiva, estuvieron relacionadas con la cercanía a los lugares de trabajo (la industria, los servicios, el puerto) y con las escasas posibilidades de adquirir terrenos o viviendas. Se ocuparon lugares despreciados por el resto de la sociedad, especialmente los abandonados por la clase alta, el “Barrio Sur” (San Telmo, Catedral Sur y Montserrat) y de esta manera se formaron en las viejas casonas del barrio sur los “conventillos”. También aparecen casas de alquiler o de construcción primaria (los conventillos de La Boca de madera o chapa); esto ocurre en todo el sector sudeste (Barracas, Boca y Constitución), que eran zonas a menudo inundables y donde no existían trazado de calles ni nivelación de terrenos. En estos lugares las modestas viviendas solían limitarse a una única habitación.
Finalmente en los arrabales, en las orillas del área urbana, convivían trabajadores rurales, como peones, arrieros, carniceros o matarifes. Estas orillas hacia 1870 se ubicaban en las cercanías de vías ferroviarias. En estos lugares marginales abundaban los garitos y prostíbulos que servían a la clase alta como terreno de distracciones o escenario de componendas políticas.
La provisión de agua corriente y la construcción de cloacas constituyeron dos de los más serios problemas que debió afrontar la ciudad desde mediados del Siglo XIX. En Buenos Aires no existían servicios de provisión de agua, la población se abastecía usando el agua de los pozos (primera napa), recogiendo en aljibes o cisternas la de las lluvias o comprando la que vendían los aguateros. En los dos primeros casos, el agua estaba contaminada por las filtraciones de los pozos para letrinas que se excavaban cerca de los pozos de agua. El primer proyecto integral de agua corriente y cloacas fue realizado en 1859 por el Ing. Coghlan; posteriormente en 1869 el Ing. Bateman presenta un proyecto completo de agua corriente, cloacas y desagües que complementa al anterior. El plan de salubridad destinado a dar una solución integral al problema de la provisión de agua potable fue puesto en marcha en 1871. Unos años más tarde, en 1874, se comenzaron las obras cloacales y hacia 1880 se proveía de agua a la cuarta parte de la ciudad.
A partir de 1885 el saneamiento de la ciudad comienza a dominar las epidemias; la ingeniería sanitaria sumada a la activa intervención de las instituciones de la salud pública ponen freno a la elevada mortalidad de la ciudad[12]. Hacia 1915 ya se había instalado la infraestructura para la provisión de agua y el sistema cloacal, habían sido resueltos los problemas con relación a los desperdicios y la extensión de estos servicios a toda la ciudad estaba bien encaminada. Besio Moreno denomina al período 1914-1924 “la ciudad saneada”[13]. Prácticamente hacia 1930 finalizan las obras de infraestructura y equipamiento de la ciudad.
Al convertirse en la capital del país, las autoridades municipales iniciaron la tarea de transformarla en una metrópolis europea. Buenos Aires se convierte en una fuerte plaza comercial, en la que no sólo aparecieron poderosas casas mayoristas que concentraban las operaciones de exportación e importación, sino también gran cantidad de pequeños comercios dispersos por el centro y los barrios[14].
El modelo agroexportador adoptado hacia fines del Siglo XIX ayudó a desdibujar la importancia de una actividad industrial que no puede despreciarse. Las plantas industriales estuvieron concentradas, al principio, en pocas ramas productivas, pero fueron de gran importancia tanto por su tamaño como por los efectos sobre las características sociales del medio urbano. La concentración de la población en Buenos Aires creaba un mercado considerable para los productos industriales. “El elevado ingreso per cápita de sus habitantes, que figuraba entre los seis o siete más altos del mundo, generaba una demanda inagotable de bienes que se transformó, muchas veces, en poderoso incentivo para la instalación de plantas industriales”[15].
El crecimiento industrial fue intenso entre las décadas de 1890 y 1910[16], a tal punto que el personal ocupado por los establecimientos industriales de la ciudad se triplicó en veinte años. La crisis de 1929 frena por un par de años el proceso de expansión industrial para retomar luego un impulso cada vez mayor[17]. De esta manera se fue diversificando la sociedad porteña, en distintos sectores de la ciudad se ubicaron formaciones sociales distintas, netamente diferenciadas y en cada una de ellas se desarrolló una cultura singular.
