3. Organizaciones sociales en el barrio de La Boca. Perspectivas sobre la renovación

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Hilda Herzer, Mercedes Di Virgilio, Máximo Lanzetta,
Lucas Martín, Adriana Redondo y Carla Rodríguez[1]
Con la colaboración de Marcela Imori
Area de Estudios Urbanos
Instituto de Investigaciones Gino Germani
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de Buenos Aires

 


 

[1] Este artículo es un producto del proyecto de investigación “Política urbana y transformación del sur de la Ciudad de Buenos Aires”; dirigido por Hilda Herzer años 2001-2003, Universidad de Buenos Aires.

 

 

 

Introducción

 

Este trabajo  analiza  la perspectiva que los actores locales tienen del proceso de renovación urbana[1] en el barrio de La Boca y de su incidencia sobre la preservación y transformación del patrimonio cultural barrial. Nos detendremos en los puntos de vista de tres grupos de dirigentes barriales: aquellos que lideran organizaciones sociales tradicionales del barrio, los referentes de comedores comunitarios, de reciente formación, y los líderes de organizaciones de perfil reivindicativo, surgidas en torno al tema de la vivienda y otros componentes del hábitat.

 

El proceso de renovación que se está desarrollando en el barrio de La Boca, instaló en lugares ligados a su identidad histórica -- el Pasaje Caminito, la Vuelta de Rocha, viejos bares sobre la costanera, entre otros -- nuevos usos que reconfiguran el  sentido de esos espacios públicos.

 

La rehabilitación de algunas zonas, la recuperación de  casonas como galerías de arte, la generación de una nueva área comercial y de servicios sobre la Vuelta de Rocha para consumo turístico, generan una fisonomía diferenciada del barrio y de los espacios que hasta no hace mucho tiempo eran espacios compartidos, socialmente construidos por los mismos vecinos y, en consecuencia, generadores de identidad. Viejos lugares tienen ahora un modo renovado de definir ese uso típico que siempre fue el turismo en La Boca. En efecto,  buena parte de esos nuevos usos no han sido decididos ni incorporan a  la gente de La Boca e introducen nuevos actores y lógicas en este escenario barrial. 

 

En este contexto, algunas instituciones están a favor de las transformaciones; otras, en contra y buena parte, no asume una voz nítida en el debate. Ello  lleva a preguntarnos ¿cómo perciben los vecinos las transformaciones que sufren esos espacios? ¿Cuáles son los vínculos percibidos entre las activaciones[2] patrimoniales impulsadas por el Gobierno de la Ciudad en el marco del proceso de renovación y los efectos sobre el barrio? Para intentar darles respuesta, nos detendremos en los significados que el proceso de renovación urbana  y el patrimonio cultural barrial posee para los entrevistados.

 

El barrio de  La Boca. El escenario de la renovación

 

Desde la fundación de Buenos Aires, la Boca del Riachuelo fue su puerto natural. La proximidad con el Riachuelo generaba actividad portuaria legal, así como la de contrabando de esclavos y de mercancías. Las barracas allí ubicadas se alquilaban como depósitos o almacenes para productos de exportación, saladeros y curtiembres. A principios del siglo XIX, los depósitos se extendían hasta la Vuelta de Rocha. Dicha actividad comercial exige la construcción de caminos y en 1865, inicia sus recorridos el ferrocarril a la Ensenada, que en la Vuelta de Rocha se subdividía en dos ramales (actualmente desactivados).

 

La Boca comienza a ser incluida en la Ciudad de Buenos Aires a partir de mediados del siglo XIX.  A fines de siglo, tiene puerto, escuela, iglesia, ferrocarril y tranvía. El barrio de La Boca goza de una ubicación privilegiada en la configuración de la Ciudad de Buenos Aires ya que dista a unas escasas 15 cuadras de la Casa de Gobierno y de la Plaza de Mayo y está rodeado por otros importantes barrios de la zona sur de la ciudad como son San Telmo y Barracas. Su urbanización se consolida durante el primer período de metropolización de la ciudad de Buenos Aires (1860/1914); se organizó con relación al movimiento y las actividades comerciales del puerto del Riachuelo y fue ocupado por los inmigrantes externos que engruesan en gran medida, durante esta etapa, el proletariado urbano (Torres 1973:731). El barrio integraba un primer anillo que rodeaba el casco central de la ciudad.

 

En la actualidad cuenta, con una población de 46.277 habitantes que forman 15.227 hogares. De la totalidad de los hogares, el 36% aproximadamente vive en inquilinatos,[3] situación que convierte a La Boca en el barrio con mayor concentración de inquilinatos de la Capital Federal –70% del total.

 

Compuesto por diferentes tipologías constructivas que sellan distintos “microclimas” en su interior,[4] La Boca es más que un espacio físico o urbanístico. Por sus características conforma una ciudad dentro de la ciudad, e indudablemente, no se parece a ningún otro barrio de Buenos Aires, tanto por su trama y tejido urbano heterogéneo –donde confluyen diferentes alturas, materiales, colores, desniveles, y estados de conservación del stock, y distintas situaciones respecto de la infraestructura urbana- como por su disímil composición étnica, social y cultural, debida a orígenes inmigratorios diversos .

 

El carácter "histórico" del barrio se vincula con rasgos culturales -- como la vida asociativa y política propia de su pasado obrero de comienzos de siglo -- y con la existencia de un patrimonio arquitectónico distintivo, aunque muy deteriorado. Las policromadas casas de chapa y madera contribuyen a otorgar un carácter peculiar al barrio, brindándole una estética particular que genera lazos identificatorios fuertes; sin embargo muchos  inmuebles se encuentran degradados, dado que llevan décadas  en total estado de abandono y la refacción no parece haber sido un criterio económico pertinente  para los propietarios de los conventillos en alquiler (Rodríguez y Redondo, 2001).[5]

 

Al mismo tiempo, el barrio presenta un entorno con niveles significativos de degradación ambiental, dado su carácter ribereño (el Riachuelo se encuentra contaminado y genera malos olores); por ser un barrio bajo- que históricamente padecía inundaciones recurrentes por sudestadas; por contener amplias zonas de depósitos- actualmente receptores de mercaderías- y un significativo nivel de tráfico pesado (que genera efectos perjudiciales, como vibraciones, en un parque habitacional antiguo y muy  deteriorado),  a lo que se suma un serio problema estructural que es el de mantener el sistema de red de desagües pluviales y cloacales original de la ciudad.

 

En 1994 se inicia la construcción de las obras para el control de inundaciones que crean las condiciones para realizar las de recuperación urbana y continuar con nuevas intervenciones en el espacio público. El programa de revalorización prevé además, obras de saneamiento, de reordenamiento del sector turístico, creación de paseos peatonales, definición de nuevas áreas históricas, rezonificación del antepuerto y la  rezonificación de amplios sectores de suelo urbano, hasta entonces vacantes en el barrio.

 

El gobierno local y los inicios del proceso de renovación

 

El proceso de renovación y puesta en valor del barrio de La Boca se inicia en la década del ´90, con la construcción de la obra para mitigar las inundaciones en la ribera del Riachuelo y la continuación de otras intervenciones menores inducidas por el Gobierno de la Ciudad en el espacio público.

 

El programa planteado por el gobierno de la ciudad, tiene por finalidad incentivar las inversiones de capital privado en la zona, encuadrándoselo bajo el objetivo de lograr la recuperación del río y del espacio público.[6] De este modo, el gobierno de la ciudad abre la posibilidad de desarrollo de la renovación del barrio, generando condiciones propicias para la atracción del capital privado y las inversiones en emprendimientos orientados al área comercial y de servicios, asociados al perfil de “zona de interés turístico y valorización patrimonial” que se le asigna.[7]

 

Las organizaciones sociales y el proceso de renovación. 

 

Una breve caracterización de las organizaciones sociales.

 

Si se concibe a la ciudad como una "densa red simbólica en permanente construcción y expansión" (Silva, 1994:19) ella representa un conjunto de usos sociales, de condiciones físicas naturales y construidas, de modalidades de expresión, de elementos patrimoniales tanto tangibles como intangibles, de ciudadanos con identidades diferenciadas respecto a las de otros contextos. Esto hace que las relaciones de la población con cierto tipo de territorio y de historia prefiguren en un sentido particular los comportamientos de cada grupo (Canclini, 1993) dado que el tiempo y el espacio configuran dimensiones constitutivas fundamentales de los procesos sociales.

