ECONOMIA URBANA, DESARROLLO LOCAL Y ECONOMIA SOCIAL (Documento sujeto a revisión).

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Material para el curso de Posgrado en Economía Social y Desarrollo Local, Instituto de Conurbano, UNGS, 2004

 Alberto M. Federico-Sabaté

Las presentes reflexiones forman parte de un trabajo de mayor alcance.  Aquí sólo abordaremos en tres apartados el tema del desarrollo local que actualmente ofrece un campo de prometedoras perspectivas para el desarrollo humano; en primer lugar, como un componente clave de la economía urbana; luego, las configuraciones territoriales que le dan marco y que forman parte inseparable de la visión sobre el esquema de crecimiento basado en la globalización; finalmente, nuestra hipótesis de que la economía social provee un soporte sustantivo para la estrategia de desarrollo local, prácticamente ineludible en los países periféricos.

 

 I. EL ESPACIO LOCAL Y EL DESARROLLO LOCAL

 ¿Qué se entiende por desarrollo local? ¿Qué se entiende por economía local? ¿Tiene sentido acaso interrogarse por el ámbito local? ¿Qué entienden normalmente las personas al hablar de lo local?

Existe una cierta controversia alrededor de la definición o los rasgos característicos del recorte territorial entendido como lo “local”.

Para el sentido común, lo local hace referencia a un lugar, un espacio o recorte territorial algo indefinido que se ubica entre la región y el entorno de la vivienda, pudiendo designar un barrio o una localidad, un caserío, un pueblo.  Sin embargo, este avance desde el sentido común nos dice más sobre lo que no es, que sobre los rasgos en positivo del vocablo. No supera la equivocidad del término.

Si partimos del análisis crítico desde el cual se plantea la idea de que la captación de los objetos sociales complejos, como es el caso del ámbito local entre otros, implica el reconocimiento de sus diversas esferas o dimensiones estructurales interactuantes y que dado el proceso de mundialización de los mercados y la globalización sociocultural (que en el siguiente apartado abordaremos con algún detalle), las actividades de la dimensión económico-técnica, la denominada base económica, son determinantes de las restantes estructuras  fundamentales del y para el conocimiento (la político-institucional,  la ideológico-cultural, la jurídica, la medioambiental), deberíamos revisar esta complejidad del objeto para entenderlo.

Esto significa además, que el conocimiento de lo local no se agota en lo económico o el simple señalamiento geográfico surgido del sentido común (al decir “objeto social” ya lo hicimos implícitamente).  Aunque la estructura de la base económica está siempre presente de manera directa o indirecta, no se pueden dejar de lado las características de otras dimensiones que deben entenderse para alcanzar la complejidad del recorte territorial que nos ocupa. Evitando los llamados reduccionismos. Por ende, para poder establecer la complejidad de lo local y su desarrollo, resulta interesante repasar las opiniones de algunos especialistas en el tema, oriundos de distintas disciplinas o que establecen lecturas desde diferentes puntos de vista.

 Muy lejos de nuestra intención agotar ahora semejante tema y llevar a cabo una investigación exhaustiva. Simplemente vamos a traer opiniones sobre lo local que nos interesan de algunos conocidos investigadores que representan estos distintos enfoques disciplinarios. Recurriremos a las ideas sobre el ámbito local desde la política, la cultura, la economía, la geografía.  Con la limitación adicional, de saber que en estas disciplinas existen autores con enfoques no coincidentes.  Esto es, que en cada una de estas disciplinas están funcionando distintos paradigmas.       

Para C. Vapñarsky, por ejemplo, lo local es caracterizado como el lugar o ámbito de los contactos cotidianos e inmediatos entre los actores y sectores sociales. Para otros autores oriundos de corrientes afines a la antropología social, todo se basa en la identidad[1]. Creemos que vale la pena detenerse en este modo de ver lo local.

 Un objetivo de la antropología social y económica ha sido establecer como la expansión de la economía de mercado por el mundo, y en especial la denominada globalización, indujo transformaciones en los distintos ámbitos económicos y la diversidad de formas que adopta en distintos pueblos del planeta.  La antropología es tentadora en sus estudios y propuestas pues tiene un enfoque totalizador como disciplina dado que abarca los dominios de la cultura[2], los aspectos comunitarios, las creencias, las instituciones y organizaciones sociales, junto a los sistemas de representación e identidad. Al abordar los aspectos de la comunidad se tropieza necesariamente con el alcance territorial y la distinción de distintos lugares geográficamente determinados. Si esto es así, la recuperación de la escala local realizada desde la antropología puede resultar esclarecedora.

 Si bien ayuda a pensar en lo local, no parece alcanzar en cambio, para hacerlo en cuanto al desarrollo[3] local, que tiene que significarnos como una comunidad políticamente organizada logra transformarse en el marco de la globalización, en un sentido singular y no en cualquiera. No superando este requisito la visión de la antropología en su versión clásica o tradicional, más apegada al aislamiento culturalista de la visión colonial y eurocéntrica. Aclaremos de inmediato, que existe una antropología a veces denominada “tercermundista” que rompe con el enfoque mencionado, de la que resultarán aportes que creemos importantes, por no decir indispensables para analizar el ámbito local.

 Acordemos en principio que lo social implica lo cultural y no al revés, y que lo cultural implica la dimensión ideológica o simbólica. Esto es, que a su lado son reconocibles otras prácticas sociales que conforman estructuras específicas, con evidentes efectos culturales, pero no reducibles a aquélla. Como son las vinculadas a la economía, la política, el medioambiente.  Aunque es reconocible que existen antropólogos para los cuales cultura es sinónimo de sociedad. Se trataría de un reduccionismo culturalista alejado, en principio,  de las proposiciones de la antropología económica.

 La cultura puede ser vista como: a) una forma de vida y un código de conducta de un grupo social o bien, b) una expresión de forma de poder (Comas d´Argemir, 1998).

 En la primera se pone el énfasis en la especificidad, en los rasgos singulares de una comunidad o un grupo étnico que predomina en un área espacial en un momento y tiempo histórico determinado. Los rasgos a ser captados constituyen un sistema de símbolos y los “componentes materiales” son secundarios para este punto de vista.  Las transformaciones o los cambios sociales (que vienen de afuera), son considerados como procesos de modernización frente a sistemas tradicionales (por aculturación o marginación tecnológica de estos) e implican una convergencia casi inevitable. En su versión más formalista, se identifican con el mercado; en cambio, en la versión sustancialista, con las instituciones requeridas para que la actividad económica forme parte de la modalidad cultural de que se trate (en particular la reciprocidad y  la distribución de los bienes y servicios producidos), delimitable e independiente de otra (Guerra, 2002).

 “… La relación entre cultura e identidad no es unívoca ni exclusiva, puesto que el individuo, como miembro de grupos de naturaleza muy diversa, puede participar en muchas y variadas `culturas´ y sustentar distintas formas de identidad. Así pues, cuando se utiliza el concepto de cultura como útil analítico hay que ser concientes de que puede referirse a distintos niveles de abstracción. En ocasiones puede pesar la identidad local, la de género, la profesional o la nacional, por ejemplo.” (Comas d´Argemir, 1998) 

 También se destaca la no homogenización interna de los grupos sociales, pues es reconocible alguna estratificación en el seno de los mismos en cuanto a formas de poder y mecanismos de dominación, lo que genera y sostiene estamentos y jerarquías, diferenciación social. Sucede que el concepto de cultura aquí construido no niega la desigualdad social sino que la reafirma como cementadora o consolidadora ideológica de la diversidad. Existe en este concepto la complementación entre diversidad y unidad en la realidad social. Aunque en la sociedad hay jerarquías y poder dominante, subsiste la identidad grupal.  Hay que recoger los dos componentes y no quedarse con sólo uno de ellos.

 “… Enfatizar sólo lo que se comparte y no lo que fragmenta, por mucho que quede subsumido, implica dar una imagen incompleta e idealizada del sistema social.” (Comas d´Argemir, 1998)

 Ello es aplicable a la desigualdad económica y a la dominación sociopolítica. Esto es que hay cultura (como estructura simbólica y de ideas), hay economía y también hay poder, del cual se derivan formas de desigualdad y opresión, así como que conjuntos simbólicos son los predominantes, aceptables y consensuados.

 La mundialización y la globalización para este modo de entender las cosas hacen que las características de una comunidad o un grupo social considerado como identitario en un ámbito local, sean percibidas como endógenas, uniendo a la vez que diferenciando. Estamos pues frente a dos procesos interpenetrados que producen rasgos que particularizan lo global a través de concreciones locales de movimientos globales, y a la vez rasgos que globalizan lo particular como son las diferencias étnico-poblacionales y de nacionalidad.

 Esto es como decir que un producto de la globalización es la diferenciación cultural (que ya existía pero se eleva) y que ella no es un dominio autónomo o propio, sino resultado de las relaciones de un grupo  social, de un pueblo, de una comunidad local, con el sistema global, el que condujo e impulsó a la fragmentación de identidades hoy presente. Y a su vez, la falta de correspondencia entre economía del capital, identidad cultural y política.  Por eso es que la utilización de la noción de cultura sólo como forma de vida y conducta, resulta obsoleta como determinante (Guerra, 2002; Comas d´Argemir, 1998).

 La identidad que vale es la asumida para que sea constitutiva del grupo social. Tiene poco que ver realmente, con aspectos esenciales del pasado románticamente repuestos o con la tradición histórica. Es una configuración, una construcción social determinada por ciertas prácticas sociales derivada de la posición relativa que tiene el grupo del lugar en el sistema global. Una apropiación de rasgos.       

 “… Dentro de la rudeza de la interacción social, los grupos explotan las ambigüedades de las formas heredades y les dan nuevas evaluaciones y valencias; toman prestadas formas que expresan mejor sus intereses, o bien crean formas totalmente nuevas.” (Wolf[4], citado por Comas d´Argemir, 1998)

 Es por ello, asimismo, que es tan sencillo pasar de esta idea de cultura e identidad local a la dimensión política. Se basa en una construcción local de poder que se define frente a lo global, articulando formas internas de dominación.

 En D. García Delgado (1998), la esfera local es un producto institucional derivado del proceso de descentralización recientemente iniciado, una escena organizada alrededor del interés de los ciudadanos por los aspectos más cercanos y puntuales de su accionar (en la ciudad) ubicados en el extremo opuesto de la globalización.  Sin embargo, esta figura atractiva desde la dimensión política, resulta poco feliz en lo económico, pues es evidente que la globalización “impregna” y atraviesa todos los escenarios, los que pasan a “girar en torno a  sus impulsos como satélites”, y también por lo que “extremo opuesto” resulta una reducción espacialista y topológica que no toma en cuenta otros aspectos y se apoya solamente en una dimensión.  

 Sin embargo, nos pone en aviso de que este producto institucional en realidad es preparado por la política de la descentralización para su adaptación más ajustada a la requerida por las nuevas reglas del proceso de acumulación de capital, impuesto desde el centro (por ello el efecto de satelización), adaptación que puede ser eficiente, competitiva, sustentable, complementaria, subordinada, independiente, cooperativa, etc. o cualquier combinación posible de atributos o relaciones.

 S. Boisier (1996) entiende que ante la incertidumbre de los universal, nos aseguramos en alguna estabilidad volviendo a lo local y comunal, porque la institución precede y genera la región, basada en una racionalidad operacional e instrumental en el contexto de la modernidad. Lo local es el territorio organizado de menor tamaño que presente una elevada complejidad estructural. La complejidad en Boisier alude a:

 i)                    la variedad de estructuras internas (relaciones sociales, económicas, políticas, urbanas);

 ii)                   los niveles de jerarquía a través de los cuales se establecen los mecanismos de retroalimentación y de control; y 

 iii)                 las articulaciones no lineales presentes en el sistema que generan estructuras disipativas.

El territorio organizado es un sistema  dinámico y su estado final depende de si se trata de un sistema  cerrado o abierto (dominancia de la sinapsis/sinergia o de la entropía, respectivamente).

 Estos aspectos, en otro plano, implican si lo local es capaz de generar un proyecto político capaz de la movilización social y un proyecto socialmente concertado de región. Diríamos con los estudiosos del medioevo, que se trata de “un cuerpo político que se provee de un territorio”[5]

 Para Boisier la capacidad de adaptación (flexibilidad, elasticidad y maleabilidad son sus características como los factores que facilitan con suficiente ritmo y oportunidad las entradas en las redes globales), sirve para su identificación en cuanto diagnóstico de entidad local y  en cuanto tipología de región pivotal, asociativa o virtual (según la propuesta clasificatoria del autor). La región pivotal no se acerca demasiado al ámbito local, pues es el territorio organizado, complejo e identificable a la escala de la división histórica derivada de lo político-institucional.  La asociativa suele ser de mayor amplitud geográfica, resultando generada a partir de la unión voluntaria con unidades adyacentes. Pero esta voluntad es ahora planteada “de abajo hacia arriba” y no a la manera de las antiguas regiones-plan de la programación espacial normativa de los sesenta y setenta.

  Existe, por fin, una escala superior del ordenamiento territorial, constituido por las regiones virtuales (en las que tienen mayor peso los actores civiles que los políticos), derivado de los arreglos de cooperación entre dos o más regiones pivotales, generalmente a partir de arreglos para alcanzar un objetivo determinado y sobre aspectos de no largo plazo, como puede ser defensa de un territorio como área de influencia, la introducción de un producto o la ocupación de un nicho de mercado, según los ejemplos señalados por el autor.

 Para presentar la relación externo-interno del ámbito local, Boisier (1997) utiliza una atractiva metáfora: una micro región es como una cometa (barrilete o papalote), para levantar vuelo hace falta una exposición a un viento determinado, pero sólo lo aprovecha si su construcción (lo endógeno) es la adecuada a dicho impulso  externo.

En la utopía humanista original de L. Razeto (1994), la base de lo local es el desarrollo a escala humana posibilitado directamente por los actores sociales. En ella no hay lugar ni mediación  del mercado, ni del estado. Se trata de una sociedad civil autosuficiente de corte solidarista. Sólo la economía solidaria permite asegurar el desarrollo local, pues provee de una construcción comunitaria, moviliza los recursos locales, implica un desarrollo desde abajo con actores sociales de las bases, pone en juego a las instituciones descentralizadas y provee de los elementos que permiten la concertación y coordinación de las energías endógenas.

 Especial atención merece la opinión de G.Benko (1999) sobre el desarrollo local, quien interpone una serie de “problemas” que le encuentra a la noción tal como en general es presentada.  Señala que resulta como un “albergue español”, esto es un lugar donde uno puede hacer entrar cualquier cosa, sea en términos de proceso, como de situación o suceso. Entiende que se trata de un “modelo de desarrollo” especial, provocado por los actores locales, a la vez que un “ideal” al poner a cargo de dichos actores su propio destino, con efectos simbólicos positivos, en vista de la imagen teórica que se proyecta. 

 Inmediatamente observa que se trata de una “ilusión semántica”, dado que la amplia difusión de los términos y la existencia de ellos por su repetición, nos lleva a creer que se trata de una realidad posible u objetiva. En realidad por ahora desarrollo local es una simple “construcción mental”, indica.

  También se trata de una construcción moral, contenida en el supuesto de que nos encontramos frente a un nuevo paradigma del desarrollo económico y social. En el extremo, observa que los neomarxistas y pensadores contestatarios norteamericanos (Liber, Sotkell, Fridman y otros) son aún más idealistas, pues entienden que se trata de una verdadera problemática o visión del desarrollo regional basada en el “espíritu comunitario y la transformación de las relaciones humanas”. Para estos ensayistas, por extensión, si la planificación territorial “…es la aplicación geográfica de la economía”, la planificación local sería la aplicación geográfica de la socio – economía, donde la concurrencia se diluye en la cooperación y es el reino de lo societario. Volveremos sobre todo esto.

Un componente ideológico señalado es el referido al mecanismo que lleva a pensar que como la globalización no es buena, o por el fracaso de los polos de desarrollo y los enfoques del “desarrollo desde arriba”, lo local visualizado como lo contrario, debe ser plausible. El corolario de estos aspectos en el “mito del modelo alternativo” como lo denomina Benko, consistente en que como es aceptado que el sistema actual no funciona para los sectores populares y lleva a objetivos no deseados, las poblaciones de las zonas desfavorecidas “tienen derecho a un destino mejor”, lo que implica la obligación moral de “buscar un modelo alternativo de desarrollo” y de allí el paso siguiente que consiste en creer y sostener que el mismo existe o es absolutamente posible, viable. Dice al respecto: “Como es el vehículo de sus propios deseos y sueños, el espíritu crítico corre el riesgo de debilitarse”. Intenta de este modo, proteger de idealismos la necesaria reflexión y el debate polémico sobre el tema de si es posible el desarrollo local.

 En la historia económica reciente hemos encontrado cada vez más que existen los territorios que ganan y los que pierden (Benko, 1996). Es relativamente fácil enumerar las características de las regiones, ciudades o localidades que tienen éxito en el contexto dominante, pero es más difícil explicar el cómo y el por qué para llegar al citado éxito. También se observa que la distancia entre los ganadores y perdedores se hace cada vez mayor. Para colmo de problemas, algunos rasgos de los ganadores son atribuidos “al medio”, resultando intransferible tal modelo de desarrollo por contener algún componente específico e irrepetible, que sólo se encuentra en un lugar.

 Muchas de estos comentarios de este investigador de la Universidad de París pueden llevar a la impresión de un cierto escepticismo o desprecio por el desarrollo local. Nos indica que las observaciones antedichas son destinadas a atacar la moda fácil, la búsqueda del recetario, típica del grupo de “apóstoles” que hacen de lo local y su base para “otro desarrollo” un acto de fe, perdiendo con ello valor analítico y objetividad. Señala al respecto que, además,  existe “una verdadera legión de consultores y de predicadores”, muchos vinculados a las agencias internacionales, “…para esparcir la buena nueva del desarrollo local”.  También se pregunta en este trabajo:

 “…Cómo explicar que tanto el Banco Mundial, el Partido Republicano de los Estados Unidos, los grupos populares y las asociaciones comunitarias empleen todos el mismo vocabulario del desarrollo local?” (Benko, 1999)

 La respuesta que ensaya es que este tema se ha transformado en un regalo involuntario de los grupos democráticos populares a los sectores dominantes y excluyentes. El discurso sobre el desarrollo local ha caído en un buen momento, siendo un hijo del “aire de los tiempos”, acompañando junto con la descentralización, el debilitamiento del Estado central, las privatizaciones y el fin de las políticas redistribucionistas.   Lo que conviene a la política neoliberal conservadora impuesta en nuestros países, la que aprovecha a veces el espíritu libertario, comunitario y de solidaridad de las personas que quieren ser autónomas y desconfían de lo colectivo, e inmersas en el “discurso positivo clásico americano del éxito social individual”. Desplazamiento desde el espíritu colectivo al individual y de lo global a lo local por una falsa analogía. 

 “En estas condiciones no hay nada de sorprendente en que un cierto espíritu de campanario renazca en tal puesta en competencia de las comunidades locales y de su territorio que no puede sino reforzar las desigualdades  locales y regionales en el desarrollo”, termina Benko.

 Para un ensayista en economía social, el desarrollo local es entendido como un proceso que moviliza personas e instituciones y busca la transformación de la economía y de la sociedad locales, para lo cual crea oportunidades de trabajo e ingreso para la mejora de las condiciones de vida de la población. Es producto de un esfuerzo concertado y localizado, es decir, son instituciones, empresas y habitantes de un lugar con miras a encontrar actividades que posibiliten cambios en las condiciones de producción con el objetivo de proporcionar mejores condiciones de vida a la ciudadanía a partir de la valoración y activación de las potencialidades y recursos locales efectivos (de Jesús, 2004). Es decir, que para este punto de vista, hay desarrollo local cuando se constata la utilización de recursos locales, con valores locales, bajo control de instituciones y personas locales, resultando beneficios para tales personas y el medioambiente locales. Cuando así sucede, se trata de desarrollo “alternativo”. Realmente parece una definición simplemente tautológica.  

 Para J.L.Coraggio (1994 y 1996), en cambio, en la conjunción desarrollo – local, lo importante es el desarrollo y no lo local. Aclara que desentrañar el significado de lo local no nos lleva a resolver el problema del desarrollo. Es éste el que marca el recorte de la geometría territorial (microregión o región). Se trata, entonces,  de un ámbito geográfico o espacial  de una comunidad primaria, de realización de ciertas relaciones sociales y delimitado por ciertos procesos: predominan las relaciones cara a cara, frecuentes, recurrentes y repetidas, las relaciones sociales de contacto directo,  vecindad y cotidianidad. Dicha cotidianidad permite la percepción de valores no tematizados que se viven y se experimentan como naturalizados.[6]

 Pero nos advierte que el mismo concepto entraña dificultades, porque, por ejemplo, los habitantes de la RMBA de ciertos barrios y localidades distantes de la periferia, aunque relativamente desconectados entre sí, son participes de ciertas vinculaciones cotidianas y profundas en el centro de la ciudad metropolitana (en el trabajo o en el lugar de estudio). También hay problemas para aplicar una definición basada en la identidad como atributo o de realización de nexos sociales singulares.

 En el caso de las regiones metropolitanas, donde es dable encontrar una trama social compleja y de alta heterogeneidad, “la comunidad local” a secas, sería una especie “…de envolvente de individuos, organizaciones y relaciones interpersonales directas cuyos ámbitos…” se cruzan e intersectan de manera parcial, constituyendo una región común[7]. Significa que las relaciones no locales, implican que las unidades locales establecen nexos o tienen contacto con lo externo a la comunidad primaria antedicha, en relaciones que, cotidianas o no, pueden ser recurrentes, “…interactuando con agentes que pueden no haber sido nunca reconocidos cara a cara” (Coraggio, 1994).  

 De todas formas, entiende Coraggio que lo local  no puede ser conceptualizado como “lo opuesto” a lo global y que es necesario realizar un desplazamiento de términos, preguntándonos a partir del proceso de desarrollo que es algo más trascendente que el territorio. Se pregunta también sobre la eficacia conceptual de esta diferenciación entre lo local y lo externo en una época de globalización, de redes a escala mundial, de procesos productivos dispersos y a la vez unificados por todo el planeta, de pautas de consumo universalizadas, etc. Desde el punto de vista de las distintas unidades y sus extensiones asociativas que componen la comunidad, lo normal es que participen a la vez en diferentes redes y circuitos de intercambio (materiales y simbólicos). Y que las comunidades estén basadas en diferentes tipos de vínculos, como los culturales, étnicos, de interés común, afinidades históricas, interdependencia económica o simples reivindicaciones de coyuntura, pudiendo conjuntos de dichas unidades pertenecer a una u otras comunidades, asumiendo en cada caso papeles distintos.  

 Asimismo observamos, la noción de local cambia históricamente, en función de lo apuntado. Recordemos que hace casi 150 años, C. Marx (en un artículo periodístico y considerando la situación de Australia) pensaba que la distancia era un factor que afectaba la densidad, pero que debía ser relativizada en función del sistema de transporte y comunicación existentes, esto es de una cierta tecnología a disposición y económicamente ejecutable. Esta idea permite decir que un programa de mejoramiento de dichos sectores “extiende” espacialmente la localidad o la región.  

 Todo ello apoya el cuestionar la pertinencia del par dicotómico “local/no local” y a “…revisar críticamente la concepción generalizada de que, mientras los conglomerados económicos tienden a desarrollar sus actividades a escala global, las actividades económicas populares serían del orden local por naturaleza” (Coraggio, 1994). Y su corolario, de que la apertura económica llevaría siempre a la destrucción de los procesos productivos basados en intereses populares o comunitarios. 

Esto es, en fin,  que el concepto de desarrollo es determinante del territorio o ámbito. local, y no al revés. Y por ello, agregamos, que es posible distinguir tantas localidades y microregiones como criterios de espacialización y regionalización se ejecuten (desde distintos puntos de vista o de los criterios de análisis aplicados). 

 El hecho registrado, indudable, decimos, es que se observa la aparición de esta nueva escena local acompañando la perspectiva de un proceso de reforma del estado y de reestructuración productiva (vale decir de relaciones institucionales y económicas, respectivamente). Y que dicho escenario es predominantemente urbano.  Otro hecho evidente es que la reforma del estado impulsó la descentralización y que ella se decidió y con dicha descentralización se impulsa a los ciudadanos a interesarse por los  problemas cercanos y puntuales de la ciudad y su área de influencia, con una resignificación de los aspectos microeconómicos, mesoeconómicos y sociales, la implementación de programas de participación comunitaria (con ONGs, fundaciones, con juntas de vecinos y asociaciones diversas,  etc.) de origen, alcance y ubicación municipal y con la puesta de moda de la planificación estratégica y la de situación, originadas en la nomenclatura de la guerra y por adaptación posterior de las multinacionales, en las ciudades grandes e intermedias (Federico-Sabaté, 2000). Por ende, así como se habla de regiones que ganan y otras que pierden en el marco de la mundialización de los mercados (G. Benko, 1996), se hablará de ciudades y localidades que ganan, y ciudades y localidades que pierden.  Estos hechos nos enfrentan con una serie de contradicciones, tensiones y conflictos que buscan ser registrados y comprendidos.  