De los grupos inmigrantes que integraban las clases populares o la clase media baja se desprende un nuevo proletariado manufacturero y luego industrial que comenzó a tener significación pero que nunca fue más que un sector minoritario. La gran mayoría de las clases populares buscó el ascenso social por la vía del trabajo y el ahorro y de esta manera empezó a constituirse una creciente clase media de singulares características sociales y culturales[18].
Una estimación relativa a la estratificación social de la ciudad, efectuada en base a las cifras del Censo de Población de 1895, muestra que en ese momento las clases medias debían representar aproximadamente el 35 por ciento de la población activa. En ellas los empleados representaban el 10 por ciento y había otro 5 por ciento, aproximadamente, de profesiones liberales y dependientes. “Veinte años más tarde el número de patrones había disminuido en apariencia, pero en el total de las clases medias subía considerablemente el grupo de los empleados y los profesionales” [19].
También se constituyeron en las orillas de la ciudad grupos marginales: allí se entrecruzaron los troperos criollos que llevaban los arreos de ganado a los mataderos, los peones de los frigoríficos, marineros, carreros y cuarteadores. En sus alrededores surgieron los prostíbulos, los salones de bailes, las pulperías, los despachos de bebidas, los almacenes, lugares todos donde los parroquianos buscaban un ambiente de libertad para sustraerse del sistema de normas y costumbres propios del centro de la ciudad burguesa. Allí los trabajadores, las prostitutas, los ladrones, los jugadores, los “cafishios”, los guitarreros y cantores se mezclaban sin suscitar distanciamiento de las familias humildes del barrio. Fue una sociedad marginal, con nuevas formas de convivencia y ciertos ideales de vida que delinearon el surgimiento de ciertos arquetipos sociales: el malevo, el guapo, el compadrito, el ciruja, que se sumaban a las viejas profesiones: cuenteros, adivinas, punguistas y jugadores “fulleros”. “Las clases altas se mostraron sorprendidas ante la aparición de estos “mundos disímiles” y concurrentes: el de los inmigrantes que trabajaban para lograr su ascenso social y se mostraban ajenos a la vida “tradicional” de la ciudad y el de los marginales que crecía en las orillas de la ciudad. Su reacción fue retraerse y constituirse en una verdadera oligarquía y afianzarse para defender sus privilegios y estilo de vida”[20].
El barrio norte se poblaba de suntuosas viviendas y se creaban hermosos rincones en los que brillaban los palacios de estilo francés y el barrio sur seguía siendo ocupado por las humildes viviendas de las clases bajas. “Y en tanto que las avenidas Alvear y Quintana sólo veían el desfile de los distinguidos vecinos, la avenida de Mayo, con sus cafés de españoles, como el Tortoni o el Colón y la calle Corrientes, con sus cafés bohemios y sus cafés de tangos, sus teatros y restaurantes, se transformaron en polo de atracción de la gente de los barrios” [21].
Las clases bajas que no tenían recursos suficientes para comprar terrenos y edificar su casa propia, recurrían al conventillo como respuesta a su demanda de vivienda. Las condiciones de esas viviendas eran sumamente precarias, no sólo por la antigüedad de la edificación y la carencia de servicios públicos y equipamiento interno, sino también por las condiciones de hacinamiento.
En las primeras décadas del Siglo XX aparecieron nuevos barrios más alejados de los tradicionales; los transportes públicos acortaron las distancias, se podían usar el tren, el subte, tranvías, ómnibus y el colectivo, a los que se agregó la compra de lotes en cuotas mensuales, cuyas facilidades de pago pusieron los terrenos al alcance de un mayor número de familias. De esta manera se redujo la importancia de la población que residía en el conventillo: de un 20% en 1895 a un 10% en 1914.
Hubo una cultura de las clases tradicionales y una cultura de las nuevas formaciones sociales, estas últimas escindidas a su vez en la de los grupos inmigratorios que mantenían vivas sus tradiciones populares europeas y en la de los grupos autóctonos hibridados de las orillas. “La cultura de las clases tradicionales se alimentaba de sus raíces criollas y se adornaba con el reflejo de la cultura burguesa de París y Londres. Se desarrollaba en las residencias aristocráticas, en los bailes y los clubes, en el Teatro Colón, en la Universidad, en las tertulias literarias, en las tribunas de socios del Hipódromo Nacional y en las redacciones de los grandes diarios (La Prensa y La Nación)”[22].