 

Delimitando este espacio urbano a lo local, podemos acordar en definirlo como el "espacio de apropiaciones diferenciales y desiguales en el que diversos actores sociales recrean relaciones móviles, precarias, contradictorias, en permanente disputa tanto en el plano de lo material como de lo simbólico" (Lacarrieu, 1994:6). En este plano de lo simbólico aparece entonces la identidad no como una esencia intemporal que se expresa sino como una construcción que se relata (García Canclini, 1993).

 

Dichas apropiaciones se plantean en el barrio de La Boca a través de una amplia gama de organizaciones sociales, gremiales, culturales, que forman parte indisoluble de la historia barrial. Ellas constituyen elementos de significativa importancia en este proyecto porque, a través de las narrativas de sus dirigentes, permiten  abordar   los procesos de construcción de identidad barrial.

 

Podemos agrupar las organizaciones a partir de un criterio observable aunque heterogéneo, que denominaremos “elemento dinámico”. Este criterio, por un lado, coincide con el rasgo saliente que caracteriza a una organización o conjunto de organizaciones en una primera observación, por otro, es el elemento que de alguna manera legitima la permanencia y la dinámica de las mismas organizaciones. Tres son las formas en que se da el “elemento dinámico” y tres, por lo tanto, los tipos de organizaciones que hemos estudiado. Concretamente, la longevidad de la institución define al primer grupo analizado y determina su nombre: organizaciones tradicionales; la función alimentaria es ese rasgo saliente y dinámico de los comedores, el segundo grupo; la reivindicación es el elemento estructurante del tercer grupo, que engloba las asociaciones que buscan el mejoramiento de la calidad de hábitat y a un conjunto más heterogéneo que incluye centros comunitarios y culturales, murgas y una biblioteca, entre otras.

 

Sin duda, los elementos en sí no son,privativos de cada organización. Así, por ejemplo, uno de los comedores tiene como actividad principal la lucha por la vivienda; también algunas de las organizaciones tradicionales, como la Fundación Museo Histórico de La Boca, desarrollan acciones de tipo reivindicativoreferidas a la preservación del patrimonio histórico-cultural. Sin embargo, este criterio nos permite una delimitación, en cierta medida más precisa, y nos habilita a comenzar nuestro estudio a partir de este primer ordenamiento. [8]

 

 

Las organizaciones tradicionales: patrimonio e identidad

 

El criterio para definir una asociación histórica o tradicional se relaciona con su antigüedad y no con la forma jurídica que asume o la función que desempeña. Estas asociaciones tienen entre 50 y 130 años desde su fundación (aunque no todas han tenido una actividad continuada). Dentro de este conjunto heterogéneo hay mutuales, ateneos culturales, asociaciones vecinales, clubes, instituciones de bomberos, entre otros. Esta diversidad, mayor que la que existe entre los comedores, remite a una variedad de fines: preservación del patrimonio histórico-cultural (Fundación Museo Histórico de La Boca), actividades culturales y deportivas ( Ateneo Popular,  Club Atlético Boca Juniors), representación de intereses vecinales o corporativos ( Unión de Comerciantes, Industriales, Profesionales y Turismo de La Boca), servicios (Unión de La Boca), etc.[9] Sin embargo, todas reivindican una tradición histórico-cultural típica de La Boca, vinculada a la longevidad de la institución, a una trayectoria institucional y un reconocimiento de su importancia tanto  por parte de sus pares y otras instituciones como por parte de las autoridades estatales.

 

Estas organizaciones  cuentan con una variedad de recursos: tienen edificio propio; muchas cuentan con personal rentado (limpieza, secretaría). Para ser miembro activo es necesario abonar una cuota mensual de socio. Internamente, y cumpliendo con los requerimientos legales, tienen una estructura orgánica completa (comisión directiva); además, tienden a nuclearse en organizaciones de segundo grado, como la Coordinadora de Entidades Intermedias de La Boca y la Fundación Museo Histórico de La Boca.

 

¿Cómo plantean las cuestiones referidas al patrimonio y la identidad las organizaciones tradicionales del barrio?

 

Las obras de intervención urbana en La Boca han planteado una polémica, a veces explícita, a veces soslayada. En los testimonios de los dirigentes, es relevante la valoración que hacen de las obras de renovación a partir de sus posturas en torno a la cuestión del patrimonio cultural y a su visión de la identidad barrial.

 

Los dirigentes debaten en torno a los criterios de intervención sobre el patrimonio cultural implícitos en las obras de renovación que se llevan adelante en el barrio y tienen interpretaciones divergentes sobre los modos en que estas intervenciones afectan lo que cada quien considera la identidad barrial. Estas discrepancias se plasman en determinados elementos considerados distintivos, por ejemplo, los colores con que fueron pintadas las fachadas de "Caminito".

 

En otras palabras, entre las organizaciones tradicionales se genera una disputa en torno a los nuevos usos y la nueva fisonomía de los viejos lugares, que, en un primer acercamiento, podría esquematizarse como la oposición preservacionismo vs. progresismo. La primera postura, enfatiza la conservación de los espacios públicos y los inmuebles, apelando a una supuesta rigurosidad histórica, que aspira a preservar  "fielmente" el  pasado como criterio que subordina la introducción de cualquier nuevo uso.

 

La segunda, proyectándose al futuro, valora positivamente y aspira al desarrollo de los usos  comerciales y turísticos, presentando una postura más flexible en relación a los criterios de intervención sobre los referentes patrimoniales. Sin embargo, ellos también  apelan a su propia interpretación de la historia, para sustentar sus puntos de vista sobre  las intervenciones de renovación (por ejemplo, una representante progresista presentó un documento donde Quinquela Martín llamaba "museo" a Caminito, para refutar las interpretaciones de un referente preservacionista). Entre preservacionistas y progresistas se da así, al mismo tiempo, una disputa por los lugares y por el sentido de la historia barrial y la apropiación de la interpretación "legítima". 

 

Entre los primeros, se destacan las voces de quienes están nucleados en torno a la más idiosincrática de las asociaciones boquenses, República de La Boca, y la Fundación Museo Histórico de La Boca, ambas presididas por la misma persona: “siempre participamos desde nuestro punto de vista preservacionista de la tradición y de la identidad del barrio”.

 

Para estos dirigentes, las obras que acompañan el proceso de renovación, son “proyectos puramente escenográficos que no apuntan a las necesidades del barrio” por los que “se destruye el paisaje, se destruye la esencia. De repente, los que vivimos en el barrio nos encontramos con adefesios que no tienen nada que ver con nuestra identidad. El más reciente de estos adefesios es la plaza contigua a la calle Caminito...una aberración desde el punto de vista urbanístico”.

 

La intervención del Gobierno de la Ciudad en la rehabilitación de la Vuelta de Rocha a través de la Dirección de Turismo, es percibida como una obra inconsulta, realizada sin el aval de los organismos de preservación histórica gubernamentales y armada con una cosmética de exportación, que desconoció los orígenes del pasaje Caminito por ejemplo, y estableció continuidades arquitectónicas entre los paseos ribereños de La Boca y Puerto Madero, sin considerar que ambos configuran escenarios sociales y con divisorias históricas muy fuertes y particulares.

 

“Acá se fabrica la historia, no se exhuma, no se respeta” es la conclusión que cierra el análisis sobre la destrucción en octubre de 1999 de una garita ferroviaria de 1866, que se acompaña con la creación “sobre Caminito, de una estación falsa, escenográfica, que parece la estación de una ciudad norteamericana, que no tiene nada que ver con lo nuestro (...) cuando tenían a metros del lugar, la verdadera estación que deberían haber reciclado, restaurado”

 

Son numerosos los ejemplos que aparecen en los testimonios recogidos así como en las conclusiones del “Primer Cabildo por el Espíritu de La Boca”[10], o en denuncias periodísticas posteriores que se sintetizan así: “Somos los ‘enemigos del progreso’ (...) Así atacan a toda la gente que trabaja para conservar la identidad de un lugar”.

 

Otra característica que se destaca entre los preservacionistas a nivel discursivo es la incorporación que hacen de lo social en su visión sobre el  proceso de renovación. Reconocen a las familias de menores ingresos como parte del barrio y discuten los riesgos que ellas corren. "[Las obras no nos benefician] no sólo porque cambió el paisaje, sino porque no beneficia a la mayoría de los habitantes del barrio. Porque la mayoría de los habitantes del barrio no pueden ir al restaurante de “Mallman”, no pueden ir a “La Veneciana”[11], no pueden"

 

El análisis de  la  postura del “progresismo”, permite identificar a las  organizaciones que apoyan las intervenciones del gobierno de la ciudad, construyen los consensos en torno a la renovación y cuyas acciones se enmarcan bajo el rótulo del progreso para el barrio.