Otra extraña antinomia se refiere a la temporalidad. La flexibilización de capitales, tecnologías de procesos, de productos y del sistema laboral (que consideraremos luego), está en directa consonancia con la necesidad empresarial de competir y de incrementar ganancias, y esto hace que dicha flexibilización sea pensada y organizada predominantemente bajo objetivos y preferencias de corto plazo. La flexibilización de capitales, procesos y productos está orientada a lo inmediato y a resistir y adaptar las inversiones a los permanentes  cambios de la demanda para lograr la mayor rentabilidad empresaria en el corto plazo. Paralelamente, la misma está asentada, necesariamente,  en condiciones y factores de mediano y largo plazo (como son la educación y capacitación, salud pública, desarrollo de la investigación y del desarrollo tecnológico, producción de condiciones generales de producción y reproducción –infraestructuras y equipamientos sociales urbanos-,  sustentabilidad medioambiental, los denominados intangibles –como conductas, valores culturales, aprendizajes, organización-  etc.). Con el problema que la provisión y fiscalización de dichas condiciones queda a cargo del sector público, pues son reconocidamente pertenecientes al campo de la generación de bienes públicos (o semi-públicos) y colectivos. El sector público de responsabilidad local está comprometido en ello.

 También el aspecto contradictorio de que, en tanto se mundializan los mercados, se plantea el desarrollo local (¿En qué mercado local? ¿Existe un mercado local? ¿Se puede construir un mercado local? ¿Cómo se defiende y mantiene frente a la mundialización?)  La ingeniosa y divertida expresión,  ya casi folclórica, “pensar globalmente, actuar loca(l)mente”, da cuenta elemental de estas tensiones. Es evidente que no podemos dejar de pensar localmente y de accionar globalmente, salvo que nos encerremos en el localismo aceptando en la pasividad la deficiente metáfora antes aludida.

 El contexto de la globalización significa que cuanto más global, más urgencias hay para la sociedad de referencias inmediatas. El estado-nación se erosiona como área de identidad y/o solidaridad y el necesario sentido de pertenencia social lleva a conformarse sobre lo más inmediato, lo  más cercano, que posiblemente  ofrece certeza, orientación, seguridad… Con ello se revaloriza el territorio directo, la particularidad del lugar, la localidad y la localización[10].

La globalidad es fundamento de la angustia; el lugar local es el espacio del drama. Pero el drama es la situación controlable, lo conocido, con personajes y estructuras identificados/identificables y senderos previsibles, en los que conocemos nuestra propia posición. Es una situación superior a la angustia, la que filosóficamente, según el existencialismo de los sesenta, implica imposibilidad de modificación o contralor (y aceptación pasiva). Desaliento que se nos aparece ante la imposibilidad de incidir en lo global, cuyo territorio es inasible, planetario[11] o simplemente “estratégico” (en el sentido de Saskia  Sassen) 

 Aludir a la gestión local, es importante recordarlo, no significa salir del papel pasivo en lo económico para pasar a otro “interventor”, similar al del estado de bienestar, providencial o keynesiano (aún con el grado de incompletitud que el mismo adquirió en Argentina, como observa E. Grassi, 1999).  Se trata de incorporar una visión del sector público local de tipo “catalizador”, potenciador, articulador, facilitador, etc., inductor principal con alto compromiso, con los distintos procesos y actores sociales para definir el perfil socioeconómico en el territorio de que se trate.

 La primera finalidad es amplificar la capacidad productiva de dicho territorio, bajo el supuesto de que el territorio es relevante para el desarrollo económico ecológicamente sustentable. Se trata de identificar las competencias de base (fortalezas y debilidades) con que contamos, el aumentar el valor agregado local, y de impulsar sinergias generadas por formas de cooperación y asociativismo entre los actores sociales locales mencionados, apoyadas por el marco regulatorio e institucional imprescindible.

 La falta de experiencia en esta materia, implica notables riesgos, pues lo primero que se les ocurre a algunos “factores locales” como estrategia es el implementar plataformas para la exportación que requieren fuertes y abundantes inversiones productivas de nivel mundial generalmente de grupos monopólicos transnacionales, o bien atraer capitales (con subsidios) para la instalación de grandes establecimientos, hipermercados y/o shoppings, que finalmente operan como verdaderos enclaves de drenaje (catedrales en el desierto dicen los economistas italianos del Mezzogiorno), destruyendo actividades locales en su crecimiento (artesanado y pequeñas empresas) y no produciendo efectos de derrame, como se promete.  Se debe recordar en principio, que las grandes inversiones de origen transnacional requieren recursos naturales, condiciones generales de la producción, “amenidades” para ejecutivos, fuerza de trabajo calificada (pero barata), comunicaciones y transporte, centros de investigación, y otros, que son los considerados factores de atracción y competitividad (clásicos de la economía espacial, de tipo weberiano[12],  y contemporáneos, como los que trata de identificar y sintetizar Benko). Esto no se logra en el corto plazo, como ya se señaló, y es difícil de fomentar y alcanzar en una localidad pequeña.

¿Qué elaboraciones teóricas hace falta conocer que intentan venir en auxilio  dando cuenta del fenómeno? La Teoría de la competitividad sistémica, las Teorías del desarrollo endógeno y la Teoría de los Entornos innovadores, son tres enfoques del desarrollo económico local que intentan conceptualizar algunos de los aspectos señalados, y están por detrás de los intentos empíricos que encontramos en las áreas metropolitanas o en su área de influencia o pertenencia.

Se pretende la existencia de una estrecha vinculación de los fenómenos económicos, socioculturales y políticos. Esto impulsa el sentimiento de pertenencia y el de cooperación en el nivel territorial. A pesar de participar en mercados amplios y en extensas redes productivas, la localización adecuada se considera como un factor de eficiencia.

 El complejo creado por la articulación del entorno competitivo antedicho y la dinámica de la empresa, es el verdadero motor del desarrollo en esta concepción.

 La segunda considerada es conocida como desarrollo endógeno. Vázquez Barquero, impulsor de ella en España, remarca el carácter endógeno del cambio tecnológico y de la difusión de las innovaciones, y que dependen de la forma de organización y del territorio. El lugar, el sitio, la localización, resultan centrales a la hora de decidir la inversión. La endogenización de las externalidades es un núcleo del análisis. Y no es ajena a la teoría del “milieu innovateur” de Aydalot, enunciada hace más de dos décadas (Cuadrado Roura, 1995).

Por oposición al paradigma neoclásico y neoliberal, la política regional y la planificación tienen espacio en esta. Además, añade el autor citado que los cambios ocurridos en regiones y localidades es necesario interpretarlos en términos cualitativos y no cuantitativos. Esto es, que no es fundamental la tasa de crecimiento, ni el porcentaje de la actividad predominante, o el tamaño de la población aglomerada, sino la capacidad de competir.  Por lo tanto, la creación de ventajas de manera continua es lo esencial: innovación, cualificación de recursos humanos, integración de empresas, ciudades y regiones en redes, capacidad emprendedora, flexibilidad y adaptación al cambio. En consecuencia, existe una gran variedad de modelos de desarrollo, inclusive los de nivel local.   Aunque subsisten, reconoce, inconvenientes para alcanzar economía de escala y de aglomeración. Esto puede superarse combinando la localidad con el desarrollo metropolitano, y en ese sentido una región metropolitana o gran ciudad, puede suministrar potencialidades y oportunidades imposibles de alcanzar en otros territorios.

 Así, la división social del trabajo y la división territorial del mismo pueden ofrecer circunstancias favorables. Siguiendo a J. Borja (1995 y 1998), se puede decir que la ecuación competitividad-cooperación es aquí viable y deseable, permitiendo la internacionalización de las capacidades productivas alcanzadas. Combina la lógica funcional (especialización y ventajas competitivas) con la lógica territorial (contigüidad o proximidad geográfica).  Con esto se quiere significar que dentro de la región metropolitana,  se pueden construir redes de localidades basadas en la complementariedad y cooperación, que aprovechen la capacidad de internacionalización y de negociación  de una megaciudad, capital nacional y regional, ubicada en la primera decena de grandes metrópolis en el nivel mundial (como serían México, San Pablo o Buenos Aires).

 La tercera y última teoría mencionada, es la del entorno organizado e innovador. Aquí el territorio debe ser pensado como un recurso, construido a partir de prácticas concretas y de comportamientos identificables, y no de simple apoyatura (soporte portante) de personas, actividades e instituciones (soporte material en el sentido de la región fisicalista y espacialista definida en el análisis que dominaba la noción del espacio previo a los 70s.) Si ese territorio es el ámbito de un sistema de relaciones sociales y su espacialidad es de tipo no newtoniano (como en la visión avanzada de J.L.Coraggio publicada en 1989 y elaborada años antes), puede pensarse de manera no continua, ni de proximidad geográfica.

 Lo que se agrega en esta teorización del entorno innovador, es la predominancia e importancia, sobre los conjuntos de relaciones sociales tradicionales (económicas, políticas, ambientales, sociales, etc.), de las relaciones o vínculos intangíbles, que ya aludimos. Un territorio dinámico, según este punto de vista, es caracterizado por el clima innovador, de comunicación, la valoración de las capacidades de gestión y organización, la actitud de colaboración y confianza mutua, el interés por la inserción internacional, etc.

 Pero, observamos, todas estas relaciones son imposibles sin ciertas condiciones generales de la producción y reproducción social: infraestructura económica y equipamientos sociales urbanos. Y así es reconocido, aunque modificando el peso relativo de los factores de atracción y localización de las actividades económicas, especialmente a partir de la globalización.

 El territorio no está dado a priori, sino que es una construcción. Y de este modo las ventajas comparativas y la competitividad son elaboradas, desarrolladas y mantenidas (Aquí también se toman elementos sugeridos del “milieu innovateur” antes mencionado).

 Es dable observar, del conjunto de intervenciones propuestas y estudiadas, que no existe el equivalente de un “pensamiento único” alternativo, sino que encontramos matices y enfoques variados que contribuyen a la riqueza y al diálogo, que muestran caminos abiertos para aprender de las experiencias y los distintos puntos de partida. En efecto, existen distintas trayectorias locales y regionales, distintos tamaños y posiciones en los sistemas metropolitanos y nacionales, puntos de arranque muy primarios y otros ya complejizados, composiciones sociales diferenciales, etc.  

Muchas de estas propuestas están pensadas para mejorar la capacidad y condiciones locales (desde el punto de vista territorial y social) para captar inversiones venidas de la economía global. Y salvo excepciones, sabemos que estos experimentos comienzan (para decirlo simplificadamente) haciendo competir a las distintas localidades y microregiones de un país o una región entre sí[13], para ofrecer ventajas de todo tipo a esos capitales globales, que aparecen “flotando sobre el planeta” y esperando estas oportunidades para localizarse o situarse en los lugares preferidos en función de que esas ventajas ofrecidas les permitan maximizar sus tasas de ganancia, asumiendo el menor riesgo posible.  Con el problema adicional de que hacer competir a las administraciones locales parece un inconveniente a las potencialidades de cooperación de las localidades aledañas (buscando economías de aglomeración y escala).

 La disputa entre localidades en  la situación indicada, genera una intensa disputa y rivalidad entre las mismas, que a largo plazo suele tener un efecto perverso sobre las finanzas públicas de todas (como señala Bacic, 1999). El desafío es mostrar las ventajas competitivas que atesora la localidad, más que compensar los beneficios propiciados por una “guerra de ventajas”, estrategia que confusamente en algunos países tiende a consolidarse y que el capital global con mayor poder de negociación trata de provocar y aprovechar.

Sobre todo observando y entendiendo que desde el punto de vista de la vinculación de lo económico y lo medioambiental, la mayor parte de las veces el recorte regional que implican las jurisdicciones municipales, es bastante caprichoso o insuficientemente operativo. Y esto permite localizarse a establecimientos industriales en función, por ejemplo,  de un cuerpo receptor superficial de residuos líquidos que atraviesa distintas localidades, lo que puede significar lograr condiciones ventajosas de concurrencia.

 Estos comienzos de la operación de atracción implican esfuerzos y costos que pueden terminar en serios fracasos por el lado de:

 a)      no se consigue preparar adecuadamente el territorio local para que sea atractivo; esto es así, dado que aunque lo local está hoy atravesado por fuerzas del mercado mundial,  existe la segmentación y el abandono relativo por falta de interés del capital global en los recursos o demandas de muchos lugares y áreas; o bien

b)      se concretan alguna o algunas inversiones con localización de algún segmento productivo de un capital   vinculado a un circuito de producción y circulación transnacional y redes mundiales de distribución, cuyos efectos locales no se derraman (efectos de crecimiento hacia delante y hacia atrás en la cadena) y con tasas de acumulación y crecimiento que no inducen desarrollo en el lugar.

Esto último es un riesgo esperable, si se observa que en la actualidad el crecimiento del producto y producción se lleva a cabo con poca utilización de mano de obra e incluso, en no pocas ocasiones, destruyendo producción artesanal y de pequeñas empresas.  Produciendo, finalmente, saldo negativo cuantitativo y/o cualitativo en materia de ocupación, como han demostrado Alejandro B. Rofman (1999) en el caso argentino y la CEPAL (2002) en el de América Latina.

 Además, la teoría de la localización contemporánea (en proceso de elaboración[14]) señala que las firmas internacionales oriundas de países centrales, no desconcentran procesos de alta tecnología o sustanciales en la innovación. El resultado suele ser que utilizadas y aprovechadas las ventajas comparativas (que cada vez son más dinámicas) las inversiones se van, relocalizándose en función de las posibilidades que presenta la flexibilización de capitales y procesos.[15] Y dejando como recuerdo, esqueletos de fábricas y galpones abandonados, con personal desocupado.  A veces, también serios problemas ambientales por contaminación del suelo y los recursos hídricos, con gastos que tienen que ser enfrentados localmente. El uso del medioambiente como sumidero sin respetar las condiciones y patrones de inmisión y el ritmo aplicado a la explotación de los recursos locales (renovables o no) es actualmente un punto central y controvertido de discusión de la política económica. Por ello hay que examinar la formación de las ventajas competitivas también a la luz del impacto ambiental.

 Este es un aspecto fundamental que se conjuga hoy para nuestro país y todos los niveles y escalas territoriales con otro lacerante: el reconocimiento de que enfrentar el problema del empleo, la exclusión social y la pobreza, esto es la inequidad social,  es lo principal a resolver (necesidad de lograr un desarrollo rico en empleo).  Que la economía es vista desde el punto de vista social, porque la situación parece insostenible y afecta la gobernabilidad y la estabilidad (en plazos bastante extensos). Y que, junto al mercado, deben ser contemplados los problemas de las necesidades de la población como prioritarios. Hablaríamos por fin de desarrollo local socialmente sostenible y ecológicamente sustentable. 

Este aspecto lleva a pensar en el requisito de vincular las estructuras productivas a la política de redistribución del ingreso, por diversas vías.  También el considerar la posible incidencia de acciones sobre el comportamiento como consumidores de los beneficiarios de una redistribución más equitativa del ingreso.  Así como reorientar adecuadamente el poder de compra de las administraciones locales. Tampoco es despreciable la oportunidad de pensar y llevar a cabo el desarrollo de algún mercado local para algún producto o servicio, con base en la creación coordinada y la protección del mismo por mecanismos oriundos de la comunidad o mixtos.

Por otro lado, empuja a considerar la posibilidad de crear plataformas de servicios continuados a la producción, en el sentido ya indicado en las propuestas de desarrollo local. Un componente del proceso que no aparece mencionado en los esquemas de desarrollo local es el del suelo urbano. Entendemos que la agenda del mismo debe incluir el funcionamiento y regulación del mercado del suelo, el análisis del ciclo del capital inmobiliario vinculado en casos a la fracción financiera de alta volatilidad, los mecanismos de apropiación de la renta urbana/ambiental (plusvalía urbana para los urbanistas) y los impactos del ciclo inmobiliario sobre el acceso al espacio público.  Desde la dimensión y enfoque medioambiental y de la economía ecológica, se agrega a esta agenda la cuestión de la denominada renta ambiental (Barrera 1994, Federico-Sabaté 2002b).  El aspecto vinculado a la “relación competitividad–cooperación- complementación” de los niveles locales y regionales, debe ser cuidadosamente atendida, dado que muchos de los requisitos del desarrollo local pasan por la posibilidad de incidir en estrategias y políticas de carácter sectorial y macroeconómico, en la escala provincial y nacional.

 Este punto no puede ser planteado como una precondición, so pena de condenar como inviable todo intento de desarrollo desde lo local que en su estrategia cubra niveles de agregación social y política más abarcativos (apunta Coraggio, 1998). Si algo ha quedado claro desde ciertas intervenciones del Banco Mundial sobre las cuestiones urbanas, es que la política territorial a este nivel local es una realización de la política macroeconómica.  

 Muchos autores se preguntan si estas propuestas de desarrollo local pueden desvincularse de la cuestión del modo y del estilo de hacer política actualmente instaurados. Y el tipo de las transformaciones necesarias de ella. Esto es el reconocimiento de que la economía local tiene un trasfondo institucional, de valores y de relaciones de confianza, donde el sector público puede jugar un papel muy importante, definitivo, tal como aparece en las teorías de desarrollo que hemos indicado.

 Pero acaso, ¿existe otro modo de enfrentar el desarrollo socioeconómico local y regional, aceptando a la vez el fenómeno de la globalización con una inserción no pasiva?  ¿Y que a la vez se plantee con bases de sostenibilidad la insoslayable cuestión del desempleo, subempleo y precarización laboral, y una distribución más progresiva del ingreso y el patrimonio que la actualmente predominante? Por supuesto, hemos formulado estas preguntas como siempre se hace, sin inocencia teórica, esto es imaginando de antemano una respuesta.

 II. REFLEXIONES SOBRE  NUEVOS Y VIEJOS TERRITORIOS URBANOS

 Para entender y explicar los problemas relativos a las potencialidades del desarrollo local o microrregional en los denominados países “emergentes” de nuestro subcontinente latinoamericano, exige rescatar, examinar y discutir lo que  sintéticamente en estos tiempos se denomina la nueva geografía planetaria o global[16]. Con este título se abarcan y designan fenómenos bastante heterogéneos, con disímiles caracterizaciones, de complicada conceptualización según las ópticas y que, como consecuencia,  han dado lugar a gran número de escritos, ensayos y estudios particulares para comprender los mencionados aspectos que, de acuerdo al punto de partida y método de los autores,   aluden a la nueva configuración del territorio capitalista a escala mundial.

Para iniciar una reflexión sobre estos problemas, se podría partir del lado de los puntos y los resultados sobre los cuales existen acuerdos o bien por el lado de las diferencias más expresivas. Pero dado que hay tanto escrito y enunciado, enfrentar tamaña producción sobre el tema (y sus aparentes derivaciones colaterales que a veces resultan muy importantes) significa evidentemente, una tarea de más largo aliento y más extenso abordaje que la que aquí pretendemos realizar.

Así, esta reflexión es una intervención en el campo teórico para poder avanzar en temas centrales pero de tipo parcial y polémica, con algunos efectos de re-tematización provisoria de la misma. Y se lleva a cabo, a partir de una cierta disconformidad sobre la forma en que se han aceptado y valorado algunos aspectos y se han sacado algunas conclusiones sobre ellas para recomendar políticas, que por “instinto” sospechamos como “una moda”. Que ahora resultan en proposiciones que se repiten y cuyo valor de verdad consiste sobre todo en que ya se han vuelto familiares y uno cae en que las conjeturas  más dichas y reconocidas son lo que es  más razonable y dable sostener, las que parecen describir y explicar los estados de cosas y lo experimentado, esto es que se cree dan cuenta de la realidad concreta.

 Lo primero que puede aceptarse es que tenemos una nueva geografía planetaria determinada (y/o condicionante a su vez) por las transformaciones acaecidas en las últimas décadas y que implica un funcionamiento distinto del que el viejo sistema territorial era un eficiente soporte-portante[17]. Este es un hecho manifiesto, evidente[18]. Se puede acceder a la idea de que como consecuencia de la mundialización[19]de los mercados ha resultado una redistribución espacial de las actividades económicas y de las plantas productivas. Esto llevaría implícita también la noción para algunos ensayos de que se tiende a la redistribución geográfica, a una concentración decreciente, cosa que podría llegar a ser, en general,  beneficiosa para amplios sectores de la población y muchos nuevos lugares de muchos países.

Y si esto es así:  ¿de dónde sale tal tendencia, qué cosas la explican, cómo se instala una lógica semejante? ¿Es natural que el incremento de la riqueza social se despliegue en una mayor participación territorial de ella? ¿O deberá suceder lo contrario, como mencionaba Benko? ¿Es una tendencia absoluta y direccional continua que existan más perdedores que ganadores, o resulta relativa y posible de retorno a la desconcentración en otro momento posterior?   Dicha tendencia, si es reconocible y universal, ¿Es explicada en última instancia por el proceso de acumulación de capital que se desenvuelve sólo en el estrato económico-técnico, o es resultado de un más complejo quehacer de co – determinaciones (también implicando las de los estratos socio-políticos y/o de otros “factores” adicionales)?

 En una porción grande de la literatura y los ensayos contemporáneos referidos a la aludida temática, el problema se presenta sucintamente como la búsqueda de solución para la ecuación que establecen entre sí los nexos descriptivo-explicativos representados por los términos:  globalización – innovación tecnológica – territorio. Con la complicación de que estos mismos términos, a su vez,  son resultados de entramados socio-estructurales, que pueden estarlos co-constituyendo (Coraggio y otros, 1989).

 Lo que no se presenta a la inmediatez de la evidencia es que la globalización (según nuestra conjetura), originada y requerida por  un proceso cambiante del régimen de acumulación de capital,  se ha basado en la puesta en funcionamiento casi simultáneo y acoplado a gran escala de nuevos conocimientos científicos e invenciones técnico-ingenieriles (llevados a cabo y acumulados durante casi medio siglo o más,  en distintos campos). Es lo que se expresa comúnmente como innovación tecnológica del saber y el hacer (incluyendo en la misma la organización de la producción), destinada a establecer la restauración de la tasa de ganancia del capital en momentos en que el régimen corría riesgos de agotamiento al paralizarse la inversión y la iniciativa económica por descenso de aquélla ante la desaparición de estímulos (Matner, 1995). Modificación ocurrida, posiblemente,  a partir de mediados de los 70´s. Los efectos de este trastrocamiento del patrón histórico dominante, creemos,  dio lugar al proceso de reinicio de otra fase expansiva del ciclo del capital, arrastrando en el proceso la cristalización de nuevas formas espaciales e instalando una nueva configuración territorial (Pradilla Cobos, 1995).

 Pero el nuevo esquema de crecimiento del capitalismo no sólo implica un patrón de acumulación de capital y está basado en otro paradigma tecnológico o industrial,  también requiere combinar un modo adicional de regulación, diferente al anterior, el que en general va a ser conocido en los escritos económicos como modo de flexibilización o de abandono parcial de las pautas y normas que regían con anterioridad el proceso de trabajo (Albuquerque, 1990).