En los barrios se constituía una cultura inédita propia de los sectores inmigrantes y marginales, que tuvo dos matices distintos. Por un lado los grupos de inmigrantes y sus hijos que si bien constituían una cultura marginal daban muestras de aspirar a su rápida integración, debido a sus pretensiones de ascenso social, que los hacía aceptar las pautas establecidas por las clases altas. Por otro, existía una cultura marginal que aceptó su marginalidad, asumió sus raíces y afirmó su singularidad, creando un habla (el lunfardo), un baile y una canción (el tango) y una expresión teatral (el sainete). No cuestionaron sino que ignoraron los valores de la cultura del centro, dejaron de lado las normas y las sustituyeron con otras que respondían a su realidad. “Las culturas marginales se enfrentaron con la cultura del centro y aceptaron las vías de contacto que en cierto momento empezaron a establecerse y así comenzaron a entrecruzarse mil sutiles hilos entre las dos culturas, que concluyeron por crear una trama común para las dos en el Buenos Aires de 1930”[23].
El barrio tendió a cambiar su forma con las transformaciones en la actividad económica y en las costumbres de las familias. A fines del Siglo XIX una gran parte de la fuerza de trabajo encontraba empleo en su hogar o a unas pocas cuadras de su casa, lo que aumentaba la cohesión del barrio. Dentro del barrio se daba una considerable heterogeneidad, aunque con frecuencia predominaba un nivel social o un grupo étnico. Para la gran masa de la población porteña, el barrio brindaba una atmósfera ciudadana y un sentido de pertenencia a la metrópoli. Para los grupos profesionales y la clase alta el “centro” les servía como foco social y económico, pero el resto de la población encontraba en cambio en el barrio el sentido de sus vidas: los comercios donde hacían las compras de alimento, la escuela a la que concurrían los niños, el horario de asistencia a misa, el café donde los hombres jugaban a los naipes, las esquinas para los juegos callejeros de los chicos, las personas con quienes intercambian el saludo y con quiénes no, etc.
En la primera década del Siglo XX el barrio había alcanzado la plenitud de su importancia psicológica, social y económica, pero el cambio había empezado a afectarlo. Nuevas oportunidades educativas, creciente variedad de ocupaciones, mejoras en los transportes[24], grandes tiendas en el centro, diversiones populares, sacaban a la gente del barrio. La mejora gradual de los parques porteños, las revistas musicales, los sainetes, conferencias y el pasatiempo de los domingos, cada vez más populares, sugería que el barrio iba perdiendo su influencia en la vida de la gente.[25]
La imagen que presentaba Buenos Aires en las cercanías de la década del 30 mostraba que la mayoría de la población alquilaba casas de uno o dos pisos o residía en las innumerables casitas bajas que habían proliferado en los barrios populares ubicados sobre las líneas tranviarias o del ferrocarril suburbano. Las familias de clase alta vivían en sus grandes casas unifamiliares del barrio norte o en otros barrios “exclusivos” como Palermo o Belgrano. La forma de vivienda para la clase media era el departamento en edificios multifamiliares con ascensor, que se habían construido para alquiler, en terrenos de renovación del centro y sobre las principales avenidas.
A partir de 1934, la expansión industrial se acelera a medida que la crisis mundial genera una protección adicional y más permanente para el mercado interno. La migración de trabajadores hacia la ciudad[26] brinda nuevas posibilidades a la industria en lo que respecta a mano de obra que son ampliamente aprovechadas. Los censos de la época indican el surgimiento de gran cantidad de talleres y grandes empresas[27]. “En 1946 la expansión de los establecimientos de la ciudad llega a su máximo, con una ocupación cercana a los 400.000 obreros”[28]. En esta época, la dinámica del crecimiento urbano tiende a eliminar los terrenos disponibles para nuevas fábricas y la industria comienza su marcha hacia la periferia del Gran Buenos Aires en busca de espacios más amplios pero sin cortar los lazos con la ciudad. “Este desplazamiento provoca un descenso en términos absolutos de la cantidad de obreros ocupados en la ciudad, que se redujo a algo menos de 300.000 entre 1941 y 1963”[29].
