5. Ciudadanías urbanas: Buenos Aires, proyecto multiterritorial

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Por Verónica Devalle*

SEMINARIO DE INVESTIGACION URBANA

EL NUEVO MILENIO Y LO URBANO

 

 

La concentración y la dispersión de la población ha definido desde los inicios de la Modernidad una de las características principales de los paisajes rural y urbano respectivamente 1. En términos generales, el modo de constitución de la "identidad urbana" operó por diferencia, por oposición a los modos de habitar el campo, aquella extensión que principalmente en América se torna inconmensurable. Ciudad y campo, ha pervivido como oposición fundante y prolífica dentro de una serie de géneros descriptivos e interpretativos donde podemos ubicar tanto la reflexión de las ciencias sociales como la literatura. Los aspectos que cada una de ellas describe, analiza y proyecta varían a la par de su característica como género de lo social; sin embargo la estabilidad de la oposición urbano/rural, dispersión/concentración, parece incuestionable, y de hecho lo es empíricamente. Cada uno de estos términos define irremediablemente un modo del habitar, una transformación del espacio y de la percepción del mismo para sus habitantes. Los diversos modos de la socialidad, del encuentro cara a cara, de la instauración de una relación social, fueron materia de análisis de los padres fundadores de la sociología 2 y de la urbanística, en la medida en que ellos mismos asistieron como actores al proceso que transformó lo rural en desierto y la gran ciudad en "Metrópolis".

 

Dicha percepción, la presencia de un "otro" social en la proximidad del entorno urbano, avivó no solo los miedos a las figuras de los desconocido -demonizadas en la literatura romántica y diseccionadas en lo policial- sino que fundamentalmente planteó políticamente un nuevo orden social, anclado y legitimado bajo el concepto de "ciudadanía" 3 . La herencia de la Ilustración, aquel "universal" que constituía la contrapartida del Estado, el ciudadano moderno, pareció coincidir con el moderno habitante de las modernas ciudades. Y en función de este modelo se generaron un sinnúmero de espacios públicos, espacios en donde la vida política ampararía el desarrollo de la virtud ciudadana y del progreso. La utopía de Sarmiento fue inescindible de la dimensión pública, de la posibilidad de este encuentro cara a cara, tanto en la pequeña aldea rural como particularmente en la gran ciudad. En ambas, las características del territorio, la significación que el mismo asumiese para sus habitantes/ciudadanos era inseparable del desarrollo de la virtud cívica como instancia superadora del conflicto político y del particularismo identitario 4.

 

Las consecuencias del proyecto político de la Ilustración, son conocidas y han sido desde el siglo XIX debidamente cuestionadas. La idea misma de "homogeneidad" cultural, educativa y cívica, y de las implicancias de un proceso civilizatorio con sesgos totalizantes, fue cuestionada tanto por las posturas que enfatizaron el particularismo cultural, como por aquellas que vieron detrás del proceso descripto el siniestro espectro de la racionalización. Aparentemente el debate fue saldado en pos de un pensamiento crítico social 5.

 

Pensamiento que no renunció a la idea de ciudadanía y de espacio público como fundante de un orden político más igualitario y garante de los derechos humanos 6. La denuncia social apuntó al proceso de homogeneización y se detuvo frente a aquello que era absolutamente prioritario defender luego de la Posguerra: la recuperación de la dimensión política de la vida anclada en un espacio público, complejizada en una sociedad de masas.

 

Desde este punto de vista, la asunción de la ciudadanía como genérico universal y la idea misma de progreso pervivieron tanto en las políticas desplegadas por el Estado de Bienestar como asimismo el impulso desarrollista propio de los años ’60 y comienzos de los ’70. En dicho contexto la ciudad dio impulso al uso y apropiación del espacio público, como modo de ejercicio político de la ciudadanía. La circunscripción de un centro territorial, la ampliación de los derechos, la apertura de centros y espacios culturales, como modos de valencia de derechos fue inescindible de la articulación con un determinado espacio urbano. En este sentido, la experiencia urbana constituyó una dimensión de la ciudadanía 7.