 

Esta postura tiende a interpretar y valorar las activaciones patrimoniales en determinadasáreas del barrio, fundamentalmente las destinadas a actividades de  sectores sociales concapacidad de consumo; no ya en respuesta a algunos “nosotros del nosotros” sino al “nosotros de los otros”. Los nuevos usos asignados a los espacios públicos para dichos sectores, la nueva oferta de servicios, no responden  a los que socialmente estaban asignados por los vecinos sino ala imagen externa que promueve el fomento turístico (Prats, 1998). Las obras de defensa costera son para los representantes de dichas organizaciones, que encabeza la Coordinadora de Entidades Intermedias de La Boca,  parte fundamental de las acciones de preservación barrial.

 

Coincidiendo con ellos y oponiéndose a las posturas “preservacionistas”, desde un periódico barrial[12], una autoridad del Centro de Gestión y Participación N° 3, expresa: “Se han concretado restauraciones largamente soñadas y fue justamente por respetar el patrimonio histórico y nuestra identidad de boquenses. Se terminaron las inundaciones y esa sola obra en sí misma representa el enorme respeto que el GCBA tiene por la preservación del patrimonio de La Boca”

 

Estas perspectivas de la renovación se bifurcan también en cuanto a los destinatarios de las intervenciones públicas y privadas en el área. Para los preservacionistas, “se está haciendo todo pensando que hay que traer otra gente al barrio, las cosas que se hacen no están destinadas para la gente del barrio”. Los “progresistas” sostienen que “hay gente que no está de acuerdo con este progreso porque considera dentro del barrio, un numero pequeño de gente, ¿no? pero considera que este progreso mata las tradiciones, el patrimonio, etcétera, cuando en realidad, nosotros podemos preservar todo eso y al mismo tiempo mejorar nuestra calidad de vida. Yo creo que no se contrapone una cosa con respecto a la otra”.

 

Es decir que, mientras que los progresistas ven los cambios como una mejora social en términos de calidad de vida para los vecinos de La Boca, a partir de un ‘nosotros’ que no da cuenta de quien está allí incluido, para los preservacionistas los beneficios no son para todos los habitantes del barrio, ya que no resultan  favorecidos  las familias que tienen los niveles más altos de pobreza de la ciudad. Ambos coinciden, no obstante,  en la demarcación de otros vecinos (nuevos inmigrantes, delincuentes, ocupantes) signados por el rótulo “aquellos que no quieren trabajar” y quienes no son considerados  beneficiarios sino, por el contrario, deberían ser desplazados para que el barrio mejore,  ya que se asocia su presencia con una ruptura en la imagen del barrio, vinculada históricamente a los valores de la honestidad y el trabajo: “volviera a ser lo que era y aún mejor".

 

Sin embargo, dos factores desbordan el esquema preservacionismo vs. progresismo haciéndolo insuficiente para dar cuenta del debate de las asociaciones barriales consideradas. El primero, es la posición de la mayoría de las asociaciones que si bien pueden inclinarse a favor de una posición u otra, se mantienen en una zona gris, equidistante, sea por una antigua amistad forjada en el barrio, sea por el respeto mutuo,  pluralista, entre los vecinos.  Por ejemplo, desde algunas organizaciones que se contraponen a la red de los “progresistas” y se vinculan con los “preservacionistas” se manifiesta lo siguiente: “Este barrio tiene que mejorar. Ahora con la nueva costanera que se ha hecho, ha progresado Caminito, toda la zona de la Vuelta de Rocha la están restaurando para que tenga una buena presencia para todos los turistas que vienen (...) [las obras] son beneficiosas porque ahora La Boca no se inunda más y toda la nueva costanera tiene que continuar, de Puerto Madero la tienen que llevar hasta la Vuelta de Rocha (...) Yo estoy con el adelanto”

 

Para esta visión que se halla más generalizada entre los dirigentes entrevistados, el hecho fuerte es que las obras de defensa costera mitigan las inundaciones por  crecientes que las sudestadas provocaran en La Boca  del Riachuelo. “Acá lo importante es que la obra se hizo y el barrio no se inunda.”

 

Las posiciones polarizadas, efectivamente, se dan en unas pocas asociaciones en virtud de que la disputa está encarnada en la persona de sus líderes. Si este aspecto matiza el encono, un segundo factor, la cuestión del sentido de una identidad histórica compartida, lo redefine haciendo más borrosas y relativas las posiciones. Si bien son claras las posturas frente a intervenciones concretas que han ocurrido en el barrio, la apropiación legítima de una identidad boquense, sobre cuyo pasado hay acuerdo, se presenta con toda una minuciosidad y complejidad fruto de la riqueza cultural e histórica de un barrio con espíritu asociativo. Los líderes pueden fundamentar sus argumentos tanto en documentos como en la experiencia y la autoridad que les dan décadas de habitar en La Boca, cuando no toda la vida. El conflicto en torno a las interpretaciones sobre las intervenciones “renovadoras” pretende entonces legitimarse bajo criterios de  rigurosidad historiográfica.

 

Los debates presentados,  nos permiten coincidir con que el patrimonio cultural resulta “objeto de diferentes apropiaciones y usos e intereses, que entran en conflicto y negociación” (Bayardo; 1994). Resulta interesante, en este contexto presentar las miradas de los vecinos de otro tipo de organizaciones.

 

Un tipo de organización social nuevo: los comedores comunitarios

 

Si bien algunos comedores datan de fines de la década del 80, la mayoría[13] surge entre los años 93 y 97, en un contexto de recesión y crisis de empleo. Un motivo que concurre a su nacimiento es la transformación de la idiosincrasia del partido justicialista que lleva a muchos de sus dirigentes barriales, frente al modelo neoliberal del menemismo[14]a cambiar la forma de hacer política, trasladando la militancia de las unidades básicas[15] a la acción social en los comedores.

 

Su actividad básica es la provisión de alimentos a niños en almuerzos los cinco días hábiles de la semana. Algunos se extienden a los fines de semana o dan alimentos para que se consuman en las casas de familia. Muchos de los comedores contemplan excepciones y brindan el servicio a ancianos, discapacitados y mujeres embarazadas, además, por supuesto, de las personas que colaboran, voluntariamente o no[16], que en todos los casos son mujeres. Suelen dar apoyo escolar y, en algunos casos, se brindan otros servicios como asesoramiento jurídico, control nutricional y atención psicológica o médica, bolsa de trabajo y ropería. Los recursos (viandas, ingredientes, subsidios, etc.) provienen de la Secretaría de Promoción Social del Gobierno de la Ciudad cuando dependen de instancias públicas, o,  de aportes de fundaciones o asociaciones civiles, cuando dependen de entidades no gubernamentales. Se complementan en todos los casos con  otro tipo de recursos: aportes propios del dirigente, trabajo voluntario y/o ayuda partidaria. Esta ayuda en muchos casos es determinante para la desigualdad de recursos que hay entre los distintos comedores. En unos pocos casos, los comedores reciben aportes de grandes empresas y de personajes poderosos de la política y su actividad se integra visiblemente en estructuras más amplias.

 

Los comedores comunitarios cumplen una función esencial en la complementación de la reproducción social de las familias de escasos ingresos , en su gran mayoría numerosas y, en una importante proporción, monoparentales. La función estrictamente asistencial que los define limita tanto la ampliación de las actividades como la participación de los vecinos a favor del desarrollo de capacidades de lucha o de gestión. Después de todo, son comedores infantiles y allí se asiste o bien a alimentarse, si se es niño, o bien a alimentar, a colaborar. Y la colaboración es organizada por una sola persona, no hay lugar para la politización. No obstante, los límites funcionales estrictos del comedor no representan un liderazgo restringido. En efecto, los líderes presentan una multiplicidad de membresías en organizaciones de distinto tipo.

 

Liderazgo diversificado, redes personales, mediación política y falta de perspectiva sobre las consecuencias del proceso de renovación.

 

En su organización interna los comedores suelen tener un encargado -- en general, se trata de una mujer -- que es quien asume con las responsabilidades, organiza la cocina y, muchas veces, cocina. Junto a él o ella hay un grupo de ayudantes, en general, aunque no siempre, voluntarios, que reconocen el rol central del/a encargado/a, quien coordina y asigna las tareas. Aún fuera de su ámbito puede observarse que algunos comedores son identificados por los vecinos del barrio no por su nombre sino por el de su responsable: “el comedor de Fulana/o”.