Pero el alejamiento de la industria[30] no provoca detrimento en la vida económica y social de la ciudad: la expansión de las actividades comerciales, financieras y de servicios ofrecieron ocupación y posibilidades a sus habitantes[31]. De esta manera Buenos Aires tiende a recuperar el carácter de ciudad burocrática y comercial que caracterizó sus inicios, aunque no pudo ignorar las marcas dejadas por un siglo de evolución industrial.
Con respecto a su estructura social en 1936 y 1947 las clases medias siguieron ascendiendo, siempre en virtud del aumento de empleados. En las clases populares, no solamente se fue separando el fuerte núcleo de los “trabajadores de cuello duro” que se transformaron en clase media, sino que también se diferenciaba el proletariado industrial (técnicos, especializados y semiespecializados) de otros núcleos que trabajaban en las empresas de servicios y de comercio en condiciones muy distintas que las de 1914[32]. Cambios más importantes se producen en la clase alta[33], particularmente se transforma el sector secundario, que adquiere significado económico y dentro de la cual se ubica la alta burguesía que pasa a ocupar la posición privilegiada que otrora ocupara la burguesía agropecuaria. “Hacia el primer tercio del Siglo XX Buenos Aires era un producto de las élites que, orientadas hacia la cultura europea, en los últimos 50 años habían diseñado una ciudad para sí y para las imprescindibles y complementarias clases bajas con las que la vida urbana debía ser compartida.”[34].
Hacia 1930, Buenos Aires era ya una sociedad de clase media, tanto por el estilo de vida de su gente[35], por sus expectativas y sus gustos como por su conducta como consumidores y también indudablemente por la gravitación del sector social cuyas pautas, necesidades y preferencias impusieron un estilo al conjunto de la ciudad. La ciudad de la clase media, sin romper los patrones de la ciudad de la clase alta, los modifica y los adapta hasta transformarlos en nuevos patrones: es la ciudad del consumo masivo, de la propiedad horizontal, del automóvil y de los bancos. Por otro lado “la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo y su predominio en la conformación ocupacional de las clases medias, lleva a profundas modificaciones en la estructura de la familia y especialmente en las influencias sobre las pautas de consumo del hogar y sobre la socialización de los hijos”[36]. Un extranjero que visitó la Argentina en 1939 publicó en el diario Reconquista una serie de artículos sobre el tema “La Argentina que yo he visto”, el primero de ellos dedicado a Buenos Aires. “Ponía de relieve el elemento común de fisonomía y de funciones de las grandes metrópolis de la época e insistía en las modalidades por las cuales Madrid, París, Roma y otras capitales eran el equivalente de un mundo humano en el cual el desarraigo respecto de su hinterland, el cosmopolitismo de sus habitantes, la pluralidad de normas, valores e ideologías, la aceleración del ritmo de vida y de trabajo, la secularización de sus costumbres, la racionalización de las funciones básicas de la ciudad, de sus medios de comunicación y de transporte, de sus pautas de formación cultural, de educación, de recreación, mostraban (con variantes de contenido) un mismo matiz de acción e interrelación humanas”[37].
Entre 1930 y 1955 la impresionante movilidad social individual ascendente fue la mayor fuente de generación de sectores medios y por ello el más fuerte determinante de los cambios de Buenos Aires. A partir de 1955 se produce paralelamente otro fenómeno, el de la movilidad social colectiva, ya que la prosperidad creciente comienza a hacer posible que sectores enteros de las clases más bajas, especialmente de la clase obrera industrial, accedan a formas de vida de clase media, sin dejar su posición ocupacional. “En la generación del jean de los años 60 ya se hace difícil distinguir a un hijo de obrero de un hijo de comerciante o aún de un universitario”[38].
Un papel muy importante en este proceso lo tuvo el sistema educacional. Si bien la alfabetización y la expansión de la educación primaria son fundamentales[39], estos hechos son insignificantes al lado del crecimiento de la educación media y universitaria. “La educación media, que crecía desde 1930 a un promedio del 6% anual, entre 1945 y 1955 crece a razón de más del 10% anual y después de ese año retomará niveles de alrededor del 6%. En la universidad esto aún es más sorprendente. La matrícula universitaria crecía desde 1930 a un promedio algo menor del 7% anual, desde 1945 hasta 1955 crece a razón del 14% y desde entonces cae por debajo del 5%”[40].