 En el paradigma industrial predominante hasta allí (sustentado en el  maquinismo), la industria manufacturera era el fundamento principal y fue acompañada por el desarrollo del taylorismo y del fordismo, con crecientes tasas de eficiencia productiva.   Como es conocido, ayudó a estandarizar las prácticas operativas en serie del proceso de trabajo y la permanente sustitución de operarios por maquinas especializadas. Estos empleados a su vez,   podían ser menos entrenados y calificados, resultando más sustituibles entre sí, siguiendo el plan de trabajo inserto en la máquina, con gran rapidez  y precisión. La producción de bienes perseguida es masiva, estandarizada, en general monótona y en la búsqueda de economías de escala, llevando a la verticalización. Con separación tajante en el proceso de trabajo entre dirección, diseño, ingeniería, gerencia y métodos, etc. de las operaciones materiales. A las economías de escala se van a adicionar las economías de aglomeración, que permitiendo aumentar la velocidad de rotación del capital, incrementan la ganancia e impulsan a la concentración territorial. Es la consolidación monopólica de la gran empresa industrial como núcleo dinámico y de la economía sectorial y por ramas (industria pesada, siderúrgica, mecánica y metalmecánica, química pesada y liviana, petroquímica y fertilizantes, etc.,  vinculadas a los combustibles fósiles) 

 El modo de regulación se apoya en relaciones más o menos estables entre el capital y el trabajo. Esto dicho de manera general, con diferencias y variedades de estilo en los distintos países. De manera más amplia en los países industriales y desarrollados, de manera incompleta o trunca en los periféricos y subdesarrollados con poco peso del proletariado manufacturero.  Se supone que el paradigma tecnológico puesto en funcionamiento requiere como contraparte frente a la oferta masiva, una demanda solvente sostenida de bienes finales, lo que se logra por la intervención programada del sector público, mediante la aplicación de políticas sociales y económicas (estado de bienestar, benefactor o keynesiano) favorables a la distribución del ingreso, el reconocimiento del salario indirecto y la existencia de políticas sociales diversas y universales (educación, salud pública, vivienda social, garantía de la canasta de bienes de pan llevar, sistema previsional de reparto, crédito al consumo subsidiado, recreación, urbanización, etc.). Esto es, que se plantea la intervención estatal para asegurar la reproducción social de la población y la fuerza de trabajo, así como mantener la dinámica del mercado. La equidad social es pregonada, el sindicalismo es cooptado pero permitido, y se dan las formas sociopolíticas conocidas como populismo, desarrollismo, etc. que planean alianzas sociales más o menos amplias en cada país.

 El régimen de acumulación de capital en general reconocido, sin entrar en los matices por autores, aceptaba en el nivel planetario la metáfora espacial de existencia del centro y periferia, desarrollo vs. subdesarrollo, países dominantes vs. dependientes, como un parte agua fundamental de la clasificación de las naciones. En el centro colocada la dominación o el imperialismo exportador de capitales y violencia armada, y en la periferia la dependencia y el mundo colonial. Para los países periféricos más atrasados, la existencia histórica de excedente bajo la forma de renta del suelo y/o de los recursos naturales, oligárquicamente apropiado, pero posible, mediante la política de sustitución de importaciones,  su traslado o transferencia por distintos mecanismos al sector industrial y urbano emergentes en los menos atrasados o semi-industriales.   Con la esperanza de aparición y consolidación en el tiempo de una “burguesía industrial” nacional, aliada “natural” de las capas medias y los sectores proletarios. Este régimen implica la expansión territorial interna nacional completa  (descampesinización y desestructuración de áreas de refugio de los grupos étnicos en los países con este tipo de zona rural) para abarcar y ampliar el mercado interno, la existencia de empresas estatales de servicios públicos y productivas básicas o estratégicas para apoyar el crecimiento (subsidiando a las privadas si era el caso) y mantener más bajo el costo de la mano de obra, apoyar la ciencia y la técnica nacionales para impulsar la innovación tecnológica, impulsar la formación superior para generar cuadros profesionales y directivos, formar bancos de desarrollo para financiar emprendimientos de largo aliento e impulsar el desarrollo regional “equilibrado”, poner en vigencia leyes de inversión extranjera orientadas por la expansión productiva, separar la producción y el consumo por y para el crecimiento de las ciudades como núcleos dinámicos, etc.   

 En grandes y gruesos trazos, estos eran los componentes pre – globalización,  característicos de lo que se ha denominado estado de bienestar cuyas bases e impulso parecen haberse desgastado y agotado, como señalamos,  hacia mediados de los 70´s en América Latina. La explicación sobre el agotamiento de este esquema de crecimiento y su necesidad de trastocamiento en otro distinto para la continuidad del sistema basado en el lucro privado es compleja, pero algunos la sintetizan en los siguientes rasgos de corte estructural:

-          la caída de la acumulación del capital productivo a favor del proceso de aumento de preponderancia y comando del capital financiero, con tasas de beneficios inferiores a las tasas de interés en plazos extensos

 -          la saturación creciente de los mercados de bienes de consumo final quedando el aumento de la demanda sólo garantizado por el ritmo de crecimiento vegetativo de la población contra una producción construida para continuar generando bienes de manera masiva

 -          las políticas sociales y públicas redistributivas a favor de los sectores populares y medios generan déficits fiscales que limitan también llevar a cabo obras públicas e incrementar el gasto estatal para compensar la reducción de la demanda

 -          el sistema de regulación de los grandes acuerdos sociales y el avance del aparato sindical impiden realizar una explotación más intensiva del trabajo ajeno, eliminar derechos laborales y despedir ocupados

 -          en función del avance técnico y los descubrimientos realizados que ponen nuevas tecnologías a disposición, es posible realizar inversiones más intensivas de capital y ahorradoras de mano de obra[20]

 -          la velocidad de rotación del capital encuentra trabas para incrementarse por la imposibilidad de realizar grandes inversiones públicas y por la existencia de estados nacionales que limitan el movimiento internacional de las mercancías y los capitales  

  Y la coyuntura en ese momento histórico señala que la situación de vulnerabilidad se agravaba para los capitalismos de los países centrales, por un lado,  como consecuencia del déficit energético y el aumento mundial de los precios del petróleo, que era  el combustible básico del complejo industrial predominante, el déficit permanente de las cuentas agregadas de los EE.UU. impulsando inflación vía dólar, y por el otro, la debilidad externa de los países periféricos dada su creciente deuda externa que los “preparaba” para aceptar la imposición de un nuevo modelo basado en la reestructuración productiva y el ajuste estructural como el que finalmente fue impuesto a través de políticas económicas nacionales (Federico-Sabaté, 2002b). Además, no debe olvidarse que las tecnologías que ya están a la mano y bajo control de los conglomerados, permiten abrir mercados nuevos con renovados sectores líderes (incluso des-sectorializando y des-territorializando el capital productivo), y tentarse al mismo tiempo, en ejecutar una estrategia global para redimensionar el aparato público (privatizando y descentralizando), desestructurar la masa de conquistas sociales y re-disciplinar a la fuerza de trabajo (des-universalizando las políticas sociales y restringiendo los ámbitos solidarios vía estado “facilitador”). Esto es, en materia social, “barajar los naipes y dar de nuevo”[21]. Las mencionadas tecnologías del nuevo paradigma, no obstante, pueden ser vistas como compatibles con una constelación más o menos variada de esquemas de crecimiento, vale decir, como no determinantes mecánicas del actual “modelo” (Benko, 1999). Algunos autores (Amin, 1995) sostienen la necesidad de incorporar a esta visión del cambio en el proceso de acumulación,  la incidencia en la producción de armas y el mercado respectivo.  Pero dejemos de lado estos detalles.

 Concentrémonos por un momento en los impactos manifiestos que esta geografía planetaria ha permitido registrar: en primer lugar, un sistema heterogéneo de territorios, que pueden ser clasificados por simplificación provisoria y de manera dicotómica en los denominados  “polarizados y  banales” (Santos, 1999) en una aplicación no demasiado feliz de las nociones de Francois Perroux de los cincuenta (ILPES, 1976) pero que usaremos por comodidad.  El territorio virtual o polarizado que compone el “espacio de redes” (Caravaca, 1998), son las redes que interactúan en el sistema global, en las que se han multiplicado los flujos físicos e “inmateriales” (bienes, capitales, personas, mensajes, servicios) vinculadas con la mayor densidad de nodos en plenitud de concentración y centralización económica, a su vea los más jerarquizados y desde los cuales se comanda el proceso de acumulación de capital. Serían las redes simplificadoras y deslocalizadas (en la terminología de Degenne, 1987) dado el empobrecimiento social y tendencia vertical de las mismas. Aquí es donde para dar una idea abreviada de la configuración espacial emergente, la nueva geometría en construcción,  vale aplicar la metáfora del archipiélago (Veltz, 1997), extendida luego del estudio de lo interurbano a lo intrametropolitano  en nuestros países (de Mattos, 1996 y 1999, Federico-Sabaté, 2002c).

 En los intersticios de estas redes dominantes, en el fondo sumergido entre las islas, donde yace la tectónica de los territorios que permite completar y dinamizar la metáfora indicada (Lacour, 1996), se encuentran los espacios de la nueva periferia, los espacios marginales de la exclusión[22], el territorio “de todos” (Santos, 1996), vale decir de las mayorías, donde están y conviven las grandes poblaciones. Todos estos lugares, los polarizados y los banales, aunque son procesos de muy distinto signo, “responden a las diversas formas de articulación de la sociedad en un sistema global” (Caravaca, 1998). Esto es, pertenecen a una misma lógica.

 De esta manera, es dable pensar que no todo el antiguo centro desarrollado forma parte del nuevo centro, y que no toda la anterior periferia está ahora situada en la periferia. Como se suele decir: en el norte ya no todo es norte, y en el sur no todo es sur. La metáfora extendida a las grandes áreas metropolitanas de América Latina, donde se visualizan las plataformas globalizadas, las insularidades enganchadas a la red o a alguna parte de ella (resultado de la “periferización selectiva” dicen algunos geógrafos), permite indicarlo.

 Las sensaciones que despierta en los autores esta geografía planetaria,  paradójicamente “regionalizada” como corolario de la forma de acumular capital que hemos dado en llamar globalizada (CEPAL, 2002), producen expresiones que van desde las que la califican como “fragmentación jerarquizada”, pasando por territorialidad “caótica” e inestable, “espacialmente discontinua”, generadora de “segregación disociativa”, impulsora de una geometría “difusa” (Castells, 1993), portadora del aumento de la fragmentación y de “lo efímero” (Harvey, 1997)  y otras por el estilo, llegando hasta la afirmación de que hoy se constata mayor tendencia al “desequilibrio” territorial que en el pasado si se deja librado todo a su suerte y de la mano del destino incierto que promueven las fuerzas dominantes. Otra expresión trascendente es la preocupación por una concepción del crecimiento que pueda evitar el riesgo de la exclusión antedicha dado que los procesos globalizadores no “incorporan un suficiente efecto `cascada´ para todos los territorios” en función de las necesidades sociales (Alburquerque, 1999). En consecuencia ya quedó aceptado de manera mayoritaria que el desarrollo urbano y regional  se vuelve cada vez más desigual, y se profundiza la brecha entre los ámbitos que ganan y los que pierden (Benko, 1994).

 Aparecen entonces los ensayos de analistas que intentan enumerar los rasgos principales que producen los territorios ganadores y por oposición, son deducidos y plasmados los más evidentes de los perdedores. El por qué y el cómo se logra ser ganador en este mundo, esta menos claro, por lo que en ocasiones se intenta establecer una serie de causas comunes, y otras veces, en forma desalentadora,  se arriba a la conclusión de que se trata de particularidades no reiterables, que parecen casi genéticas o que se presentan algunas en un solo momento y lugar del universo conocido.  Algunas teorías del desarrollo local que traemos a colación intentar dar cuenta de este aspecto.

 Mención aparte cabe para las nuevas formas de organización social del espacio que desembocan en interpretaciones bastante sesgadas y sospechosas de fetichismo: se trata de la subjetivación de esa geografía, casi adquiriendo vida, personalidad y accionando como un actor más. En ese sentido, pueden encontrarse opiniones que visualizan el espacio como un “agente activo y dinámico”  entretejido y con influencias  en las relaciones humanas (Ferrao, 1996) o adquiriendo el mismo “un indudable protagonismo” o volviéndose un personaje por la forma de su incidencia directa en los procesos[23] (Méndez, 1998; Poma, 2000).

Diversos autores han observado las tensiones que estas transformaciones de la mundialización de los mercados acarrearon a la relación entre espacio y tiempo.  Una explicación ya clásica y satisfactoria de la concentración geográfica de la producción (salvo la primaria) en y alrededor de los núcleos urbanos en el capitalismo, se fundaba en el proceso simultáneo de doble filo de la “ruralización” del campo y la “urbanización” de la ciudad. Entendida ésta, como la aglomeración en pocos puntos del territorio principalmente de las denominadas infraestructuras económicas y los equipamientos comunitarios (abarcados bajo el genérico de condiciones generales de la producción y/oreproducción), que actúan a la vez como proveedores de insumos universales (bienes colectivos) a las actividades productivas y a las necesidades de los pobladores, así como de servicios principales para la reproducción de la vida y formadores en cantidad y calidad de la fuerza de trabajo que podían demandar los capitales en su expansión (Topalov, 1978).  De esta forma, concentrarse, pegarse a los “ductos” que surcan la ciudad, para los establecimientos de producción, implicaba en lo básico, incrementar la velocidad de rotación de dichos capitales, aumentando en consecuencia la ganancia apropiada. Con este tipo de teorización, la economía política aportaba hipótesis sugestivas a la explicación de las formas espaciales del capitalismo y la configuración producida, mostrando que la concentración espacial y el desarrollo desigual es un componente estructural de la evolución del sistema dominante y en qué consistía la fuerza productiva polarizante de los centros aglomerados. Marcando la reducción del tiempo en el ciclo del capital, por intermedio de la disminución de la distancia y el manejo del espacio (Federico-Sabaté, 1982).

 ¿Qué transformaciones trajo el nuevo esquema de crecimiento económico, para modificar los nexos entre tiempo y espacio? Existe un cierto acuerdo en que el capital tiende a comportarse de manera de sustituir espacio por tiempo, o viceversa, según las necesidades de subir el beneficio para la acumulación, como se observa en la explicación del porqué de la concentración. Ello puede hacerlo “acercando” relativamente lugares, reduciendo distancias y modificando el “ordenamiento” de los lugares físicos. Con el progreso histórico de las fuerzas productivas sociales, vía progreso tecnológico, el capital se impulsa a “arrasar toda barrera espacial” que resulte un impedimento o bloqueo a sus necesidades de intercambio y circulación, de llevar y traer las mercancías por todo el planeta. Y también a reducir el tiempo que insume el movimiento de ir de una ubicación  a otra, esto es anular el espacio.

Desde esta óptica global, se puede decir que la tecnología incorporada en las fuerzas productivas va a ir en sentido de incrementar y facilitar la acumulación del excedente económico y que los valores introyectados socialmente en la producción de conocimientos (Napoleoni, 1976) van a ser coincidentes o van a evitar la colisión con estos objetivos (por ejemplo, van a ser ahorradores de fuerza de trabajo o van a sustituir los insumos no controlados por  los que están bajo control).

 El trabajo insumido para llevar un bien, la resistencia que opone el territorio para trasladar un producto de un punto a otro, fue nombrada por un clásico de la economía espacial como “fricción” y también escribió que esa fricción tiene un costo, conocido en la jerga comercial como flete. Luego completó la idea observando que vencer la fricción espacial agrega al flete los gastos de seguros y el tiempo financiero imputable (la tasa de interés que se vincula al tiempo de traslado), denominando a todo “costo de transferencia” (Alfred Weber).   Esto es lo que económicamente se paga por vencer la distancia geográfica.

 El proceso de mundialización de los mercados tiene por detrás, entre otras determinaciones, la “reducción” o contracción de la distancia, lo que implicó un enorme crecimiento de los flujos y movimientos en los espacios de las redes vinculantes que mencionamos. Como fue señalado, el espacio de los flujos relaja el tiempo, hace simultáneos algunos hechos que no lo eran, cambia las jerarquías y resincroniza los sitios (Castells, 1996). Pero esta contracción no es igual para todos, y como consecuencia, sólo algunos fragmentos del territorio se aproximan, se forman nodos  polarizantes, la organización jerárquica de tipo insular, que impone una fuerte heterogeneidad a la configuración territorial (Bakis, 1991).   Esta heterogeneidad implica dominación y subordinación, ganadores y perdedores, espacios centrales y periféricos, sustentabilidad y degradación medioambiental. Desbalance geográfico, que  no es lo peor que ocurre, sino social, económico y político. Hasta el límite de la exclusión y el peligro de la eclosión (Matner, 1995).

 El fenómeno de la mundialización económica y de la globalización social en general, tiende a hacer que partes del territorio de un país aparezcan más articuladas a lugares situados en otros países que a las propias áreas nacionales.  Queremos significar que este régimen de acumulación predominante, necesita el desdibujamiento de las fronteras nacionales y del estado-nación, por lo menos en ese aspecto (Federico-Sabaté, 2000). Es más, el que polos mundiales operen con y en centros aglomerados de menor nivel con requerimientos mínimos de intervención “nacional”, acelera las relaciones y los movimientos económicos, colaboran en incrementar la velocidad de rotación de los capitales  y activar la suba de la ganancia. Por ello en ocasiones es “funcional” la pertenencia a un área multinacional de libre comercio y la división en tajadas regionales del planeta es una forma aparentemente paradojal de avanzar en la mundialización de los mercados. Y también es “funcional” a este movimiento, la política de descentralización y su contraparte, el denominado desarrollo local o micro regional[24]. Es interesante que recordemos que estos hechos y estados de cosas que son presentados como efectos naturales derivados de la tecnología, son principalmente construcciones políticas (de Mattos, 1988). Lo que ya se nos explicaba al considerar el tema de la identidad y el ámbito local.

 En el interior de los nuevos territorios e inter lugares, sean los polarizados de la “no vida” popular (Santos, 1999) o  los “banales” de la reproducción social, se trate tanto de los espacios centrales como los periféricos,   el tiempo no se reduce, y por el contrario, somos testigos de fenómenos de aumento de la distancia por diferencia social. Este tiempo relativo expandido y discontinuo, cuyo espacio no se contrae sino que se alarga y fragmenta, no afecta sólo a los sectores populares carenciados, sino que incluye crecientemente a otros sectores de mayor nivel de ingreso y que es derivado de la “brecha digital interna” como ha sido denominada (CEPAL, 2002). Por ello, espacio y tiempo local, regional, de superficie, significan modalidades distintas que espacio y tiempo de red polarizada global. E inversamente, desde la óptica del capital, las localidades son definidas, pueden ser mundiales por ejemplo,  por los nexos polarizados que las conectan y sirven (Caravaca, 1998).  Por supuesto, también es dable distinguir y clasificar las redes en función de los núcleos exclusivos que las componen y las “funciones comando” que implican. O de su mayor o menor estabilidad, existiendo por ello las redes “frontera”, conformadas por polos que no concentran poder y riqueza a escala planetaria y que pueden estar al límite de ser periféricos (Castells, 1996) o decaer en importancia.

 De todas formas,  no todos los territorios convertidos en nodos  la pasan mucho mejor y aquí las diferencias internas (distancia social) no deben ser desatendidas. Por un lado, no todos los costos de transferencia se han reducido, ni en las mismas direcciones. Aunque han bajado los costos de transporte, aparecen mayores gastos en el manipuleo, la información y en los financieros y contractuales, por lo que el resultado final empírico en la última década, para algunas partes del mundo, no es tan impresionante. Por otro lado, si se produce el efecto económico de reducción de la distancia y el tiempo, se incrementa la vulnerabilidad e inestabilidad de los lugares no dominantes, se genera mayor exigencia concurrencial interna y externa, se renueva la construcción de factores estratégicos y se incrementan en consecuencia  los gastos derivados de los servicios avanzados (Alburquerque, 1999), y como contracara hace falta “elevar la sofisticación” del consumo debiendo asumir los costos de diferenciación e imagen de los productos los habitantes del nodo con su “nicho” local (Porter, 1999). Es que, permanentemente, el tiempo de los flujos se impone al de los lugares, sin respetar el espacio inmediato, aparente, desatando contradicciones y tensiones. Se produce un hiato entre los político (objetivos de las autoridades locales, por ejemplo) y lo económico, movilizado a veces por fuerzas fuera de control de los propios sectores concentrados.

 Y esto es razonable que así sea, si es cierto que las “estáticas” ventajas comparativas nacían desde la oferta y ahora las “dinámicas” ventajas competitivas (volveremos sobre esto)[25], parecen surgir de la demanda (Elgue, 1999, Boscherini, 2000). Este capitalismo globalizado, que ya no pretende preocuparse de todos (no decimos que se haya ocupado), ni puede amenazarnos ya con convertirnos a todos en asalariados aunque sea en el largo plazo, se desliga abiertamente de compromisos con la sociedad y sólo programa vender sus mercancías sofisticadas y particularizadas a los que pueden pagarlas, a la demanda solvente, sin pensar en los ingresos de los productores (como haría un melancólico keynesiano) o en el antiguo “excedente del consumidor” (como un místico neoclásico).  

Estas modificaciones en la relación tiempo y espacio que nos vienen ocupando, están sostenidas en una revolución tecnológica, pero requirieron el acompañamiento de una batería de políticas públicas para que su aplicación productiva resultara económicamente eficiente para la lógica de la acumulación.   Van a perseguir, entre otros fines, reducir el costo de reproducción de la fuerza de trabajo, aumentar el tiempo de trabajo excedente apropiado, incrementar el aprovechamiento de las materias primas y la energía, reducir la estandarización de los productos y servicios para realizar ganancias extraordinarias por marca, imagen o diferenciación real de diseño, imponer controles tecnológicos que permitan el monopolio de ciertos nuevos bienes, así como ampliar los servicios de mantenimiento, subsumir formal y realmente el proceso científico – técnico, estratificar y segmentar mercados para conservar poder especial sobre los mismos, etc.

Desde el punto de vista industrial, se promueve durante dos décadas una reestructuración y reconversión productiva a partir de los grandes conglomerados económicos, apoyada por las naciones más poderosas del mundo. La reestructuración significa la desintegración vertical y horizontal de los procesos, la terminación donde es posible con el fordismo, y la reconversión, abordar la modernización, la desvalorización por amortización avanzada del capital técnico existente y su reemplazo por bienes de producción que incorporan las nuevas tecnologías (de Mattos, 1994, Legna, 1996). De manera que ya no queden ramas o subramas obsoletas, sino procesos, procedimientos y maquinarias obsoletas, las que van a ser empujadas escalonadamente fuera de la concurrencia.

 La configuración territorial está siendo revolucionada, tanto en el antiguo centro desarrollado, como en la antigua periferia dependiente del sistema. Se están imponiendo novedades en procesos y productos, que llevan a la segmentación de plantas, la  operatoria sectorial multiplanta basada en una nueva división técnica del trabajo, la tercerización de servicios de apoyo y la “kanbanización”, el diseño ingenieril de “fábrica mínima”, el mayor control del ciclo de producto,   etc., lo que reduce la necesidad de la contigüidad de ciertos procesos y da mayor libertad para algunas localizaciones de plantas.

 La reestructuración consiste, como antes indicamos,  en el abandono de la producción en línea basada en las economías de escala y su sustitución parcial o total por las economías de variación o alcance,  y la integración llamada diagonal (enunciado como posfordismo). Su característica principal es un término ambiguo y multidimensional que ya usamos,  flexibilización, entendiendo por ella la capacidad y velocidad de una unidad en dar respuesta y lograr adaptación frente a las perturbaciones externas. Se busca lograr flexibilidad frente a cambios en los volúmenes de producción requeridos, la polivalencia de los recursos humanos, en materia de procesos y productos, y en los bienes de capital aplicados (Alburquerque, 1991, Benko, 1996).

 La utilización de técnicas de producción flexibles son las que permiten adaptarse a la gama, concepción y volumen de los productos y están basadas en la robótica, máquinas cibernetizadas con capacidad de llevar a cabo distintas operaciones. El ciclo de vida de la máquina se disocia del ciclo de vida del producto, pues terminada la producción de éste por la razón que sea, la máquina inicia otra actividad, bajando de esta manera el riesgo de la inversión, tanto sobre el capital fijo como el variable, pues el capital total puede ser dosificado.

 La posibilidad de externalizar etapas del sistema productivo hacia empresas menores genera lo que se denomina estructuras flexibles.  Se trata de organizar redes de elaboración de componentes, módulos, diversos servicios productivos, etc., por vía de la tercerización mediante la subcontratación de los mismos. Esos servicios pueden consistir en la concepción, diseño, acople, manejo de recursos locales, mercadología,  artesanado moderno fino, y otras actividades que incluyen “high tech”. Con la subcontratación, la experiencia demuestra que etapas del proceso se realizan bajando gastos salariales con mayor explotación horaria de la mano de obra, trabajo a domicilio, formas precarizadas y en “negro”, inclusión de pasantes, etc.

La flexibilización en la esfera del trabajo permite distinguir dos formas: a) flexibilización numérica, desregulando la actividad laboral de manera que se puedan tomar, suspender o despedir operarios en función de la demanda; y b) flexibilidad funcional o cualitativa, que permite la adaptación de los trabajadores a la flexibilidad de los equipos y su movilidad, de acuerdo a las necesidades. Este es el fundamento de las economías de variación y de  precarización creciente de los contratos laborales.