 

En efecto, debido al servicio alimentario que presta, la/el encargada/o, responsable o –como suelen llamarse- “dueña/o”, de un comedor, adquiere una visibilidad mayor entre la población. Los beneficiarios de sus servicios los consideran “referentes”. En este sentido, los líderes de los comedores perciben su rol, en su mayoría, a través de un acentuado personalismo; se ven como los “propietarios” de los mismos por el trabajo social que allí realizan, por el rol de liderazgo  que ejercen y/o por haber participado en su fundación: “yo fui la promotora del comedor. Yo soy quien más trabaja, soy la dueña del comedor”.

 

Los dirigentes no sólo cocinan, limpian y sirven sino, además, buscan información, tramitan subsidios y deciden sobre el curso que tomará la institución. En este sentido, es la “voluntad  social” manifiesta de quienes los dirigen lo que aparece asociada a las posibilidades de mantenimiento y desarrollo de los comedores: La vocación de ayudar sobrevive a todos (los gobiernos). Nosotros tenemos esa mentalidad, por lo menos yo, que soy el que empuja y lleva todo esto adelante […] porque nosotros somos la máquina de hacer el bien o de ayudar a la gente” .

 

De hecho, los dirigentes de los comedores trabajan mucho, sobre todo aquellos que además están en la cocina y atienden directamente a los niños. Estos dirigentes  son, además, quienes tienen menos gente colaborando y quienes, en general, carecen de vinculación política. Por lo tanto tienen un motivo real para señalar el esfuerzo personal que no siempre es reconocido, como se observa cuando muchos de los entrevistados hablan de su relación con los padres de los chicos y con Promoción Social.

 

En los casos que sí perciben un reconocimiento por parte de padres y vecinos, existe una tendencia a vincularlo con la propia persona antes que con la organización. Esta mirada centrada en la acción individual recorta, en la gran mayoría de los casos, las posibilidades de crecimiento institucional de los comedores como organizaciones del entramado barrial, quedando limitada su permanencia y sus posibilidades de participación en la resolución de las problemáticas colectivas, al interés y/o la voluntad de quienes los conducen, que tampoco asumen un papel protagónico como dirigentes sociales o barriales.

 

Un rasgo particular se observa en la múltiple membresía de los dirigentes de muchos de los comedores: militan en partidos políticos, dirigen un centro de jubilados o pensionados o una escuela de oficios, pueden tener una guardería o jardín. En algunos casos esta diversidad se da en el ámbito de una gran organización que engloba todas las entidades y/o dentro de un mismo edificio, salvo la militancia partidaria, que formalmente no está permitida en los tipos de asociaciones aquí estudiados, aunque en la práctica hay una articulación cierta.

 

De ese modo forman redes de organizaciones (o participan de ellas), que giran en torno a su persona.[17]. Vinculado al personalismo ya descrito,  poseen un “liderazgo diversificado”. Por este motivo, los comedores entre sí no se constituyen en una red comunitaria a pesar de que algunos de sus responsables se conocen mutuamente[18].

 

En virtud de su función, los comedores se vinculan al sector de hogares más vulnerables (ocupantes, inquilinos, desocupados, subocupados, etc.) de La Boca, por lo tanto, a los potenciales perjudicados por las posibles consecuencias del proceso de renovación (Herzer et al., 2000, 1999). Sin embargo (o quizá,  en virtud de lo dicho), en el discurso de los dirigentes de los comedores no aparece como cuestión central las consecuencias sociales del proceso de renovación. Predomina una falta de postura crítica en relación con otros problemas de dimensión colectiva, tales como el desalojo de numerosas familias[19].

 

Respecto de las transformaciones urbanas ocurridas en el barrio, el tema tiene una relevancia secundaria en el discurso de los entrevistados. Perciben las obras de la ribera como beneficiosas porque mitigan el riesgo de  inundaciones. No se observa preocupación alguna por mitigar el riesgo  posible  de desalojos y/o  desplazamientos físicos y de consumo. En cualquier caso, el riesgo se remite a cuestiones de nivel extrabarrial (municipal o nacional) o se vincula con problemas más generales como el desempleo, la falta de ingresos,  los problemas de alimentación, la enseñanza escolar.  Lo general, alude a que no tienen una mirada particularizada de escala barrial que les permita pensar más allá de la urgencia cotidiana (por ejemplo, interrogarse sobre la posibilidad o no de generación de puestos de trabajo en el marco de las nuevas actividades de turismo y comerciales barriales).

 

No obstante, se observa que la renovación es percibida como una obra puesta en escena para ser disfrutada (consumida) por los turistas; ante este panorama algunas voces reclaman: “poner hincapié [también] en la parte donde vive la gente”.

 

La vinculación de los mediadores de la comida con los dirigentes partidarios de diversos pesos políticos (recurso de autoridad) y la relación clientelar establecida, sitúan al dirigente como “mediador” [broker] en una posición central de poder (Petracca, 1982) que puede ya sea facilitar la resolución de ciertas cuestiones burocráticas o brindar información útil (Herzer et al., 2000).

 

Estas conexiones políticas no siempre son explícitas[20] y no siempre partidarias. Los comedores pueden ser clasificados en tres grupos con base en el perfil político de sus prácticas: serán comedores apartidarios y apolíticos si sus responsables no registran actividad política y no ponen acento en su liderazgo personal; comedores político-partidarios, si sus responsables son además militantes, referentes, líderes o punteros políticos (aquí se ubican las mayoría de los comedores); o comedores políticos no partidarios, cuando sus dirigentes manifiestan tener objetivos políticos y organizativos más allá de la actividad del comedor.

 

Es posible identificar dos perspectivas desde las cuales los responsables de los comedores interpretan su tarea: como actividad social versus como tarea política. La primera es la visible y es señalada como la actividad principal, es la reivindicada como propia del comedor; la segunda, es siempre o bien negada, o bien velada, o bien aceptada pero como actividad extra-comedor[21]. Esto ocurre eventualmente cuando se trata de una actividad “política partidaria”.

 

Una de las personas entrevistadas comenta la visita de una mujer perteneciente al partido Nueva Dirigencia que quería “hacerse ver” y que le habría hecho una propuesta. También señala críticamente a las personas encargadas de dos comedores cercanos al suyo por darles una utilización política La entrevistada en cambio, no hace política: Yo te digo, yo no hago política con el estómago de la gente, no estoy acostumbrada. No me gusta (...) Acá no hay política […] Yo el comedor no lo hice para política”.

 

Otros entrevistados sostuvieron la misma distinción:”este debe ser uno de los pocos comedores que no transan políticamente. Hay comedores que te dicen, ‘te doy un plato de comida pero afíliate al partido’. La política no es la manera de trabajar socialmente”. ”Participamos en política. Porque nos conviene, porque a veces cuando llegan las elecciones vienen y te dicen ‘te vamos a mandar cien cajas de víveres’ (...) En algunas internas nosotros conseguimos dos mil, tres mil, pesitos... (...) Pero todo vuelve acá. (...) Pero nosotros nunca hemos afiliado a la gente para que venga a comer ni le hablamos de política.  La gente sabe. Yo soy peronista. Cuando jugamos internas nos identificamos, pero acá puede venir hasta el más radical”. 

 

Salvo en un caso, los testimonios son de dirigentes vinculados a partidos políticos. Puede verse cómo diferencian la acción social o tarea social de la actividad política, vinculada al clientelismo. La primera es valorada positivamente mientras que la segunda es criticada cuando se hace por medio del comedor pero reivindicada si se la desarrolla por fuera de su ámbito. Tal es la diferenciación que se hace que la tarea social aparece como instancia unificadora más  allá de las diferencias partidarias, pues “las necesidades de la gente no tienen partidos políticos”.

 

Sin embargo hay un punto en que ambas actividades se tocan, se articulan: “Yo participo a través de trabajo social y político. Yo hago el ‘clip’ necesario cuando lo tengo que dar”.

La mediación se da donde el trabajo social y el político hacen un “clip”. Y, si bien la actividad política tiene otro espacio y otro tiempo, es ejercida por la misma persona que dirige un comedor para niños, y “la gente sabe”. Y la gente no son los niños sino sus padres, son los adultos, los votantes. Esto nos permite pensar los comedores como una forma de acumulación de capital político.