Esta movilidad define otro nivel de cultura a la cual le corresponde un estilo de vida, un modo de ser. Los ejemplos del cine, los medios gráficos, la publicidad, la industria fotográfica, la radio y la televisión fueron significativos e indican “la existencia de una malla imprescindible para la movilidad cultural”[41]. Los medios de comunicación permitieron interconectar las distintas culturas de clase.
La incidencia de la radiofonía es importante desde mediados de la década del 30[42], la radio se convirtió en el entretenimiento familiar favorito de los porteños. Fue la época de los radioteatros y de algunas audiciones cómicas. La radio trajo aparejado nuevos entretenimientos, la propaganda, los concursos, y se difundió por medio de sus emisoras una novedad musical: el jazz. Los tangos, milongas, valses, pasodobles y tarantelas, que gozaban del favor del público hasta ese momento, poco a poco se fueron perdiendo cuando comenzó a escucharse el jazz. Aparecieron también los boleros, ritmos melódicos y composiciones centroamericanas (conga o rumba)[43].
En los primeros años del Siglo XIX se habían realizado experiencias cinematográficas[44] y en 1905 se había inaugurado la primera sala exclusivamente cinematográfica de carácter comercial. En 1908 nacía el cine nacional con la película “El fusilamiento de Dorrego”; a partir de allí se producen varias películas sin sonido hasta la década del 30. En 1931 se filma la película “Muñequitas Porteñas” que fue la primera producción semisonora[45] y con la incorporación del sonido, el cine argentino obtuvo su éxito inicial en “Tango” (1933) en la que el público podía ver y escuchar a sus estrellas del tango, luego vendrían los “Tres berretines” donde se mostraban los gustos y fanatismos de un muchacho de barrio y “Mañana es domingo” con las incidencias de un día de descanso. Los temas eran netamente nacionales y estaban relacionados con los habitantes de Buenos Aires y sus problemas. El cine también permitió conocer las noticias nacionales: el 26 de agosto de 1938 comienza a exhibirse semanalmente “Sucesos Argentinos” y luego aparecen otros noticieros como el Noticiero Panamericano y el de EMELCO propiedad de Kurt Lowe, aunque “Sucesos” fue el que abarcó un lapso más amplio desde 1938 hasta 1978. A partir de 1955 “Sucesos” comienza a moverse en el ámbito internacional, Antonio Díaz su productor fue uno de los representantes de PAINT (Primera Asociación Internacional de Noticieros y TV) sociedad que abarcaba a todos los noticieros hispanos y luso americanos y llegó a intercambiar notas con 32 países. “En la ciudad se construían grandes salas (Cine Teatro Opera en 1936 y Cine Teatro Gran Rex al año siguiente), los discos giraban vertiginosamente, las radios ya ofrecían “en cualquier momento la noticia imprevista” y se veía en las películas la otra cara del mundo. Para los porteños constituía un verdadero rito ir al centro los fines de semana”[46].
La transformación de la ciudad también repercutió en la vida teatral: desaparecieron los viejos personajes del sainete que fueron reemplazados por la “revista porteña” (con sus monólogos y el tango) y las revistas musicales; sólo subsistió la variante del grotesco y alguna que otra compañía de drama o comedia. También las modificaciones urbanas de la ciudad afectaron la actividad teatral, “La apertura de la Avda. Nueve de Julio demolió en breve tiempo muchas salas. En 1928 Buenos Aires tenía 56 teatros y en 1956 sólo había 21 salas”[47]. Después del auge del cine nacional y sobre todo de la aparición de los programas televisados en 1951 desapareció la afición por el teatro. No debe dejar de mencionarse el llamado teatro independiente que si bien existía antes del 30 cobra importancia recién después de 1931 cuando se inaugura el Teatro del Pueblo. La actividad independiente acercó a la vida teatral un público que había permanecido ajeno a ella. El precio accesible de las localidades y el carácter popular de los locales constituyeron un factor de cultura popular y sin duda cumplieron una importante función educativa entre el pueblo.