 La mayor adaptación a las condiciones de la demanda, en función de la moda, formas culturales y simbólicas locales o nacionales, condiciones cambiantes de la competencia, consumo sofisticado y especializado, segmentación y estratificación de los nichos de mercado y otros, es lo que se considera como la flexibilización frente a la demanda, y que suele tener como contrapartida necesaria una flexibilización en la estructura del capital, para poder segmentar, fraccionar, tercerizar y localizar porciones del mismo para producciones particulares. Ello independizó el tamaño de la planta del tamaño de la demanda (Legna, 1996)

 Las otras políticas impulsadas para “adaptarse” (construir) a la globalización por los organismos internacionales y multinacionales de crédito, así como por la presión evidente de los países más desarrollados, son bien conocidas y detestadas actualmente por sus resultados (Federico-Sabaté, 2002b). Consisten principalmente, en un paquete de políticas económicas y sociales formado por la “recomendación” de amplia apertura externa para asegurar el movimiento sin trabas de capitales, mercancías y servicios; libre juego de  los mercados de los nuevos instrumentos financieros[26] y anulación de la banca de desarrollo donde ella existiera; reforma, reestructuración y ajuste del aparato estatal nacional tendiente a su minimización y desdibujamiento; establecimiento de la estabilidad monetaria y la eliminación del déficit fiscal incluso para el caso de necesidad de una estrategia anticíclica; descentralización y resignificación de las políticas públicas  con focalización de las sociales; privatización (y extranjerización) de los servicios públicos y de las empresas consideradas “estratégicas “ en que participaba el sector público (energía y petróleo, transporte ferroviario y terrestre, puertos, aeropuertos, empresas aéreas y marítimas, etc.)[27]; desregulación de los mercados bajo el esquema del estado “facilitador” y flexibilizador (Minsburg, 2002, Gambina, 2002).

 No nos caben dudas de que este paquete de medidas socio – económicas forma parte del nuevo modelo de crecimiento y que los exámenes que se llevan a cabo sobre los aspectos espaciales no pueden dejar de tomarlo en cuenta[28]. No hacerlo, es renunciar técnicamente al sentido crítico y al interés por explicar y operar sobre lo concreto real.  Porque esta es la base estructural de la macroeconomía de la globalización[29], donde se instalan las reglas del sistema, e ilumina con sus fulgores todos los rincones, sea para los aspectos sectoriales, mesoeconómicos y microeconómicos.  Los actores sociales participantes en el juego del capital tienen que jugar esas reglas, son “sujetos” de ese tablero.  Y la geografía planetaria no puede escapar a ella, aunque es dable reconocer especificidades (en los niveles territoriales multinacionales, nacionales, de las regiones y ámbitos nacionales y estaduales, metropolitanos, urbanos y locales) y que el sistema sustancializa contradicciones, tensiones y conflictos (Coraggio y otros, 1989).

 No mencionamos más que al pasar otro aspecto de la globalización la que, junto a la mundialización de los mercados, también globalizó la corrupción generando este tipo de capitalismo que algunos pretenden calificar como “capitalismo prebendario” (Barrera, 1994), donde predomina el privilegio y el arreglo en las distintas escalas geográficas, en el sentido de que la competencia abierta es ya un recuerdo, salvo la realizada por los monopolios para comprar o amenazar con desbancar funcionarios (o en el otro extremo de la escala para traer un ejemplo simple,  la ejercida por los vendedores ambulantes, los artesanos y los proveedores de abarrotes en lo local y barrial).

 Como mencionamos con anterioridad, en los estudios empíricos y en los teóricos se manufacturan términos como tecnopolos, espacios tecnológicos, medios innovadores, distritos industriales, ciudades globales, sistemas urbanos inteligentes, y otras similares. Designan según los autores, áreas urbanas en las que se concentran un alto número de industrias generalmente asociadas a las nuevas tecnologías, así como actividades de dirección, control, investigación y gestión de las mismas (Caravaca, 1998).   Tributarias estas formas del desarrollo local endógeno.

 Llegados a este punto, es posible y razonable abandonar la dicotomía  sobre los nuevos territorios que nos sirvió de apoyo inicial, que resulta demasiado simplificadora. Basta reconocer la existencia de distintas redes polarizadas, con distinto nivel de flujos e importancia económica de los nodos que unen. Asimismo, la existencia de asimetrías en las estructuras de redes, con distintos nexos de predominio en juego. Hay redes jerárquicas o verticales, entre megaciudades, ciudades globales, grandes regiones metropolitanas y ciudades intermedias[30]. Polarizaciones desde los grandes centros a los periféricos emergentes. Y también las hay horizontales, establecidas entre nodos de similar nivel y peso relativo. Posiblemente estructuras vinculares entre los calificados como emergentes. Observemos que siempre que se menciona polos que crecen, que se mantienen en el sistema de la economía-mundo o que emergen, nos estamos refiriendo a ciudades o algunos subsistemas de centros urbanos (localidades) muy conectados en ejes axiales. Los lugares que ganan son ciudades que ganan, más aún, grandes ciudades (Benko, 1994). Y son también transnacionales por su relación de heterogeneidad dinámica[31]. Se sostiene asimismo, que la centralización resulta creciente aunque aparente desconcentración, pues las ciudades globales se han apropiado de funciones de comando o decisión sustantivas de otras menores o intermedias. Entonces, es posible estudiar y proponer una tipología de redes, como un nuevo momento de apoyo a la comprensión, que registre estos fenómenos.  

Desde el otro extremo dicotómico, del lado de los espacios periféricos o del territorio-superficie de los intersticios tectónicos, como nos dicen a veces, también es posible observar lugares diferenciados, como los asociados (existen “condiciones de emergencia” que pueden potenciarlos bajo ciertas circunstancias en los términos del capital) y los ya disociados o excluidos, que aparecen como fuera del interés del capital global. Abarcan aquellos en que “se desarrolla la vida cotidiana” de la población y en los que se establecen “las principales relaciones entre las personas” (Caravaca, 1998). Es el espacio reconocido como “de la vida”, del “humus” de la identidad cultural e inercia histórica, o de la reproducción social concreta, vale decir, no subordinado y sesgado plenamente por la lógica de la acumulación y donde funcionan otros valores  (Santos, 1997,  Castells, 1996). Y su tipología tendría que tomar en cuenta estas características, así como los nexos guardados con el espacio polarizado de la articulación del poder, el orden y la riqueza. Además, parece que continúa siendo significativa la tradicional noción de hinterland (transtierra) de la economía espacial alemana, pues algunas áreas de influencia pueden estarlo siendo en cuanto periferias adscriptas a redes y nodos, especialmente las proveedoras de insumos primarios, energéticos y minerales en que aparecen los problemas medioambientales ligados luego al consumo exosomático de energía y materia. Sin los cuales, a pesar de que la competitividad “ha sustituido” o desplazado las ventajas comparativas, es imposible ninguna producción.

 ¿Cómo son los nodos insertos en redes globales y pertenecientes al centro? En principio, parece sensato apartar las grandes ciudades y metrópolis, que reúnen condiciones fundamentales y mucha inercia histórica  para ser nodo, de los territorios emergentes  (Legna, 1996; Elgue, 1999). Aunque, como ya anticipamos, en las regiones metropolitanas es donde aparecen las más fuertes desigualdades sociales, el crecimiento de la pobreza en términos absolutos y relativos y la presencia en aumento de la expoliación medioambiental urbana (Kowarick, 1996; Federico-Sabaté, 2002b). En Latinoamérica, por ejemplo, es dable encontrar en las megalópolis junto a las plataformas globalizadas y distritos industriales, grandes islas de exclusión social y los “detritos industriales”. La distancia social de estos segmentos espaciales se convierte en distancia física, pues los habitantes en situación de extrema pobreza no cuentan con medios económicos para movilizarse de un punto a otro de la ciudad, ni para concurrir al hospital público o a solicitar trabajo (se registra el hecho de que hay gente que abandonó la búsqueda de empleo por no contar con medios y posibilidades para hacerlo, estadísticamente considerado como “desaliento”). En el caso europeo, por supuesto mucho menos dramático, se registra concentración y crecimiento de actividades y de empleos en áreas internas de las grandes ciudades, con la paralela pérdida de importancia y decadencia económica de otras (Castells, 1996)[32].      

 Desde el punto de vista ético, la concurrencia económica despiadada entre actores sociales y polos urbanos, entre grandes transnacionales y regiones, constituye una forma cultural impuesta con la globalización que ha desplazado la de los valores mancomunados o solidarios, incluso en la lógica de gestión de los denominados sectores sociales (salud, cultura, educación, infancia, esparcimiento). Con particular cuidado cuando, como ya indicamos, hay ensayistas que hablan justificadamente de capitalismo prebendario. Con razón observa algún autor (Caravaca,  1998), que todos los textos de un pionero e ideólogo reconocido de este tipo de escuela organizacional de los negocios de la economía industrial de Harvard, como es M. Porter, incluyen siempre en sus títulos algún referente al término “competitividad”. Y que frente a dicha realidad y sus proyecciones nada alentadoras, se atreva a manifestar sobre la necesidad del diseño de “… nuevas políticas y estrategias de actualización más imaginativas y dinámicas que, basadas en la racionalidad y solidaridad, ofrezcan soluciones alternativas”. Tres elementos a retener: propuesta alternativa, imaginativa, solidaria.[33] Volveremos sobre este punto al considerar los paleativos propuestos a la situación de exclusión social e indigencia generalizada que implicó la ejecución de este estilo de desarrollo.

 Con relación a los territorios emergentes, la evolución de la visión neoclásica hacia las ventajas competitivas, es el acontecimiento teórico más interesante a ser tenido en cuenta (Yoguel, 1996, Corò, 2000). La conjetura neoclásica sustentada en el neoliberalismo de que el libre juego de las fuerzas del mercado es propiciatorio de la convergencia y equilibrio económicos, es desplazada por la evidencia empírica, de que tal cosa no es segura. Reaparecen y se sugieren formas de intervención estatal en el nivel local o urbano más allá de las que ya eran aceptadas desde fines de los 80¨s. por el Banco Mundial y el BID[34]. En particular, cuando se ha insistido en que la competitividad sistémica no es un producto microeconómico. Sin embargo, estas intervenciones no pueden ser confundidas con las intervenciones de política y de tímida planificación realizadas de manera aislada para la escala regional desde los niveles centrales en América Latina hasta hace unos 40 años (de Mattos, 1986, Federico-Sabaté, 1992) cuando aparecen los intentos de planificación territorial inter regional e inter sectorial abarcativos. Las nuevas formas de intervención pública, pueden incluir, en un primer momento,  formas de regulación con el propósito de impulsar un ambiente favorable a la valorización del capital y de instalación de factores atractivos para la inversión privada, dejando el estado su papel neutral y subsidiario, de corte “facilitador” y que sólo es gendarme de  los intereses del mercado, del orden libre de las fuerzas económicas y que no debe interferir en lo territorial o sectorial (de Mattos, 1999).  

 La mencionada corriente de la economía industrial, sustenta dos caminos posibles destinados a los espacios emergentes para competir en el marco del capitalismo global. Tal como ya se anticipó, implica abandonar la idea de ventajas comparativas, para pasar a la de competitivas, sea abaratando los costos de producción para subir las ganancias (¿y los precios?), lo que puede hacerse castigando los promedios salariales, precarizando los contratos laborales, imponiendo más tiempo de trabajo a la mano de obra, deteriorando la naturaleza al utilizarla como sumidero de residuos de todo tipo o por la sobre explotación de los recursos naturales (renovables o no); o bien  introduciendo innovaciones en productos y procesos productivos, tanto en las empresas como en las organizaciones que las rodean. Esto añade valor, eleva la productividad, mejora la calidad de los productos, nos dicen. Aunque la primera vía no parece aconsejable por las consecuencias sociales y medioambientales adversas que finalmente pueden volverse contra la propia capacidad de concurrencia del lugar, y la segunda parece “amigable” por estar asociada al aumento del conocimiento y la tecnología, nadie quita que puedan combinarse (Méndez, 1998). O que por su posibilidad de alta movilidad, fracciones del capital aterricen con establecimientos en espacios con recursos apetecidos para abandonarlos en el momento que dejen de interesar (dependiendo, como siempre,  de los costos de relocalización).

 Esta inquietud ha dado lugar a la elaboración de estudios teóricos y empíricos sobre los entornos o medios innovadores (“milieux innovateurs” en Aydalot, 1986), los lugares emergentes, donde se ubican preferentemente actividades económicas y empresas productivas portadoras de alto contenido tecnológico y con capacidad de innovar de manera dinámica al respecto. Sea ello por tradición, espontánea o de manera inducida.  Estos espacios innovadores han dado lugar a controversias acerca de sus condiciones de atracción, lo que como ya dijimos se denominaban desde hace muchas décadas “factores de localización”, en cuanto a si permanecen como tales los que denominamos clásicos, o bien son desplazados por la aparición de los vinculados a la globalización, así como posibles cambios de jerarquía que pueden haber acontecido en los factores clásicos y la forma de articulación adquirida con los de esta economía-mundo (Benko, 1999).

Los lugares fertilizados por estos procesos, sean programados o espontáneos, conforman los nodos que se agregan o que sustituyen a otros por desplazamiento en las redes polarizantes y pasan a configurar los nuevos territorios centrales. ¿Es posible intentar el desarrollo local por esta modalidad? ¿Es posible el desarrollo de un conjunto de localidades que complementaria y competitivamente conformen una plataforma tecnológica que inserte a una región metropolitana en el sistema global? ¿Es posible y viable la organización de conjuntos interindustriales en redes y circuitos con nexos que sean a la vez de cooperación y de concurrencia (mercantiles capitalistas o no)?  La tesis que sostiene que los “milieux innovateurs” son una construcción colectiva[35], señala que la experiencia muestra  que ciertos tipos de empresas tienden a concentrarse territorialmente en ciertos ámbitos urbanos y que están asociadas a precondiciones geográficas que impulsan el surgir de innovaciones en el saber hacer, en el aprendizaje colectivo e instituciones locales o con responsabilidad regional, favorables a este fenómeno de creatividad productiva.[36]

 Según una cierta tipología de los medios innovadores, estos pueden ser abordados desde el predominio de la dinámica del aprendizaje o desde la dinámica de la interacción.  Desde la primera de ellas, aparece el denominado tecnopolo (innovación sin medio) y desde la segunda, vale decir de la interacción, el distrito industrial (predominio de redes); la combinación de ambos da como resultado los “milieux innovateurs” (innovación con medio organizado en redes, el paraíso de la sinergia) que tiene que resultar un potencial lugar ganador por las ventajas competitivas sistémicas que estos atributos sostienen. Es el territorio del desarrollo, donde se consigue la coordinación y colaboración de partes en ejercicio de proximidad, el clima asociativo y cooperativo, la confianza mutua, la programación conjunta y una estructura informal de contactos.  Y es la cara opuesta al medio periférico.  (Legna, 1996; Méndez, 1998).

Así, pues, no es válido reducir el medio innovador al distrito industrial como a veces se hace. En el distrito, la proximidad  de la localización territorial de empresas PyMEs, crea economías externas y consolida una “atmósfera industrial”. Pero tiene la limitante de que la innovación principal que genera es de tipo incremental, la que no alcanza la “gran innovación shumpeteriana” que constituye la ruptura cotidiana interna o las interrupciones no acumulativas. La dinámica externa al sistema productivo local se basa en la concurrencia con otros lugares y las influencias que este vínculo polarizante ejerce sobre el medio interno y sobre las empresas[37] (Boscherini, 2000). La suma de las empresas y sus externalidades no alcanzan para formar el territorio. Esto es lo que lleva a conceptualizar el territorio como un patrimonio social, un capital o un insumo formado, y no sólo como un escenario. Y que lo local, viene definido por el desarrollo y no al revés. 

La mencionada atmósfera industrial representa un bien colectivo intangible (por lo tanto invisible) y difundido que convierte la acción y las investigaciones del individuo en bienestar colectivo (sostiene el último autor que citamos en último término). Con las innovaciones incrementales se produce un efecto dominó, pues pasan de taller en taller o de una planta a la otra, de manera inconsciente y persiguiendo cada cual su beneficio, lo cual por un mecanismo supuesto de tipo mano invisible smithiana,  produce por fin el bien colectivo territorialmente circunscripto. Cuando este distrito se encuentra relacionado al mercado global, se genera la necesidad de elaborar una capacidad proyectual, el diseño de acciones conjuntas ya no inconscientes.

Para superar el nivel de distrito industrial y ser un medio innovador, en un agrupamiento productivo se requiere una serie de “elementos distintivos de continuidad” como son:

 a)      un sistema institucional que represente al territorio,

 b)      agentes locales no mediados sólo por las externalidades, sino por influencia directa,

 c)      sistemas institucionales de las empresas centrados en la producción de conocimientos que revalorizan el papel del entorno territorial y finalmente,

 d)      la tangibilidad (hacer visible) de la atmósfera industrial realizada y concretada a través de un proyecto, de lo deseado que represente las intenciones de la acción comunitaria y colectiva del lugar (Boscherini, 2000).

 Por detrás de todo esta concepción,  se oculta la paradoja de aceptar la decreciente influencia de la distancia, llegada de la mano de las tecnologías puestas en funcionamiento por la mundialización, al mismo tiempo que se sostiene el estilo altamente concentrado en los nodos de empresas y la polarización de la innovación. En nuestra interpretación, ambas son teóricamente explicadas por la necesidad de incrementar la velocidad de rotación del capital.  

 Los estudiosos de la “dinámica de la proximidad” (cercanía) han encarado este aspecto. La proximidad resultado de la concentración y aglomeración espacial, tiene en todo caso un fundamento social, pero es válido distinguir entre la de base económica y la de sustrato organizacional. Una, subraya los vínculos con las infraestructuras y su expresión física, en términos tecnológicos, siendo típicas las economías de aglomeración;  y la otra, señala los nexos intencionales entre los actores sociales derivados de su actividad local. La idea de proximidad se conecta también al problema de las posibilidades, límites y aparente bondad de la alta descentralización. 

 La proximidad económica o geográfica expresa la necesidad de acceso a los servicios públicos urbanos en general y del transporte en particular (y otras condiciones generales de la producción, como ya señalamos). La proximidad organizacional en cambio, se basa en a) la pertenencia y b) la similitud. Las unidades o actores sociales pertenecen al mismo espacio de relaciones en función de sus interacciones de una misma naturaleza o bien tienen  similitud,  si se parecen o son semejantes en cuanto a la adquisición de información o sus modalidades de funcionamiento.   En un distrito industrial se integran ambas lógicas de proximidad. Generalmente se indica la importancia que tienen las interacciones de carácter intencional, por sobre las puramente tecnológicas. La solidaridad de las empresas y otros actores sociales, así como sus vínculos de reciprocidad y confianza, tienen un fundamento en ellas y son a su vez un pivote de la construcción de la estrategia para dinamizar un lugar emergente (Legna, 1996).

 Existe una visión “fácil” o elemental, según la cual las ligazones que implica la activación de conocimientos tácitos (difíciles de formalizar y de comunicar)  se refieren a la proximidad territorial, mientras que los nexos que se fundamentan en conocimientos codificados, se fundamentan en la distancia. En principio es posible advertir que unos y otros pueden presentarse combinados, por lo que resulta complicado distinguirlos. Lo que es dable demostrar, es que la proximidad económica o geográfica resulta un requerimiento en las fases iniciales de la transferencia y apropiación de los conocimientos tecnológicos,   en tanto que en otros momentos posteriores es posible la interacción a distancia.[38] 

 Se ha interpuesto asimismo, la conocida distinción entre información yconocimiento, que ayuda a precisar las cuestiones relacionadas a la innovación y el territorio. La información constituye un flujo de mensajes, mientras el conocimiento alude al proceso orientado a entender la información y que puede necesitar la utilización de mecanismos de aprendizaje. En esto se observa que el conocimiento tácito, el saber cómo y el saber quién, (Poma, 2000) tiene algún componente no transferible y aunque pueden acompañar el movimiento de la información, no es objeto de intercambio como mercancía. El conocimiento deja de ser visto como unidireccional (especialmente el codificado) esto es desde la oferta de los centros de investigación, las universidades, los laboratorios y las consultoras de organismos multinacionales, para convertirse en pluridireccional. Todos los actores sociales enseñan y aprenden a partir de las prácticas productivas y de la creación de habilidades que combinan el saber tácito y el codificado. El desarrollo de competencias endógenas individuales a partir de la generación, difusión y transformación de conocimientos, como la elaboración de nuevas formas de vinculación que van más allá de las puras relaciones mercantiles, se convierten en partes claves de la generación de ventajas competitivas sistémicas y dinámicas (Yoguel 2002).

 A partir de eso, se generan instituciones tangibles (lenguaje, contrato) y no tangibles (confianza, acuerdo). Y dado que entre los actores locales pueden existir distintos lenguajes (códigos), se requiere la presencia de “traductores”, agentes sociales “puente”. Esto va a ser un aporte al aprendizaje.

El aprendizaje, columna vertebral de los procesos innovativos, requiere proximidad física y organizacional (Gilly, 2000).  Los intercambios que requieren un peso mayor de conocimientos codificables (saber qué y saber por qué) son menos sensibles a la distancia y pueden ser transmisibles entre los medios innovadores o los distritos. Las redes son el instrumento para compartir los riesgos, los activos y el aprendizaje, pero a medida que son más densos e importantes parece más necesaria la proximidad territorial. Ello sería así dado que la cercanía reduce los desplazamientos de los actores sociales, disminuye los costos de investigación, mejora las relaciones de confianza mutua entre los actores, tiende a eliminar los comportamientos disolventes y mejora los procedimientos de coordinación (Kantis, 1999). 

 El convencimiento de que la desconcentración y desverticalización de ciertas plantas y procesos (que no de firmas, las que pueden seguir centralizadas en el comando de las decisiones) en ámbitos espaciales dispersos captando mercados regionales o locales mediante distintas modalidades comerciales y de negocios, es lo que ha dado tanto impulso al estudio detallado de la nueva economía industrial y la economía regional sobre los entornos que aquí comentamos. No se trata sólo de unidades PyMEs de fracciones de capitales independientes, sino también la comprobación de que las grandes empresas transnacionales siguen con este tipo de comportamiento de disminuir el tamaño del establecimiento cuando las circunstancias lo requieren (se pulverizan), desarrollando “marcas” y bienes diferenciados según distintos lugares, incluso con operadores semi autónomos, pero con una coordinación vertical y jerárquica estructural en red. En la red de establece una determinada división del trabajo (funcional), encontrándose los especialistas que controlan el componente cognitivo, los integradores que se ocupan de los nexos entre producción y consumo, y los conectadores  responsables de los movimientos vincularesde la red.

 Cada nodo puede tener una misión particular y una posición geográfica propia e identificable; desde allí, suministra recursos relacionales, identitarios y cognitivos que alimentan la capacidad  productiva y de concurrencia a través de interacciones, asegurando a la cadena la creación global de valor excedente. Todo ello brinda información y saberes sobre movimientos de otros intereses, acceso a servicios productivos y urbanos imprescindibles, acceso a competencias diferenciadas, vínculos sociales, posibilidad de otras redes asociativas, ejemplos de modelos institucionales, etc. Todo el territorio cubierto y cada lugar del mismo se transforman en condición básica para la competitividad del conjunto (Corò, 2000). Se sostiene que la morfología de cada distrito y cada medio innovador es así la plataforma institucional más idónea para el crecimiento de las economías en condiciones post-fordistas o flexibilizadas (Legna, 1996).

 El papel que tienen en el contexto de la globalización las economías de aglomeración se vuelve otro tema de mucho interés. En principio, dado que hay acuerdo entre los distintos autores de que los lugares emergentes configuran territorios urbanizados, los que constituyen segmentos territoriales que reúnen condiciones especiales. La calidad y oferta adecuada de dichas condiciones es otro problema. Y dentro de ellas, las denominada economías externas o externalidades, que en el capitalismo se concentran en las ciudades. Hace mucho que ha sido mostrado (con estudios analíticos e históricos) que el capital tiende a concentrarse geográficamente y que la ciudad, es un producto “anárquico”, estructural,  de dicha necesidad. ¿Cuál es el papel que las externalidades (positivas) pueden cumplir para estimular a las PyMEs, bajo el supuesto de que éstas empresas son las que generan un crecimiento rico en empleo, aportan alto nivel de inventiva y flexibilidad, y son las más abiertas a las influencias “positivas” locales?[39]      

 Por suerte algunos pensadores neoclásicos “han descubierto” en los 90¨s. (A. Saxenian y M. Porter por ejemplo) cuáles son esos factores de atracción que tornan ventajoso aglomerarse a los capitales en determinados puntos del mundo. Y la capacidad de distintos “modelos” de organización interna y externa para el mejor aprovechamiento e internalización de las ventajas locales y el tornarse tecnológicamente dinámicos. Por momentos, se aporta conocimiento de interés al observar que las economías de escala no desaparecen, sino que se trastocan y realizan en algunos casos a través de las redes como “economías de relación”, lo que aquí modificaría enriqueciendo el papel de un factor de atracción de tipo aglomerativo.