 

 Si se piensa en esa articulación que hace el dirigente del comedor, que es distante e indirecta (los padres en general no se acercan a los comedores), con una “clientela” atomizada, y en un intercambio desigual y vertical,  podría definírselo con la analogía del “capital”: los adultos cuyos hijos se ven beneficiados por el comedor o que ven que alguien hace obras sociales en el barrio, son un “capital” (quizá sólo electoral, quizás político) que el puntero o mediador “invierte” en el campo.

 

Uno de los entrevistados, reconoce abiertamente el estrecho vínculo entre su tarea social y su militancia política[22]. El tema surge en una conversación informal que tuvo lugar en encuentros posteriores a la primera entrevista en la que relata que hay 40 dirigentes barriales pero que 20 están ‘quemados’ porque la gente busca la buena moral y la honestidad del dirigente. Dice que son sólo 3 o 4 los que tienen votos y son los que tienen contacto continuo con la gente, los que hacen obra social. Hace la diferencia entre “punteros” y “punteros decentes”.

 

Otros, en cambio, -dice- tienen un local y un trabajo aparte, y en el local contratan a alguien con un sueldo más o menos bajo y ellos no están, y puede tener unos 40 votos. El resto no tiene más de 20 o 30 votos propios (y remarca el adjetivo ‘propios’). Nombra a 4 que tienen muchos votos: él mismo, que tiene 150. Dice que él hace “política social” y que como él ya quedan pocos.

 

Este dirigente define conjuntamente lo que en los demás aparece separado. El término “política social” ilustra la articulación de su trabajo en el comedor con su participación en la militancia partidaria barrial. Ambas actividades se unifican en su discurso. La oposición ahora es de tipo moral: él es un “puntero decente”, honesto, moral, versus puntero deshonesto, inmoral, “quemado”. Este punto de vista nos amplía la perspectiva: en última instancia es posible pensar mediaciones morales e inmorales.

 

Dos factores impiden el desarrollo de los comedores como espacio de reflexión y acción en torno a la renovación o sus consecuencias: por un lado, la cuestión de trabajar con las urgencias de la población, por otro, la relación existente entre algunos líderes de los comedores y los partidos políticos, que en su mayoría no incluyen el tema de la renovación en su agenda de discusión sobre la ciudad. Esta ausencia en la agenda parece limitar, entre los dirigentes, la elaboración de una postura crítica con respecto a ese proceso y también la posibilidad de percibir el riesgo de desalojo, que podrían sufrir los beneficiarios de sus comedores. Según la voz de un dirigente relacionado con un partido político, “se está haciendo una obra para el turismo y para algunos habitantes del barrio de La Boca (...) Hay grandes empresas que están en eso”.

 

Es posible concluir  que, para aquellas organizaciones que se encuentran en la búsqueda de la supervivencia cotidiana de su proyecto social –básicamente los comedores barriales-, el debate de preservación-progresismo en relación a la problemática del patrimonio está ausente. Los circuitos de la renovación son percibidos como cuestiones para los turistas más que para los vecinos y no han logrado desarrollar una percepción crítica de la situación. La previsión de las condiciones a los que estarán sujetos los sectores de bajos recursos de La Boca en los próximos años en relación al acceso a la vivienda, con la evolución de la modificación de los usos barriales, no aparece entre los miembros de dichas organizaciones como un factor de riesgo importante.

 

Organizaciones reivindicativas

 

La mayoría de las organizaciones que conforman este grupo nace entre 1995 y 1997, a partir de la coyuntura crítica y recesiva que vivía el país. En virtud de la persistencia de esta situación, otra parte de las organizaciones  se originan en los años subsiguientes. Organizados en torno a la luchas contra los desalojos masivos o para realizar tareas sociales como la asistencia alimentaria y el apoyo escolar, el motivo por el cual comenzaron a existir estas organizaciones fue la reacción frente a problemas sociales.[23] El denominador común que define a estas organizaciones es el “elemento dinámico”: la reivindicación.

 

Es verdad que el tipo de reivindicación permite, a su vez, diferenciar dos subgrupos: por un lado, el conjunto de organizaciones por el mejoramiento del hábitat, cuya parte más importante surge como reacción a una ola de desalojos que se inicia en el año 1996 en La Boca y Barracas;[24] y por otro, el resto de las organizaciones que, si bien pueden adherir a la causa por la vivienda, ni su origen ni su función principal nos remiten a ella.

 

Las organizaciones dedicadas a la  vivienda -- , las llamaremos “subgrupo vivienda” -- son 4: la Mutual Esperanza, la Asociación Civil Pro-Techo, la Unión de Familias por la Vivienda Digna y la Mutual de Desalojados de La Boca, Barracas y San Telmo. Presentan diferencias de trayectoria, metodologías, y abordaje de su objeto. Mutual La Esperanza nació impulsada por un organismo de gobierno, ligada a un proyecto  de rehabilitación de 21 conventillos que la Municipalidad adquirió habitados a mediados de los ´80. En principio, todos los habitantes de esos inmuebles debían integrarse a la mutual, sin embargo, como la mayor parte de los mismos no fueron finalmente intervenidos y la mutual no fortaleció una estrategia propia, gran parte de las familias no construyeron una relación de pertenencia con dicha organización. De modo que, permanecen ligadas a la misma en forma más estable, una parte de las familias que fueron favorecidas por las obras de reciclaje y que a través de la mutual, canalizan el pago de sus viviendas: la Mutual, que contó en sus inicios con 273 familias, en 1998, contaba con 40.

 

Las 3 organizaciones restantes nacieron en un contexto de amenaza de desalojos que se verificó en el año 1997,  con la participación activa de una parroquia barrial, se promovió la formación de una Asamblea de Desalojados de La Boca. En esta organización confluyeron algunos afectados directos que emergieron en el proceso como nuevos liderazgos en la temática, junto con militantes sociales y familias que provenían de procesos de desalojo en otros puntos de la ciudad y que habían trasladado sus actividades organizativas  al barrio de la Boca, donde se encontraban ocupando algunos inmuebles y promoviendo un comedor autogestionario-centro comunitario; así como otros militantes vinculados a organizaciones más antiguas de defensa de desalojos . La coyuntura del desalojo, propició esta confluencia que logró canalizar y propiciar un proceso de movilización de las familias amenazadas por dicho proceso, bastante significativo en el barrio.

 

De hecho, la Asamblea logró canalizar su demanda hacia el Gobierno de la Ciudad, y en respuesta, la Legislatura votó en 1997 un fondo específico de emergencia para la Boca que permitió implementar desde la Comisión Municipal de la Vivienda nuevas operatorias dirigidas a las familias en situación de desalojo, que les permitían adquirir en forma individual o mancomunada los inmuebles que habitaban, en los casos que fuera posible  u otros (Operatoria 525).[25]              

 

Sin embargo, la confluencia de liderazgos sociales no se pudo sostener en el tiempo. La Asamblea se abre en las 3 organizaciones que, en adelante, gestionarán  créditos y concretarán en el barrio las compras efectuadas en el marco de la Operatoria 525: 1) la Mutual de Desalojados de la Boca (que permanece cercana a la Iglesia y se articula extra barrialmente con la Federación Nacional de Tierra y Vivienda de la Central de Trabajadores Argentinos); 2) la Unión de Familias por la Vivienda Digna, (que es el nombre de una organización en el campo habitacional impulsada por un Comedor Infantil, organización que a su vez, sostiene la constitución de una Mesa de Enlace de Organizaciones Barriales  para coordinar procesos de reivindicación locales y, extra barrialmente, se vincula con el Movimiento de Trabajadores Argentinos y con el proceso de constitución de una fuerza política y la Asociación Civil Pro Techo, más ligada a la Coordinadora de Inquilinos de Buenos Aires, que  sufrirá otros fraccionamientos (como el surgimiento de "Techo y Trabajo de la Boca"). Esta última,  a diferencia de las dos anteriores, actúa más sobre la gestión de cada crédito individual (de este modo integran a 600 familias solicitantes de créditos en toda la capital) que sobre procesos grupales socio organizativos de las familias afectadas.     

 

La fuerte presencia en estas organizaciones de familias cuyo desalojo es inminente, lleva a una definición coyuntural y a grandes variaciones en su "membresía" que se incrementa notoriamente en los momentos críticos y cuando las organizaciones impulsan otras reivindicaciones ligadas con el deterioro de la subsistencia (fundamentalmente acceso a programas de subsidio a desempleados y cupos alimentarios).

 

Los recursos principales provienen, por lo tanto, de la cuota de socios (que oscila entre los tres y los cinco pesos) y del trabajo  voluntario. En algunos casos estas organizaciones tienden a gestionar y canalizar otros recursos a sus miembros como  subsidios provenientes de alguna instancia estatal (Plan Trabajar; refuerzos alimentarios). 