También la importancia de los medios gráficos es indiscutible: la publicación de diarios era ya en 1870 una empresa comercial. En las calles de fin de Siglo XIX los canillitas voceaban “La Nación” o “La Prensa”[48]. La importante presencia de la inmigración produjo el surgimiento de la prensa obrera del proletariado industrial. En ese momento hubo cambios en los grandes diarios que comenzaron a servirse de las agencias de noticias internacionales. El centro de influencia de las noticias se traslada de las capitales europeas a los Estados Unidos. “Los diarios reflejan este cambio en la despersonalización, en el estilo más sintético de sus notas, en los avisos, donde las marcas industriales comienzan a reemplazar a los nombres de fabricantes”[49]. Existe mayor intercomunicación, se compran más diarios y por lo tanto hay mayor tirada[50]. A partir de la década del 20 los diarios comienzan a incorporar las historietas, tal como lo hacían los diarios norteamericanos y se inician los rotograbados[51]. En la década del 30 los medios gráficos siguen creciendo y las revistas ocupan un lugar destacado en la vida porteña. “Los quioscos se llenan de revistas femeninas de clase media. Se percibe el naciente poder comprador de las adolescentes y a la manera de las revistas norteamericanas les destinan una sección”[52]. Más tarde en los cincuenta aparecerán las fotonovelas de masiva difusión entre las mujeres porteñas.
A partir de 1940, mientras los medios gráficos limitaban su alcance, debido a los problemas del papel como consecuencia de la guerra y la posguerra, la radio se expandió y se constituyó en el vehículo privilegiado de la información masiva hasta que hace su aparición la televisión[53]. La clase alta fue la primera en comprar sus televisores y ya “a fines de 1959, el 38% de la población total de Buenos Aires, había logrado adquirirlo, correspondiendo de este porcentaje la mayor parte a la clase alta”[54]. Luego la situación se modifica: entre 1960 y 1961 comienzan a emitir y competir tres nuevos canales. El porteño modifica sus hábitos, la televisión lo seduce y la vive como espectáculo tal como el cine; los diarios comienzan a darle cada vez más espacio en las páginas dedicadas al cine y al teatro. Puede afirmarse que la televisión toma una dimensión tal que a través de ella el público toma conciencia de la presencia de los medios masivos de comunicación en la sociedad moderna.
Buenos Aires hacia 1960 puede ser ya considerada una metrópolis, expresión del estilo de vida urbano moderno, fruto de la racionalización de las diferentes esferas de su vida social, que pasó a depender menos de lo peculiar, autóctono e intransferible y más de las funciones a cumplir para satisfacer las necesidades materiales, espirituales y morales de los hombres en la sociedad moderna.
Conclusiones.
En el período de la organización nacional se producen en la ciudad y en el país, cambios políticos, económicos y culturales fundamentales. Políticamente se evoluciona hacia la organización y la búsqueda de la paz interna, lograda en 1880 con la declaración de Buenos Aires como capital nacional. En lo económico, comienzan a echarse las bases de un nuevo esquema basado en la producción organizada, en su colocación en el comercio exterior y en la introducción de equipos y capitales, para lo cual se requirió un sustancial aumento de población que se concentró en Buenos Aires. En lo cultural, donde había predominio de elementos hispanos y nativos, se introducen nuevas influencias que provienen de situaciones y modos de vida desconocidos en el país.
A mediados del siglo XIX Buenos Aires era el lugar de residencia de una sociedad que aunque urbana no estaba muy separada de su ámbito rural. Con la organización política, el predominio económico porteño y la diferenciación de categorías sociales, la ciudad casi sin transición, se convierte en una sociedad marcadamente urbanizada.
En lo poblacional reunió grupos humanos diferentes: los tradicionales y los inmigratorios. Hubo un cambio físico y funcional de la ciudad, en relación a las actitudes que en ella se desarrollaban, con una notable diferenciación de los géneros de vida de sus habitantes, ya perceptible en 1880 y claramente definida hacia fines de siglo.
En las últimas décadas del Siglo XIX y los primeros años del Siglo XX se ubica el período de crecimiento más rápido de Buenos Aires, durante el cual los servicios, el desarrollo y la modernización de la ciudad permanecieron notoriamente centrados en la Plaza de Mayo y los alrededores inmediatos. Al mismo tiempo que en la ciudad se comenzó a utilizar nueva tecnología (tranvías, luz eléctrica, sistema cloacal, hormigón armado) para expandirla y hacerla más confortable, se fortaleció la herencia hispánica, que ponía el acento en la plaza central como el eje alrededor del cual se desarrollaba y giraba la actividad urbana. Hacia fines del Siglo XIX el negocio inmobiliario se limitó a las áreas centrales, pero a partir de allí, el incremento poblacional y la extensión del transporte dan lugar a la expansión del negocio inmobiliario, hacia la reconversión de tierra rural en urbana a través del parcelamiento y la venta a plazos a sectores de bajos ingresos que generalmente realizaban su vivienda por autoconstrucción o por contratación informal de mano de obra poco calificada.