 De la misma manera que la división técnica del trabajo (la fábrica integrada) sigue siendo un factor de crecimiento y expansión del mercado (como era en los clásicos), pero a través de la división territorial y social del trabajo (sistema multiplanta, fábrica “delgada” y segmentación de procesos, entre otros). Lo que resulta coherente como derivada del nuevo paradigma tecnológico y las regulaciones sociales impuestas por la acumulación de capital surgida con la mundialización de los mercados que ya mencionamos. Pero no sólo los grandes grupos monopólicos transnacionales se dispersan territorialmente, sino que con la desaparición de las barreras nacionales las PyMEs adquieren la capacidad de internacionalizarse, pues ahora lo hacen participando como subcontratistas en las estructuras de red manejadas por un grupo privilegiado de transnacionales económicamente concentradas o participando de lugares emergentes donde logran elaborar ventajas competitivas duraderas. 

 Pero no hay modelos prefijados para construir un medio innovador. Esta nueva organización económica territorial “…representa un sistema a diseñar, un sistema concreto de acción social a través del cual las distintas comunidades locales organizan autónomamente sus recursos (…) para enfrentar los vínculos y aprovechar las oportunidades de la globalización” (Rullani, 1998). El “territorio” es una fuente de identidad social, funciona como un componente de integración versátil. No se trata sólo de alcanzar la producción adecuada de mercancías, sino la reproducción de la identidad. La integración versátil es la base del desarrollo local y se alcanza cuando se realiza el “acoplamiento estructural" o interacción entre el sistema global y el sistema local. Es un encuentro entre dimensiones (externo/interno, vertical/horizontal, endógeno/exógeno, red corta/red larga, etc.) donde lo externo constituye una fuente de perturbación que puede cebar pero no definir el curso de las transformaciones futuras. El acoplamiento estructural deviene con la mayor flexibilidad tecnológica y las desregulaciones antes indicadas, la búsqueda de mercados diversos, el aumento de complejidad de los circuitos de conocimiento, las nuevas formas organizaciones, etc. El desarrollo local visto como acoplamiento estructural estimula el análisis sobre la capacidad de organizar socialmente el territorio para seguir desempeñando de manera evolutiva, la función de generación de competencias particulares y lugar de relaciones institucionales (Corò, 2000). 

¿En qué consisten las ventajas competitivas? En principio, las empresas pueden reducir muchos de los esfuerzos por lograr insumos a través de la provisión global de los mismos (sorteando la dificultad de la distancia), por lo que el aprovisionamiento de los mismos es un factor de menor relevancia pero no los conocimientos tácitos y el aprendizaje respectivo, por lo que surge una antinomia. Nos dicen que lo sustantivo no son los insumos sino la forma en que se utilizan los mismos. Además, la capacidad  de concurrir no depende de la escala de cada empresa como ya manifestamos, esto es cuánto se produce, ni de lo que se produce, sino cómo se produce. La clave, por tanto, es la elección de la especialización y para esto hay que seleccionar los bienes y servicios que crean y promueven el entorno productivo. Un elemento del lugar relevante es “tener una fuerte infraestructura”, buen sistema de transporte y de accesos y buen sistema de comunicación (Porter, 1999). También es fundamental la competencia interna y evitar los monopolios, por ser motivadora la concurrencia para trascender a lo internacional[40] y para ello resulta importante una demanda local “sofisticada y exigente” de productos diferenciados en calidad. Esto permite que las actividades productivas locales puedan “experimentar a un menor costo”, lo que implica un cierto “sacrificio” del público de dicho ámbito para reducir los riesgos de las empresas que estudian nuevas oportunidades (Ramis, 1999). Para tal demanda:  ¿Se necesita un cierto nivel de ingresos y una distribución más o menos equitativa de los mismos y del patrimonio, o no? Este aspecto, curiosamente no es mencionado. Tampoco queda claro que beneficios a mediano plazo traerá a este público el jugar de demanda de laboratorio. En cambio se sostiene que para tal demanda hace falta un buen sistema educativo y condiciones medioambientales no deterioradas.

 La constelación de empresas “estrellas” en redes (“clusters”) que producen productos iguales o similares y de otras empresas que producen los insumos de aquéllas en la misma localización, esto es las concentraciones territoriales, constituyen una manera de organizar socialmente algunos eslabones de una cadena o circuito de valor. No se lleva a cabo la integración vertical, ni se vuelven rígidas las conexiones, permitiendo la coordinación, la confianza y evitando la aletoriedad. Ha sido llamada a veces como integración diagonal, y se llevan a cabo menciones de las numerosas ventajas que apoyan la mejoría de la productividad (Porter, 1999).   

 El sector público, a su vez, debe llevar adelante una política de cooperación para la promoción del desarrollo, asegurando la provisión de insumos de alta calidad, ciudadanos capacitados, infraestructura adecuada, la protección medioambiental, bienes públicos y semi públicos con impacto significativo en la incentivación de tal constelación.  Para Walter Stöhr, por ejemplo, la empresa innovadora no preexiste al medio local, sino que es impulsada por él, pues el  lugar se comporta como un vivero de microempresas y de empresas pequeñas y medianas. Y este vivero es imposible sin una cierta densidad del tejido social y cultural, sin calidad y tradición de la mano de obra, sin experiencia de organización y sin infraestructura urbana y equipamientos comunitarios de calidad. Aunque cree que se depende de “factores históricos” (que es posible encontrar en grandes ciudades, corredores y “valles”  urbanos), entiende que existe posibilidad de su construcción en el ancho y laborioso sendero del mediano plazo (Cuadrado Roura, 1995). Aquí es donde se espera enfoque su fuerza el sector público local.  

 A veces este enfoque de la economía industrial resulta muy sesgado en su visión micro/mesoeconómica, si se tienen en cuenta los problemas sustanciales a resolver para acceder a ciertas tecnologías y los comportamientos de los grupos económicos que las monopolizan y dan orientación a la ingeniería de producción.  ¿Hace falta explicar por qué? Una tecnología de producto implica un producto diferenciado capaz de captar ganancias extraordinarias hasta su difusión desconcentrada. O bien procesado de manera que implique mejoras que reducen costos y son componentes de la calidad de vida de la población y del costo de reproducción de la fuerza de trabajo. Las actividades de punta (“high tech”) que implican alto riesgo para el capital por la puesta en funcionamiento de tecnologías a prueba para nuevos procesos y productos sofisticados, con demanda de insumos humanos de alta calificación, enormes externalidades positivas que intentan ser apropiadas, no realizan difusión y quedan retenidas en los nodos de los grandes centros urbanos, salvo al alcanzar la madurez. En ese momento el producto perfeccionado y estandarizado pasa a los centros urbanos dispersos para su fabricación en serie, bajo condiciones de procesamiento diferentes que requieren otra mano de obra y otras condiciones generales de la producción y otro “impacto tecnológico periférico”. Una observación adicional es que esta etapa como consecuencia de las nuevas tecnologías tiende a acortarse, volviendo máscomplicada la acumulación fuera del centro (Benko, 1996). Es sencillo imaginar que estas ideas son muy cercanas al concepto de “ciclo de vida del producto” de R. Vernon.  Los resultados territoriales de estos procesos son los nodos “dependientes” no endogenizantes de M. Storper, sin nexos estrechos entre investigación y producción, sin siquiera capacidad adaptativa.

 Además, la información necesaria para introducir innovaciones en las actividades productivas es frecuentemente compleja y exige la participación de numerosos actores sociales, cada uno de los cuales con manejo de ciertas dotaciones de saberes. Para cada sector de la ciencia y el conocimiento técnico, existen grupos no demasiado extendidos que ejercen controles y en ocasiones no hay acceso por la vía del mercado (están en posesión o propiedad de centros de investigación, universidades, firmas consultoras que imponen rentas tecnológicas, grupos cerrados que establecen prioridades de desarrollo en función de intereses, etc. casi todos de países antes dominantes o de lugares ahora centrales en países antes dominantes). En esto el mercado es un mecanismo imperfecto, puede que inadecuado, para elaborar proyectos conjuntos orientados a la instalación de inventivas e innovaciones.  Como se afirma la existencia de senderos tecnológicos y la posibilidad de un proceso de acumulación cognitivo en espiral, es posible que se tienda a la concentración y centralización de la misma, sobre todo después de haberse convertido (en la práctica y así le duela al aparato de los científicos y técnicos) la producción de conocimientos en un sector más de la producción subordinado a la lógica de la acumulación capitalista como cualquier otro de la economía (Boscherini, 2000).

 Analizado el tema ahora desde el punto de vista de las PyMEs y pensando en la viabilidad de que constituyan la base para impulsar un lugar emergente al estilo de los de la Tercera Italia, parece que como consecuencia de los cambios que aquí consideramos las cosas se han trastocado drásticamente, existiendo un contexto más favorable a su desarrollo independiente en los países del tercer mundo o de la antigua periferia. Esto es así, porque el papel de este tamaño de empresas (sean manufactureras, de servicios o comerciales) durante el esquema de desarrollo premundialización, era secundario en los países industrializados o desarrollados. En los países periféricos o dependientes, se ocupaban de: a) satisfacer demandas de mercados acotados protegidos; b) crear puestos de trabajo con reducida productividad; y c)  proveer de insumos a empresas multinacionales de inversión extranjera que atendían el mercado doméstico, bajo condiciones tecnológicas no muy exigentes. Pero, en el futuro: ¿podrán cumplir el mismo papel protagónico que han tenido con la globalización en algunos países desarrollados que normalmente nos ponen de ejemplo y a partir de los cuales se ha teorizado sobre el medio emergente? Lo que lleva a otro interrogante: ¿podrán instalarse condiciones de competitividad sistémica en centros urbanos y localidades metropolitanas para el desarrollo de una economía rica en PyMEs? Y un poco más adelante y como consecuencia: ¿será posible basar el desarrollo local en una economía de estas características? ¿Cuántas experiencias y en qué plazo, dada la situación de exclusión social y territorial existente, como para morigerar el evidente fracaso del proceso de globalización en los países periféricos?[41] 

En los lugares emergentes de la nueva economía – mundo, los cambios tecnológicos se reflejan en conformaciones socio-económicas en las que encontramos cadenas de valor o circuitos de producción-circulación de bienes, formando constelaciones enracimadas y concentradas de PyMEs, estructuras vinculares formando tramas productivas y sistemas de innovación local. Se considera que esta conformación es un escenario en que las economías de aglomeración producen impacto derrame y aprendizaje colectivo.  Ello es concebido como un “bien público” restringido (¿semi – público?) a las redes constituidas. El acceso y participación de las PyMEs requiere la pertenencia a las redes y al territorio socialmente organizado. El proceso de producción de conocimientos e innovaciones (paralelo al de la producción de mercancías y efectos útiles de aglomeración) es visualizado por analogía como un proceso social de trabajo o productivo. Implica división social, territorial y técnica del mismo y un “lugar” que se enriquece con los productos (comunidad epistémica).

 Es evidente que esto requiere de una comunidad local con determinadas bases socioculturales que no parecen surgir de las meras relaciones de mercado o capitalistas y que no es sencillo identificar en el mundo no desarrollado.

 En un contexto de este tipo es donde es dable la reemergencia de las PyMEs en el marco de una importante relación con las empresas grandes, las redes y sistemas territoriales (Yoguel 2002). Vale decir que son revalorizadas de manera no aislada, sino: i) en interacción jerárquica con empresas no PyMEs; ii) con inserción en constelaciones enracimadas, tramas y circuitos globales; iii)  con pertenencia a un territorio con recursos humanos con adecuada formación, competencias laborales y precio, así como determinadas condiciones generales de la producción; iv) con participación en procesos de aprendizaje y entrenamiento continuo (procesos formales y informales).   

 La situación de las PyMEs vinculado al desarrollo local en América Latina, dejando de lado algunas restricciones endógenas, como a) formas de gestión, problemas generacionales, administración familiar, atavismo o lenta adaptación a las nuevas condiciones, etc., y otras de contexto como b) las trabas burocráticas, el inadecuado financiamiento, las limitaciones de calidad de infraestructura y equipamientos sociales urbanos, la inseguridad jurídica, la competencia espúrea o desleal, etc. puede ser caracterizada de la forma que brevemente intentaremos presentar[42].

 Las respuestas a la nueva situación resultan:

 1)      muy heterogéneas y predominaron las conductas defensivas (redes limitadas, reducida internacionalización, poco riesgo en innovaciones, etc.) con alta vulnerabilidad;

 2)      patrón de especialización dominado por bienes intensivos en recursos naturales (como a principios del siglo anterior) con bajo valor agregado y maquila, acentuándose en el transcurso de la última década; 

 3)      debilidad marcada en a) generación de competencias técnicas de firmas y de instituciones, b) pocos encadenamientos hacia delante y hacia atrás en circuitos y cadenas, c) tendencias a la fragmentación del sistema territorial, d) reducida tasa de creación de empresas nuevas y elevada tasa de mortalidad, con desarrollo empresarial significativamente inferior que el observado en el sudeste asiático;

 4)      tendencia a depender de los conglomerados internacionales radicados en el país o fuera de él.

 Esto contrasta visiblemente con lo que sucede en la mayoría de los países desarrollados y las políticas allí seguidas para incrementar la competitividad sistémica y mantener el predominio. Las PyMEs avanzan en ellos hacia bienes sofisticados, intensivos en tecnología. Las comunidades construidas en y con ellas, en términos generales,   mejoró la equidad, la integración social y la situación económica local.

 Las consecuencias observadas en la periferia en cambio, nada alentadoras, son:

 A)     apertura indiscriminada sin elaboración institucional que llevó a la pérdida de identidad y con ello de capacidad concurrencial;

 B)     actividades de baja productividad son las que absorben el 70 % de los trabajadores durante la etapa de expansión;

 C)    incapacidad para aportar significativamente para enfrentar la inequidad social que el proceso impuso.

 D)    peso inferior al esperado en el aporte para la balanza comercial del país.

 Las consecuencias observadas contradicen las principales tesis del Consenso de Washington, según las cuales, luego de las reformas estructurales de primera generación que se mencionaron al principio, se iban a alcanzar tasas de crecimiento sustancialmente superiores a las de la “década perdida” (Yoguel, 2002). El modelo centrado en exportaciones es insuficiente para generar tasas de desarrollo significativas para dar empleo y nivel de vida adecuados a los habitantes. Como derivada de la suba de la elasticidad ingreso de las importaciones junto a la distribución regresiva del ingreso y el aumento de la pobreza, en la mayor parte de las economías latinoamericanas se redujo el mercado interno y esto también actuó contra las PyMEs[43]. Consecuencia de la desocupación, subocupación, precarización laboral, distribución regresiva del ingreso y la propiedad, es que  registre un 44% la  población a ser considerada pobre y un 25% más está por caer en la pobreza (CEPAL, 2002). Los niveles de indigencia (esto es hambre y población en estado de riesgo) alcanzan a la mitad de los pobres, según las estadísticas oficiales.   

 Este resultado implica reconocer que el mercado es una construcción social cuya amplitud y profundidad depende de la complejidad y densidad de la sociedad civil y que la mayor parte de sus “imperfecciones” y “fallas” derivan de esto último, según algunos economistas. También que para regenerar la sociedad civil la política local debe apuntar a lograr una fuerte participación de los actores e instituciones políticas, sociales y económicas. Si esto no se alcanza, las consecuencias son poco promisorias para las mayorías y además, que las conductas más innovativas, creadoras, constructivas,  no son las necesariamente seleccionadas, sucederá que aparecen desplazadas por formas prebendarias y del privilegio personal. La globalización y su implementación en nuestros países, también mundializó la corrupción como ya hemos indicado[44]. 

 Ampliando este panorama general, el comportamiento de la inversión extranjera directa en América Latina de este período deja bastante que desear, pues gran parte de la misma consiste en fusiones y adquisiciones de empresas existentes, en desmedro de la creación de nueva capacidad productiva. Incluso gran parte de dicha inversión se destinó a producción de bienes y servicios para el mercado interno, confirmando en muchos casos la idea del ciclo del producto antes mencionada. No hay indicio de que las empresas extranjeras realicen gastos importantes para investigación y desarrollo, ni que elaboren programas orientados a capacidades estratégicas, como ocurre en otras partes. Las inversiones en ciencia y tecnología continuaron bajas (en torno al medio punto del PIB) salvo en el caso brasileño y cubano, pero con reducida participación del sector privado. Para colmo, la llamada “brecha digital interna” se amplía, profundizando la exclusión social y productiva.  O aparecen procesos de transferencia hacia afuera de funciones de ingeniería e investigación aplicada que antes se hacían en el país (Yoguel, 2002).

 La concentración y centralización territorial fue en aumento (Federico-Sabaté y Vázquez, 2002) y la periferización interna también. El ensamblado y montaje para producción estandarizada aparecen en la ubicación de filiales de grandes transnacionales en las ciudades de menor industrialización, que mejoran transitoriamente su situación de marginalidad social. El incremento permanente de la precariedad laboral[45] (ya no informalidad) se ha generalizado, pasando a firmas de todos los tamaños y al propio empleo del sector público.  Pero aún significan crecimiento espúreo. Por otro lado, se observa que en las ramas en que se realiza una utilización más intensiva de la tecnología y los conocimientos especializados, el comercio tiende a ser intrafirma. En parte ello explica por qué la liberalización del comercio y la expansión de él en el nivel mundial y del subcontinente (incremento en exportaciones del 9,2% anual en valor e importaciones en 12%), no generó un crecimiento más dinámico (sólo un 2,7 %, la mitad aproximadamente de la etapa desarrollista y del estado benefactor). Sí lo hizo, en cambio,  el aumento de la participación de las empresas transnacionales en el comercio internacional  (CEPAL, 2002).

 Siguiendo una tendencia global, más de la mitad de la inversión extranjera acumulada en la actualidad se concentra en servicios  “productivos” (desde concepción del producto y el diseño, hasta el mercadeo y venta), los que intervienen en el 75% del precio final de los bienes, considerando la cadena productiva total. Ello permite tener una idea de los precios relativos internos entre la producción de las grandes empresas y las PyMEs, que favorece en los últimos 10 años a aquéllas. 

 Si se analiza esto por países, se concluye que estos comportamientos cambian de uno a otro dentro de América Latina. De los estudios agregados y comparativos surge que pueden establecerse tres patrones distintos (CEPAL, 2002):

 1)      el de México (y algunos de Centroamérica) con inserción vertical en las redes internacionales de producción integrada (la industria global) orientada hacia EE.UU;

 2)      el de Sudamérica con redes horizontales y más diversificadas, menor concentración de los mercados de destino, pero con alto peso de productos poco diferenciados basados en elaboración de recursos naturales, y amplia integración inter empresas transnacionales entre los países de mayor tamaño y mercado (Brasil y Argentina); y

 3)      el de algunos países que colocan servicios (principalmente exportan paisajes). 

 Entonces, observamos alto dinamismo exportador,  buena atracción para lograr inversiones extranjeras aunque no muy incrementadoras de capacidad productiva, débil generación de atmósfera de  innovación y bajas externalidades, concentradas y centralizadas en las áreas metropolitanas y algún grupo limitado de centros urbanos intermedios o de frontera, impulsando aumento del coeficiente de importaciones desde los países de origen (bienes intermedios, servicios productivos y maquinarias) donde ubican sus principales proveedores en ciudades y regiones mundiales, y generando a la vez, necesidades de financiamiento externo continuo, incluso en los momentos críticos (crisis mexicana, luego brasileña y decadencia actual argentina). Esto es perfectamente coherente con la información sobre comportamiento de PyMEs con que contamos y las oportunidades de “desarrollo local” (con esta base y estilo que no instala ningún “milieu innovateur” ni nada que se le parezca)  registradas. Para expresarlo de manera sintética,  es lo que hace unos 30 años habríamos caracterizado discutiendo la teoría de los polos de desarrollo, como “enclaves de drenaje” y no auténtico crecimiento inductor, poco multiplicador y con bajas o nulas repercusiones de derrame.[46]

 Producto o resultado de ello es también la llamada “heterogeneidad estructural” o tendencia a la dualización de los sectores productivos, de los sectores sociales y de los territorios de los países (incluso en las propias áreas metropolitanas, Federico-Sabaté y Vázquez, 2002).

 Para plantearlo de una sola vez: ¿Los desarrollos locales de los lugares urbanos emergentes son una respuesta estratégica a este círculo que no tiene hasta ahora mucho de virtuoso, para alcanzar un desarrollo humano sostenible (equidad social y económica) y sustentable (detener por lo menos la destrucción del medioambiente y los recursos naturales) para las mayorías populares y como garantía de la viabilidad democrática?

 Se requiere complejizar las estructuras productivas existentes (Yoguel 2002), a partir de:

 i)                    generación de redes (constelaciones, tramas, sistemas territoriales)

 ii)                   estímulo al desarrollo de espacios públicos

 iii)                 fortalecimiento de condiciones del sistema territorial

 iv)                 aumento de la internacionalización de productos diferenciados

 v)                  participación fuerte en circuitos internacionales con menores relaciones jerárquicas

 vi)                 mejora de la concatenación del  sistema educativo y del productivo para la generación de competencias

 vii)               desarrollo de códigos y mecanismos de traducción que vinculen los lenguajes de los actores locales 

 Instalación y desarrollo de la estrategia de economía social, agregaríamos como punto viii) que no considera el colega que aquí hemos seguido.

 Este es un proceso no automático. Requiere nuevas formas de intervención pública (concertada)  que posiblemente involucre a actores sociales que no participan generalmente en los esquemas de política tradicionales. Y que además no tengan nexos importantes con los factores externos. Implica diseñar y ejecutar un marco regulatorio y acelerar un entorno institucional, que abarque instituciones descentralizadas y centralizadas. Un proceso en que el sector público central o nacional estimula e impulsa las experiencias locales, crea conexiones entre ellas y modifica las rutinas de gestión interacción. Pero para alcanzar éxito por esta vía hay una serie importante de cuestiones pendientes que queremos expresar (Boscherini 2000; Yoguel, 2002):

 a)      Si las redes de inserción están comandadas por grandes firmas localizadas fuera del país, bajo qué condiciones tecnológicas es posible llevar a cabo incremento de competencias locales o de redes de localidades?

 b)      En ausencia de un organizador local de la red con cierto grado de autonomía, cómo generar procesos de mejora y complejización de las capacidades innovativas?

 c)      Existirá un modelo de evolucionismo particular de los países no industrializados que pueda tomar en cuenta las especificidades locales?

 d)      Las cadenas globales controladas por compradores con centro en países industrializados, permiten generar el crecimiento de constelaciones concentradas locales con independencia de ellas?

 e)      Es posible alcanzar la competencia sistémica y generar las sinergias necesarias perteneciendo a redes bajo comando central en las que se subcontratan y adquieren los eslabones más complejos de la cadena productiva desde el exterior y donde pesan las decisiones de inversión allá tomadas?

 f)        En casos de baja empresarialidad, reducidas competencias endógenas, elevada exclusión, con localidades o ciudades deprimidas, cómo generar un proceso de desarrollo humano y de  “apropiabilidad” del conocimiento?

 “Hay maneras de luchar contra la pobreza (y la exclusión agregamos) de forma no asistencial o caritativa…”  En los niveles o escalas mesoeconómicas y microsociales, aparece como exigencia llevar a cabo inversiones en lo que se refiere “…a alentar la capacidad de animación social y de concertación estratégica de actores, porque el desarrollo se relaciona, sobre todo, con esa construcción de capital social y humano” (Alburquerque, 1999). Y luego encontramos que añade: “La micro y pequeña empresa sólo puede acceder a los servicios avanzados de apoyo a la producción mediante asociatividad y cooperación interempresarial”. Los micro y muchos pequeños emprendimientos sociales en América Latina “… combinan la actividad empresarial con la organización del hogar” y no tienen capacidad para otros esfuerzos adicionales. Por ello hay que llegar con la economía social o del trabajo desde y hasta ellas, realizando una inteligente y programada actuación que facilite desde las instituciones la oferta de capacitación y transferencia. Al final leemos: “Los gestores de programas asistenciales en las diferentes regiones deberían plantearse la necesidad de incrementar su papel como animadores territoriales para el despliegue de iniciativas locales de fomento productivo y generación de empleo”…(que) “incorporen una visión más amplia y consistente del papel que tienen asignado a favor de la equidad…”

 ¿No estamos en una situación tal, que ya resulta imprescindible elegir senderos distintos y poner toda nuestra creatividad e imaginación al servicio de esa nueva estrategia de desarrollo que articule el desarrollo local con una política pública social alternativa, basada en el trabajo mancomunado y solidario, e intentar por ese procedimiento, la densificación de lazos comunitarios y las instituciones políticas y económicas?