 

El otro subgrupo se caracteriza por su heterogeneidad interna y por la juventud que predomina en sus filas (en adelante, lo llamaremos “subgrupo joven”). Está constituido por las siguientes organizaciones sociales: la murga Los Amantes de La Boca, el Centro Comunitario Sebastián Kot, el Centro Cultural Navegantes del Sur, la Agrupación Aukaché, la Asociación de Artesanos de Caminito y la Unidad Básica “Los Descamisados” y Biblioteca Popular de La Boca que suelen tener como actividad principal la asistencia alimentaria (merienda), el apoyo escolar y talleres de distinto contenido (títeres, murga, periodismo, plástica) y cursos variados (de defensa personal). Son  servicios voluntarios y gratuitos. Se relacionan con  los niños del barrio y, en segundo término, los adolescentes. Sin embargo, según las definimos más arriba (y como veremos), ninguna de estas agrupaciones se limita a dichas actividades.

 

Los recursos con que cuentan provienen de subsidios o viandas para la merienda de la Secretaría de Promoción Social del GCBA, de donaciones que vecinos y comerciantes hacen para las distintas actividades que realizan, de aportes personales de los integrantes y de pequeños emprendimientos organizados expresamente para recaudar fondos (rifas, fiestas, “salidas” de las murgas, entre otros). Aquí también el trabajo voluntario es el principal “recurso humano”.

 

En lo que se refiere a la organización interna y la dirigencia o el liderazgo, este tipo de asociaciones se distingue por su dirigencia plural, numerosa, aunque no exenta, de líderes principales o “cabezas visibles”. Por otra parte, a diferencia de las organizaciones tradicionales, tienen una “base vertical”[26] frente a las cuales deben legitimarse: las familias beneficiarias, en el caso de las organizaciones por la vivienda, y los padres de los chicos asistidos, en el caso de las demás asociaciones.

 

El hecho de que sean “reivindicativas” implica que uno de sus objetivos principales es la “organización” y la “concientización de la gente”. Por esta razón, por su afán agregativo, se distinguen de las organizaciones estudiadas más arriba.

 

Es cierto que puede hacerse una diferenciación entre los dos subgrupos: el liderazgo tiende a ser más marcado en el caso de las organizaciones de lucha y gestión de viviendas. En el subgrupo joven, en cambio, existen niveles de “jerarquía” según el grado de participación en las distintas actividades o en la organización misma de la institución. Esta “jerarquía” es, por lo tanto, contingente, y depende del grado de “compromiso”. No obstante, prima el carácter plural de la dirigencia. Los jóvenes, sobre todo, están entre iguales, tienen los mismos hábitos y reivindican modos democráticos o mediante asambleas para tomar decisiones.

 

En resumen, en ambos subgrupos existen liderazgos pero, parecería, no habría apropiación. Prima siempre la institución y un “nosotros” por sobre la personalización. Esto puede explicarse, en parte, por su carácter reivindicativo, que exige apoyo para poder ejercer “presión” sobre el gobierno.

 

La diferencia esencial con los comedores (o con aquellos que definimos como apartidarios y como político partidarios) radica en que además de asistenciales o de gestión, estas organizaciones son reivindicativas, y esta reivindicación está definida en términos políticos y no asistencialistas.[27] El objetivo por un lado es generar un espacio de trabajo con los vecinos. Pero no de trabajo con los vecinos ‘bueno vamos nosotros y les bajamos las cosas’, sino tener un espacio de participación con la consigna de que sólo la organización popular va a poder superar la crisis o por lo menos hacer que no sea tan terrible”.

 

Esta reivindicación es compatible con la distinción de ambas actividades, sobre todo cuando hay una obligación formal estatutaria: “Nosotros no hacemos una utilización política de la mutual. Además está prohibido por estatuto. Nosotros eso no lo hacemos. O sea, coincide que muchos de los que estamos cumpliendo esta tarea en el centro de promoción comunitario tenemos una identidad política (...) y en ese sentido, nuestro objetivo político es un poco más amplio. O sea, acá lo que hay que lograr es la organización popular y no interesa si después somos todos peronistas, no importa. Hay que buscar la organización popular.

 

Este rasgo aparece menos marcado, dentro del “subgrupo vivienda”, en los casos en que el acento está puesto en la gestión (más aun cuando se ha superado la etapa de amenaza de desalojos masivos que ocurrió en 1996.

 

Al examinar las relaciones con el campo político nos encontramos con una complejidad que tiene dos caras: por un lado, la heterogeneidad que define a este tipo de organizaciones se traduce en una heterogeneidad de vínculos con lo político; por otro, las organizaciones tienen, en general, varias formas de relación con ese campo, que no siempre corren parejas.

 

En primer lugar, observamos una articulación entre las actividades sociales y “otras proyecciones” más trascendentes, de tenor político: Nosotros creemos que las cosas no se cambian nada más que dándoles la merienda a los pibes sino también desde otros lugares, y ocupando un lugar en un partido político (...) el partido político después es gobierno, y desde ahí es desde donde también se cambia. Y qué mejor que uno tener un laburo social, saber lo que está pasando y desde la estructura política poder modificar esas cosas. Por eso  estamos en las dos cosas y no abandonamos una para la otra”.

 

De este modo, la tarea social es parte de la tarea política o (para que no sea interpretado inmediatamente como clientelismo), las proyecciones políticas son parte de una actividad social abarcativa y que pretende “cambios”. Los entrevistados ven la política como una vía para el “cambio”, como un “proyecto futuro”.

 

A pesar de la diferencia de las visiones que tienen acerca de las prácticas políticas y partidarias, sus organizaciones son reivindicativas en un mismo sentido político. Es decir: saben que la suya es una demanda que tiene como interlocutor (actual o potencial) al estado y que, como tal, está vinculada a los asuntos públicos y al acuerdo, a  la persuasión y a un afán expansivo: “Algunos que tenemos ciertas ideas decimos: ‘sólo el pueblo salvará al pueblo’. Nos conocen políticamente, nunca mentimos, nunca dijimos que no somos lo que somos (...) pero bueno, esos son los objetivos que nos damos: organizar”.

 

En efecto, la búsqueda del apoyo de más gente implica que los dirigentes no limiten sus actividades ni a su organización ni a su territorio (el barrio). Por este motivo encuentran dos caminos para la expansión: por un lado, la articulación en organizaciones de segundo grado o redes ; por otro, la articulación extrabarrial en el nivel metropolitano (Capital Federal y AMBA) o nacional, movilizaciones concretas a nivel nacional o municipal, la coordinación con sindicatos o con organizaciones externas a La Boca, o la misma participación en instancias partidarias que no se circunscriben a las del distrito electoral.

 

Dos razones confluyen para explicar este fenómeno de la expansión: el elemento dinámico de este tipo de organizaciones, es decir, la reivindicación, y el carácter de las reivindicaciones concretas. En cuanto a la primera, como dijimos, la reivindicación se postula como una demanda politizada, dirigida a las autoridades y deseosa de conseguir el apoyo de la opinión pública. La demanda es de cambio y la política es la vía para ese cambio. Pero, por un lado, el sistema político argentino estipula como instancia más cercana de decisión política al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y no  alguna entidad barrial, y, por otro, no son organizaciones partidarias (lo que impide articulaciones escalonadas de demanda siguiendo la pirámide partidaria hasta llegar a algún legislador o miembro del Poder Ejecutivo). En consecuencia, su accionar deberá estar, mínimamente, dirigido a dicho nivel estatal. Respecto del contenido concreto de las reivindicaciones podemos decir que, a diferencia de lo que veíamos en las organizaciones tradicionales,  no son “barriales”. El problema de la vivienda y los desalojos, la alimentación deficitaria de los niños, las deficiencias en la enseñanza primaria y las desigualdades sociales en general, no son cuestiones exclusivas de los boquenses ni se definen en relación a ese territorio en particular. Sin duda, las condiciones socioespaciales del barrio son las consecuencias acumuladas de un largo proceso de degradación con características propias, pero esto no se traduce en una reivindicación barrial.

 

Las demandas que manifiestan estas organizaciones se articulan con organizaciones de segundo grado: los desalojados de La Boca se juntan con los de Barracas y San Telmo, se convoca a “pobres” de Avellaneda, se gestionan planes para habitantes de toda la Capital, conforman la Red Solidaria Boca Barracas, son precursores en el Movimiento de Murgas de la Capital Federal, etc..