La instalación de los tranvías eléctricos significó una verdadera revolución en los transportes públicos, completada luego por los subterráneos, los autobuses, los colectivos y los automóviles particulares. La facilidad y el bajo costo de los viajes permitieron fijar la residencia lejos de los lugares de trabajo. La población se esparció y el tejido urbano creció con rapidez. La expansión de la ciudad hacia la periferia acentuó la oposición entre morada y empleo; la moderna división del trabajo impuso otro tipo de concentración del espacio.
El advenimiento de una mueva organización socioeconómica promovió el intercambio entre espacios. El principio de “circulación” fue un elemento estructurante de la modernidad que emerge hacia fines del Siglo XIX en Buenos Aires. Evidentemente, la intensificación de la circulación fue una consecuencia de las transformaciones más amplias que ocurrieron en la sociedad.
La llegada de la sociedad moderna transformó la configuración espacial. El primer cambio fue de naturaleza vertical: creció el número de pisos; por otro lado la cantidad de viviendas se multiplicó[55].
Las reformas urbanísticas y la generalización de los medios de transporte hicieron que la ciudad pudiera ser concebida como un sistema integrado. La nueva organización social, fundada en la industria promovió el intercambio entre espacios hasta entonces vueltos sobre sí mismos y permitió que las relaciones sociales no se aferraran más al contexto local de interacción (el vecindario), desplazando las relaciones sociales a un territorio más amplio. Los hombres que vivían la experiencia de sus “lugares”, inmersos en la dimensión y el espacio regionales, son así referidos a otra totalidad.
En conclusión, puede afirmarse que esa “circulación” se constituyó en “sistema”[56]. Durante la etapa anterior, espacio y tiempo estaban confinados a lugares seguros, confiriendo estabilidad al orden estamental, los límites separaban las clases sociales, la ciudad del campo, la cultura erudita de la popular, impidiendo el movimiento de un lado a otro. La modernidad rompe este equilibrio, su movilidad impulsa la circulación de las mercaderías, de los objetos y de las personas y el espacio es concebido como una red de interconexiones.
 
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* Dirección General de Estadística y Censos – GCBA e Investigadora del Instituto Germani – Facultad de Ciencias Sociales –UBA. e-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
[1] Industrialización, urbanización, migración del campo a la ciudad, formación de mercado interno, cambios en la estructura demográfica, en las aspiraciones de consumo, etc.
[2] Ortiz, 2000, Pág. 10.
[3] Demográficos, de salud y saneamiento ambiental, actividad económica, medios de comunicación, ocupación del espacio, servicios públicos y de educación y vida social.
[4] Citado en Pantelides, 1983, Pág. 1.
[5] Las defunciones registradas en la ciudad por epidemias en el período 1858-1869: 3.975, entre 1871 y 1890: 33.389 (por la fiebre amarilla de 1871 13.164 muertes) y finalmente entre 1891 y 1915: 8.623.
[6] La tasa intercensal de crecimiento anual medio del período 1914-1936 fue del 19.6 por mil, del período 1936-1947 del 19.3 por mil, siendo negativa para el período 1947-60, mientras que en las primeras décadas del siglo pasado registraba tasas muy superiores (1909-1914: 50,5 por mil).
[7] Martínez, 1889, Pág. 28.
[8] Sarrailh, 1983, Tomo I,Pág. 405.
[9] En 1887 la ciudad poseía 12 estaciones de ferrocarril y 8 de tranvías.
[10] Martínez, 1889, Pág. 192.
[11] Sarrailh, 1983, Tomo I, Pág. 410.
[12] En 1909 había 7,9 camas hospitalarias por mil habitantes y 9,6 médicos por cada diez mil habitantes. Entre 1887 y 1909 los egresos hospitalarios se cuatriplicaron y la tasa de mortalidad hospitalaria se redujo el 34%.