 

La idea misma de universalidad podía aparecer plasmada en el paisaje urbano, todos sus habitantes podían reclamar idénticos derechos al uso y vida de la ciudad, que en definitiva era el marco de acción de la vida tanto pública como privada.

 

A diez años ya del inicio de las políticas de reconversión estatal, en pleno Tercer Mundo, el contorno de la ciudad como dimensión integradora de la ciudadanía parece desdibujarse. Más allá de la consabida segmentación social, en Buenos Aires en particular una serie de fenómenos acontecen como marca indicial de un futuro por cierto amenazante. Proyecciones mediante, aquello que encontramos como radicalmente novedoso es la justa contrapartida de la negación al acceso público y al uso como un modo de apropiación de la ciudad. Buenos Aires, parecería consagrar sus espacios más preciados a un proceso de "musealización" 8. Proceso cuyo reverso implica un cuestionamiento de la categoría de público y de ciudadanía en tanto inclusivos universales. Rejas, cadenas, seguridad privada, acceso restringido y monumentalización visual del patrimonio público que se rescata fragmentariamente como patrimonio histórico, reorganizan el circuito de vivencia y acceso, que hasta no hace poco era sinónimo de los beneficios de la libertad.

 

Dentro de este nuevo escenario urbano aparecen cuestionadas la idea misma de ciudad como condición de posibilidad del ejercicio de la ciudadanía, a la vez que quedan suspendidas las afirmaciones sobre la igualdad de derechos para todos sus habitantes. Buenos Aires se descompone, se desarticula en múltiples ciudades, en donde cada una de ellas presenta su carta de ciudadanía, que no es otra cosa que la habilitación restringida y el permiso para acceder a un espacio diferencialmente otro de aquel al que nos habíamos acostumbrado.

 

Así como la idea de "lo común" aparece cuestionada, el progreso como proyección de un modo de habitar la ciudad vuelve sobre sí mismo en una suerte de movimiento entrópico. Más que utopías futuristas, tecnológicas y políticas, en nuestra ciudad comienza a surgir la utopía del diseño como modo de articulación de los que son vistos como espacios significativos. El fervor que suscita toda la obra de reciclaje, constituye uno de los indicadores más potentes de este proceso, que abarca más que nunca la conciencia sobre la potencialidad de la imagen. Las millonarias sumas que se barajan en torno a la continuación de la obra de Puerto Madero, el Abasto, Retiro, y la zona sur, quedan justificadas por el recambio de la imagen de ciudad abierta al exterior, al turismo y a un nuevo planteo de la vida en la ciudad, más cercana a una experiencia de gratificación estética que a un uso político/público de la misma. La limpieza neutral de la suciedad, del abandono y de sus ocasionales habitantes, llenan de esperanzas sobre el progreso y la modernización a sus futuros destinatarios, y fomentan una serie de predicados xenófobos sobre la calidad del espacio abandonado y de sus pobladores. La limpieza estética, la aparente neutralidad de la empresa de "reconversión de la imagen" puede derivar en toda una serie de argumentaciones sobre para quién, cómo y por qué motivos se obra como se obra. Preguntas, que cuestionan nuevamente la calidad de la ciudadanía como concepto universal, y el reconocimiento de los derechos como instancia previa a toda discusión.

 

En este sentido, las políticas de la justificación operan como emergentes de una jerarquía cuasi "natural" de los habitantes de Buenos Aires. Fácilmente localizables en la escala valorativa de lo social, los nuevos fenómenos de nuestra época resignifican lo que aparece como polo opuesto del análisis. La encarnación físico/tipológica de la violencia, la juventud, la marginalidad y la desocupación, legitima y justifica por sí misma la suerte de lo que puede ser visto como "nuevo Patriciado urbano": público dilecto de aquellas zonas que buscan expandirse como iniciativa privada de recuperación del acceso y el disfrute de la ciudad. Desde esta perspectiva, los paseos privados pueden llegar a encarnar un nuevo llamado a la ciudadanía, aquel que interpela desde la fruición visual, aquel que recuerda que la experiencia estética constituye una experiencia sensitiva. Curiosamente, el conservacionismo expuesto en estos lugares, su cuidado, su aseo, su seguridad, lo que hemos llamado "musealización" parecieran esgrimir un valor positivo y diferencial en oposición a aquellos otros sitios donde lo público es sinónimo del peligro y la desolación. Ciudad siniestra, ciudad ominosa, donde lo familiar se ha vuelto ajeno, otro, terrorífico. En este sentido, como en tantos otros, el paseo por Lavalle puede acontecer como recuerdo traumático de los gloriosos años ’70.