 

No está presente en el discurso ninguna percepción acerca de posibles consecuencias de las transformaciones renovadoras en el barrio. Los desalojos remiten a problemas más generales, que se extienden más allá del territorio boquense y que se vinculan más con la condición de “pobre”. En efecto, sólo dos de las organizaciones tienen como límite de acción el barrio de La Boca.

 

Se reconoce que las obras de contención son favorables en la medida que son útiles para paliar el problema de las inundaciones. Es verdad que también se señala que “son netamente turísticas” y no para los vecinos del barrio, que son comerciales y que los vecinos no hacen uso de esa parte renovada. Se admite, en cambio, alguna utilidad de la rambla que garantiza, al tener barandas, mayor seguridad para los niños en sus paseos con los padres y en los ensayos de las murgas. Por lo tanto, las denuncias de un posible desplazamiento de la población de menores ingresos por causa de la renovación son, aunque vehementes, minoritarias: nosotros lo único  que pedíamos expresar en ese momento en ese congreso era una situación de emergencia habitacional, expresando esto: que los desalojos se daban por esta famosa reurbanización de La Boca”.

 

 

Conclusiones: nuevos usos y viejos lugares, una trama de significaciones disputadas.

 

Las obras de renovación son un disparador que posibilita la instalación de nuevos usos y actores en el barrio. En este contexto, el sentido histórico del patrimonio cultural y la identidad del barrio se convierten en eje de debate entre los líderes de las organizaciones tradicionales, que disputan su apropiación junto con la legitimidad y el sentido de ese pasado en el presente. 

 

Sin embargo, las coordenadas de este debate giran en torno a la problemática de una preservación  de elementos arquitectónicos y culturales que configuran el patrimonio de La Boca, sea para mantenerlo en un supuesto pasado original o recreándolo y adaptándolo a la luz de una lógica ligada a la atracción de inversiones privadas y el desarrollo del turismo.  En esta mirada  sobre el pasado a luz del presente se juegan posibles sentidos de futuro para el barrio, donde la situación de la población de menores ingresos aparece desvinculada o ajena al sentido de la historia colectiva que se recrea. 

 

En este sentido, mientras que los progresistas ven los cambios como una mejora social en términos de calidad de vida para los vecinos de La Boca, a partir de un nosotros que no da cuenta de quien está allí incluido, los preservacionistas no lo ven así, porque los beneficios no son para los habitantes del barrio, entre los cuales  ellos identifican a parte de los sectores  que tienen los niveles más altos de pobreza de la ciudad. Sin embargo, en lo que ambos coinciden,  es en la demarcación de otros vecinos (nuevos inmigrantes, delincuentes, ocupantes, signados por el rótulo “aquellos que no quieren trabajar”), y que no deben ser los beneficiarios sino, por el contrario, debieran ser desplazados para que el barrio mejorara. (“volviera a ser lo que era” y aún mejor). Una frontera común, que plantea interrogantes acerca de quienes quedan incluidos, en un contexto de altos niveles de desempleo, bajo el rótulo “los que no quieren trabajar”.

 

Existen ciertos antagonismos a nivel barrial, ciertos límites a los “puentes” que pueden tender estas organizaciones y sus redes. Tales límites, en algunos casos,  resultan del carácter reivindicativo de algunas organizaciones que confrontan con el carácter “tradicional” de las organizaciones que vimos bajo ese rótulo. 

 

Dentro de las organizaciones reivindicativas, a su vez,  existen líneas de fragmentación y de conflicto que se ligan también con los puentes de articulación que tienden extra barrialmente con distintos actores sociales, sindicales y políticos del orden de la ciudad y, aún, nacional.

 

En segundo lugar, esta fragmentación parece aportar a la existencia de limitaciones para que estas organizaciones reivindicativas planteen acciones y propuestas que posibiliten avanzar más en el plano de los modos concretos de integración posibles de las familias de más bajos ingresos del barrio de la Boca al proceso de renovación (por ejemplo cómo se genera - o no- empleo en el barrio; cómo se perfecciona el acceso a los equipamientos comunitarios y la calidad de los mismos; como la cuestión alimentaria trasciende el acceso a una bolsa de comida; cómo las escuelas primarias y -sobre todo-secundarias-retienen a los adolescentes e interactúan más fluidamente con las organizaciones y los padres, etc).

 

En tercer lugar, esta fragmentación pareciera vincularse también, con una debilidad para que estas organizaciones reivindicativas expresen un sentido de identidad que las involucre nítidamente en la disputa simbólica y material de la apropiación de usos y espacios barriales a  las familias más vulnerables como legítimas habitantes con derecho a vivir (o mudarse a elección) del barrio de la Boca y como parte activa de la historia, el presente y el futuro del barrio.

 

Los comedores, la organización más numerosas y extendida en el barrio, cuya existencia se liga a las necesidades más inmediatas y acuciantes de las familias de menores ingresos del barrio, tampoco juegan un papel preponderante en la disputa por el destino de los viejos lugares a nuevos usos barriales. El trabajo con las urgencias de la población y la relación existente entre algunos líderes de los comedores y los partidos políticos, que en su mayoría no incluyen el tema de la renovación en su agenda de discusión sobre la ciudad,  parecen  limitar el desarrollo de una postura crítica con respecto a ese proceso y también la posibilidad de percibir el riesgo de desalojo, que podrían sufrir los beneficiarios de sus comedores.

 

La problemática social se convierte en una línea divisoria entre las organizaciones con respecto a las representaciones sobre sí mismas y sobre el barrio. Los altos niveles de pobreza, la consecuente falta de acceso al equipamiento social necesario  y la supervivencia alimentaria como exigencia cotidiana, constituyen  el eje de los comedores y de  las organizaciones de tipo reivindicativo, mientras gran parte de las asociaciones tradicionales, por su lado, dejan fuera dichas preocupaciones y es por eso que se vinculan más “complacientemente” con los nuevos usos dados al barrio y que son pensados para otros actores sociales.

      

Finalmente, los criterios acerca de las intervenciones públicas y privadas sobre el patrimonio histórico y cultural de La Boca se definen en una confrontación de poder e intereses. Las posibilidades que brindará acentuar el papel del barrio como polo turístico o circuito gastronómico o cultural tal como está planteado desde algunas áreas del Gobierno de la Ciudad y apoyado por algunas de las organizaciones tradicionales, es cuestionado por otros dirigentes más ligados a la preservación, quienes  desde miradas más estrictas en cuanto a lo histórico pero también desde el análisis de la situación actual,  entienden que la renovación no beneficia a los comerciantes barriales, ni genera fuentes de empleo sino que favorece  la instalación  de nuevos usos destinados a otros sectores sociales en un viejo lugar cargado de identidad.

 

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[1] El concepto renovación urbana alude a la recuperación de las áreas residenciales centrales por parte de sectores de la clase media o sectores acomodados y al resurgimiento comercial que generalmente acompaña procesos de aumento del valor del suelo y de las propiedades y que tiene como efecto el desplazamiento de las familias pobres -- antiguos residentes de dichas áreas (Wilson, 1992; Smith, 1996; Marcuse, 1998; Kennedy y Leonard, 2001). Estos procesos suponen la transformación del ambiente construido, la emergencia de nuevos servicios locales y la presencia de nuevos habitantes que comparten ciertas preferencias de consumo o un cierto estilo de vida -- cambio cultural -- (Zukin, 1989).El cambio en el mosaico social de las áreas centrales rehabilitadas, ampliamente documentado en las investigaciones sobre el tema, pone de manifiesto que la renovación urbana es un aspecto de la desigualdad social (Castells, 1990) ya sea que se considere como expresión emergente o consecuencia del sistema de estratificación social.

 

 

[2] Activar un repertorio patrimonial significa escoger determinados referentes y exponerlos de alguna u otra forma. Ello equivale a articular un discurso que dependerá de los referentes escogidos, de los significados de estos referentes que se destaquen, de la importancia relativa que se les otorgue y del contexto. NInguna activación patrimonial es neutral o inocente, sean conscientes o no de ellos los correspondientes gestores del patrimonio (Prats; 1998).

[3]El inquilinato o conventillo es una vivienda en la que habitan una cierta cantidad de familias, cada una de ellas en una habitación compartiendo los servicios sanitarios. Las habitaciones están dispuestas en dos plantas que dan a un patio central donde se localizan el baño, la cocina y el lavadero. Se originan a mediados del siglo XIX y crecen en forma sostenida hasta 1919 para ir luego estancándose poco a poco. Alojamiento barato y cercanía de los lugares de trabajo explican la expansión de esta forma de hábitat popular.