[13] Besio Moreno, 1939, Pág. 50.
[14] En 1887 había 8.960 comercios y 5.483 industrias.
[15] Schvarzer, 1983, Tomo II, Pág. 223.
[16] En 1909 ya existían 8.119 establecimientos industriales.
[17] En 1960 los establecimientos industriales eran 30.632.
[18] La tasa específica de actividad económica era del 73% (30% en el sector secundario y 43% en el terciario). A partir de 1914 comenzó a declinar.
[19] Germani, 1987, Pág.219.
[20] Romero, 1983, Tomo II, Pág. 12.
[21] Ibidem.
[22] Romero, 1983, Tomo II, Pág. 16.
[23] Ibidem, Pág. 17.
[24] La aparición de los automóviles particulares modifica la circulación de las personas.
[25] Entre 1909 y 1936 la concurrencia a bibliotecas se multiplicó por 17, a cinematógrafos por 7, descendió un 40% la concurrencia a teatros y aumentaron el 4% los asistentes al hipódromo de Palermo.
[26] Esta vez la migración es de la población del interior del país.
[27] Entre 1914 y 1947 más que se duplican los establecimientos industriales (1914=10.275, 1947=25.156).
[28] Schvarzer, 1983, Tomo II, Pág. 228.
[29] Ibidem, Pág. 232.
[30] La tasa de actividad en el sector secundario se reduce el 26% entre 1947 y 1960.
[31] Los establecimientos de comercio crecieron el 29% entre 1947 y 1960.
[32] Según Germani entre 1914 y 1947 crece el 18% la participación de la clase media y alta, mientras que desciende el 11% el peso relativo de las clases populares.
[33] Estos ya podían viajar en avión.
[34] Mora y Araujo, 1983b, Tomo II, Pág. 267.
[35] El tamaño medio de las familias se reduce significativamente a partir de la década de los 30, mientras que en 1909 era de 5 personas por hogar, en 1936 de 4 y en 1960 alcanza sólo a 3 personas por hogar.
[36] Mora y Araujo, 1983b, Tomo II, Pág. 267.
[37] El visitante mencionado fue Archibald Mc Leish (miembro de la comisión que elaboró el Acta de Constitución de la UNESCO) en Rodríguez Bustamante, 1983, Tomo II, Pág. 498.
[38] Mora y Araujo, 1983b, Tomo II, Pág. 267.
[39] En 1960 el analfabetismo de la población de 14 años y más era de 3,1% y el 89% de la población de 6 a 14 años asistía a la escuela.
[40] Mora y Araujo, 1983b, Tomo II, Pág. 269.
[41] Ortiz, 2000, Pág. 58.
[42] Si bien en 1920 se realizó la primera transmisión por radiofonía cuando se emitió la ópera Parsifal desde el Teatro Colón.
[43] En ese momento las empresas grabadoras lanzaron a la venta numerosas ediciones de los discos de 78 revoluciones por minuto.
[44] El 18 de julio de 1896 en el Teatro Odeón se proyectó en Buenos Aires la película “La salida de los obreros de la fábrica Lumiére” que había sido la primera función cinematográfica en París el 28 de diciembre de 1895 en un subsuelo llamado Salón Indien ubicado en la calle Boulevard des Capucines y que marcó el inicio de la era del cine en Francia.
[45] Fue estrenada el 8 de agosto en el Cine Renacimiento.
[46] Troncoso, 1983, Tomo II, Pág. 302.
[47] Ibidem, Pág. 355.
[48] Una tirada excepcional de La Nación en 1875 era de diez mil ejemplares, entre ellos algunos destinados al interior del país.
[49] Brenca de Rússovich y Lacroix, 1983, Tomo II, Pág. 400.
[50] En 1888 La Nación edita 15.000 ejemplares.
[51] Las cifras de tiradas son de centenares de miles.
[52] Brenca de Rússovich y Lacroix, 1983, Tomo II, Pág. 403.
[53] El 17 de octubre de 1951 se inaugura la televisión.
[54] Brenca de Rússovich y Lacroix, 1983, Tomo II, Pág. 407.
[55] Entre 1895 y 1914 creció el 140% la cantidad de viviendas de la ciudad.
[56] Noción clave para comprender el espacio de la modernidad (Ortiz, 2000, Pág. 33).
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