 

Revisemos brevemente algunas de las modificaciones más significativas tanto desde el punto de vista espacial como asimismo y fundamentalmente simbólico.

 

A diferencia de otras ciudades como Berlín 9, el proceso de reconversión de la imagen de la ciudad no opera como "reconstrucción desde las ruinas" sino como una reasignación de funciones, acompañado y en muchos casos precedido por una transformación en términos de diseño. En este sentido, el trabajo gráfico y comunicacional realizado para las empresas públicas que han sido privatizadas es señero. Es la imagen la garantía de los valores que supuestamente representa, es ella la reorganizadora de la significación de la empresa y por ende la que construye un nuevo vínculo entre la misma y su público. La metáfora de la imagen como analogon 10 de la identidad es muy reciente dentro del imaginario social. Con idéntico impulso se ha emprendido la reconversión de ciertas zonas de la ciudad. El cambio, desde aquí, no obedece a la modificación de la apariencia edilicia sino a los significados que asume la transformación de su imagen. Los diques pueden devenir "lofts", restaurantes, oficinas; una zona urbana que representaba la síntesis más extrema de la ilegalidad, se vuelve "recuperada" como símbolo porteño con los tintes que asumen los ’90: regulación del acceso, consumo, recreación, etc. Nuevos shoppings, cines, negocios, vitrinas, vuelven a juntar a sus públicos y a seducirlos con la promesa de encontrar lo esperado, lo siempre familiar, lo equivalente a sí mismo. Lamentablemente se trata de una equivalencia particularizada. No casualmente la misma gente transita los mismos lugares.

 

Fuera de mezclas, contaminaciones y exposición a la mirada de "otros", la pertenencia a una clase de habitantes de la ciudad condiciona el recorrido que se haga. De lo contrario, volvemos a la ominosa vista de aquello que nos recuerda a sus antiguos habitantes. El Abasto, mercado porteño, símbolo de la ciudad y de Almagro, ya no volverá a tener la gloria que lo asociaba a la vida cotidiana de Buenos Aires, sus mercados, bodegones y cafés; pero por lo menos abandonará su nefasta asociación con el submundo de la marginalidad y la droga, ya no será visible como monumento de la decadencia porteña…Concesiones del reciclaje, accedemos a verlo como shopping, recreo y abandono a cualquier reflexión que problematice sus otras significaciones.

 

Cincuenta cuadras más al sur, La Boca accede a un nuevo espacio cultural. La Fundación PROA, solventada y auspiciada por algunas de las empresas más importantes de la Argentina, llama la atención como enclave de progreso y transformación en un entorno que perdió hace mucho el brillo que lo caracterizaba como barrio. Tratando de emular, quizás, la idea de "espacio abierto" que instituyera el Di Tella, PROA ha reciclado un antiguo edificio siguiendo las directrices de las nuevas tendencias arquitectónicas. Sin embargo, la convivencia entre progreso y suburbio sigue siendo traumática. Siguiendo el pautado que supone un análisis en términos estéticos, más que afirmar que dicha Fundación desentona con el entorno, nos hallamos cercanos a sostener que La Boca desentona con la Fundación, así como Retiro distorsiona al aire señorial de Plaza San Martín…Se trata de contextos grises y pobres -no por ausencia de colores, sino por ausencia de valor- que subrayan como clave de diferencia cualitativamente positiva el espacio cercado de "otro mundo".