[4]Siempre fue La Boca un sitio inundable. Por esta razón las casas son de madera y zinc con balcones de hierro y levantadas sobre sólidos pilotes de quebracho. Con el paulatino enriquecimiento de los habitantes del lugar, se levantaron viviendas de material de planta baja y primer piso y casas de departamentos de hasta dos pisos que en su interior acumulaban muebles y objetos artísticos y que eran adornadas con vitrales, vidrios de colores y techos decorados acordes a la nueva condición de los vecinos (Boletín Informativo Techint; 1987). Es interesante destacar que estas casas alternan en el paisaje boquense con las tradicionales de chapa acanalada o madera con techos de chapa a cuatro aguas; en contraposición con las modernas terrazas.

[5] La Boca no tuvo normativa especial de preservación hasta que la gestión de gobierno a cargo de Aníbal Ibarra definió como tal un área circunscripta a la zona de Caminito y la ribera inmediata (Vuelta de Rocha) que se presenta como el área de mayor potencial turístico del barrio (Rodríguez y Redondo, 2001).

 

[6]  Los proyectos que tienen por objeto la transformación de la zona sur de la ciudad y de la ribera son proyectos de gestión mixta que involucran al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a iniciativas del Gobierno Nacional y de inversores privados. El financiamiento para su realización proviene de un préstamo que el gobierno porteño obtuvo del Banco Interamericano de Desarrollo (en adelante BID) y de fondos públicos. Las obras de desarrollo de infraestructura se completan con proyectos culturales tales como los que lleva adelante el museo-fundación PROA y el Centro de Estudios de Arquitectura Contemporánea (CEAC).

[7] En este sentido, la percepción desde otras áreas de gobierno ligadas al patrimonio es que "la Secretaría de Turismo no articula acciones con otros órganos y toma básicamente el recurso patrimonial simplemente como un recurso económico […] ese multiplicador económico sin inversión propia municipal lo que hace es adecuar el espacio público y la inversión municipal para el usufructo de terceros privados".

[8] El entramado organizacional del Barrio de La Boca es rico tanto en su extensión como en su diversidad. Sin embargo, una encuesta realizada en los meses de noviembre y diciembre de 2000 revela que sólo el 17% de los jefes de los hogares de menores ingresos del barrio participa en alguna asociación.

[9] En este grupo se han incluido algunas organizaciones de formación más “reciente” como la Asociación Catalinas Sur, el Club Social de La Boca, la Asociación Amigos de la Comisaría 24º o la Asociación Amigos de La Boca. Estas instituciones oscilan entre los 40 años y los tres meses de edad desde su fundación. El criterio de longevidad es flexible sólo en los casos en que las organizaciones y sus líderes se asimilan al resto de las características del tipo tradicional: formación “endogámica” de redes tanto organizacionales como institucionales -- por ejemplo, sus dirigentes participan en organizaciones tradicionales “puras” --, discurso tradicionalista con eje en la disputa en torno a las transformaciones del barrio, personalización del liderazgo, etc.

[10] Este Cabildo Abierto fue convocado por la Subcomisión de Mejoramiento y Preservación Urbana de la Fundación Museo Histórico de La Boca, en diciembre de 1997 y en él participaron representantes de 37 entidades para organizar un “proyecto común a los efectos de concientizar a las autoridades sobre cuáles son las verdaderas prioridades del lugar, evitando se impongan de manera inconsulta ideas ajenas a la inconfundible identidad de sus habitantes”.

[11] Se trata de un nuevo restaurante y un bar-heladería frente a la costanera.

[12] Revista “La Boca hacia el siglo XXI”.

[13] Durante los meses de octubre y noviembre de 1999 fueron entrevistados los responsables de doce comedores del barrio.

[14] 1989-1999.

[15] Denominación de los locales partidarios de actuación barrial.

[16] Algunos tienen sueldo o son beneficiarios de planes sociales de empleo.

[17] Así, el Sr. A. preside una institución que engloba a muchas otras; lo mismo se da en un comedor  cuya presidenta además preside una  asociación mutual (dato de 1987) y una  asociación de fomento (dato de 1991). El Sr. C. tiene el comedor y una escuela de oficios y el Sr. I. está en una institución común con un Centro de Jubilados y Pensionados (y habla de esa institución como propia).

[18] Hubo sólo una experiencia, coordinada desde el Servicio Social Zonal Nº 3 -- que corresponde a La Boca --, en la que participaron unos cinco comedores y otros grupos comunitarios del barrio. Fueron siete reuniones, con el objetivo de intercambiar información, que no tuvieron continuidad como red aunque algunos de los comedores quedaron vinculados. Es el caso de dos comedores que entran en la categoría “políticos no partidarios” y que desde fines del año pasado hasta la actualidad forman parte de la renovada Mesa de Enlace.

[19] Sólo un comedor entre los entrevistados se diferencia claramente del modelo descrito, generando una modalidad de gestión colectiva autogestionaria de recolección y distribución de alimentos por parte de las familias, donde sólo la participación activa en la planificación y ejecución  de las tareas da derechos a recibir los alimentos. Bajo la misma modalidad esta organización ha comenzado a abordar otras necesidades, como la habitacional, tendiendo a desarrollar un trabajo en redes con otras instituciones del barrio – como la Asociación Cristiana de Jóvenes-  y organizaciones sociales promoviendo la conformación de una "mesa de enlace de organizaciones barriales".. Ellos sí  intentan jugar explícitamente un papel de resistencia ante el posible proceso de expulsión de las familias.  Se trata del Comedor Infantil Los Pibes que se diferencia así cualitativamente, aunque no tiene un impacto cuantitativo a escala barrial, salvo cuando impulsan medidas puntuales de reivindicación, como cortes de calles, con otras organizaciones y en el contexto de conflictos que trascienden la escala barrial, o la "toma" del Centro de Gestión y Participación", solicitando cupos para planes alimentarios o de empleo. Este proceso se acentúa en el año 2001, donde el Comedor gira  su eje reivindicativo hacia la problemática de la desocupación.

[20] En consecuencia los datos que confirman las relaciones político-partidarias no surgen, salvo excepciones, directamente de las entrevistas a los involucrados sino del cruce de varias entrevistas y de referencias de informantes clave.

[21] Con la única excepción del Comedor Infantil Los Pibes, donde la organización de las actividades de planificación de la recolección y distribución de alimentos se acompañan de discusión política (no partidaria) y de temas de actualidad que surgen de problemas que traen las familias participantes al espacio de  reunión.

[22] Otros entrevistados también reconocieron su doble tarea, reivindicando cada una por separado, pero ninguno en los términos de este entrevistado tan ilustrativos de la articulación entre ambas actividades y el papel mediador del “referente”. No obstante, no queremos decir que los demás casos se ajustan a la descripción que hace el entrevistado en particular. Por el contrario, se observan varias formas de mediación que aquí ilustramos con solo dos ejemplos

[23] Sólo dos organizaciones de las estudiadas datan sus inicios de años anteriores a los mencionados: la Mutual Esperanza, que nace en 1990, y la Murga Los Amantes de La Boca, creada en 1991.

[24] La excepción a esta regla es la Mutual Esperanza.

[25] Esta fue una innovación en la política habitacional. Aunque luego se plantearon otros obstáculos: los fondos fueron sobrepasados por la demanda, dificultades derivadas del sistema de crédito individual mancomunado, no se preveían fondos suficientes para arreglo de los inmuebles, etc. La operatoria subsistió hasta el año 2000, en que- junto con la participación de organizaciones sociales de hábitat -algunas de La Boca- el Gobierno de la Ciudad planteó la Ley 341 y sus operatoria correspondiente de Autogestión y Emergencia habitacional, que asigna un papel más significativo a las organizaciones en el proceso comO sujetos del crédito y ejecutoras de las obras. 

[26] Definimos esta relación de jerarquía en los términos que Cardarelli et al. (1995) definen la alteridad excluyente en las asociaciones voluntarias: “[consiste en] el hecho de que el receptor no sea de la misma condición o no esté en la misma situación que el efector (...) En el polo de la alteridad incluyente, se colocan aquellas organizaciones en las que la definición del otro no excluye por definición al sujeto efector” (Cardarelli et al., 1995: 165-166). La forma que adquieren las relaciones sociales y políticas y la acumulación de capital social en La Boca, nos exige extender esta definición a los padres de los niños beneficiarios de los comedores, que son también, aunque indirectamente, beneficiarios.

[27] Es decir, no es meramente un reclamo al estado por más asistencia.