 III. DENSIFICACION SOCIAL DEL TERRITORIO LOCAL

 Hemos visto inicialmente que lo local, en cuanto ámbito, se encuentra definido en su alcance territorial por vínculos sociales surgidos del desarrollo económico. Desarrollo que es pensado por diversos autores como una nueva alternativa, como una nueva estrategia de crecimiento que no solamente tiene como fundamento lo local, sino una forma de organización de tipo comunitario distinta, (Klein, 2002), instalada en ese ámbito y que se genera como respuesta a los problemas originados por la globalización y por la política de descentralización propugnada por la reforma del Estado y la reestructuración productiva, sustitutivas del llamado Estado de Bienestar; política que, evidentemente estaba diseñada para impulsar dicha globalización, como quisimos mostrar. Persiguiendo aclarar aspectos del desarrollo local, enumeramos y examinamos los “factores” de atracción de las inversiones de capital en las actividades económicas, distinguiendo los de tipo tradicional y los que aparecen planteados para este proceso de acumulación mundializado, que denominamos contemporáneos, para distinguirlos de aquéllos. 

 Más adelante, planteamos el marco de la nueva geografía planetaria en la figura metafórica del archipiélago, así como los fundamentos económico-técnicos y de política socio-económica que le dieron impulso, mostrando una tipología clasificatoria que sale de la propuesta de diversos especialistas en temas espaciales e intenta dar cuenta de la nueva configuración territorial y de sus lugares, considerados hasta aquí como ganadores o perdedores. Y con una brecha que tiende a ampliarse.

 En este contexto, intentamos repasar de manera breve las teorías sobre el desarrollo económico local basadas centralmente en el “medio innovador” para justificarlo y luego las explicaciones en boga de la economía industrial designada como evolucionista y neoschumpeteriana  sobre las ventajas “competitivas”, aparentemente construidas, de los lugares ganadores y emergentes insertos en la economía mundializada, mostrando la importancia creciente que adquieren para el desarrollo local de los territorios la innovación social-tecnológica y el aprendizaje colectivo como consecuencia del apuntado proceso de acumulación de capital hoy predominante. Pero también otras condiciones y aspectos presentes en los territorios emergentes y ganadores que, según la experiencia y los análisis realizados, pasan a formar parte de los efectos sinérgicos requeridos para el “éxito” y la consolidación de una atmósfera industrial adecuada, sólidamente apegada al cambio tecnológico.

 El papel cumplido por las PyMEs en este proceso y como componentes insustituibles de esta estructura formadora del desarrollo local es uno de ellos, siendo revisados en nuestro texto algunos aspectos considerados sobresalientes de la reciente experiencia latinoamericana sobre este asunto, lo que creemos permite mostrar las visibles limitaciones existentes para generar lugares emergentes, bajo invocación del desarrollo local y urbano, capaces de pasar a formar parte activa de las redes competitivas bajo las actuales circunstancias.

 Aquí es donde aparecen otros aspectos y condiciones requeridos que normalmente no son sino mencionados por los economistas del pensamiento dominante, por ser considerados como “variables” exógenas del análisis económico. Y que, en consecuencia, no son por ello estudiadas pues parece que pertenecen a otras disciplinas aunque se reconozca su importancia e interdependencia. Se mencionan problemas como  la necesidad de una demanda local “exigente” para las constelaciones industriales en desarrollo, lo que evidentemente implica cierta capacidad adquisitiva y nivel educativo, y por ello de los niveles de los ingresos de los habitantes de la sociedad local, lo que está como es obvio, vinculado a la distribución del ingreso y del patrimonio. Tema que en general está últimamente fuera de las inquietudes de los economistas ortodoxos, aunque un poco más cerca de los que han revisado críticamente la teoría y no son inmunes a los resultados de la historia.[47] Y más lejano aún para el pensamiento de este tipo de economistas, otros componentes, pues ellos hacen más a la organización social y a las instituciones.

 Así, estos mismos economistas hablan de densidad social, redes comunitarias, apareciendo sin sonrojos en su discurso, términos como confianza, solidaridad, reciprocidad, cooperación, igualitarismo, apoyo mutuo, participación, interés cívico y público y otros de este calibre.  Y como si ello fuera poco y algo en absoluto independiente, una cierta forma o estilo nuevo de actuación del Estado, de las formas que adquiere el poder y el sistema político.  Entendemos que esta separación tajante con la sociología y la politología y con otras ciencias sociales, como si la economía fuera reducida a una ingeniería del intercambio (mercado) o una tecnología aplicada (costos de producción), no ayuda a caracterizar, explicar e impulsar el desarrollo, ni a realizar propuestas plausibles para elaborar la política de una estrategia alternativa a la actualmente impuesta e ideológicamente dominante.

A qué se debe esta reflexión que intenta avanzar en conclusiones intermedias y provisorias de lo examinado? A qué: ya sea por el lado de los nuevos “factores” de atracción del capital, sea por el lado de las teorías de desarrollo del medio innovador o del crecimiento endógeno que nos presentan, sea por las condiciones “descubiertas” y nominadas por la economía industrial para la construcción de redes sólidas, sea por los mecanismos que sostienen la competitividad sistémica que nos sugieren, sea por los elementos simbólicos que hacen parte de una demanda doméstica exigente,  sea como necesaria contraparte de este nuevo Estado facilitador, catalizador y socio de la sociedad civil que intenta integrar la comunidad y reducir la inequidad (tapar los agujeros de las políticas de ajuste), sea como vivero activo y continuo de las MIPyMEs, sea porque aceptemos que el desarrollo se relaciona sobre todo con la “construcción de capital social y humano”, esto es, sea por donde sea, se requiere como condición en primera instancia y consecuencia activa en segunda, vale decir en el momento de consolidación y sostenibilidad del desarrollo económico, el abordar la cuestión social para conceptualizar seriamente tal desarrollo. Que por ello debe ser considerado como socio-económico, dando a social una amplitud que tendremos que definir[48].

 ¿Por qué no atreverse, para comenzar a acercarse a lo planteado, con una idea tan inmediata en sus términos y funcionamiento a la economía como  es el mentado “capital social”?  Reteniendo a la vez, la intención de preguntarse si esta idea o noción se vincula de alguna forma a la problemática territorial.

Aquella capacidad de convertir el “yo” en “nosotros”, aquella capacidad de sentirse vinculado a los otros que proporcionan los entramados asociativos y las actividades voluntarias, facilita la coordinación y la comunicación y permite afrontar mejor los dilemas y la resolución de los problemas comunes, se afirma (Gomà y Subirats, 2001), y es componente de dicho capital social. Para dar respuesta a las necesidades colectivas, muchos individuos se pliegan a realizar actividades que les interesan generándose y tornándose ahora ámbitos compartidos donde la relación directa y cara a cara, y el contacto interpersonal ayudan a desarrollar y a fortalecer la sensación de pertenencia también colectiva, el sentimiento de comunidad y reciprocidad o la confianza social. En este sentido y tratando de captar el fenómeno, se han intentado dar definiciones de capital social, denominación facturada por Coleman[49], con diversos matices.

 El capital social consiste en un conjunto de redes y las normas de reciprocidad y confianza fomentadas entre los miembros de las asociaciones de la comunidad, gracias a su experiencia en la interacción y la cooperación social. La existencia de capital social permite a los miembros de la comunidad superar los dilemas que plantea la acción colectiva y que podrían de otra manera, impedir los intentos de cooperación a fin de mejorar la vida social. Por esta razón, la abundancia de capital social asegura la existencia de instituciones de gobierno efectivas” (Boix, 2000)[50]

 De inmediato y una vez más, entonces, se hace surgir la íntima relación con las instituciones y el poder político.

 Quien más se ha ocupado y dicho sobre el tema es Putnam (2000).  Planteando justamente que el interés cívico es la base de un tejido social denso, fundamentado en la capacidad social de las personas para colaborar en los asuntos de interés común y público[51]. Y es una necesaria “infraestructura social” para un buen gobierno representativo y el buen funcionamiento de los valores democráticos. Para este autor, las organizaciones comunitarias, que conforman dicha infraestructura,  son horizontales, reconocen el interés público, son igualitarias y valoran la solidaridad, la participación y la integridad. Que resultan todas condiciones para el desarrollo económico, porque “la confianza es el lubricante de la vida social” (Putnam 2001). El capital social, indica, se refiere a características de la organización social, como por ejemplo las redes, las normas, la confianza[52], que facilitan la cooperación y la coordinación en beneficio mutuo. Su existencia incrementa los beneficios de la inversión en capital físico y humano, por ello es un “ingrediente vital para el desarrollo económico”. Comentando los programas realizados en EE.UU. sobre formación profesional y creación de agencias para la expansión industrial, señala su trascendencia para crear nuevos lazos productivos entre las comunidades, entendiendo que los efectos latentes de tales programas sobre la acumulación de capital social, podrían llegar a ser más importantes que sus efectos directos sobre la productividad técnica. También sostiene que una característica de él, es que no se agota al ser aplicado, pues al contrario, su utilización lo torna acumulativo y más productivo; y en ese sentido, se asimila al mismo capital como riqueza. Sin embargo es un “bien público”, un producto colectivo y social, poco dotado por los agentes sociales privados y extraño o lejano al mercado. Es más, su uso mercantil puede y suele dañarlo.

 Desde el punto de vista territorial, no es difícil advertir en textos de este profesor de Harvard que el aspecto espacial está siempre presente, tanto desde los ejemplos que plantea (los distritos de la Tercera Italia, por ejemplo), como en su interés por resaltar los nexos comunitarios y locales. Especialmente en trabajos recientes y en polémicas con otros autores (Putnam, 2002), donde tiende lo local a volverse constitutivo de la noción.

 Justamente este aspecto territorial es atacado por alguno de sus numerosos críticos (Levi, 2001), indicando que las propias redes en que se concreta el capital social “sostienen por si mismas el localismo” y éste es apoyo de la confianza, pero también de la desconfianza que juega como limitante. Y además, si las redes son cerradas, llegan a bloquear la innovación, aspecto que nos interesa de manera central como hemos dicho y resaltado.

 Por otro lado, se sostiene que Putnam realiza un enfoque “sociocéntrico” que lo induce a dejar de lado, luego de mencionarla, la acción estatal y además, no atiende las posibilidades positivas de las redes jerárquicas. Para otros (Navarro, 2002), este autor ha llevado con su forma de análisis a la despolitización del análisis político (ausencia del concepto de poder en las  políticas públicas) y su reducción a finalidades de tipo economicista. Esto es una consecuencia lógica del examen, cuyo resultado o corolario es que el propósito último   del capital social se torna “precisamente el incrementar la cantidad de capital convirtiendo a los individuos (involucrados) en capitalistas sociales” (Putnam, 2000). Pero la crítica más intensa se refiere a su afirmación sobre la confianza como elemento fundamental y gran lubricante de la cooperación, dado que aunque entiende que la misma es generada por la existencia de las redes cívicas y la reciprocidad que emana de ellas, no explica por medio de qué mecanismos se produce e instala. De esta manera, el “capital social” en Putman, queda en mera descripción y con una cierta circularidad argumental, y en una propuesta no asentada o sin fundamentos. O en una explicación de base historicista cuando intenta fundamentar el caso de la Tercera Italia. Aquí existiría como base un amplio trasfondo histórico que Putnam alarga hasta cuatro o cinco siglos de vida comunitaria. Este aspecto cultural, como ya mencionamos, no soporta los análisis a que la sometería la moderna antropología económica.

 Otra manera de abordar el denominado capital social es la realizada por Bourdieu (2001). Entiende que: “…es el conjunto de los recursos actuales o potenciales vinculados a la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de inter-conocimiento e inter-reconocimiento; o dicho de otro modo, a la pertenencia a un grupo”. Con propiedades comunes percibidas en éste con el agregado de vínculos estables y útiles.

 El volumen de dicho “capital social” en el autor francés, depende de la extensión de la red y de los recursos de todo tipo que poseen los componentes de la red. Y se reconoce por la “homogeneidad objetiva mínima” de atributos y por los efectos incrementales multiplicadores en el capital privado de la unidad de que se trate. Existe asimismo una concentración del mismo en ciertas redes jerárquicas, y también (sospechamos) una relación beneficio-costo de pertenencia a una red de una unidad económica (lo que es explícito en Lin, 2001), tomando en cuenta las externalidades positivas. Esto es así, porque nuestro autor observa que dicho capital social es resultado de una construcción y no es algo natural, que implica importantes inversiones materiales, simbólicas y de esfuerzos que suelen traducirse en otros gastos. Por tanto, la utilidad de que habló se refleja en los beneficios materiales y simbólicos (como el prestigio) que él permite apropiar y esos beneficios están implicados en la solidaridad que los posibilita.

 La mencionada construcción del capital social, sostiene, constituye la forma de hacer de relaciones contingentes (vecindad, parentesco y otras), relaciones necesarias y electivas que conllevan obligaciones institucionales, comunicacionales y sentidas (subjetivas: respeto, amistad, gratitud). La reproducción del capital es tributaria institucional, lo que favorece y propone lugares y oportunidades de lo legítimo, por lo que como indicamos, genera gastos.  Evidentemente, la caracterización de Bourdieu es “clasista”[53], pues se refiere a la forma en que aumenta su capital privado, un propietario del mismo, por medio de redes. Ello implica un rechazo a la aplicación del término “capital” social a los sectores populares, que queda reservado para los sectores predominantes en la base económica, como la burguesía industrial o financiera (o las oligarquías en América Latina). Por ello, y porque nos parece más ajustado y aceptable el criterio de este autor que el de Putnam, nuestra utilización entre comillas fuera de dicho marco.  El término “capital” en el caso de los sectores desposeídos, parece más adecuado el término estrategias de producción-reproducción social ampliada de la vida (por aumento del fondo de trabajo) o alguno más ajustado que asimile este proceso[54].

 La dimensión territorial en Bourdieu aparece en el reconocimiento y la concentración. Dado que las redes se apoyan en los intercambios, los que no son separables desde el punto de vista material y simbólico, no pueden reducirse a la proximidad geográfica. No obstante, interpretamos, tal proximidad, componente evidente de lo local, es fundamental para el re-conocimiento. Aquí actúan los instrumentos tecnológicos a disposición de los actores sociales de ingreso medio y alto, que les permite morigerar los efectos de la distancia. También aparece en la extensión de las redes y en los puntos obligados de concentración de dicho capital (clubes selectos, exclusivos o especiales), que son parte de la definición del volumen, como dijimos. La cantidad y calidad de la posesión son los que localizan al actor social en una determinada posición.

 La existencia de un buen número de estudios sobre dicho capital social (y  los intentos ideológicos o ingenuos de ampliación/aplicación al “capital” social) indica que existe allí un núcleo interesante a ser comprendido y que, adecuadamente manejado,  puede contribuir a los estudios del  desarrollo. Si bien no parece configurar un “modelo” y se ha tendido en numerosos casos a sobrestimar sus aspectos positivos, podríamos indicar, acordando en ello con Portes (2000), que constituye una nueva etiqueta para los efectos favorables a la sociabilidad, que podrá ocupar un lugar importante en la teoría al reconocerse sus orígenes y sus repercusiones, pero con la condición que se haga dando lugar por igual a los aspectos negativos. La visión “clasista” de Bourdieu nos protege de la visión sesgada, pero no nos ofrece los elementos que necesitamos para considerar el papel del “capital” social a generar para los sectores populares en el contexto de la estrategia de economía social y solidaria. 

 Se ha demostrado en estudios antropológicos y sociológicos que la inserción socio-económica de los sectores populares en la ciudad se asume sobre la base de estrategias asociativas y de reciprocidad, que tiene como fundamento la familia y la unidad doméstica, y luego la vinculación vecinal/barrial y la constitución de organizaciones comunitarias para el acceso a los servicios básicos (el modelo de la muñeca rusa). En esta cadena de secuencias, se tejen las redes sociales, que son la base estructural de la sociabilidad. Las aventuras migratorias muestran, en general, este uso y estos dispositivos.  Aquí aparecen los sostenes positivos, pero no debe olvidarse que estos vínculos también arrastran aspectos de dominación, clientelísticos, desconfianza a lo nuevo, relaciones de poder, oriundas o no de las comunidades de origen, etc. No obstante, cabe observar que suelen ser reversibles en el tiempo.  Existe reelaboración de los vínculos a través de nuevos nexos vecinales, laborales, culturales e incluso políticos. Si bien las relaciones con el Estado tienden a ser verticales, otras resultan basadas en nexos igualitarios, de nueva reciprocidad horizontal,  para enfrentar problemas con base en los intereses comunes. Existe pues una tensión entre unos y otros vínculos.   Otra tensión se registra en la relación individuo y sociedad (el “capital” humano alimenta el social y recíprocamente, la existencia del “capital” social producido por la reproducción ampliada de la vida induce y condiciona la mejora del “capital” humano, que se fija en el fondo de trabajo de una unidad, de manera similar a  como se plantea en Coleman, por ejemplo).

 En el contexto de las teorías neoclásicas, la denominada teoría del “capital humano”[55] es un intento de respuesta a esta tensión dialéctica. En ese  marco teórico se define al capital como un gasto o una inversión que genera un retorno monetario o un producto social excedente. Se traduce en invertir en la generación de  conocimiento y desarrollo de habilidades técnicas del recurso humano, lo que produciría un valor agregado con un impacto en los niveles de ingreso y de renta de los individuos y de las unidades económicas a las cuales pertenecen-[56] (Becker, 1975; Lin, 2001). Los límites de esta concepción han sido demostrados y ello implica incluir otras dimensiones como el aprendizaje, del que ya hablamos, y la calidad de la educación formal e informal. Este enfoque se entronca y complementa en algunos autores con el enfoque del “capital” social (Carrasco Bengoa, 1991). Pero, contrariamente a éste, el “capital” humano sufre una depreciación con el paso del tiempo, asociado al ciclo biológico de sujeto. De todas formas, no parece explicar la asociatividad, aunque  sí es factible que la incremente cuando ella ya se encuentra instalada. 

Bourdieu ha desarrollado la teoría del capital cultural que incorpora los conocimientos y capacidades que se adquieren de  manera informal y la internalización/reconocimiento de los valores dominantes, lo que permite explicar con más rigurosidad las relaciones de poder en el campo sociocultural. Significa que dicho capital media entre la productividad y el aprendizaje, lo que implica territorialidad en función de la necesaria proximidad.  Pero a diferencia de los enfoques del “capital” humano, reconoce un límite estructural para la acumulación de saberes, lo que es consecuencia de la desigual distribución de las riquezas entre las clases sociales. Ello hace que existan ventajas y desventajas  en ciertas clases, fracciones sociales y grupos para acceder al conocimiento e incorporarlo. Propone el concepto de “habitus” al respecto, señalando que éste es la interiorización de esquemas de percepción y apreciación que genera prácticas y operatorias sociales[57]. Retraduce las características intrínsecas y relacionales de una posición en un estilo de vida unitario.

También este autor ha contribuido a la caracterización del “capital” social con  su propuesta del “capital” simbólico. Este es esa capacidad cognitiva que posibilita la acumulación de los capitales más tangibles en el contexto de las relaciones sociales existentes. En consecuencia, existe  una forma de capital material (objetivo) que es sostén y tiene a la vez una representación subjetiva, bajo la forma del capital simbólico. Y su adquisición presupone  la intervención del mencionado habitus.  El capital social para Bourdieu (1986), “…está tan totalmente gobernado por la lógica del conocimiento y reconocimiento que siempre funciona como capital simbólico”. El “capital” simbólico es un crédito, se dice, es una garantía, un anticipo o un aval diriamos, para quien lo posee. En función de estos aspectos y la definición de este autor que dimos con anterioridad, “la sociabilidad sería reconocida como un capital” (Aliaga Linares, 2002). Con las limitaciones en el uso del término, también indicadas.

En Portes (2000), se reconocen dos tipos de racionalidades vinculadas al uso de los recursos que los actores o clases disponen: la completiva y la instrumental. La primera, que aparece como expresiva en otros autores,  se refiere a la internalización de normas sociales o cierto nivel de identificación entre comunes; la segunda, se manifiesta en la expectativa de un retorno (captación de un excedente) como producto de la relación, encontrándose ambas en interrelación, según las circunstancias. Las fuentes de la completiva en Portes son la internacionalización de valores y la solidaridad restringida; las de la instrumental, los intercambios recíprocos y la confianza razonable. Ellas se “combinan” apoyando la habilidad (y no la simple disponibilidad de recursos, según el autor), para asegurar beneficios a través de la membresía en redes, que  median dichos beneficios. La noción de capital social visto, definitivamente,  como  estructura de redes sociales desde un punto de vista no centrado en los sectores populares,  se  reconoce como tal cuando viabiliza el acceso a recursos que están insertados en las redes del individuo que se traducen en ingresos adicionales, que permiten elevar la tasa de retorno en forma de beneficio privado (Burt, 1992; Lin 2001).  Respecto de este comportamiento del capital social de las clases propietarias, podemos establecer similitudes y diferencias respecto del capital en sentido tradicional:

 a)      no tiene tasa de depreciación predecible;

 b)      se renueva e incrementa con su mayor utilización, más allá de que no exista depreciación;

 c)      la obtención temporal de sus retornos no se puede determinar;

 d)      la posesión de ciertas condiciones permite la apropiación y acumulación;

 e)      semeja un bien público[58] y no resulta un atributo individual; y

 f)        su mantenimiento depende de un colectivo.

 

Para algunos ensayistas, otro aspecto transcendente es la convertibilidad, esto es que puede ser usado con diferentes propósitos; pero esto chocaría con las ideas de Bourdieu sobre el condicionamiento limitante de los distintos “campos sociales”, que son visualizados como “espacios sociales” que actúan con una lógica particular propia, singular,  como ser la política, la sindical, la artística, la económica, etc. Vinculando “capital” social y socialidad, sin embargo, se sostiene con base en estudios empíricos que una vez aprendida y ejercitada ésta en un campo es posible replicarla en otro.

 Esto es aplicable entendemos,  incluso en los sectores no propietarios dominados. Y por ello la experiencia cooperativa y de reciprocidad en lo económico, mejora las potencialidades en lo político (creemos es el caso de la economía social en Coraggio). El ejemplo de la antigua experiencia sindical de algunos ocupantes de tierras, mejora e incrementa las formas organizativas de tipo reivindicativo barrial (Merklen, 2000). La capacidad de organización y diálogo interno en los nuevos movimientos sociales emergentes, ayuda a la construcción de empresas sociales[59], asociaciones cooperativas de trabajo e iniciativas colectivas[60]. Valores como el desinterés individual, la tolerancia, la protección de los débiles, el compromiso activo, la participación militante, la capacitación mutua, la predisposición al trabajo en equipo, los nexos dialógicos, la horizontalidad, generan el reconocimiento local y son fundamento de dicha socialidad, más allá de una primera instancia. 

 En América Latina se ha observado, en general,  que la fragmentación y la atomización derivada de la preeminencia de las políticas neoliberales seguidas y las estructuras sociales resultantes, ha afectado seriamente el “capital” social, yendo contra “los referentes materiales y simbólicos de las identidades colectivas”[61]. O bien que se están produciendo transformaciones en el “capital” social  que todavía no hemos logrado entender (Lerner, 2002)[62]. El “capital “ humano a su vez, ha resultado seriamente dañado en función del incremento de la expoliación urbana (Kowarick, 1984; Federico-Sabaté, 2002b) siendo un referente material del “capital” social o la reproducción ampliada de la vida de los sectores populares vía deterioro del fondo de trabajo de las unidades domésticas que lo componen.

 Con referencia a las redes y sin intentar aquí más que algunas ideas alusivas  sobre las mismas,  aparece  el tema  de  que se ha tendido a equiparar “capital” social positivo con un aspecto de la socialidad, la clausura en extensión de  redes o la densidad. En efecto, el acatamiento de las normas, la mejora de la comunicación y el control social, se sostiene,  son atributos de las redes cerradas y densas.  El cierre  en el tejido social revela en Bourdieu, un mecanismo de conservación de la exclusividad de los “espacios sociales” en que se mueven las clases sociales dominantes. Una configuración densa, generada por la clausura,  facilita el compromiso cívico, las asociaciones voluntarias, la tolerancia, el funcionamiento del sistema democrático en  Putnam.   En cambio se genera una actitud más individualista y  se debilita el sentido de comunidad cuando se  genera una mayor flexibilidad y apertura. Los lazos débiles (que van más allá del parentesco, la vecindad o el compadrazgo) permiten conexiones puente hacia otras redes, posibilitando la adquisición de nuevas oportunidades y de nuevos recursos. Pero, contradictoriamente, se ha observado que se debilita la comunicación y coordinación interna, reduciendo la habilidad para sacar provecho de dichas oportunidades. Aquel sentido de la comunidad que antes mencionamos, en otros estudios empíricos se  muestra en aspectos contradictorios. A mayor cierre, aumento de acceso a información, solidaridad, fortalecimiento institucional. Pero a la vez, altos costos para crear y mantener contactos, restricciones a las libertades individuales, exclusión de los no fuertemente involucrados, demandas excesivas del grupo a sus componentes y normas de nivelación hacia abajo (Portes, 1996).