 

Disruptivos y fragmentarios se presentan otro tipo de escenarios, más fugaces o más alejados. Una villa gay detrás de Ciudad Universitaria, ahora en Parque Lezama. Un campamento punk en el evento organizado por el Gobierno de la Ciudad "Buenos Aires no duerme". Pareciera que sus autoridades tampoco pudiesen descansar tranquilas cuando una propuesta cultural queda oscurecida por el recuerdo de que muchos otros, más allá de los punks, van, viven y pernoctan allí donde se garantiza calor en el invierno, apertura las 24hs, y mate y pan gratuitos auspiciados como merchandising de una conocida marca de yerba. Clima adolescente, luces de disco y estética de una plaza abandonada, signaron este evento como espacio cerrado con pretensiones públicas, conviviendo con toda clase de promociones y de sponsors.

 

Yendo más al norte, la Ciudad Universitaria soporta nuevos desafíos además de la clásica falta de presupuesto. Ciudad dentro de la ciudad, ámbito hegemónico del estudiantado, alejado y reorganizado en pabellones, sus suburbios, sus zonas despobladas empiezan a asimilar literalmente los restos de la política. Cementerio político, allí conviven los escombros de la AMIA con casillas perdidas, donde se encuentran a suicidas, a supuestos suicidas, vinculados a los fraudes al Estado.

 

Transitar de un lado al otro en auto, se está transformando en una necesidad. Reconocemos cada vez más la imposibilidad de determinados accesos, por limitaciones económicas y por seguridad personal. Pero aún más allá de la sensación de incomodidad que nos puede invadir el darnos cuenta de este tipo de transformaciones, lo que pareciera estar en juego son las clases de tensiones sobre las que trabajan las distintas imágenes de ciudad. Las ciudades que habitan a Buenos Aires, responden a las nuevas características de la población, características que son imposibles de sintetizar en ningún concepto genérico como lo fuera el de ciudadano, pueblo, sociedad. Sobre esta base de desarticulación social la pregunta por un sustrato político más que como instancia a priori, como meta, devendría una proyección del vacío.

 

Si por un lado se despliega lo estético como forma hegemónica de validez de las iniciativas y de las vivencias de la ciudad, por el otro, la posibilidad de la convivencia nos obliga a plantearnos nuevamente la pregunta sobre la factibilidad de lo político, sobre el pasaje de la condición civil a la de la ciudadanía. El no reconocimiento de derechos, conjuntamente con la desarticulación de instancias que vayan más allá del particularismo y de las políticas particularistas sobre determinados sectores (los chicos de la calle, las prostitutas, los travestis, los marginales, etc.) revela la falta de una instancia de legítimo poder político que replantee la cuestión de la ciudadanía como instancia primera para un debate sobre derechos y obligaciones. Desde aquí, la proliferación de políticas culturales, de políticas de lo público, pareciera un simulacro cuya contrapartida es justamente la política como vacío significante 11.

 

No casualmente, al antiguo mapa característico de la ciudad, aquel que daba entidad y diferencia a cada uno de los barrios, se le sobreimprime actualmente, la condición de territorio resguardado o expuesto a la violencia, sinónimo de la opulencia o de la miseria, recorrido sugerido o desechado. Buenos Aires, como las grandes metrópolis del mundo va sumando problemas de orden social a su agenda cotidiana. Problemas que parecen quedar resueltos en el "traslado" de pobladores, fomento de la inversión capitalista y corridas policiales. La condición de vida "extramuros" asimila toda suerte de metáforas del desamparo, y fundamentalmente de la desarticulación social, o para decirlo en otros términos: el planteo sobre la posibilidad de convivencia como sustrato de la vida política. El contractualismo hobbesiano en tanto problema teórico y político insinúa cobrar vigencia en las sociedades de fin de milenio, cuyo contexto es la gran urbe y la aparición de un sinnúmero de figuras del "otro social". Figuras que tienen también su contrapartida visible. En el interín, el paisaje urbano se aproxima al cumplimiento del ideal de la señalización, de la transparencia de significado que asumen las imágenes de los diversos territorios: zonas oscuras, zonas iluminadas, brillo y opacamiento, suciedad y limpieza, olores desagradables y perfumes; todos ellos trazan con exactitud el contenido del lugar que representan.

 

Ciudad marcada por diferencias que van más allá de las necesarias para la constitución de sistema pluralista y democrático, Buenos Aires empieza a estar signada por desfasajes profundos, por distancias irremediables. Distancias que se corporizan en figuras sociales y en territorios identificables. La posibilidad de reconocer la visibilidad de tales diferencias y de que cada una de ellas ancle en una zona delimitada, nos habla de un nuevo índice de la fragmentación social. Una nueva forma de señalizar a los habitantes de la ciudad, y de -en función de lo expuesto- desprender políticas fragmentadas que apunten a las "necesidades de cada sector". Como si dicha diferencia marcase un valor esencial, imposible de ser definido en relación a cualquiera de los demás términos de la ecuación ciudadana. Allí encontramos una reorganización de los derechos en función de necesidades particulares. Así existen quienes tienen derecho a divertirse, otros que tienen derecho al sistema de salud, algunos pueden gozar de las prerrogativas de la libertad y pasear sin ser detenido por la policía, otros tienen derecho a trabajar y por lo tanto hacer de la vía pública un stand privado, pero otros no tienen derecho a trabajar en la vía pública. La visibilidad de tales marcas, marcas índices, marcas de una existencia social determinada, ha impuesto nuevas pautas de habitabilidad: determinados territorios, con determinados habitantes, con determinados derechos. El particularismo extremo que esta clase fragmentación expone, pareciera no ser otra cosa que el reverso de una de las preguntas fundantes del pensamiento social, y del orden político moderno. Esto es:

Quienes tienen derecho y por qué lo tienen.

Notas

 

 

 

 

 

* TE: 4863-5534. FAX:4865-4159 Locutorio/mensajería. E-mail: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
1 Al respecto remito, entre otros, a la extensa obra de Georg Simmel, particularmente: Simmel, G. (1977) Filosofía del dinero, Madrid, Instituto de Estudios Políticos. Como asimismo, y desde una mirada ensayística: Sarmiento, D. (1993) Viajes por Europa, Africa y América. 1845-1847. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
2 Simmel, Durkheim, Weber, Marx, entre tantos otros.
3 Para una introducción al pensamiento político moderno que replantee el término "ciudadanía" creemos necesario comenzar por citar a los pensadores del contractualismo: Hobbes, Locke, Rousseau.
4 Remitimos nuevamente a la obra de Sarmiento, como así también y fundamentalmente a la de Alexis de Tocqueville.
5 Al respecto ver: Adorno. T. (1984) Crítica cultural y sociedad. Madrid, SARPE.
6 Desde una perspectiva más "consensualista" me remito a la obra de Habermas.
7 Sennett, R (1990). La conciencia del ojo. Barcelona, VERSAL.
8 Retomamos dicho concepto de la obra de Andreas Huyssen. Al respecto: Huyssen, A. (1998); "El terror de la historia, la tentación del mito". En Anselm Kiefer, Buenos Aires, Goethe Institut, Fundación PROA.
9 Ver Andreas Huyssen, op. Cit.
10 Al respecto y sobre un tratamiento de este concepto: Barthes, R. (1990) "Retórica de la imagen". En La aventura semiológica. Buenos Aires, Paidós.
11 Para un tratamiento exhaustivo de la relación particularismo/universalismo ver: Laclau, E. (1996) "Universalismo particularismo, y la cuestión de la identidad". En Emancipacion y diferencia. Buenos Aires, Ariel. En relación al concepto de "vacío significante" queremos aclarar que no se trata de la idea de "significante vacío" desarrollada por Laclau en el texto citado. Más bien, se trata de un espacio cuya ausencia cobra sentido en función de su interrelación con el sistema de "presencias". Esto es: marcar la falta por la sobreexposición de otros elementos.