 Se evidencia la necesidad de la teoría para comprender los mecanismos de asentamiento y conformación de la socialidad, rechazando la explicación basada en el altruismo o de una completa internalización de las normas, lo que sería sostener una visión de la actividad de la comunidad hipersocializada. Significaría aceptar que no existen las tensiones que señalamos y  se supondría, además,  que la socialización es un proceso acabado de una sola vez.  O el sostener por ejemplo, para acercar otro punto de vista de moda que abarca lo subjetivo, la existencia de un “hombre recíproco” (Homo reciprocans) generoso, altruista, en lugar del “hombre económico” (Homo economicus) egoísta, persiguiendo sus limitados intereses, siendo este último una deformación, un producto del capitalismo y de los últimos 500 años. Y que  este “hombre recíproco” es cuasi genético, un producto natural temprano de la evolución humana (Bowles y Gintis, 2001) que existe  por debajo del otro y violentado por el egoísmo, la competencia insana y el individualismo cerrado cultivados en la seudo racionalidad del mercado[63].

 Y dispuesto a surgir de esa profundidad humanista inmanente cuando pasados ciertos límites, el comportamiento egoísta y depredador de las minorías sale a la luz y poniendo a prueba el nosotros, enturbia la asociatividad y la cooperación, desmoronándose y desestructurándose la construcción social, cuando ello no es adecuadamente sancionado o castigado; llegándose al extremo de que  muchos actores sociales expresan que la violación de las normas de igualdad debe ser “vengada” aun  cuando implique costos sociales y personales de los que lo reclaman, porque moralmente no se soporta el  ataque a la comunidad solidaria[64].     

 Hasta aquí hemos usado el término comunidad y comunitario de manera no unívoca, aunque parece cumplir un papel bastante importante en este orden de reflexiones y propuestas. Aunque de manera inmediata, puede entenderse como un conglomerado de unidades domésticas en un territorio.

 Desde hace muchos años, estos términos eran profusamente empleados por las tendencias socialcristianas (humanismo trascendental), aunque en un sentido distinto al utilizado más contemporáneamente. La diferencia de lo no compartido, puede sustanciarse en el distinto papel asignado al Estado y sus políticas en el pensamiento cristiano social y en el social demócrata e igualitarista actual (Navarro, 2002), dado que este último considera las políticas redistributivas del ingreso como una condición imprescindible para alcanzar los derechos socioeconómicos.

 Llamaremos comunidad, entonces, al conjunto de personas de un ámbito, a cada una de las cuales les importa, y cuando sea necesario y posible, preocuparse por la suerte de todos los demás. Esto es, preocuparse los unos por los otros (Cohen, 2001). Un componente comunitario es la reciprocidad y otro la redistribución. Produzco y sirvo a partir de un sentido de compromiso con mis congéneres: deseo serles útil al mismo tiempo que deseo lo sean para mí. Esta es la reciprocidad comunitaria, diferente a la reciprocidad del mercado capitalista que está basada, según el autor que estamos citando, en la codicia y el temor. En efecto, las personas son sólo vistas  desde la óptica del mercado como fuentes de enriquecimiento y de ventajas retributivas, y a la vez, como amenaza al bienestar propio porque en ese marco los demás desean sacar provecho y obtener algo de mi accionar, produciéndonos el miedo. Para el mercado las relaciones humanas son instrumentales y no promueven la cooperación por sí misma, sino para prosperar a costa de los otros. Así, la red de provisión mutua (social) de bienes y servicios generada por el mercado capitalista es un “subproducto de una actitud de no-reciprocidad” en sentido comunitario. 

 Muchos autores,  apuestan al mercado porque los objetivos del mismo son “deseables”, suponiendo simplemente que inducen al aumento de la productividad, la eficiencia y la riqueza social, pero sus medios para alcanzarlo siguen siendo reconociblemente “mezquinos”, “repugnantes” y “horribles”. No parece imposible, sostiene Cohen de quien tomamos los calificativos, organizar la producción sobre la base de la generosidad.[65] Pero hasta ahora, dice, nadie ha sabido hacerlo. Y este desafío merece toda la atención, porque el actual esquema de desarrollo y acumulación de la globalización, es muy injusto para la humanidad como muestra la experiencia y que además, amenaza destruir el planeta por su divergencia con el desarrollo sustentable y la equidad temporal y generacional. 

 Las fuertes disparidades en los ingresos producen amplias disparidades en la vulnerabilidad social de las personas y ello tiende a erosionar la comunidad. Es expresión y modo de la desigualdad: la económica, que cuando además está revestida de diferencias raciales, de género, étnico-culturales o lingüísticas, “incrementa la distancia social”, y mina las bases motivacionales del sentido de comunidad (Bowles y Gintis, 2001)[66]. 

 En la actualidad los valores comunitarios se han desfasado como consecuencia del modo en que  impone el proceso de acumulación de capital globalizado el manejo del cambio tecnológico, lo que lleva a la “disgregación de la base social”; aquellos valores que podían sostenerse con la anterior base social capitalista (la de los “treinta años dorados” de la posguerra) y facilitaban el Estado de Bienestar están en retroceso. Sin embargo, aunque se erosionó dicha base social (principalmente los lazos salariales y derechos del trabajo), la comunidad existe. Hoy podemos plantear como hipótesis que su plataforma se ha trasladado hacia el territorio (Merklen, 2002; Svampa, 2000).  Se observa que las relaciones de cotidianidad tienen inscripción territorial, en una secuencia ´unidad doméstica–hábitat–barrio´ la cual ya mencionamos, y que los movimientos sociales emergentes de los países periféricos plantean sus bases organizacionales con este tipo de doble solidaridad constructiva, pues incluye el sentido material y el simbólico.

 Estas relaciones de cotidianidad, entendemos,  dan soporte a valores compartidos, reglas de comportamiento y acciones de reciprocidad.  Se institucionaliza así la confianza intersubjetiva y se potencia la posibilidad de establecer estrategias cooperativas, estableciendo redes sociales, de tipo informal, basadas en nexos fuertes. Las redes dan sistematicidad a los intercambios igualitarios y a la solidaridad orgánica.  Las bases territoriales (o locales, si se prefiere), densificadas en su extensión, resultan en organizaciones asociativas comunitarias dirigidas a la provisión de los servicios básicos, y más delante de productos de consumo final y servicios de proximidad. Se puede alcanzar por este sendero y superando las formas de clausura, la constitución de redes con lazos débiles y la expansión comunitaria.

 Surge la construcción y la formación del excedente solidario de la reproducción o “capital” social en este movimiento, vinculado a su dimensión territorial en varios campos.   Porque aunque los fundamentos de esta necesidad son económicosociales[67],  el “capital” social se apoya en el “capital” cultural para su producción, y en el simbólico tanto en el ciclo de la circulación como de la realización, contribuyendo por ese medio a la ampliación reproductiva del social. Esta   dinámica,  con su lógica procesal, tiene como soportes portantes unas condiciones generales de su producción-reproducción en las propias redes y estructuras que genera y construye, existiendo además, condiciones particulares derivadas de las  necesidades de los campos comprometidos.  El “capital” social, entonces, es la forma que adopta la reproducción social ampliada en el sistema dominante, en función de las estrategias de sobrevivencia[68] de los sectores populares. El “capital” humano se potencia al constituirse en los actores sociales sujetos a una estructuración en red bajo la lógica del “capital” social.      

 Existen diversos intentos de “medir” el capital social (sin comillas) de los sectores dominantes. Las metodologías han ido desde ubicar y distinguir los lazos desarrollados mediante  índices de extensión (Lin), alcance, rangos de prestigio, los gastos realizados para su construcción-mantenimiento, servicios logrados, etc. hasta la determinación de involucramiento de los sujetos sociales en las redes de compromiso cívico (Putnam).   Esto último ha sido criticado, pues la participación no se asocia ni correlaciona al fortalecimiento de la democracia, existiendo casos en que las unidades altamente participativas han respaldado formas autoritarias o dudosamente democráticas (caso peruano, por ejemplo). Coleman, en cambio,  sustenta la opinión del valor cualitativo del capital social y parece no apostar a la cuantificación por rangos e índices del mismo.

  ¿Qué nos aportan estas ideas sobre el capital social y el ”capital” social con respecto a nuestro problema del desarrollo local?  ¿Qué entendimiento hemos logrado con esta somera incursión por la sociología, para apuntalar la economía? Señala Alvater (1998) justificadamente, que cuando la economía y la teoría del desarrollo atienden las estructuras de organización de los procesos de producción, inexorablemente entran en juego las relaciones industriales y las condiciones sociales. Y la construcción teórica se vuelve, en primer lugar, el intento de establecer algún orden mediante categorías de este eclectic messy  center (entre lo político, lo social y lo económico, en principio).

 ¿Será posible dar respuesta a las urgentes preguntas que se realizaron al final del capítulo anterior (Boscherini, Yoguel, Alburquerque y nosotros mismos) intentando el desarrollo industrial y combatiendo la exclusión social sin asistencialismo en los países dependientes no industrializados, sin una densificación del tejido social del territorio local en el sentido que lo venimos planteando, buscando por este medio alcanzar una competitividad sistémica y generar las sinergias requeridas por la competitividad? 

 Un nuevo “modelo” socioeconómico es analizado por diversos autores de habla francesa, referidos al caso quebequense (Canadá)[69], uno de los casos empíricos que puede servir para ilustrar una alternativa de desarrollo basado en transformaciones alentadoras de significación que nos preocupa alcanzar. 

 Al respecto, se plantea una tipología de estudio sobre tres modelos de  regulación posibles y simultáneos en la formación social (Vaillancourt, 2002):

 a)      modelo neoliberal basado en la regulación vía mercado;

 b)      modelo socioestatal fundado en la regulación por el estado benefactor; y

 c)      modelo solidario basado en la economía social.

 Estamos, en el caso indicado, hablando de la construcción de un nuevo escenario para el desarrollo (donde se afirma localmente el último modelo, visiblemente relacionado a la economía social y solidaria), con la búsqueda de configuración de un espacio público no estatal.

 Como se ha realizado una utilización ideológica confusa sobre la noción de este nuevo espacio (Lisboa, 2003), resulta necesario detenerse un momento en aclaraciones, dado que ha sido empleado por el radicalismo rousseauniano, por la tradición anarquista y por la democracia cristiana europea. En la tradición griega, el oikos se refería a la esfera privada, la polis a los asuntos públicos, de la ciudad y existía además, una esfera público/privada que mantenía unidos estos polos: el ágora. El lugar de reunión de esta última era la plaza pública, donde se juntaban los mercaderes y también las asambleas del pueblo.   Pero en algunos de los empleos mencionados, este espacio se identifica con el llamado “tercer sector”, que desde hace rato está siendo utilizado por las vertientes conservadoras y neo liberales.  Predomina un enfoque operacional/instrumental que acentúa la gestión profesionalizada de las organizaciones civiles, llegándose a patrones de eficiencia gerencial semejantes al campo de las empresas capitalistas[70]. En EE.UU., observa el mismo autor brasileño que citamos, el apoyo estatal provee un 33% de los fondos de las organizaciones del tercer sector y un 20% los grupos privados (el resto es autogenerado). Por ello sostienen una forma de pensar la solidaridad  de manera filantrópica, donde la dimensión social y política es negada.

 En realidad sería insólito que un tercer sector (que para mayor confusión Rifkin llama a veces economía social)  no democratizado, se hiciera cargo de la tarea de democratizar el nuevo espacio público no estatal. Nada tiene que ver esto con la rebeldía multitudinaria bakuniana, ni con el radicalismo societario de las otras propuestas (Lisboa, 2003).  

 Se trata aquí de la problematización sobre una institucionalidad que puede satisfacer necesidades colectivas desde la sociedad civil, así como para presionar desde ella de manera continua para que la esfera pública estatal se haga real y efectiva, que se mantenga abierta a la participación (Cohen y Arato, 1992). En la sociedad civil[71] existen actores sociales con poder y hay grupos con control de riqueza, ya sean corporaciones o sectores populares. En el corazón institucional de la sociedad se logran constituir las asociaciones voluntarias y los movimientos sociales; normas con reconocimiento intersubjetivo  producen un espacio donde se realiza la coordinación de las acciones. Y aparecen sustituyendo al Estado que se ha desdibujado, pues generan democracia que puede ser mayor y complementaria de la representativa si a la vez se consigue amplio control social, defensa de los derechos, desarrollo de las organizaciones de servicio público, participación continua de la colectividad.

 En el caso mencionado, las innovaciones sociales  acompañan a las tecnológicas y tienen como fondo común la instalación y promoción de la economía social. Y forman parte de esa interfase entre sociedad y estado[72], el nuevo espacio público no estatal. Recordemos que ella es presentada bajo la siguiente justificación (Gomâ y Subirats 2001):

 1.- enfrenta el desempleo y la exclusión por reinserción laboral y social

 2.- realiza aportes sustantivos a la confianza, reciprocidad y compromiso con los asuntos de interés público

 3.- desarrolla “pasión” por la equidad

 4.- aumenta la capacidad crítica para pensar alternativas y posibilita encarar procesos de cambio, esto es, de hacer propuestas innovadoras y transformadoras.

 “El mando sobre ámbitos sociales parciales, según se constata, ya no acontece en el marco de patrones jerárquicos piloteados por el Estado, sino en redes horizontales de actores estatales y no estatales `a la sombra de la jerarquía´ en los cuales se identifican los problemas y se formulan soluciones. La inclusión de actores provenientes de la sociedad moviliza conocimiento técnico y potenciales de creatividad, mejorando las oportunidades de una eficaz consecución de las políticas. Este patrón complementa la tradicional división de poderes de la organización política y ayuda a solventar algunos de sus déficits” (Esser, 1998) 

 Nuevos actores surgen y “…formas institucionales híbridas, inconcebibles para aquéllos que insisten todavía sobre  el modelo binario estado-mercado”. Con convergencia de lo político y lo socioeconómico, con  presión permanente  de los  sectores comunitarios involucrados, de manera  directa y permanente (Vaillancourt, 2002).  Aunque esto conlleva notables ventajas como menores costos y mayor flexibilidad y participación social,  no creamos que se trata de  una panacea. Porque a veces pueden resultar en redes y estructuras que tienden a anquilosarse y a volverse extremadamente conflictivas si no hay control popular sobre ellas, y como consecuencia “bloquear el cambio en lugar de favorecer la creatividad” según se observa. Sin embargo, al ser acompañado de un proyecto social de transformación y desarrollo, impulsa la creación de estructuras sociales aumentando “la capacidad de los diferentes grupos de actores para articular sus intereses y hacer frente común a las exigencias de la organización técnica, social, ecológica y de la economía…” (Esser, 1998).

 Lander (1998) realiza una crítica a la visión topológica de los tres ámbitos o subsistemas regulatorios: estatal, privado, sociedad civil; en la cual, entiende, la lógica de este último se explica como el resto de los otros dos.  Cree que “no hay racionalidades fundantes” ni instrumentales, aunque acepta que las hay “sustantivas”, que son lógicas distintivas orientadas por fines (como las planteadas por Coraggio en su conocido análisis de tres sectores). Indica asimismo que debe reconocerse la existencia de una “esfera pública transnacionalizada” no estatal, manejada por los medios, que continúa afirmando los intereses del “occidentalismo”. La duda que nos asalta es si esta esfera no se vincula a la racionalidad del  ámbito privado globalizado.

 Si examinamos la situación de estos sectores o subsistemas para lo que aquí interesa en los países desarrollados o dominantes, se concluye, en general que:

 i)                    el gasto público no ha descendido como parte del producto nacional en los últimos 20 años;

 ii)                   gran parte de las políticas proteccionistas siguen en pié o se llevan a cabo vía regiones multinacionales;

 iii)                 existe control adecuado sobre los servicios públicos, la política social y las finanzas; y

 iv)                 hay acompañamiento a las empresas transnacionales en sus aventuras tercermundistas, asociadas en casos, con grupos estatales.

 Además, se puede observar que no obstante estas tendencias medias, la situación es diferente en los países con gobiernos liberales, democristianos o socialdemócratas. Resultando mejor la situación de los asalariados, la distribución del ingreso y el alcance de las políticas públicas en estos últimos, por lo que debe ser desechada la tesis de la “necesaria convergencia” e imposición de lo económico-financiero como un hecho natural, independiente de las formas y decisiones políticas, o de las luchas sociales (Navarro, 2002). Por lo menos en los países desarrollados. Allí la “revolución capitalista” de los últimos años no hizo que “la dinámica de los mercados escapara al control social” como en la periferia, como creen muchos.[73]  O fingen creerlo.

En los países de la periferia se menciona la necesidad de la instalación de una “matriz sociocéntrica” para limitar el extraordinario ámbito de concentración de poder que detenta el Estado moderno (Lander, 1998). Lo que implica reconocer que ese Estado (y sus políticas) es el requerido por el proceso de acumulación globalizado, como señalamos al mencionar su carácter prebendario (en el caso extremo argentino) y que controla con eficiencia (para los sectores e intereses predominantes que desea beneficiar) las condiciones de la economía.      Frente a la globalización la batalla por el derecho al trabajo se transforma en una batalla por la diferencia, por la particularidad, contra la movilidad y desregulación sin límites de los capitales y de la mano de obra que tratan de imponer las fuerzas hoy  dominantes.   El territorio ocupa un papel mayor en la movilización de los recursos requeridos para el éxito de las experiencias que tal lucha implica. En la medida en que actores sociales de extracción social diversa (sindicatos, corporaciones profesionales, empresarios, asociaciones comunitarias, instituciones públicas) con un pasado en casos conflictivo, descubren una identidad territorial mutua, compartida, la acción “partenarial” o asociada, dicha movilización es posible.  Esto auspicia una vía de reconversión más incluyente desde el punto de vista social, en la cual la innovación tecnológica se combina con la innovación social; se construyen las bases de un modelo de desarrollo endógeno en el cual lo económico se inserta en lo social (Klein, 2002).

 El  caso de la ciudad de Montreal en Quebec, que antes mencionamos, ilumina y da pistas sobre esas posibilidades[74] en una ilustración concreta que abarca los niveles geográficos que más nos interesan (regional, urbano y local)[75].  El denominado “modelo quebequese” de desarrollo desde su dimensión institucional y organizativa, de manera muy simplificada, se fundamenta en valores sociales de equidad, solidaridad y justicia. Las nuevas iniciativas para enfrentar la pobreza y la exclusión, indican el paso hacia un Estado que facilita y promueve la expansión de los “espacios públicos no estatales”. Y que, no  obstante, sigue cumpliendo con otras funciones tradicionales. Un Estado que deja de ser benefactor para convertirse en solidario (Ulysse y Lesemann, 2002). 

 Se sostiene que se articula sobre los siguientes hechos:

 1)      la solidaridad (lógica de regulación) representa el valor fundamental de la sociedad quebequense;

 2)      la concertación es el mecanismo principal para determinar y lograr los grandes objetivos sociales; y

 3)      el Estado participa activamente en la promoción de un sistema que otorga un espacio importante a la economía social, la inversión sindical y el asociativismo. Se combate la pobreza y la exclusión por la vía productiva, pero con importantes ingredientes sociales y políticos.    

 La reconversión y reestructuración económica de Montreal por su ubicación territorial, la pone en competencia con otras metrópolis norteamericanas en materia de alta tecnología y consolidación de la economía del saber. Las ramas tradicionales de la manufactura han perdido peso en los últimos diez años, pero las exportaciones de bienes de alta tecnología aumentaron a un ritmo cuatro veces más alto que el crecimiento del PIB canadiense. Por existir diferenciación en las localizaciones de estas ramas industriales, se ha generado una fuerte dislocación territorial, de modo tal que los barrios pericentrales de la ciudad concentraban las mayores pérdidas de puestos de trabajo y la tendencia a la “gentrificación”, en tanto en áreas periféricas se sitúan las empresas de alta tecnología y servicios sofisticados donde se abren puestos con ingresos muy altos y se concentran las capas sociales con más alto nivel de vida (Klein, 2002). Nos encontramos con una clásica metropolitanización policéntrica y fragmentada.

 “La gravedad de los problemas que afectan a los barrios pericentrales ha generado una respuesta social. La población residente se moviliza y aporta un nuevo dinamismo social a estos barrios, exigiendo de los gobiernos provincial y federal los recursos necesarios para asegurar su revitalización, pero también, y esto constituye una innovación en el movimiento social, implicándose directamente en el desarrollo económico y en la creación de empleo” (Klein, 2002).

 Una parte de la comunidad se sintió excluida inicialmente desde el punto de vista económico, social o político, y ese sentimiento de exclusión generó un notable emergente social reivindicativo que se transforma en pocos años en un frente de lucha, articulado y con buena movilización,  que comienza a incidir en las decisiones de gobierno. Las tendencias a la concertación y a la asociación aparecen en la concepción de los programas que buscan la reinserción laboral, así como en el ámbito de desarrollo de la economía social en Quebec (Gaiger, 2002) la que, según documentos oficiales, “…se inscribe en una lógica de desarrollo local que va a la par de la globalización, con empresas que se fundan, por lo general, en una relación de proximidad geográfica y de objetivos comunes. Enclavada en los lazos sociales, la economía social dota a las actividades realizadas de un sentido compartido que se traduce en formas diversificadas de trabajo, en función de la situación social de los actores…” (Ulysse y Lesemann, 2002)

 En Montreal, estas acciones colectivas “adquieren una forma comunitaria y popular, donde los grupos representativos de las capas sociales desfavorecidas tratan de establecer un liderazgo local creando organizaciones de desarrollo” donde se complican también otras capas sociales (comerciantes, productores industriales, profesionales, etc.) Es lo que se denomina en Montreal el `desarrollo económico comunitario´, fuertemente inserto en una visión de economía social (Favreau, 1997).  Para estos actores y capas sociales, “…el espacio tiene un sentido diferente del que le atribuyen las instituciones de poder en el marco del capitalismo globalizado, como lo muestra la lucha de las colectividades locales de Montreal por el empleo local y por el desarrollo local”.

 Se intenta que, en la utilización de los recursos endógenos y exógenos puestos en producción, se respeten los intereses de la base social y empresarial de la localidad, así como las instituciones erigidas en función de la emergencia social.

 Para dar alguna idea del caso, señalemos que desde 1998 en dicha ciudad canadiense, se implanta un tecnopolo (llamado Angus) en  un antiguo barrio industrial, con base en un terreno de 46 hectáreas (tomamos este para ilustrar, pero existen otros). Es el resultado de acciones comunitarias locales agrupadas tras el proyecto antedicho desde algunos años antes, para reivindicar la vocación industrial del área, adquirida por la Corporation de développement économique comumnautiare  que agrupa en su seno a los sectores y actores locales que indicamos más arriba.  Parte de los estudios requeridos son llevados a cabo por la Universidad de Quebec y otras instituciones de formación tecnológica.  

 Este medio innovador logró la localización en pocos años de unas 15 firmas vinculadas a nuevas tecnologías y avanza hacia la revitalización social del medio, pues ha generado efectos de arrastre sobre lo comercial, lo financiero, el transporte, etc. “El Tecnopolo Angus es el resultado de una acción colectiva de origen comunitario aunque los recursos movilizados no se limitan a la comunidad local. En el fondo, este proyecto nos lleva a redefinir el sentido mismo de la noción de local, en la medida que se ha estructurado una red de solidaridad y  cooperación más allá del barrio … Su impacto se hace sentir en el conjunto de la ciudad.” (Klein, 2002) Y de la región y el país, agregamos.

 “... el gobierno de Quebec, el empresariado, el movimiento cooperativo y los sindicatos, reciben una legitimidad y un potencial de solidaridad social y de movilización de nuevos recursos, indispensables para la búsqueda de soluciones inéditas a los problemas de empleo y la renovación del estado benefactor. Sobre este punto, es necesario destacar que la economía social ha mostrado una creatividad manifiesta, principalmente en los campos del desarrollo local y de los servicios de salud  y servicios sociales. Incluso si las actividades de los organismos comunitarios y los servicios de proximidad están más encuadrados que antes por el Estado, esto resulta de los innegables avances desde el punto de vista de la democratización.” (Lévesque, 1999).

 

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[1] Aquí vale preguntarse: ¿identidad positiva o negativa? Como sería por ejemplo, en una identidad basada en la cultura del “imposibilismo” (no se puede hacer ni intentar nada distinto a lo establecido por las fuerzas dominantes de lo económico, caso contrario el mercado nos castiga)

[2] Cabe recordar que se han reconocido como 200 definiciones de cultura.

[3] Examinar que es lo local y dejar de lado el desarrollo no parece muy aconsejable. Pero vamos a hacerlo, diciendo sólo que el desarrollo es un proceso que promueve transformaciones o cambios. De allí aparece el problema de qué cambios son los que caracterizan tal proceso y luego el tema de cómo se procesa el mencionado desarrollo. Para lo primero, me gusta traer a colación las conclusiones de los 70¨ en que comenzamos a distinguir desarrollo y crecimiento. El desarrollo no es sólo el incremento de indicadores cuantitativos, sino modificaciones estructurales, cualitativas, que mejoran la situación social y económica de todos o una gran mayoría. Respecto del cómo, hay que incorporar los aspectos vinculados a iniciativas endógenas y exógenas, y también lo referido a si es espontáneo o deseado y planificado.   

[4] Erich Wolf (1987), Europa y la gente sin historia, Fondo de Cultura Económica, México.

[5] Observando de paso que del romano se derivan todos los términos modernos sobre ciudad y administración de ella, cuya base es civitas y municeps.

 

[6] Textos  de 1994 y 1996 e intercambio de ideas realizado en contacto personal.

[7] El concepto de región elaborado  por el autor citado, puede verse en  Coraggio y otros (1989).

[8] Políticas fuertemente recomendadas e impulsadas por el Banco Mundial y el B.I.D. Aunque cabe aclarar que para estos organismos multinacionales de crédito la descentralización acaba en privatización, en los aspectos considerados decisorios arrojados a la arena de la sociedad civil, en tanto que para la planificación del desarrollo local poniendo énfasis en la concertación público- privado en un vínculo no siempre horizontal.

[9] Con la conducción de Nora Clichensky y la coordinación de Federico G. Robert, José Aisemberg, Héctor Sabatella y Alberto Federico-Sabaté (1992), en el marco del Programa Global de Desarrollo Urbano, ubicado en la Secretaría de Vivienda y Ordenamiento Ambiental de la Nación, Argentina. Este estudio no fue publicado y se encuentra en la biblioteca del BID en Washington.

[10] No parece apropiado realizar reducciones sicologistas, pero Di Virgilio, M. (1999) en Vivir con Riesgo, cita a Giddens, quien indica que “…esta necesidad de hacer parecer la vida cotidiana como una realidad segura es un mecanismo de protección en relación a los riesgos y a los peligros, y un soporte emocional a través del cual los individuos son capaces de afrontar los quehaceres que les presenta la misma cotidianidad”.

[11] “Pensar de  manera angustiada y actuar en forma dramática”, para proponer otra consigna.

[12] Los denominados factores de localización clásicos se definen como ventajas o bien ahorros de costos en un lugar del territorio y se clasifican, en cuanto teoría “pura” independiente del sistema socio político, según A. Weber en: 1) generales para todas las industrias (como los diferenciales del costo de transferencia y de mano de obra) o especiales (como la materia prima y los medioambientales);  2) aglomerativos como son las economías de escala, las de localización (las actividades productivas de una misma rama) y las de urbanización (afectan a todas la industrias de todas las ramas, como un parque industrial o las condiciones generales de la producción);  3) naturales (el manejo de una tecnología que permite aprovechar mejor algún aspecto de los recursos naturales) o socio-culturales (como los étnicos, los movimientos ecologistas, la combatividad sindical, la calidad y tradición de la fuerza de trabajo); y 4) deglomerativos o desconcentradores, donde actúa expresamente la renta del suelo y espacial (Teoría de la Localización Industrial, 1929).

 

 

[13] “Los lugares y sociedades locales son puestos a competir por la inversión del capital global, por esa nueva modernidad, por ser parte de la ciudad global”, dice Coraggio (1998)

[14] Se supone que también muchos factores que hemos denominado clásicos deberían estar actuando en el caso de la economía local, con las modificaciones derivadas de los cambios en los costos de superar la “fricción espacial” (costos de transferencia) y el paso de la economía fordista a la posfordista (con el predominio de las economías de variación o diagonales, modelo CWS, y también las de gestión, en lugar de las economías de integración vertical y horizontal) en el contexto de la globalización. Los estudios sobre los factores de localización de esta etapa no están suficientemente maduros  como para que alguien se atreva a enunciar una teoría posweberiana. No obstante, se pueden enunciar aspectos parciales que están actuando como:  a) la flexibilización, sea de las técnicas de producción que reducen el peso de la inversión comprometida en el capital fijo y liberan de la localización, como de las estructuras productivas que externalizan por distintos medios la producción hacia otros productores y servidores (módulos, logística, componentes en artesanado moderno y trabajo a domicilio, procesos “high tech”, mercadeo, diseño, etc.), la flexibilización en segmentación de procesos, como la desregulación laboral numérica y funcional, la segmentación provocada de la demanda, y otros. b) La afirmación del ciclo de vida del producto (R.Vernon), con baja difusión tecnológica, segmento productivo  que se presenta concentrado en las empresas “high tech” o de punta, que no van a los países periféricos o a toda la red metropolitana que la mundialización promueve. En estos ámbitos se ubican los procesos estandarizados que requieren mano de obra barata y elaboran productos ya tecnológicamente maduros. Los procesos de punta de la firma necesitan fuerza de trabajo calificada y no rutinaria, así como consultoría de alto nivel técnico, para el desarrollo del producto (Storper, 1998) c) se requiere fertilización cruzada, lo que se logra con la ubicación de procesos creativos en ámbitos donde existen centros de investigación y servicios especiales para los directivos y creadores. Es el llamado capital intangible. Las economías de aglomeración clásicas no pueden estar ausentes y deben ser de calidad, pero agregando un “medio denso” para la fertilización antedicha  Se requiere un sistema de transporte intra e inter, fácil y rápido, medios de comunicación e información calificados. Paisaje atractivo con, por lo menos, cosmética del medioambiente, y las tradicionales “amenidades” para empresarios (desde la hotelería a los centros culturales y de convenciones). d) del lado del sector público, se menciona una flexibilización consistente en apoyo a la eliminación del salario indirecto, descentralización y agilidad en la gestión, bajo nivel de intervención y subsidio, facilitación, permisividad, apoyo a la generación de perfiles laborales requeridos, a las redes de contactos y de cooperación. Por supuesto, esto no agota los aspectos que están siendo analizados sobre el tema.    

[15] Y no sólo en países periféricos. El 18/01/04, un periodista llamado E. Madueno del diario El Mundo de Madrid, en un artículo titulado “El ejemplo Barcelona”, indica que varias multinacionales recibidas dos décadas antes en la mencionada área metropolitana anuncian que se van a relocalizar en busca de “costes laborales más bajos” dejando unos 5000 operarios en la calle. Estas empresas habían recibido importantes subsidios estatales y otras facilidades en su momento del gobierno catalán.

[16] Hay autores como Manuel Castells que opinan que el sistema es global, pero no planetario, lo que posiblemente no impida hablar de geografía planetaria.

[17] Y no “mero escenario”, apoyatura neutral o “simple marco”, como en Méndez y Caravaca  (1996), Coró (2000) y otros autores acríticos de la economía espacial,  parecen creer sucedía hasta ahora, hasta la implementación de la globalización y los territorios “actores”, para lo cual hay que dejar de lado, no haber entendido o desconocer el paradigmático aporte de fundamentación  realizado hace más de una década por  Coraggio (1987 y 1989).  Es lo que algunos autores llaman ahora “la endogenización de la variable espacial en la teoría económica” (Gilly, 2000), reduciendo una categoría o un concepto a una expresión matemática.

[18] Lo que no resulta una evidencia, es si la globalización se inicio hace muchos años (casi con el comienzo del propio capitalismo o en su fase de expansión terrena) y esta es una nueva etapa, o bien si se trata de un fenómeno totalmente nuevo, de otra calidad, disruptivo, que tiene un punto de inflexión en algo sustancial respecto del proceso evolutivo anterior.

[19] Mundialización (de origen francés) y globalización (de origen nipón) pueden ser usados como sinónimos, pero preferimos utilizar el primer término para  denotar ligazones  económicas y el segundo, las sociales con sus articulaciones político-culturales.

[20] Con referencia a las tecnologías existentes,  para evitar reduccionismos caprichosos que luego pueden deformar la importancia de la visión de los cambios ocurridos y otros que  recién están comenzando, cabe mencionar las siguientes “familias”: cibernética, robótica, bioquimismo, biotecnología, telemática, comunicación, electrónica, informática, energética, transporte y otras. La informática ha sido denominada como la metatecnología por su maleabilidad (Poma, 2000); sin embargo, ella es condición necesaria  pero no suficiente, por ejemplo,  para el conocimiento codificado, requiriendo de la telemática para su  expansión y ambas, a su vez,  de los cambios en el aprovechamiento de la energía y redes de intercomunicación, para resultar posibles. Las aplicaciones complejas del bioquimismo, la biotecnología y la cibernética, recién comienzan. Las de la nueva energía del hidrógeno, son apenas experimentales.

[21] “La globalización… ¿es la solución o, por el contrario, forma parte del problema?” (García Delgado, 1997)

[22] Por su “falta de espíritu innovador… “, se intenta explicar (Caravaca, 1998).

[23] Nos recuerda al ecologista madrileño que  exponía con una metáfora lo sucedido en una corrida de toros, y decía que había sido exitosa porque la estrategia del toro (que se pensaría Napoleón) había coincidido con la del torero.  Pero era una estrategia que no lo conducía a la isla de Elba.

[24] Frente a los problemas sociales que se han generado, se espera que las ciudades, los municipios, los gobiernos locales, la descentralización, “produzcan el milagro” de paliar, aliviar y resolver  dichos problemas. Tienen que asumir y hacer el “control de daños”, limitando los costos de la crisis societaria garantizando gobernabilidad  (Arocena, 1995, Coraggio, 1999). 

[25] Con la pregunta algo provocativa de si es adecuado pensar  que las ventajas comparativas ya no son esenciales y  los recursos naturales, por ejemplo,  van perdido definitivamente su importancia. ¿Qué  nos permite entonces, entender por qué EE.UU. se preocupa primero por ocupar Agfanistán y ahora Irak y está tan inquieto por Venezuela? ¿O será que el terrorismo forma parte de las ventajas competitivas y la energía no?

[26] Dejamos el análisis del capital financiero,  sus fracciones y sus actuales modalidades,  porque no podemos extendernos al respecto aunque sea fundamental, remitiendo a la bibliografía marcada en el final del parágrafo. 

[27] En Argentina las privatizaciones llegan a una suma “record” cercana a las 130 en unos años.

[28] Escribe Poggiese (1995): “… lo local sólo puede ser entendido cuando (es) referenciado a un contexto global-regional, de forma que combinando estas dimensiones se puede abordar el conocimiento de la realidad como un todo complejo”. Y Méndez (1998): “… los fenómenos locales encuentran buena parte de su razón de ser en su articulación a procesos globales”.

[29] Por supuesto, donde existen estructuras y procesos, tenemos que expresarlo de inmediato, existen y devienen determinaciones desestructurantes.

[30] Poderosas conexiones de infraestructura y comunicaciones, así como alta vinculación interna y accesos a muy importantes mercados y centros políticos, indican lo que en varios planes estratégicos de ciudades europeas se llama  Lambda Desarrollada, que a su vez es formada por la Gran Dorsal (desde Inglaterra ahora europea, hasta el norte de Italia) que se une con la banana azul o el Arco Latino del Mediterráneo (Italia, Francia y costa de España).  

[31] Los polos mundiales, continentales, macro regionales e internacionales, como eran caracterizados hace cuatro décadas en la teoría del desarrollo regional, parece que siguen siendo reconocibles. 

[32] Al respecto, es interesante observar como todos los planes estratégicos de las grandes ciudades (tanto en Europa como en EE.UU.) incluyen algún lineamiento destinado a paliar la desocupación y la inequidad  social, no pocas veces articuladas a los problemas étnicos y migratorios.  Y también en las revisiones y evaluaciones ex post, los comentarios sobre los grandes inconvenientes enfrentados para implementarlo, con resultados no muy afortunados.

[33] Sobre esto nada mejor que J.L. Coraggio (1991 y 1994) o en A.D. Cattani (2003).

[34] En especial para el ordenamiento de la ciudad y la recuperación de la renta del suelo y espacial. Los financiamientos de asistencia técnica en “desarrollo y reforma institucional” incluían desde hace  más de una década el utilizar recursos para planificación urbana.  En materia de la acción pública en ecología urbana (renta medioambiental) y la programación para evitar los efectos degradatorios, la cuestión es más compleja y es resistida por los intereses de la banca multinacional.

[35] “Hay que intervenir para construir un entorno competitivo. No podemos decir `lo hace el mercado´ o el sector público o un color político determinado. Lo hace el conjunto de la sociedad, por lo que hay que ir hacia un pacto territorial” (Alburquerque, 1999).

[36] Hay un eco epistemológico dialéctico de corte hegeliano (pues es un cambio de cantidad en componentes agregativos el que promueve la calidad actuando a través de estructuras sinápticas y procesos sinérgicos) y otro metodológico myrdaliano (causación circular acumulativa), actuando en la tópica de la visión que comentamos.

[37] De lo macroeconómico (la estructura en  redes) y global a lo mesoeconómico (el entorno local), y de éste a lo microeconómico (la empresa) con capacidad de competir.

[38] Escribe un especialista en economía industrial sobre conocimiento: “… su consumo aumenta la producción” (Yoguel, 2002).  Esto es que la producción y el costo de la misma dependen de un componente que no pasa por el mercado y que cada vez resulta el más trascendente y el que asegura el predominio en los negocios. Esto es, que incorpora valores colectivos o sociales. ¿Y cómo participa de los beneficios o ganancias la colectividad? ¿Será necesario un impuesto a las transferencias tecnológicas y otro sobre la incorporación de la cultura social? ¿Cómo se valora la “atmósfera institucional”? ¿O simplemente deberemos contentarnos con el orgullo de saber que el productor local está imponiendo y logrando excedente con una marca de nuestra región?

[39] Todo ello merece una discusión aparte que no podemos hacer aquí, pues existen experiencias que tornan dudosas estas hipótesis (CEPAL, 2002). Otra a tener en cuenta es su comportamiento con respecto al ciclo, consecuencia antinómica de una vinculación fuerte con las transnacionales, que logran evitarlo y hacer caer sus impactos sobre los más débiles.

[40] Se conjetura que esto prepara a las empresas para la competencia en las redes polarizadas, lo que no siempre es cierto pues también depende de las condiciones locales. Aquí el término “competir” adquiere casi un valor mágico…

[41] Existen casos que van de un extremo al otro. Al respecto se escribe: “... restan plantear dudas sobre si las experiencias de formación de tecnópolis en países centrales es reproducible en países periféricos y si, en caso de poder crearse tecnópolis en países periféricos, estas experiencias son reproducibles en otras localidades periféricas o articuladas con el resto de la estructura social, cultural, educativa, científica y productiva del país que la contiene” (Dabat, 2003)

[42] Resulta básico el reciente trabajo comparativo de Kantis H., Eshida M. y Komori M. (2002), Emprendimientos en economías emergentes: la creación y desarrollo de nuevas firmas en América Latina y en  el Sudeste de Asia (versión en español de IdI-UNGS), BID, Washington.

[43] En Argentina se redujeron en una década en medio millón, esto es un 50% de las existentes según las estimaciones (Rudoy, B., “Las PyMEs, la universidad y un proyecto de país” en La Gaceta de Económicas, nº 34, 27/07/03, Buenos Aires).

[44] No podemos menos que citar aquí, un texto de Hirshman: “… uno de los principales problemas no resueltos de la teoría y la práctica políticas de las democracias es como mantener un grado mínimo de espíritu público en la ciudadanía en general y en la burocracia en particular, como evitar lo que Maquiavelo llamó corruzione con lo que no quería decir corrupción o chanchullos, sino la pérdida de espíritu público, la concentración exclusiva del esfuerzo individual en intereses personales o sectoriales” (Yoguel, 2002)

[45] La precariedad es el típico contrato a término o relación de hecho (trabajo “en negro”) que no contempla aspectos previsionales, derechos a la estabilidad, reconocimiento  horario, horas extras o período vacacional, ni derecho alguno, ni nada que se le parezca. Hablar aún de informalidad cuando domina la “relación laboral basura” (como la denominan los representantes sindicales en Argentina), es casi una duplicación ociosa.  

[46] Por supuesto existen excepciones. Algunos casos éxitos de crecimiento basados en constelaciones de PyMEs y/o MIPyMEs. Pero constituyen un “conjunto limitado de experiencias” (Ocampo, 2001). Se mencionan las de Chile, Brasil, Venezuela, México y Argentina, no más de una veintena en el subcontinente (Yoguel, 2002).

[47] Estamos concientes de que somos injustos con muchos de ellos, al meterlos a todos en la misma bolsa y tratarlos por igual. Pero en el fondo, nos hacen recordar a esos sobrios actores de carácter que están estupendos en las malas películas, sin intentar cambiar de escenario, argumento o productor.

[48] El objetivo de la sociología en apoyo de lo económico, se centra en describir las teorías y los modelos de la economía más allá de la pura abstracción y en ayudar a describir el cómo y por qué del comportamiento de los actores económicos y los procesos que los involucran. Los sociólogos  “hablan así del arraigamiento de los acontecimientos económicos en las estructuras sociales” (Esser, 1998)

[49] Coleman, James S. (1988), Social Capital in the Creation of Human Capital, American Journal of Sociology, Supplement Vol. 94. Aunque existen evidencias de que ya lo planteaba en sus exposiciones de la Hopkins University en los años 60´.

[50] La traducción es de nuestra responsabilidad.

[51] Público es “…lo que es de todos y para todos” (Zilocchi, 1998). Con dualización social, exclusión y el Estado desdibujado, se reduce hasta casi desaparecer.

[52] Una “anticipación arriesgada”, según algunos autores.

[53] El concepto de clase social en este autor, no debe ser simplificado y reducido de manera economicista, pues admite la idea de la sobredeterminación. Al respecto ver: Bourdieu, P (1990), Sociología y cultura, Grijalbo, México.

[54] Al respecto ver: Hintze (2003).

[55] “Existen ciertos gastos (o sacrificios) que la gente realiza deliberadamente para generar un fondo productivo, incorporado a la persona, que le proporciona rendimientos futuros” dice Schultz (1961)

[56] Esto no implica que no se reconozcan motivaciones basadas en otra racionalidad que se orienten a la satisfacción de necesidades expresivas y no sólo económicas, aunque se deja en claro que en última instancia, las expresivas se traducen en “conservación de recursos”.

[57] En latín, el habitus es el modo de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos similares o semejantes originados por tendencias innatas o la facilidad que se adquiere por la práctica de un ejercicio. Aquí tiene un alcance más complejo

[58] Beneficia a todos por igual y no se puede excluir a nadie de su consumo (Gargarella y Ovejero, 2001)

[59] Federico-Sabaté, A.M., Las empresas sociales, incluido en Abramovich y otros (2003).

[60] Rofman A. –comp- (2002), La acción de las organizaciones sociales de base territorial, cartilla nº 5 de Desarrollo Local, ICO-UNGS.

[61] Emergen símbolos fatuos, gustos pasajeros, modas, emociones encontradas y superficiales  que producen una multiplicidad de “tribus” urbanas, ayudando a fragmentar el “nosotros”. Al respecto: Filc, Judith (2002), Territorios, itinerarios, fronteras: la cuestión cultural en el Area Metropolitana de Buenos Aires, Al Margen-UNGS, La Plata.

[62] Este autor señala este hecho para el caso chileno, pero también existen situaciones de cambio expectantes y difíciles de predecir en cuanto a su resultado, en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú y por supuesto en Brasil. Argentina semeja un laboratorio social muy particular al respecto, aunque ha resultado una “sociedad trampa”, pues la emergencia socio-política pre anuncia un estallido y el avance, y en poco tiempo la situación queda “congelada” por razones difíciles de explicar. 

[63] La creciente preocupación de la academia y de notables economistas en el mundo sobre temas como “ética y economía” o filantropía del capital, no sería más que un síntoma de esta conjetura.

[64] Resulta interesante en el caso de la implosión de todas las redes de trueque de mediados del 2002. Los militantes sociales más esforzados, esclarecidos y leales que pertenecían, indudablemente, a la llamada red solidaria (de vínculo horizontal), bajaron los brazos y no atinaron a reorganizarla ante la deslealtad e incumplimiento de los cabecillas verticalistas y manipuladores de la otra red, la denominada global, sólo estando preocupados por sancionar la traición, cuando en realidad al no existir marco legal alguno, tal cosa era imposible. Consecuencia final: todo quedó deteriorado y muy poco del notable trabajo se pudo recuperar frente a la crisis desatada en el  nivel nacional. Así, se estima que después de haber alcanzado el sistema a casi 3 millones de adherentes, ahora cuenta sólo con el 10%. Hintze, S. –comp- (2003), Trueque y economía solidaria, UNGS/PNUD/Prometeo    

[65] La codicia “el capitalismo la celebra”, dice nuestro autor. Esto es deplorable, pero nos hemos acostumbrado. Adam Smith ya lo señalaba, pero reconociendo su carácter indeseable.

[66] Como esta desigualdad se traduce en tener más o menos dinero, este pone límites a la libertad. Porque el dinero no es una cosa, sino una relación social. Otra vinculación central entre economía y política que nos interesa conceptuar: “para la inmensa mayoría de nosotros la democracia termina cuando empieza el trabajo” (¿o debe decir mejor el empleo?), dado que en el mundo de la empresa capitalista esta institución no funciona (Schweickart, 1997). Efectivamente, la eficacia de la empresa capitalista se basa en la verticalidad, aunque algunos procesos de organización laboral modernos (como el kanban y toyotismo) parecen lo contrario. 

[67] La comunidad es una condición de la individualidad, basada en la división social y técnica del trabajo (Vaillancourt, 2002).

[68] En el sentido definido por Hintze, S. (1989), Estrategias alimentarios de sobrevivencia, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires.

[69] En Canadá, país desarrollado, el estado nacional anglófono es neoliberal conservador. 

[70] Como ejemplo ver: B.  Klislberg, Dirección de la Cátedra de Honor de Gerencia Social de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y  Coordinación de la Iniciativa de Capital Social, Etica y Desarrollo del BID, en La Gaceta de Económicas, números de enero y febrero de 2003. Otra forma que aquí no podemos más que mencionar es la de la denominada “economía de la comunión” -Bruni L (2000), Humanizar la economía, reflexiones sobre la Economía de Comunión; Editorial Ciudad Nueva, Montevideo. En la cátedra arriba mencionada: Benedetto Gui (2003), “¿Una cultura de la comunión en la vida económica?”, La Gaceta de Económicas, nº 34, julio, Buenos Aires- 

[71] Se define en ocasiones como un ámbito en contraste con la competencia económica del mercado y con la lucha política por el poder, en el que prevalecen los valores de solidaridad y comunidad  (Bresser Pereira y Cunil Grau, 1998). Pero en tal concepción es no homogéneo y existen intereses en juego.  

[72] Escribe Coraggio (1995), Más allá de la informalidad. Del sector informal a la economía popular, Ciudad, Quito: “…es preferible pensar en la necesidad de avanzar en el espacio de la interfase entre ambas esferas (estado-sociedad), aunque apostando a la posibilidad de una regeneración de lo estatal renovado, a partir de procesos necesarios desarrollados en el seno de la sociedad”.

[73] De la conferencia de A.Touraine (04/09/97), El renacimiento de la idea de desarrollo,  XXI Congreso de ALAS, San Pablo.

[74] Estamos concientes de que considerar un ejemplo de un país desarrollado como es el Canadá no parece aleccionador. Sin embargo, se trata de un caso muy especial: una provincia en que habitan los francoparlantes en un país de habla inglesa, en el que representan sólo la cuarta parte de los habitantes, a la vez  región vecina y con una economía muy vinculada a EE.UU.  Las relaciones de los descendientes de franceses han sido en varios momentos históricos, muy conflictivas (en lo político y en lo cultural). Montreal, localizada en Quebec, es la ciudad metropolitana más importante del país por su población y desarrollo, habitada por una minoría de origen inglés.

[75] En América Latina se suele mencionar como casos emblemáticos la creación de Villa el Salvador en el Perú, las ferias de consumo familiar en Venezuela y la experiencia de Porto Alegre y otras del Gran  San Pablo en Brasil. Baquero, M, Capital Social, incluido en Cattani, A. D. (2003).